LA TIERRA PROMETIDA
Desde pequeño sintió en carne propia la manera autoritaria en que lo trataba.
Rafael, ¡ordena tu habitación! Rafael, ¡báñate ya! Rafael, ¡ven a comer
inmediatamente! Nunca se lo decía con cariño, jamás un ¿puedes hacerlo? o
una frase que denotara ternura.
Sin embargo, él se resistía a decaer. Sabía cómo hacer para que esas
órdenes le resbalaran. De muy chiquito había sido travieso. A la mujer no le
hablaba como a una madre. Le decía, ya voy, señora, pero huía al jardín
a jugar a las canicas o a buscar escarabajos. Espere un poco, y se ocultaba
debajo de la cama con dos soldaditos de plástico porque la guerra de fantasía le
resultaba más atractiva que cumplir órdenes. Lo mismo sucedía al volver de la
escuela. ¿Hiciste los deberes?, le preguntaba terminado el almuerzo. O
le gritaba desde el balcón ¡ven de inmediato que te esperan los mandados!
cuando recién había comenzado el partido de fútbol en la cancha de enfrente. Nunca
un beso o un abrazo al irse a dormir.
Rafael cumplía con recelo los mandatos impartidos o no los acataba por
lo que caía en penitencias. Sin embargo, aguantaba el trato poco cariñoso y las
frecuentes injusticias. Era el cuarto niño de una familia de acogida, el más
chiquillo de dos mujeres y dos varones. De pequeña altura, menudo para sus diez
años, de pelo azabache, penetrantes ojos negros y rodillas siempre lastimadas.
Querido por sus amigos y maestros por inteligente y pícaro.
Vivían en un departamento al suroeste de Madrid en Pan Bendito, una de las
barriadas periféricas de la gran ciudad, habitadas por clases bajas e
inmigrantes. Era un sitio de aspecto homogéneo donde los edificios de ladrillos
rojizos y desteñidos conformaban bloques de más de cinco plantas. Para
felicidad de Rafael moraban frente a un gran parque deportivo. Amaba ese lugar
donde se sentía libre y seguro, lejos de la familia disfuncional que le había
tocado en suerte. El niño nada sabía de sus verdaderos padres.
A
pesar de la crianza autoritaria, Rafael nunca fue sumiso. Los mandamientos y
las reglas no encajaban con su personalidad. Era libre, había nacido así, no lo
amilanaban las sujeciones y advertencias inflexibles. Tampoco los gritos y
malos tratos, especialmente de quien oficiaba de madre cruel y desamorada. Su
esposo ferroviario nunca estaba en la casa. Era una especie de fantasma que muy
de vez en cuando aparecía y cuando lo hacía estaba fatigado y ceñudo como para
tratar con los niños.
Desde
chico Rafael había soñado con irse de la casa. Descubrir nuevos horizontes.
Imaginaba un destino mejor. En la escuela habían leído Las aventuras de Tom
Sawyer quien se convirtió en el ídolo de su infancia. Ya encontraré un
tesoro y seré rico, pensaba. Cumpliría su deseo, aunque conocía sus
límites: la corta edad y la falta de dinero. ¿Adónde iba a ir? No confiaba
tampoco en sus hermanos con quienes hablaba poco y despreciaba porque
mendigaban cariño y, de esa manera, eran también rechazados sin piedad.
Rafael
se escapaba a su mundo de fantasía para soportar sus estudios en la Plataforma
Social Panbendito[1].
Emulaba, según los días y las circunstancias, a los personajes de los cómics: Zipi
y Zape[2],
Mortadelo y Filemón[3]
y El Papus[4].
Conseguía las revistas en la escuela o en la plaza porque nunca tuvo las suyas.
El universo de Rafael se confundía con esos personajes que aplicaba a sus sueños
y juegos imaginativos.
Rafael admiró de adolescente a La Excepción, un
grupo musical formado por jóvenes de su barrio que había triunfado al
interpretar hip hop con toques flamencos. Eran sus héroes porque habían
logrado salir del mismo extramuros donde él vivía y tener éxito en toda España.
Rafael había aprendido sus canciones y las cantaba como metáfora de futuro. Ruina,
no luchas por tu devenir, ruina, olor a sangre como elixir, de este barrio
tengo que salir, ruina, llama al alguacil, no va a venir.
El muchacho tuvo varios aprietos por querer escapar
de la casa de la familia que lo cuidaba. Siempre lo regresaban. Él quería más al
barrio que a esos lazos seudo familiares sin amor. Terminó la secundaria y
cuando tuvo dieciocho años decidió que era el momento.
Un día armó su mochila y partió. Tomó el autobús cuarenta y siete hasta
el final del recorrido, la gran estación de Atocha. Había ahorrado justo lo
necesario para viajar en un tren a Sevilla. Por alguna razón le atraía Andalucía,
un territorio promisorio, en el que dominaban el sol, los placeres y la esperanza.
Cómo no lo iba a cautivar esa región española si era la tierra de sus
ancestros, aunque él no lo supiera. La habían poblado una mixtura de íberos,
griegos, romanos, árabes y berberiscos. Los rasgos oscuros de Rafael, su alegría
y la calidez de su carácter lo semejaban a la gente de la región. Andalucía era
el lugar ideal para quien buscara disfrutar de la vida. Hacia allí fue el joven
sin saber de sus orígenes.
Se dedicó a mil oficios. Fue obrero, mozo, taxista hasta que encontró un
trabajo como guía de turismo. Se sintió libre y feliz. Llegó a tener su propia
agencia de viajes. Nunca volvió a saber de su familia de acogida. Olvidó por
completo las órdenes de la mujer. No encontró sus orígenes biológicos porque
tampoco los buscó. Su orfandad fue eterna.
[1] La Plataforma Social Panbendito es
una entidad salesiana que desarrolla su actividad en el popular barrio de
Madrid del mismo nombre para atender las necesidades sociales, formativas y
laborales de la población de pocos recursos.
[2] Dos hermanos gemelos muy traviesos que prefieren
jugar en la calle con sus amigos antes que ponerse a estudiar en casa.
[3] Cómic más popular de España, se publica todavía
hoy en día. Estos personajes nacieron en la década de los 50. Son dos agentes
secretos que siempre fracasan en sus misiones porque son muy torpes.
[4] Revista pionera en la crítica social de la época a
través del género del cómic y la sátira gráfica.
© Diana Durán, 30 de setiembre de 2024
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