EN EL TÚNEL
Habíamos planeado el viaje
con lujo de detalles porque era la ilusión de nuestras vidas. No sabíamos si podríamos
repetirlo más adelante. Elegimos capitales del occidente europeo: Madrid, París
y Londres.
Todo había
transcurrido de maravillas. Inolvidable la estadía en París. Alquilamos un
estudio en el barrio Latino, atractivo y vibrante; bohemio y estudiantil. Con
la Universidad de la Sorbona como núcleo histórico y los jardines de Luxemburgo
donde nos recreamos entre canteros floridos y estanques cristalinos. Nos sentábamos
en cada café aledaño para ver pasar a los parroquianos y conocer sus
costumbres. Nos apostábamos frente a la Fuente Guy Lartigue en el Café
Saint-Médard y curioseábamos con placer a quienes compraban frutas en la
esquina opuesta. Veíamos a otros vecinos portar bolsas de papel con
sobresalientes baguettes. Nos sentíamos parisinos, aunque no lo fuéramos. Examinábamos
con fascinación la vida cotidiana de un barrio que para nosotros tenía un
significado especial porque lo habíamos recorrido en nuestras guías turísticas soñando
cada lugar. Caminábamos cada rue, cada avenida. Vagabundeábamos por las
estrechas callejuelas adoquinadas hasta conocerlas de memoria. El placer nos
envolvía el cuerpo hasta agotarnos, por lo que de noche nos quedábamos
tranquilos en el departamento rentado.
A una semana de
disfrute en París, nos queda poco para ir a Londres a través del túnel, famoso
por conectar Inglaterra y Francia bajo el canal de la Mancha. El Eurostar nos
llevará desde la estación Gare du Nord hasta Saint Pancras en Londres, a través
del Eurotúnel. Una cueva
segura, me dice Tomás risueño; no llames a la desgracia, le contesto.
El cruce solo durará treinta y ocho minutos bajo el mar con un trayecto total de
poco más de dos horas a ciento cincuenta kilómetros de velocidad. Estamos
seguros de la elección. Ya habíamos viajado desde Barcelona a París en un tren
de alta velocidad. Nos espera ahora un cruce fluido y sin interrupciones. No
nos vamos a dar ni cuenta del trayecto. Así nos había anticipado la empresa de
turismo.
Son cuatrocientos pasajeros, se anuncia por altavoces en Gare du Nord, y
agrega las recomendaciones del itinerario. Tomás me dice siento que vamos a
ser submarinistas. Me río de su ocurrencia. Es la recompensa, nuestra mayor
aventura luego de una larga vida de trabajo, hijos y nietos.
Nos sentamos cómodamente y comienza el recorrido.
Admiramos el paisaje exterior de campiñas y pequeños pueblos pintorescos hasta
llegar a la costa con dunas y playas en la costa del Canal de la Mancha. Los
trenes Eurostar
tienen iluminación interior, lo que garantiza una experiencia cómoda en la
sección submarina del viaje.
Sabemos que el interior del tren mantiene la presión, aunque
nos turba un poco el hecho de dejar de ver el paisaje exterior. Desaparecen la
costa y la campiña. Los pasajeros estarán expectantes, pienso. Ninguna
ventana con vistas al mar. Una rareza. La sensación física no es grata. Aprieto
la mano de Tomás. Sin embargo, no se perciben vibraciones ni cambios bruscos. Advierto
un leve temblor en los rieles, pero me parece lógico. Lo más importante es que estaremos
en poco tiempo en Londres donde tenemos rentada una casa pequeña en Wanstead,
un típico barrio de las afueras londinenses.
A los diez minutos de ingresar al túnel, nos sumergimos en
un cosmos desconocido. Todo se oscurese y suena una alarma en el vagón contiguo.
Me abalanzo sobre Tomás y aprieto los dientes. Siento el sudor de sus manos y
su corazón acelerado. Él permanece más tranquilo. Minutos de zozobra infinita.
Vibraciones extrañas, ruido a hierros retorcidos. El tren aparenta haber perdido
su estabilidad, corcovea, cruje. El tiempo no pasa. La negrura nos envuelve
como en un pozo sin fondo. Luego de minutos de terror, gritos y pedidos de
ayuda, se escucha a través de un parlante: señores pasajeros está todo controlado,
solo fue una alarma en uno de los vagones y hubo que parar el tren. Les
solicitamos que bajen con cuidado pues serán guiados a través del túnel de
servicio.
Nuestro viaje de placer concluye. Quién sabe qué nos
deparará el recorrido final. La recompensa de tantos años se había convertido
en un relato incierto. Si París nos regaló su luz; el túnel nos hundió en la
sombra.
Nos sentimos en una negrura incierta como náufragos sin mapa. Vamos caminando a tientas por el túnel auxiliar. No sabemos si Londres nos espera, o si el corredor aún tiene otra historia por contarnos.
© Diana Durán, 9 de junio de 2025