TIJERAS

 


Foto: Diana Durán

TIJERAS

Caminaba por un sendero que bordea el lago Gutiérrez. Todavía había cenizas en el ambiente, restos de la erupción de un volcán en Chile. Era hermoso contemplar el estrecho lago con sus aguas quietas. No había viento, pero sí una bruma formada por el polvo en suspensión que aún cubría el paisaje. El azul del lago se había transformado en un celeste grisáceo.

El sendero, de camino a la cascada de los Duendes, serpenteaba entre rocas antiguas, troncos derribados, raíces aflorantes, cañas coligües, cónicos cipreses, enhiestos coihues y milenarios alerces. Mis huellas se estampaban en un suelo polvoriento cubierto de ceniza. A medida que ascendía, los árboles se tornaban más achaparrados lo que me permitía ver la fusión del cielo, el bosque y el lago. Era el equilibrio de la naturaleza.

Después de media hora de camino zigzagueante llegué a la pequeña cascada donde paré a descansar. Algo me distrajo. Brillaba semienterrado un objeto plateado. Me acerqué lentamente. Primero lo toqué con una rama con cierto temor.  Estaba sola. Al desenterrarlo vi que era una simple tijera de acero. Sin saber por qué, la guardé en mi mochila.

Pocos minutos después continué la travesía. Restaban ochocientos metros de ascenso para alcanzar mi destino en el Mirador, desde donde divisaría las encumbradas agujas del cerro Catedral. Allí esperaba encontrar a otros mochileros. Transcurridos trescientos metros el cielo se tornó irreal, totalmente plateado. No había una nube baja, ni restos de bruma volcánica. Era otra cosa, extraña e inexplicable. Los árboles también se habían transformado. Los anillos de tijeras gigantescas rodeaban los troncos metálicos. Las cuchillas eran las ramas que se elevaban como flechas a una atmósfera color plata. Formaban un bosque artificial en el que cada árbol tenía una silueta semejante a la natural, pero de acero. No podía caminar porque el suelo se entremezclaba con un sotobosque de agujas de metal. Se escuchaba el tintinear de las ramas en un golpeteo rítmico. Veía cuchillas que se rozaban unas con las otras como en un extraño juego de esgrima. No lograba atravesar ese sendero. Era una especie de yacimiento de tijeras en el páramo de altura.

Perpleja busqué la tijera en la mochila. No la encontraba en la mezcla de trastos. El mundo de acero continuaba acechándome. Seguí intentándolo hasta que extraje del bolsillo de mi morral algo que no era una tijera. Era un brote, un pequeño renoval de ciprés. Decidí acercarlo con cuidado al suelo y taparlo ligeramente. De improviso el bosque volvió a ser de madera; el cielo, otra vez brumoso y el lago se tornó azul.   

© Diana Durán. 3 de octubre de 2021.

 

5 comentarios:

  1. Bello, me encantó!!! Mucha imagen visual y con mensaje claro! Te felicito y acá estaré esperando el siguiente 💕

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    1. ¡Gracias Luján! Tus palabras son muy alentadoras...

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    2. Me encantó, me tele transporté a los bellos paisajes de nuestra patagonia

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    3. Me alegra mucho que le haya gustado el cuento.

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