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LA SOMBRA DE CATALINA

 


Tornado de 1985 en Dolores. Diario Criterio. Dolores

LA SOMBRA DE CATALINA

 

Dolores es un pueblo del interior de la provincia de Buenos Aires. Como profecía de su nombre, allí se sobrellevaban considerables angustias pues sus habitantes vivían asediados por los tornados y las inundaciones que periódicamente ocurrían en el lecho del río Salado.

Era una población sufriente desde sus inicios. Sin embargo, tuvo el honor de ser el “Primer Pueblo Patrio”, primigenio lugar fundado en 1817 por el naciente Estado argentino luego de la declaración de la Independencia. En 1821 fue arrasada por tribus indígenas y repoblada en 1827. También fue perdedora en la rebelión llamada “El Grito de Dolores” contra el gobernador Juan Manuel de Rosas.

Las tradiciones dominaban el estilo de vida de sus habitantes. Todos los vecinos se conocían. Las maestras, el comisario, el intendente, el cura, hasta los viajantes y forasteros formaban un conjunto variopinto de personajes típicos de los pueblos pampeanos.

 

Catalina, bella entre las bellas, llegó a Dolores un día de otoño de 1984. Era una muchacha de no más de treinta años, alta, de cabellos largos y ondulados; ojos negros, profundos y expresivos. Tenía una extraña mezcla de encanto, fuerza y misterio. Emanaba de sí un halo de enigma que comenzó a causar dudas en un poblado indiscreto donde todos se conocían.

Bajó de un micro medio destartalado con sus pocas pertenencias. Sentía angustia ante lo extraño. No sabía adónde ir hasta que encontró alojamiento en un modesto departamento de un solo ambiente, a pocas cuadras de la Plaza Castelli.

Nadie sabía quién era ni de dónde procedía. Los hombres empezaron a murmurar y las mujeres a chismosear. ¿Qué hacía sola tan hermosa viajera desconocida? ¿Cuál era su pasado? ¿Qué venía a hacer al lugar? Su sugestivo modo de caminar y su encantadora voz eran el corrillo entre los parroquianos que frecuentaban los bares y las pueblerinas que tomaban el té todas las tardes en los patios dolorenses.

Una vez instalada con sus mínimas pertenencias, la joven se empleó en un hogar de abuelas como mucama. Había encontrado un cartel al caminar por la misma calle Belgrano donde quedaba su departamento. Catalina no parecía destinada a ser doméstica, pero necesitaba el trabajo. Inicialmente no se inmutó por los chismes que le llegaban por boca de sus compañeras de labor. Se decía que había sido una mujer de mala vida escapada de la gran ciudad; que había abandonado a sus pequeños hijos; que era una viuda venida a menos. Ella siguió con su vida. Además, se sentía cómoda con las ancianas con quienes dialogaba e interactuaba con mucha ternura y calidez. Hasta les cantaba con gracia, cuando su trabajo se lo permitía, para que durmieran tranquilas.

La vecindad no se destacaba por ser cuidadosa con sus comentarios y enseguida se corrió la voz de que Catalina recibía extraños en su departamento, cosa que nadie había constatado fehacientemente. Sin embargo, el rumor se echó a correr pronto por la ciudad. Mientras tanto, Catalina iba de su casa al trabajo y del trabajo a su casa sin mostrar interés en relacionarse con nadie, excepto en su trabajo y por obligación.

Los hechos que continuaron demostraron qué clase de persona era. A finales de la primavera un tornado provocó gran destrucción y la ciudad quedó sitiada por las inundaciones. Ocurrió el 25 de noviembre de 1985 en horas de la tarde cuando el gigante invisible de tierra y viento arrasó todo a su paso. El panorama fue desolador: muchas casas, plazas y la periferia urbana fueron destruidas. Se trató de la noche más larga y triste de que se tuviera memoria en la localidad. Las zonas más castigadas fueron la calle Olavarría, Plaza Moreno, el Asilo de Ancianas y el barrio de los frigoríficos.

