Paisaje de Toledo. Foto Diana Durán
DESPEDIDA Y RETORNO
Celeste pasaba unas felices vacaciones con su familia
en Villa Gesell. Había alquilado un departamento durante todo enero. Era la
primera vez que se daba el gusto. Ese año había podido ahorrar para disfrutar con
sus hijos y padres un verano muy esperado. La calle 124 a pocas cuadras de la
costa era tranquila y residencial. Tenía la facilidad de ir al centro cuando
quería y bajar a la playa de mañana y al atardecer, sus horarios preferidos.
El celular sonó cuando estaba tomando una limonada en el
parador mirando el mar sereno. Los chicos jugaban con amigos a pocos metros y
sus padres se habían quedado descansando. Era la directora de Planeamiento que le
avisaba que debía reintegrarse al trabajo en pocos días. Le explicó que la
habían elegido para recorrer establecimientos educativos destacados de España
con un equipo ministerial. Luego aplicarían los resultados al contexto de la
Argentina. El viaje se iniciaría a fin de mes.
Debía decidir. Quedarse en la villa o ir a Europa. La
opción parecía fácil, pero Celeste sopesaba el contraste de la tranquilidad de
la costa con el hecho de trabajar intensamente en Europa. Significaría un gran
desafío para ella y un notable avance en su profesión. Pensaba en el mundo
desarrollado cuya educación se suponía para entonces, de mayor calidad que la
Argentina. ¿Trabajo o descanso? ¿Aventurarse a grandes desafíos o quedarse gozando
de su familia y el mar? No estaba muy segura, pero sabía que, si decía que no,
quedaría mal con las autoridades educativas que la habían seleccionado.
Todos intervinieron en la decisión. Los chicos no
querían que se fuese. Protestaban, mamá, es la primera vez que tenemos un
veraneo tan lindo, no te podés ir, decía Pablo, el de doce. Mamita, te
voy a extrañar mucho, agregaba Andrés, el de ocho. Los padres le insistían
en que no debía perderse semejante oportunidad. La experiencia profesional y el
hecho de conocer España sin costo eran de gran atractivo. Pronto recibió la
noticia de que irían a Madrid, Barcelona, Granada y Sevilla. En consecuencia, recorrerían
parte de España con el equipo designado y conocerían especialistas relevantes de
distintas regiones del país. Tiempo de aprendizajes, ¡cómo no sentirse atraída!
Acordó con sus padres que ella
retornaría en pocos días a Buenos Aires para preparar el viaje. Mientras
ellos y sus hijos podrían continuar las vacaciones en Villa Gesell hasta fin de
mes. Si bien estaban acostumbrados a compartir con los chicos, tendrían que
acompañarlos en sus actividades, ocuparse de las comidas, cuidarlos en todos
los órdenes sin su presencia. Habló con su exmarido, pero notó la reticencia ante
la posibilidad de tenerlos. Como siempre.
Llegó el día de la partida en Ezeiza. Cuando saludó a
sus hijos por teléfono sintió una especial amargura. ¿Cómo podía alejarse de esa
manera?, ¿qué estaba haciendo?, se preguntó apenada. Intentó olvidar esos
pensamientos para encarar una gran oportunidad profesional que la llevaría al
viejo continente. Partió el veintiocho de enero sola, sin adioses, junto a sus
cinco compañeras a quienes los familiares habían despedido con carteles multicolores y gran bullicio.
Arribaron a la capital española y comenzó el difícil trabajo
de comprender otra cultura, otros modos de vivir, aunque se trataba de una ciudad
muy parecida a Buenos Aires. Coincidían en el idioma y eso era un plus
cualitativo. Quienes la acompañaban formaban un grupo muy agradable y conocido
desde que había ingresado al ministerio.
Celeste recordaba a sus hijos en todo instante. No
estaba en paz. Las preocupaciones se le colaban en la mente, no solo por la
lejanía sino por la circunstancia de no haberse despedido en persona, si bien
lo había hecho en Villa Gesell. Hubiera querido verlos hasta último momento,
abrazarlos fuerte, decirles cuánto los quería y darles las indicaciones de
siempre. Que se cuidaran, que se lavaran los dientes, que no comieran muchas
golosinas, que no usaran en demasía el celular. Sabía que todo eso iba a estar
vigilado por los abuelos, pero no era lo mismo. Un mes era mucho tiempo.
En Madrid las integrantes del equipo interactuaron con
la Consejería de
Educación, reconocieron el gran nivel de la educación pública española y, cada
una se llevó una cantidad de libros sobre la experiencia de la transformación
educativa. Los madrileños con quienes se relacionaron eran expresivos, afables
y comunicativos. Un señor grande que oficiaba de coordinador las llevaba a todos
lados, incluidos almuerzos y cenas. Por su parte, en algunos tiempos libres
Celeste tuvo la oportunidad
de visitar el Museo del Prado y admirar Las Meninas de Velázquez, obras del
Greco, Rubens y Goya; recorrer la Gran Vía, la calle que nunca duerme con su
variada arquitectura y grandes tiendas. Hasta pudo visitar una tarde el casco
histórico de Toledo, la ciudad de las tres culturas: cristiana, judía y
musulmana. Sin embargo, ella no estaba contenta. Añoraba
la presencia de Pablo y Andrés. Los veía en cada niño en la calle o en los
lugares que visitaba. Para colmo de males, fueron a varios colegios y liceos.
Luego de Madrid llegó el turno de partir a
Barcelona adonde arribaron en buzeta. No fue la misma experiencia que en la
capital. Encontraron cierta soberbia y aires de superioridad cuando contaban su
experiencia y visitaban los centros educativos. El idioma era una barrera, pues
en muchas ocasiones entre ellos hablaban en catalán. Además, los trataban como
sudacas, sin duda. De todos modos, la ciudad era hermosa y pudieron recorrerla
fugazmente. Allí también
recordó conmovida a sus hijos. La melancolía fue creciendo con el tiempo.
Volvieron a la capital y partieron a Granada
y Sevilla. Resultó una experiencia única conocer las escuelas albergue y sus
huertas orgánicas, sumadas al paisaje de olivos y naranjas, muy colorido a
pesar de la aridez reinante. Ni que hablar de los deliciosos mariscos frescos y
jamones de bellota; además de los vinos con denominaciones de origen conque las
recibieron. A mayor encanto, más extrañaba a sus hijos.
Celeste se hallaba en Granada, en un
hotel de atmósfera árabe con grandes ventanales y rejas repujadas, cuando la
llamaron a la conserjería. Su papá había tenido un infarto, no se sabía bien
cuán grave era. Su madre debía cuidarlo. No tuvo más remedio que comunicarse
con el padre de sus hijos, con quien no tenía buena relación y menos con su
joven y reciente mujer. Si bien ya estaba al final del recorrido, la situación resultó
caótica. No podía volver hasta que no terminara el trabajo y tampoco cambiar el
pasaje establecido por el Ministerio. La situación fue penosa. Se comunicaba
todos los días con su madre para ver la evolución de su padre y también hablaba
con Pablo y Andrés, cuyas vocecitas la hacían angustiar aún más.
Desde el inicio presintió que el viaje no
era oportuno. Al llegar a Ezeiza, así como no hubo despedida,
tampoco nadie fue a recibirla. Cuando fue a buscarlos, abrazó
a sus hijos como nunca y decidió que no había nada ni nadie más importante que
ellos. Los viajes y los logros profesionales quedarían para otros tiempos.
© Diana Durán, 21 de
octubre de 2024