Un lugar llamado Be´eri
Me llamo Débora y tengo doble nacionalidad. Elegimos con mi pareja, Levi,
emigrar de la Argentina. La idea de cambiar de vida es nuestro máximo deseo. La
situación en nuestro país no da para más en lo económico y lo político. No
concordamos con las ideas reinantes y encontramos un techo muy bajo para mejorar
la calidad de vida. Además, deseamos probar cómo es habitar en comunidad. Una existencia
idílica en un kibutz, nuestra máxima aspiración. Leemos mucho sobre el tema del
trabajo rural y comunitario y comentamos con amistades lo que implica.
Viajamos a Israel durante un lluvioso mayo de 2023, extraño para la
aridez que domina las tierras hacia donde partimos. Levi y yo recibimos vivienda,
salario y servicios previa
tramitación en la “Agencia Judía para Israel”. Esta es una sociedad
igualitaria y cooperativa, qué más podemos pretender. Nuestro sueño por cumplir.
Be´eri se llama el kibutz elegido. Es un hogar colectivo de solo mil
habitantes. Está enclavado en el desierto del Nejev que a pesar de la sequedad reinante
se ha convertido en un auténtico vergel. Nos rodean plantaciones
de girasol, flores y bosques. Lonjas verdes confinan la trama circular de casas
con techos rojos rodeadas de jardines. También hay granjas lecheras que nos
proveen. Una gran diversidad de actividades en el medio de la nada. Un edén en
el páramo.
Desde que llegamos nuestra vida es bucólica. Nos levantamos muy temprano
y luego de desayunar nos encaminamos a labrar la porción de tierra que nos toca.
Almorzamos en comunidad y al atardecer volvemos a casa cansados pero felices. Conversamos,
cenamos temprano, leemos y nos amamos más que nunca. El cambio nos sienta como
pareja. En Buenos Aires no hay más expectativas, aquí renovamos la vida en
común y tenemos un futuro.
Nuestro paraíso se encuentra a veinte
minutos de la estrecha Franja de Gaza, pequeño país con sus cuarenta
y un kilómetros de largo y seis a once de ancho. Es un territorio costero al Mediterráneo
donde viven más de dos millones de habitantes. Un enjambre tan denso como
Singapur o Hong Kong. La comparación con el pacífico solar donde residimos es contrastante.
Sabemos que la franja es una zona violenta, pero nada hace prever hostilidades próximas.
Nos sentimos más seguros
aquí que en el barrio de la Paternal donde vivíamos en la Capital. Allí los
robos están a la orden del día. En cambio, aquí Israel controla tierra, cielo y
mar. Un muro de hierro de sesenta y cinco kilómetros de altísima tecnología
separa la franja de Gaza de nuestro país por adopción. Nos preguntamos por qué
hay barreras si en otros lugares conviven musulmanes, judíos y
cristianos. Tan cerca de Be´eri existen esas defensas turbadoras. También
sabemos del odio contra la comunidad LGBT y de
la falta de respeto por los derechos de las mujeres, pero estamos con Levi muy lejos
de esas costumbres culturales abominables como cerca en lo territorial. Siempre
lo conversamos y si bien la cuestión de los refugiados palestinos es compleja e injusta, no
apoyamos la violencia existente en ese lugar.
Sabemos que Gaza y
Cisjordania son territorios palestinos. Mientras en Cisjordania conviven distintos
pueblos y religiones; la franja, en cambio, está regida por Hamás, un gobierno
terrorista. No nos preocupa. Israel nos custodia y nos sentimos seguros.
Hoy nos levantamos más temprano que de costumbre. Nos despiertan ruidos
ensordecedores. No sabemos de qué se trata, nos abrazamos aturdidos. Nos damos cuenta de que son bombas. Un ataque feroz y gritos desgarradores
acompañan el terror que sentimos. Levi me dice, Débora, tenemos que huir.
Le respondo dudosa, ¿qué está pasando? ¿será mejor escapar? ¿no será más prudente refugiarnos en la casa?
Escuchamos hablar en un idioma desconocido.
Embisten en las cercanías cientos de
proyectiles. Nos convertimos en escudos humanos. Han fallado todos los
controles y las alarmas. Escuchamos más estruendos. No sabemos dónde guarecernos.
Primero resistimos casi una hora en nuestro
hogar, pero luego aterrados y con algunas vituallas corremos hacia un bosquecillo cercano donde nos
quedamos todo el día esperando lo peor.
El asalto es masivo, vemos cómo
secuestran a mujeres y niños. Otras personas mueren bajo las bombas y fusiles. Pasamos
de la paz de nuestro kibutz a la tragedia y la desolación. Nos salvamos de
milagro escondidos entre matorrales dentro del bosque.
Nos
rescatan soldados israelíes. Nos dicen que van a defender la zona de
kibutz donde florece el desierto, pero en realidad no hay control de la
situación. Domina la confusión y el desmadre.
Nos trasladan a una zona donde nos explican que se trata de un ataque sorpresivo a las torres
de vigilancia y que el muro de la Franja de Gaza fue volado en varios puntos. Hay fallas de inteligencia.
Caemos en cuenta de que Israel está en guerra.
Tenemos
que tomar una decisión. Volver a la Argentina significa un largo trajinar por
distintas ciudades y aeropuertos europeos. Decidimos que es lo mejor. Dejamos atrás
repentinamente nuestro sueño de una vida idílica.
Be´eri se había convertido en una
sombra desolada del kibutz que fue y nosotros en fantasmales exiliados
intentando volver a la Argentina.
© Diana Durán, 24 de octubre
de 2023
No hay comentarios:
Publicar un comentario