Catalina se ocupó de las mujeres del hogar. Algunas no podían movilizarse y demostró dotes de enfermera al realizar los primeros auxilios a quienes estaban lastimadas por las roturas que había producido el tornado. Fue la verdadera protagonista entre muebles y trastos destruidos. No descansó hasta que la última residente estuvo a resguardo. El “Compromiso”, diario pionero del pueblo destacó en una nota su valentía y arrojo.

Pasados los crueles eventos meteorológicos se supo que la muchacha había trabajado en un hospital muy importante de Buenos Aires de donde la habían despedido por reducción de personal. Desde la catástrofe se la reconoció y nadie más se atrevió a murmurar sobre ella.

 

A los pocos meses de la tempestad, Catalina se marchó sin dejar rastros. Nunca había aceptado que la maltrataran con corrillos maledicentes. Se había sentido humillada y difamada desde los inicios de su estadía. Atrás quedaron las consecuencias calamitosas del tornado y sus queridas ancianas. Una de ellas preguntó confundida al no verla, ¿dónde está mi heroína, mi querida Catalina?

 

La muchacha volvió a Buenos Aires, la ciudad del anonimato, donde no le interesaba a nadie que regresara a trabajar de noche como una desconocida artista de cabaret.


© Diana Durán, 19 de mayo de 2025

 

LOS BICHOS QUE DOMINARON EL MUNDO, PERO NO PUDIERON EN KAMCHATCKA

 


Los chauchen de Kamchatka 


LOS BICHOS QUE DOMINARON EL MUNDO, PERO NO PUDIERON EN KAMCHATCKA

 

La temperatura había subido tanto en tierras y mares que la situación del mundo era alarmante. Selvas transformadas en bosques raídos. Praderas doradas por las gramíneas convertidas en páramos grisáceos. Estepas arrasadas por torrenciales lluvias escurridas en los cauces secos volviéndose aluviones de barro y rocas.

Los profundos lagos glaciares secados abruptamente generaron olas de inundación en los ríos emisores, aguas abajo. Los esteros, en cambio, se ampliaron a dimensiones que ocuparon vastos territorios con pantanos colmatados y pestilentes.

Las cordilleras perdieron sus picos helados y las sierras, sus bosques húmedos. Todo era caótico.

Desde entonces comenzaron a proliferar los bichos. Todo tipo de bichos. Los escarabajos y sus miles de especies se desplazaban nadando y cubrieron con oscuridades los espejos de agua. Las mariposas, tapadas de lodo parecían polillas y como no encontraban flores en el ambiente caían muertas por millones.

Las hormigas abundaban en las partes altas de las colinas en torres semejantes a las de las termitas. Las avispas y abejas unieron sus enjambres que colgaban voluptuosos de los pocos árboles restantes en un paisaje aterrador.

Moscas y mosquitos se reprodujeron por doquier transmitiendo enfermedades antes desconocidas. Las vacunas que habían permitido dejar atrás el dengue y la fiebre amarilla ya no protegían a las personas.

Los grandes ojos de las libélulas se agrandaron más allá de sus cuerpos transformándolas en deformes y perjudiciales, como había sucedido con los saltamontes y grillos.

En las ciudades, las cucarachas, con sus cuerpos planos y ovalados, largas antenas y patas rapidísimas, invadieron aún más casas y departamentos de todas las clases sociales. Se hicieron más resistentes y pudieron vivir en todas las zonas devastadas de la Tierra porque no requerían ni agua ni comida durante largo tiempo. Transportaron plagas y enfermedades por doquier al evadir los nuevos insecticidas que la ciencia se apresuraba en inventar.

No había barrera física que pudiera contener la invasión de los bichos. Los mosquiteros eran horadados, las trampas esquivadas, los venenos duraban lo que un lirio o su uso excesivo afectaba a los propios individuos. Los depredadores para el control biológico como las bacterias tampoco sirvieron.

¿Qué debía hacer la humanidad frente a la catástrofe ambiental y la consecuente proliferación de insectos de todo tipo? Esa era la pregunta elemental de los científicos e industriales, pero no la podían responder a pesar de sus estudios de vanguardia y la tecnología de punta que utilizaban.

Aquí comienza la historia de un pequeño lugar en los límites del mundo, cerca de Petropavlovsk-Kamchatsky, capital de la península de Kamchatka, famosa por sus volcanes activos y géiseres.

