CUIDADO CON LAS ETIQUETAS. Aventuras de Macarena III





Viaje en tren de alta velocidad (foto Héctor Correa)


CUIDADO CON LAS ETIQUETAS. Aventuras de Macarena III. 

    Macarena volvió de su periplo por Medio Oriente cansada pero feliz por las experiencias vividas. Únicas, irrepetibles. Debía recomenzar el trabajo docente en pocos días en los colegios secundarios “El Carmelo” y “Regina Mundi” de Granada, su ciudad. Otra vez la rutina, otra vez los horarios. Su cabeza bullía recordando todo lo que había vivido en el viaje. Las callejuelas míticas de Belén, los contrastes de El Cairo, los extraños acontecimientos de Alejandría. Peleaba con las planillas frente a la computadora intentando concentrarse en las planificaciones del Bachillerato. Finalmente decidió que la experiencia le serviría para enriquecer sus clases de lengua y literatura. Macarena era obsesiva, estudiosa, cumplidora. Comenzó a buscar libros, revisar cuentos e indagar historias. Sabía que a los adolescentes les atraían las aventuras. Combinaría las propias andanzas con los relatos del valiente Ulises en su viaje por el mar y las islas míticas. Propondría la lectura del regreso a su amada Ítaca. Quería que sus alumnos aprendieran como ella a interesarse por el mundo antiguo. Recordó “Sinuhé, el egipcio”, y sus viajes por Babilonia, la Creta Minoica y otros pueblos; “Las mil y una noches” y los relatos sobre Aladino, Alí Babá y los siete viajes de Simbad. 

    Macarena advirtió que conseguir bibliografía para enseñar era un buen argumento para viajar de nuevo. Pensó en salir durante la Semana Santa. Esta vez con un trayecto más corto. Recorrería pocas ciudades en camino a París con el tren de alta velocidad. Un día en Madrid para comprar los libros que le faltaban y dos en Barcelona. Amaba la movida juvenil de los catalanes. Aprovecharía para pasear por el distrito del Ensanche con sus bares y discotecas de las ramblas, paseos y avenidas. Y después, París, la ciudad de sus sueños. Había alquilado un estudio pequeño frente a los Jardines de Luxemburgo, en pleno distrito de La Sorbona donde se mezclaría con los estudiantes. Su idea era averiguar las condiciones de alguna beca en Historia del Arte y Arqueología para hacerla con tiempo. 

    En abril emprendió el viaje a Madrid y a Barcelona. Disfrutó al recorrer librerías, bares y tiendas de ropa. Luego partió hacia París en el tren. A pesar de los trescientos kilómetros por hora podía admirar los paisajes mediterráneos en transición a la cuenca parisina histórica, cerealera e industrial del corazón francés. Los cultivos aterrazados de vid, los bosquecillos, los asentamientos tan típicos de intensiva ruralidad. 

    Enfrente a su asiento se instalaron dos muchachos. Lindos chicos, pensó Macarena. Rubios, altos. Hablaban en alemán. Tendrían la misma edad de ella. A poco de acomodarse entablaron conversación en inglés con ella. Otis y Derek le contaron que habían estado en Zagreb y Liubliana, las históricas capitales de Eslovenia y Croacia, países de la ex Yugoslavia que valía la pena conocer, según dijeron. A Macarena le atrajo la figura de Derek con el que intercambió miradas y sonrisas especiales. Les relató sus viajes mientras ellos referían sus aventuras en un diálogo muy animado. Durante abril habían estado en el oriente europeo, Grecia, Eslovenia, Croacia y Hungría. Macarena describió sus andanzas en Belén, la experiencia de bañarse en el Mar Muerto y remató con sus aventuras en el Bajo Egipto. Les comentó entusiasmada que había comprado libros en Madrid que le hubiera gustado mostrarles, pero estaban en su valija cubierta de etiquetas de Medio Oriente. Se ufanó señalándola. El diálogo continuó con muchas otras referencias a experiencias vividas por los tres. Hasta intercambiaron turrones y bebidas. Macarena estaba feliz de practicar su inglés con alemanes. No era algo tan común. Llegando a Lyon, en el corazón de la región del Ródano, los jóvenes anunciaron sorpresivamente que se bajaban para continuar su viaje. Enseguida intercambiaron saludos y contactos con Macarena. Ella, algo sorprendida por lo abrupto de la despedida, volvió a pensar en su recorrido. Pronto estaría en París. El tren no había partido cuando la joven pensó en su valija que estaba en los estantes de metal cerca de la puerta del vagón. Miró desde su asiento y no la vio. Debería estar mezclada con otros equipajes. Se levantó para buscarla. No la encontró por ningún lado. Consultó a un guardián y a los pasajeros cercanos. Nada. El corazón le latía. Por alguna razón sospechó de los jóvenes que había tratado. Cuando el tren arrancaba los vio caminando muy tranquilos en el final del andén. Iban charlando animados. Llevaban sus dos mochilas y Derek, la valija de Macarena. Ella se sorprendió por una acción de semejante audacia y calaña. Ningún pasajero había visto a los chicos cuando se bajaron. Pensó que era un chiste. Recordó que tenía los teléfonos y llamó a Derek. El abonado no está disponible, dijo la operadora. Con Otis pasó lo mismo. La habían engañado. ¿Con qué propósito absurdo? ¿Llevarse su ropa, sus libros, sus enseres básicos? Se dio cuenta de que había mencionado las etiquetas de su valija por lo que era fácil de reconocer. Seguramente esos dos farsantes venderían su ropa y sus libros en alguna feria para hacerse de unos euros que no le servirían de mucho. Se sintió muy humillada. 

    A pesar de que Macarena llevaba con ella dinero y documentos en su mochila, se había quedado sin su equipaje y, principalmente, sin sus compras. Tendría que volver a Granada o adquirir alguna ropa básica en París para seguir su viaje. Lamentó especialmente la pérdida de los libros. Quedó abatida, se tendió en el asiento y descubrió que la confianza y la apertura no la habían llevado por buen camino. Los simpáticos “turistas” le había jugado una muy mala pasada.

© Diana Durán. 24 de enero de 2022

  

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