Villa del Mar. Foto: Google Street View
El puma y los niños
Un puma
sigiloso acecha oculto en el amarillo pastizal. Tiene hambre. Sus crías están
lejos. Puede andar kilómetros y kilómetros en busca de una presa.
Pablo y
Andrés con sus once años ríen y juegan en Villa del Mar cerca de la salina.
Están acostumbrados a vagar por la periferia donde el remanso se transforma en
pajonal. Conocen cada uno de los rincones de las pocas manzanas del pueblo y
son libres de merodear por ellas. Juegan tirando piedras que hacen ondas en la
laguna. Se distraen con los cangrejos del barrizal costero, pero saben que no
tienen que matarlos. En el lagunajo seco encuentran todo tipo de elementos que
le sirven para sus aventuras. Cañas, gomas y maderas son tesoros para ellos. Los
guardan en el galpón de una casa abandonada. Recorren el sendero del humedal y el
jardín de la fundación que protege a los animales marinos. Alguna vez
participaron en el rescate y cuidado de tortugas del mar o pingüinos varados en
aguas bajas. Saben la diferencia entre las gaviotas cangrejeras y las
cocineras. Persiguen cuises al borde de la ruta apenas saliendo de la Villa. Tampoco
los dañan, se divierten corriéndolos.
Un
atardecer de sábado los chicos deciden recorrer el sendero del Club Marino. Se acercan
para divisar en el horizonte el perfil del puerto con sus chimeneas humeantes.
La ciudad parece cada día más cercana. Ellos no entienden por qué. Nunca han ido,
pero en la escuela les enseñaron que hay grandes industrias en la urbe
portuaria.
De
regreso casi de noche ven una sombra en el pajonal. No es liebre ni mulita.
Tampoco un perro de la calle. Es muy grande y se mueve lentamente. Los niños se
apartan y vuelven a sus casas corriendo. No saben qué es. Nunca han visto algo
semejante.
El
domingo la curiosidad los lleva a seguir caminando por el perímetro donde el
caserío se hace campo, pero ahora tienen un objetivo, saber qué animal es. No
tienen miedo. A pocas cuadras de la espesura donde lo vieron el día anterior
divisan con claridad una silueta que se mueve acompasadamente. Es como un gato
grande que enseguida se oculta. ¡Un puma!, grita Pablo, ¡sí, un puma!,
asiente Andrés. Su cabeza redonda, cuerpo grande y alargado, sus orejas
erguidas y patas macizas lo distinguen. Pueden verlo fugazmente, porque el
felino muy calmo se oculta emitiendo un sonido conocido, como el maullido de un
gato. Agitados y orgullosos los chicos corren a sus casas.
Se prometen no decir nada a sus familias para seguir
investigando. Al día siguiente vuelven al lugar y se internan en el pajonal.
Nuevamente lo divisan. El puma se esconde. Ellos se alejan. Pablo y Andrés deciden
contar el gran descubrimiento a sus padres y se arma la batahola. Las familias
muy alarmadas se comunican con el delegado de la villa y este con las
autoridades municipales. Los medios de la ciudad cercana publican artículos sobre
la peligrosidad del ejemplar. Asustan a la gente. Agregan que puede haber otros en las cercanías. Los guardaparques explican el
comportamiento de los pumas. La Oficina Ciudadana advierte que nadie debe andar
cerca y que si lo ven tienen que avisar inmediatamente a los teléfonos
difundidos. Durante varios días buscan al puma. Es necesario rescatarlo,
brindarle los cuidados que necesita y devolverlo a su hábitat natural.
Al cuarto día el animal es
sacrificado por el padre de Andrés de un escopetazo. El puma fuerte y esbelto yace
exánime de un tiro certero. Alivio generalizado. Algunas voces ambientalistas
no están de acuerdo. Los niños no pueden creer lo sucedido. Andrés le dice a su
amigo que si no lo hubieran contado el puma seguiría vivo. Pablo le reprocha la
acción de su padre. Se sienten culpables y a pesar de ello rememoran lo vivido como
una gran aventura, aunque sufren mucho la muerte del animal. No lo quieren ver.
Los padres de ambos deciden restringirles las salidas. La infancia despreocupada
de Pablo y Andrés ha terminado.
Nota:
Los pumas comen ciervos, guanacos, liebres, aves, reptiles pequeños, roedores e incluso
insectos. Además, se ha reportado que depreda ganado cuando la urbanización
avanza notoriamente sobre su hábitat. Las poblaciones del puma están decreciendo debido, principalmente, a la modificación de su hábitat y a la
persecución directa del ser humano, por lo que en un futuro su categoría podría
modificarse a una con cierto grado de amenaza o peligro.
© Diana Durán. 12 de setiembre de 2022
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