En sus cercanías había un pueblo que se llamaba koriako[1], una de cuyas tribus, los chauchenn era pastores de renos. Como erraban por las extremas tierras siberianas, conocían los mosquitos en los veranos cuando se derretían las capas que cubrían los suelos helados de la Rusia oriental. Los bichos invasores no los habían atacado hasta el momento de su contacto con otros pueblos.

Los chauchen fueron muy inteligentes. Cuando ocurrió el encuentro no se enfrentaron, pues como eran itinerantes cada vez que descubrían algún nuevo insecto levantaban sus tiendas de pieles y continuaban sus gélidos periplos en las extremas soledades de la Tierra. Acostumbrados a convivir con los mosquitos, no consideraron enemigos inevitables a las múltiples especies que se les aproximaban.

Por ese entonces, una expedición de científicos vulcanólogos que estudiaban el derretimiento de las nieves peninsulares conocieron a unas familias chauchen en las pedregosas encrucijadas de Siberia y aprendieron de ellos a evitar insectos. Así fue como esa manera de vivir intuitiva, pero sagaz enseñó mucho a los investigadores que continuaron sus trabajos en Kamchatka y se llevaron las originales enseñanzas para difundirlas en las comunidades de intelectuales de sus países. Los chauchen continuaron indiferentes su eterna peregrinación.

Mientras tanto, más allá de esas tierras heladas, el resto del mundo continuaba su lucha perpetua contra el dominio de los bichos.



[1] Los koriakos (también llamados koryaks o coriacos) son un pueblo indígena del krai de Kamchatka, en el Extremo Oriente ruso. Tradicionalmente, se han dividido en dos grupos principales: Nemelan (Nymylan) (habitantes costeros, con un estilo de vida más sedentario basado en la pesca); Chauchen (Chauchven) (pastores de renos nómadas, cuyo nombre significa "ricos en renos").


Fuente de la imagen: La dura vida de un pueblo nómada en Siberia (Fotos) - Russia Beyond ES

© Diana Durán, 21 de abril de 2025

LAS AGUAS BAJARON TURBIAS

 


Fotografía. Laureano Correa

Las aguas bajaron turbias

Fue la peor catástrofe del siglo en la región. Una tormenta copiosa seguida de inundación en una ciudad cercada por límites físicos de todo orden: terraplenes, caminos, canales, alcantarillas en mal estado, entre otros obstáculos. Todo confluyó para que “las aguas bajaran turbias” (1), literal la metáfora, hacia los sitios contiguos al mar. Tampoco se salvaron el centro ni los barrios de clase media. Las imágenes eran dramáticas y penosas. Los más jóvenes con el agua arriba de la cintura intentaban circular para rescatar sus cosas y ayudar a sus familiares. Los ancianos y los niños se refugiaban en los pisos altos, desvanes y hasta en los techos. Inútil salvar algo que estuviera en subsuelos o plantas bajas. Los que pudieron preservaron sus vidas. Otros, lamentablemente, no lo lograron. La televisión mostraba imágenes desgarradoras de las pérdidas y los salvatajes. Los autos navegaban llevados por las corrientes hasta estrellarse contra obstáculos urbanos y otros se apilaban como cajas de cartón arrastrados por torrentes feroces. Los árboles se doblegaban por la fuerza del agua y todo tipo de materiales como masas informes era impulsado por la corriente hasta enredarse en marañas indefinidas. Un hombre se agarraba de un poste luchando contra la deriva para no ser arrastrado. Nunca se supo si se salvó. Eran imágenes que sin pudor mostraban los medios. El agua destruía todo a su paso al entrar en casas, negocios y garajes, pero también convertía plazas y parques en piletas. No se salvaban ni las bibliotecas de las universidades y colegios. Los libros flotaban arruinados.

A medida que avanzaba la noche la humedad penetraba en cada cuerpo y lo hacía temblar de frío y miedo. La pavura de perder la propia vida y la de familia y amigos era escalofriante, pero también la certeza de que sus viviendas sufrirían daños lamentables. Se ahondaba la sensación de inseguridad de cada uno de los evacuados. Fue una noche de brujas, de terror, de silencio, de absoluta soledad, aunque muchos estuvieran acompañados.

