TIEMPO DE VOLVER
I
¡Cómo han cambiado los tiempos! expresó
con voz triste. Antes todas las tardes miraba las novelas con tu madre y durante
los avisos contábamos los acontecimientos sociales del momento. También
hablábamos del futuro de mis queridos nietos. Juntas tomábamos el té con scones
calentitos que yo preparaba. Ustedes, dos sabandijas de ocho y diez años
correteaban entre nosotras alrededor de la mesa; jugaban en la terraza con
trastos viejos o en la vereda con una banda de chicos de la vecindad. ¡No
paraban en todo el día!
Yo intentaba imaginar lo que
me contaba la abuela. Ya tenía trece años. A la vez vigilaba el celular que sostenía en mi mano derecha para ver si había algún mensaje. Siempre me habían
interesado las historias de la nona, pero ya no le prestaba tanta atención. Mis ojos se desviaban
hacia un costado como tirados por un hilo invisible, atraídos por Facebook o “Angry Birds”, mi juego preferido del momento.
II
Pero, mi querido, hace media hora que está el
plato en la mesa y no terminás de comer, ¿qué te sucede?, ¿no tenés hambre?,
¿comiste antes de venir?, ¿por qué te reís solo?
A finales del secundario, iba a almorzar los
viernes después del colegio. La nona cocinaba como nadie, me hacía ravioles con
tuco, pastel de papas, empanadas y flan de chocolate con dulce de leche. En ningún otro lugar comía
tan rico. Mientras almorzaba trataba de escucharla, pero por más
que lo intentaba no entendía qué me decía. Mi cabeza estaba en otro lado,
jugaba al “Mini Soccer Star”, controlaba los mensajes del WSP
y me reía solo con un video de Tik Tok. Todo al mismo tiempo. Oía muy despacio la
voz de la abuela, pero me daba cuenta de que poco a poco se iba apagando o era yo
que no la atendía más.
III
¡Qué barbaridad! Cuando ustedes vienen los
domingos a almorzar están con las cabezas gachas, inclinadas hacia los
celulares. Casi no se habla en la mesa. Los chicos emiten unos sonidos
guturales para contestar. “Mmm, sep, bue…” Así hablan. Parece que los
molestáramos. Ya no hay diálogo en el almuerzo. En realidad, son todos, hija, son
cuatro celulares que los aíslan a unos de los otros como en una Torre de Babel.
Al aparatito ese yo lo dejo en el dormitorio, bien lejos cuando estoy con
ustedes porque los quiero ver y escuchar, pero solo logro contemplar sus
cabelleras, porque las caras no se distinguen.
Estoy preocupada, mamá. Marcos está cada día
más aislado. Cuando viene del colegio se encierra en su habitación y lo escucho
con los video juegos. Después se duerme una larga siesta porque se ve que no lo
hace de noche. Creo que se queda hasta altas horas vagando con el celular. Además,
en el colegio viene bajando las calificaciones del último trimestre. Yo lo
reto, le digo que le voy a sacar el celular, pero no me hace caso. El padre
está demasiado ocupado como para llevarme el apunte. Hija, desde hace años que
veo “in crescendo” esta situación. Me parecía que era yo la única que se daba
cuenta. Incluso se los he advertido alguna vez. No solo por Marcos, sino por
todos ustedes. Se acabaron las conversaciones, solo emplean oraciones cortas
entre largos intervalos en que cada uno está en lo suyo.
La abuela quedó más turbada que antes.
IV
Me siento mal, tengo miedo y no sé por qué. Me
lloran los ojos. Tengo el cuello contracturado y duros los dedos de la mano. No
puedo dormir. A veces no lo hago en toda la noche. Otras caigo a las cinco de
la mañana. Después me duermo en el colegio. Me retan o me bajan las notas. Creo
que este año por primera vez me voy a ir en cuatro materias directamente a
marzo. Un día se me rompió la pantalla del celu y hasta que no me la arreglaron
me sentí tan ansioso que no podía pensar bien. Estoy confuso y atontado. Mamá
quiere que vaya a un psicólogo. Buscó en Internet y por lo que encontró dice
que debo tener “nomofobia” (1). Un nombre raro por el
solo hecho de usar un poco de más el celular. Todos los chicos lo hacen. Igualmente,
no tengo ganas de estar con mis amigos, prefiero estar solo, así que ese no es
el problema.
Es una lucha, no quiere saber nada de atender
a su enfermedad. Va a volvernos locos a todos o lo voy a tener que llevar a la
fuerza. Temo por su equilibrio en todos los órdenes. ¡Ay, hijo querido!
V
Aunque no quería aceptarlo, finalmente
fui a una terapeuta. Primero me sacó el celular por un día, luego por dos y así
hasta llegar al mes. ¡Horrible! Como si fuera una droga que no podía dejar de
consumir. Tuve bajones tremendos, mejorías y nuevas caídas. De a poco, muy de a
poco comencé a hacer otras actividades. Primero fui a yoga que me permitió
dominar la respiración agitada y mi alteración permanente. Finalmente volví al
fútbol, mi gran pasión. Con el deporte me acerqué a mis compañeros de siempre.
Volví a ser persona.
Mi abuela me recibe feliz en su casa
los viernes. Ahora podemos conversar y como las delicias que me cocina.
© Diana Durán, 14 de octubre de 2024
(1) La adicción al móvil se conoce como nomofobia, y se refiere a un patrón de comportamiento compulsivo y problemático
en relación con el uso excesivo y descontrolado del teléfono móvil.