Tornado de 1985 en Dolores. Diario Criterio. Dolores
LA
SOMBRA DE CATALINA
Dolores es un pueblo del
interior de la provincia de Buenos Aires. Como profecía de su nombre, allí se sobrellevaban
considerables angustias pues sus habitantes vivían asediados por los tornados y
las inundaciones que periódicamente ocurrían en el lecho del río Salado.
Era una población sufriente
desde sus inicios. Sin embargo, tuvo el honor de ser el “Primer Pueblo Patrio”,
primigenio lugar fundado en 1817 por el naciente Estado argentino luego de la
declaración de la Independencia. En 1821 fue arrasada por tribus indígenas y repoblada
en 1827. También fue perdedora en la rebelión llamada “El Grito de Dolores”
contra el gobernador Juan Manuel de Rosas.
Las tradiciones dominaban el
estilo de vida de sus habitantes. Todos los vecinos se conocían. Las maestras,
el comisario, el intendente, el cura, hasta los viajantes y forasteros formaban
un conjunto variopinto de personajes típicos de los pueblos pampeanos.
Catalina, bella entre las
bellas, llegó a Dolores un día de otoño de 1984. Era una muchacha de no más de treinta
años, alta, de cabellos largos y ondulados; ojos negros, profundos y
expresivos. Tenía una extraña mezcla de encanto, fuerza y misterio. Emanaba de
sí un halo de enigma que comenzó a causar dudas en un poblado indiscreto donde
todos se conocían.
Bajó de un micro medio destartalado
con sus pocas pertenencias. Sentía angustia ante lo extraño. No sabía adónde ir
hasta que encontró alojamiento en un modesto departamento de un solo ambiente,
a pocas cuadras de la Plaza Castelli.
Nadie sabía quién era ni de dónde
procedía. Los hombres empezaron a murmurar y las mujeres a chismosear. ¿Qué
hacía sola tan hermosa viajera desconocida? ¿Cuál era su pasado? ¿Qué venía a
hacer al lugar? Su sugestivo modo de caminar y su encantadora voz eran el corrillo
entre los parroquianos que frecuentaban los bares y las pueblerinas que tomaban
el té todas las tardes en los patios dolorenses.
Una vez instalada con sus
mínimas pertenencias, la joven se empleó en un hogar de abuelas como mucama.
Había encontrado un cartel al caminar por la misma calle Belgrano donde quedaba
su departamento. Catalina no parecía destinada a ser doméstica, pero necesitaba
el trabajo. Inicialmente no se inmutó por los chismes que le llegaban por boca
de sus compañeras de labor. Se decía que había sido una mujer de mala vida
escapada de la gran ciudad; que había abandonado a sus pequeños hijos; que era
una viuda venida a menos. Ella siguió con su vida. Además, se sentía cómoda con
las ancianas con quienes dialogaba e interactuaba con mucha ternura y calidez.
Hasta les cantaba con gracia, cuando su trabajo se lo permitía, para que
durmieran tranquilas.
La vecindad no se destacaba por
ser cuidadosa con sus comentarios y enseguida se corrió la voz de que Catalina
recibía extraños en su departamento, cosa que nadie había constatado
fehacientemente. Sin embargo, el rumor se echó a correr pronto por la ciudad.
Mientras tanto, Catalina iba de su casa al trabajo y del trabajo a su casa sin
mostrar interés en relacionarse con nadie, excepto en su trabajo y por
obligación.
Los hechos que continuaron
demostraron qué clase de persona era. A finales de la primavera un tornado
provocó gran destrucción y la ciudad quedó sitiada por las inundaciones. Ocurrió
el 25 de noviembre de 1985 en horas de la tarde cuando el gigante invisible de
tierra y viento arrasó todo a su paso. El panorama fue desolador: muchas casas,
plazas y la periferia urbana fueron destruidas. Se trató de la noche más larga
y triste de que se tuviera memoria en la localidad. Las zonas más castigadas fueron
la calle Olavarría, Plaza Moreno, el Asilo de Ancianas y el barrio de los
frigoríficos.
Catalina se ocupó de las mujeres
del hogar. Algunas no podían movilizarse y demostró dotes de enfermera al
realizar los primeros auxilios a quienes estaban lastimadas por las roturas que
había producido el tornado. Fue la verdadera protagonista entre muebles y
trastos destruidos. No descansó hasta que la última residente estuvo a
resguardo. El “Compromiso”, diario pionero del pueblo destacó en una nota su
valentía y arrojo.
Pasados los crueles eventos
meteorológicos se supo que la muchacha había trabajado en un hospital muy
importante de Buenos Aires de donde la habían despedido por reducción de
personal. Desde la catástrofe se la reconoció y nadie más se atrevió a murmurar
sobre ella.
A los pocos meses de la
tempestad, Catalina se marchó sin dejar rastros. Nunca había aceptado que la
maltrataran con corrillos maledicentes. Se había sentido humillada y difamada
desde los inicios de su estadía. Atrás quedaron las consecuencias calamitosas
del tornado y sus queridas ancianas. Una de ellas preguntó confundida al no
verla, ¿dónde está mi heroína, mi querida Catalina?
La muchacha volvió a Buenos
Aires, la ciudad del anonimato, donde no le interesaba a nadie que regresara a trabajar
de noche como una desconocida artista de cabaret.
© Diana Durán, 19 de mayo de 2025