Las horas no pasaban, pero el nuevo día llegó inexorable y con él el tiempo de volver o de saber lo que no se quería saber. Qué había pasado… Para los evacuados no era posible, estaban reunidos en escuelas, iglesias y otras instituciones; hasta en casas particulares. No conocían dónde estaban sus seres queridos, no había luz ni comunicaciones lo que aumentaba la angustia generalizada.

Así de delirante era la situación no prevista por las autoridades, no anticipada, más que a posteriori, por todos los niveles jurisdiccionales. Había estudios enjundiosos sobre la posibilidad del riesgo desde años atrás y, sin embargo, no se habían tomado en cuenta. Yacían en los escritorios de los aspirantes a doctorados o presentados en congresos por prestigiosos investigadores; o permanecían indiferentes en la virtualidad. Habían sido inútiles frente a la desgracia, si bien después fueron consultados por los medios. Qué nivel de responsabilidad le correspondía a cada uno es una cuestión para discernir.

En cambio, la solidaridad comenzó a manifestarse para equilibrar tanto descalabro social y natural. En cada punto, en cada lugar del país la población empezó a reaccionar. Juntaron todo lo que pudieron y lo llevaron a diversos centros de acopio. Toneladas de ayuda de personas desinteresadas y conmovidas.

Algunos objetos eran innecesarios, según lo difundió un miembro de la Cruz Roja que en un programa televisivo sentenció que no se requería ropa porque no era posible clasificarla. Advirtió que era mejor depositar dinero. Pero la gente no quería eso, quería dar lo que tenía. Que un pantalón, remera o pullover propios abrigara a alguien con nombre y apellido: a algún niño, a una anciana, a un pobre de los tantos sufrientes afectados. Nadie tenía la receta de cómo debía ayudar, pero en cada club, en cada parroquia, en cada escuela se acumulaban agua, lavandina, prendas, juguetes, enseres de todo tipo. Lo que podían, lo entregaban.

Sentí el corazón desgarrado al ver tanta desgracia, tanta pérdida cercana a mi lugar. Punta Alta también había sufrido lluvias torrenciales y evacuaciones, pero no tanto como Bahía Blanca. Me senté en una silla y luego de separar la ropa de abrigo que ya no usaba, la más linda y cómoda que pude encontrar en mis placares, la doblé con parsimonia y prolijidad, la clasifiqué, la envolví minuciosa. Luego la llevé a un club cercano a mi casa. Incluso algunos recuerdos preciosos que guardaba de mis nietos. Entonces me sentí satisfecha.

A la noche lloré cuando ese conocedor de los desastres dictaminó a viva voz que no era necesaria. Me sentí una refugiada afectiva más. Había reunido memorias tangibles de cuando trabajaba, de cuando salía a pasear o ropa cotidiana, de entrecasa, con la que vivía mi vida que no había afrontado ninguna calamidad natural. Mis pertenencias anónimas terminarían, según el destino anunciado, comidas por las ratas o producirían enfermedades y deberían ser quemadas como lo había sentenciado un ignoto señor.

© Diana Durán, 15 de marzo de 2025

 



[1] Las Aguas Bajan Turbias es una película argentina de Hugo del Carril basada en la novela El río oscuro de Alfredo Varela (quien también colaboró en el guion).

TEMPESTADES

 


Creado con IA

TEMPESTADES

 

Fue un verano distinto, no tanto por el calor sino por la sequedad del ambiente. Parecía que los rostros se resquebrajaban. A cada rato había que cubrirse de crema porque, en caso contrario, se sentían las manos y la cara marchitas.

En la pequeña localidad al pie de la serranía donde vivía con Sebastián y mis hijos, las calles eran de tierra. El polvo que las máquinas regadoras siempre lograban asentar había empezado a formar torbellinos. Éstos ingresaban a las casas y lo cubrían todo con una pátina cenicienta. De nada servía limpiar, porque al poco tiempo había que volver a empezar. Las casas parecían deshabitadas porque los vecinos cerraban puertas y ventanas de día y noche. Si entraba un remolino terroso a una vivienda se tenía que barrer todo de nuevo. En realidad, se iban superponiendo capas que ni la mujer más abnegada podía baldear.

