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ENCUENTRO EN EL DELTA

 


Escultura de Alberto Bastón Díaz. Isla El Descanso.


ENCUENTRO EN EL DELTA

 

No podían compartir la vida cotidiana. Allí estaban, juntos y más allá, alejados y a la vez próximos. Pertenecían a una misma historia, pero en realidad solo se sucedían días de espera hasta la próxima cita en un café.

Eres complejidad, contradicción, esencia eterna, cúmulo de sensaciones, plenitud, inclusión, deseo, perplejidad, sombra eterna y abarcadora. Le escribió ella y él respondió con besos eternos.

A pesar del ímpetu de los sentimientos, la insatisfacción los acompañaba. No podían cumplir sus expectativas. Definir un futuro en común era muy complejo.

Llegaron en una lancha a la isla “El Descanso” a orillas del arroyo Sarmiento del Delta del Paraná. Los dueños habían creado una original fusión entre la naturaleza, el paisaje y el arte al aire libre. Recorrieron el albardón con sus frutales, se detuvieron en cada planta florida y fotografiaron cada pájaro que lograron avistar. Un manto de rosales los envolvió con su perfume. Descansaron un rato sentados en una pérgola singular construida en madera con techo de metal en forma de hexágono.

Varias esculturas metálicas muy bellas diseminadas en el jardín, obra de escultores vanguardistas. Había un conjunto de atriles expuestos como una orquesta esperando a sus integrantes; un modelado de perros y caballos en bronce; una ninfa azul recostada, entre muchas otras composiciones. Una más exquisita que la otra. Pero una extraña figura de hierro llamó especialmente su atención. Semejaba una flor con pétalos pardos de distintas formas que se extendían rígidos hacia el cielo. Moderna y desafiante se destacaba entre los rosales que la rodeaban. Había muchas otras esculturas en los jardines, pero por alguna razón esta era especial y estuvieron largo rato admirándola.

Presenciaron el atardecer abrazados y expectantes. Rosados, violáceos y naranjas fulgurantes acompañaron el ocaso hasta que el sol se escurrió entre los álamos y sauces del solar en el que refugiaron su historia.

Henchidos de naturaleza cenaron tranquilos antes de comenzar el diálogo decisivo. No tenían otra salida que enfrentarlo. ¿Vivirían juntos?

Encuentros, solo encuentros,

convergencias puntuales,

pocos minutos:

                         soledad.

Compartidas ausencias

                nos eximen.

Pero allí estamos,

juntos y más allá,

alejados y aquí.

 

No hay distancias.

No hay destierro.

Perteneces a la historia.

Integras la conciencia.

No hay día ni noche.

 

Superpoblando lo cotidiano, estás.

 

Allí estaban, otra vez juntos insistiendo en encontrar un resquicio, una salida. Ella lo miró a los ojos, intentó atraparlo con abrazos, hasta le rogó. Él le respondió con suavidad y lágrimas en los ojos, abrazándola, pero sin darle una propuesta concreta.

A pesar del ímpetu de los sentimientos, la insatisfacción los acompañaba. Definir un futuro en común era demasiado incierto para las circunstancias de ambos. Ella le proponía la unión, él era temeroso de hacerlo.

No hubo acuerdo, primaron las reservas y la prudencia de él. Cuando partieron a la tarde siguiente ella advirtió que los pétalos de la escultura que habían admirado semejaban a cuchillos que se le clavaban en el corazón.


 © Diana Durán, 11 de abril de 2022

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