La primaria y el jardín de infantes estaban clausurados. No había personal que pudiera sacar la tierra de aulas, muebles y patios. Eso suponía que los niños estuvieran encerrados en sus casas todo el día, en un lugar como el nuestro donde siempre habían retozado en libertad en bosquecillos, parques y valles de los arroyos. Conocían a la perfección estos sitios. Mis dos hijos varones eran líderes de esas pandillas. Cuando los problemas se profundizaron, el intendente decidió que no comenzaran las clases.

Los aromos de la calle principal, el bosque en galería de los cauces perimetrales del pueblo y la verde armonía de los árboles que poblaban los lotes estaban cubiertos de polvo. Todo el ambiente se había teñido de un tono pardo triste y oscuro. Pero no solo eso, había empezado a escasear el agua y las canaletas estaban tapadas. Para enfrentar la situación se formaron cuadrillas de hombres preparados para limpiar y destapar por si se produjera una lluvia que pudiera traer alivio a la situación.

La asamblea comunal se reunió una mañana para tomar decisiones sobre qué hacer frente a un fenómeno tan excepcional. Luego de mucho debatir, se llegó a la conclusión de que nada era mejor que intensificar la limpieza de sumideros. Solo se podía esperar a que una buena lluvia se encargara de frenar los remolinos y acarrear la polvareda ambiental.

Algunos hombres, entre ellos Sebastián, se habían aventurado a salir del pueblo para saber qué sucedía en las cercanías. A veinte kilómetros la situación era parecida, aunque el cielo se despejaba temporariamente y las aguas corrían límpidas. Tampoco se veían mangas desplazándose por doquier. Volvieron algo confundidos por las inciertas evidencias. Nuestro pueblo era el único de la comarca azotado por el polvo. Cosa de mandinga, se decía por allí.

Los más arriesgados salieron a revisar el entorno, cerca del pie de los cerros y se sorprendieron al encontrar animales alrededor de una laguna casi seca. Compartían el ambiente especies como jabalíes, ciervos, liebres y aves grandes -garzas y águilas moras- apostadas en las orillas mientras bebían tranquilas en ese humedal. La fauna estaba en paz.

Continuaron los días áridos y sedientos hasta que una noche sin estrellas, todo se trastocó. No había previsión meteorológica de lluvias intensas. Primero empezó a tronar, luego se iluminó el cielo a través del polvo todavía reinante con tremendos relámpagos y sobrevino un frente de tormenta imprevisto. Los torbellinos fueron reemplazados por tormentas eléctricas. Estallaban truenos ensordecedores y los relámpagos descargaban la electricidad entre las nubes o, lo que era peor, entre las nubes y la tierra o los árboles. Se veían líneas zigzagueantes de luz y chispas refulgentes que iluminaban la oscuridad del pueblo a través de la bruma persistente.

Al poco tiempo, el espectáculo avanzó sobre la naturaleza y el terruño, llevándose todo a su paso. Nos refugiamos como pudimos. Las ráfagas de viento zumbaban ensordecedoras. Nuestros hijos tan baqueanos se abrazaban a nosotros que les pedíamos se soltaran para hacer otras tareas. No nos queríamos quedar mirando el espectáculo sin actuar. Teníamos la sensación de inminencia y tensión por lo imprevisto. Siguió el granizo, grandes bolas estridentes golpeaban el techo y nos hacían sobresaltar. No era gracioso como en otras ocasiones y ninguno se atrevía a salir a recogerlos. Luego sobrevino un aguacero tan intenso como nunca habíamos sufrido. Cayeron baldazos de agua durante horas. Sebastián quería salir a ver qué pasaba, pero yo no lo dejaba, era peligroso. Los arroyos empezaron a cargarse; escuchábamos las rocas de sus lechos chocar una contra la otra con furia y nos imaginábamos una avenida que podía salirse de los cauces. Así estuvimos durante horas sin dormir hasta que el agua comenzó a entrar por debajo de los zócalos. Entonces nos pusimos manos a la obra para evitar que se inundara la casa. Buscamos cuanto plástico, trapo y papel había en ella. Luego no hubo más remedio que empezar a sacar el agua que se colaba con escurridores. El techo tenía filtraciones así que pusimos baldes en el piso donde había goteras. Nuestro jardín tenía que infiltrar, pensábamos, pero no, los gotones habían tapado el suelo que ya no era poroso por culpa del maldito polvo de la sequía previa. Vimos que nuestro auto comenzaba a moverse peligrosamente de donde estaba estacionado. Sebastián me advirtió que iba a salir para acomodarlo. Le dije que no, que no importaba. Se fue igual. No volvió. En la oscuridad no podía saber qué le pasaba. Lo llamé primero tranquila, luego comencé a gritar con desesperación. Percibí que una masa de agua y barro corría por la calle de tierra; atiné a abrazar a mis hijos y subir al primer piso de la casa. Vi entrar el agua con lodo al comedor, la cocina, el baño y también comprendí que arrasaría todas nuestras pertenencias. La casa crujía y un hedor pestilente provenía del exterior. El celular no tenía conexión, estaba incomunicada. Sentí mucho frío y arropé a mis hijos que lloraban. Pasamos toda la noche estrechados y finalmente caímos rendidos. Me despertaba como de una pesadilla a cada rato, pero el sueño me vencía.

Llegó el amanecer. La tormenta brutal había pasado. Los pisos de la casa se habían escurrido, pero estaban cubiertos de lodo y todos los muebles y enseres yacían mezclados y destruidos. Solo me importaba Sebastián en este momento. Atravesé la puerta para buscarlo pensando en lo peor y lo vi llegar desde el centro entre el barro y las rocas con paso lento y agobiado. Había estado ayudando a los bomberos. Él se había salvado. Nosotros también.

Todo lo demás era un cuento de terror que se había terminado. La mole serrana y el fenómeno ruinoso no nos habían vencido.

Azorados supimos más tarde que los pueblos aledaños no cubiertos de polvo fueron arrasados por aludes. Algo extraño había sucedido que las ciencias meteorológicas no podían explicar.


© Diana Durán, 10 de marzo de 2025


TERRITORIOS AUSENTES. NUEVO LIBRO DIANA DURAN

 



El nuevo libro de cuentos de Diana Durán, titulado "TERRITORIOS AUSENTES" con prólogo de Héctor Correa y los siguientes cuentos:

I. ITINERARIOS

Viaje tras la ventanilla del micro
De puro vagar
Mi lugar en el mundo
Crisis en la Gran Ciudad
Una carta sorpresiva
Tierra prometida
Despedida y retorno

II. AMBIENTES

El sur
La selva sin mal
Aventuras fraternales en tierras de Tucumán
Milagro en la fuente de las Cibeles
Finde semana en Villa Ventana
El nido
El riesgo de un castigo
Hallazgo serrano
Frente a los incendios
La resistencia y la memoria
Devastación en el entorno prehistórico
Reflejos de una catástrofe
Del bosque chaqueño: nuestra querencia


III. COSTUMBRES

Los motoqueros del barrio
Pasión futbolera
Revelación infantil
Ascenso en las Torres de las Catalinas
Tiempo de volver
Juicio a la Esperanza
Culpas de vestido largo

IV. TERRITORIOS INTERIORES

Interminable espera
En el jardín de siempre
Delirios
Rompecabezas
Amnesia y territorio
El piano abandonado
El albañil

Para obtenerlo comunicate por:

 2932-521423
Correo diana.a.duran@gmail.com

Facebook Diana Durán

Instagram: diana.duran19




POESÍAS DE ALUMNOS DE VICTORIA, ENTRE RÍOS

 


Los alumnos de tercer año de la Escuela Secundaria N° 6 de Contexto Rural de Rincón de Nogoyá, Victoria. Entre Ríos.

En el marco del trabajo con el cuento "El Riesgo de un Castigo" de Diana Durán, perteneciente a la colección Cuentos Territoriales, los estudiantes de 3er Año del Ciclo Básico de nuestra Escuela Secundaria N° 6 de Contexto Rural de Rincón de Nogoyá, Comuna del Departamento Victoria, Entre Ríos, han creado valiosas producciones que reflejan la emoción y la pérdida que sintió una familia durante una sequía.

A partir de sus experiencias personales y entrevistas realizadas en nuestra comunidad, que ha sido afectada por la bajante del Río Paraná y la situación hídrica y productiva de la zona, nuestros estudiantes han logrado plasmar en poemas y raps, la esencia de la historia y su conexión con la realidad que viven.

Con esta actividad, se buscó interpelar la realidad, tomar consciencia y destacar la importancia de preservar y velar por nuestros bienes comunales naturales, como el Río Paraná y el suelo que nos brindan vida y sustento. 

Prof. Nicolás Jara


Aquí los poemas y raps


RAP DEL ABUELO

Joaquín Pensotti

Mi familia fue bondadosa y por bondadosa fue hermosa

Dios quiera que en el futuro no le haga cualquier cosa

siempre vivimos del campo y aunque fue complicado siempre pudimos comer gracias a nuestro ganado.

Yo nací allá en Grecia desde chico planté vid luego vine pa’ Argentina supe lo que era vivir.

Ahora se me secó el campo yo no sabía qué hacer

se me murieron las vacas

ya no tengo pa’ comer.

 

Mi familia siempre fue buena se tuvieron que esfozar para buscar la comida en el campo trabajar mis dos nietos estudiaron a Córdoba se fueron

pa’ pagarles los estudios me costó bastantes ceros.

 

RAP

Emiliano Gaitán

El abuelo vino de Grecia.

Con la emigración

culpa de las guerras y su frustración.

 

Llegó a Entre Ríos

de fauna

llena de vida

de tierra fértil

donde todo era alegría

con esta paz y toda la armonía

pero todo esto un día cambiaría

porque se aproximaba

una gran sequía.

 

Todo era caos, emigraciones de animales y bomberos apagando

incendios forestales.

 

La familia perdería todo lo que habían logrado y para tener comida

malvendían sus ganados

hace tiempo no llovía

los campos se habían secado.

 

Después de un largo tiempo

la lluvia vino y para celebrar se juntaron con amigos

en chiste el abuelo dijo

sequía yo te maldigo

todos ya felices

porque creció el trigo

pero aprendieron

lo que es el riesgo de un castigo.

 

INFIERNO ENTRERRIANO

Bruno Cáceres

Que fea pérdida

sufría la familia

que el ganado perdía

culpa de la sequía

 

Don Rambo sufría

Por el campo sin vida

Testigo sería

Del castigo que venía.

 

Un incendio azotaría

A la provincia ya perdida

Por mucho que rezarían

La lluvia nunca llegaría.

 

Un infierno pasaría

Esa pobre provincia

Por culpa de los humanos

Por demasiado pasaría.

 

 

LA NATURALEZA

 

Micaela Graff

 

En el campo de mi familia

como un castigo del cielo

Llegó un día la sequía

Que, sin piedad, azotó.

 

El sol ardiente quemaba,

la tierra dejó sin vida.

Sin rastro de agua ni pasto

nuestro ganado sufría.

 

El incendio que siguió,

Fue una guerra declarada

Mi familia me guió

Para seguir en esta vida condenada.

Aprendimos una lección.

Cuidar la naturaleza, tener otra intención

Y cuidar esta belleza.

 

DOLOR

Agustina Albornoz

Increíble el dolor sembró

esta pérdida en mi corazón

Tal vez en otra vida

En esa vida no había sequía. Tal vez... "En otra vida"

Tal vez en otro universo

En este universo estábamos todos contentos

Tal vez... "En otro universo"

Tal vez en otra época

La inundación era mito

Y la sequía era leyenda

 

Tal vez... "En otra época"

 

En esta vida

Todo es tristeza y dolor Que esta sequía

Sembró en mi corazón

 

Agradezco profundamente este trabajo tanto del profesor Nicolás Jara como de sus alumnos.

Diana Durán, 10 de diciembre de 2024

ENCUENTRO EN EL MONTE. UN MAESTRO Y DOS MÁSCARAS

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