UCRANIA. LA DECISIÓN DE KALINA

 


Leópolis. Por Aлександр Демьяненко (Google Maps) 2021


    Kalina era una joven de ojos celestes, hermoso cabello largo y enrulado, carácter afable y suavidad al hablar. Bailaba danzas folklóricas ucranianas desde niña. Se vestía con una pollera roja y una camisa blanca bordada y adornaba su cabeza con una vincha de flores coloridas. Sus padres migraron a la Argentina desde Ucrania a mediados del siglo XX y se asentaron en Posadas, ciudad que los recibió como a tantos otros de la misma nacionalidad. La mayor parte de sus familiares vivían en Leópolis, un oblast[1] del oeste de Ucrania, a setenta kilómetros de la frontera con Polonia. La ciudad homónima, bien europea, estaba atravesada por las huellas del pasado polaco y austrohúngaro.

    Ella manifestó siempre un gran amor por Ucrania. Era una ucraniana de pura cepa que hablaba el idioma desde niña. Sabía cómo había nacido la federación de tribus eslavas en el primer siglo y había llegado a ser un Estado poderoso de Europa en el siglo XI. También había leído sobre la invasión mongola en el siglo XIII y la división entre el imperio austrohúngaro, el otomano y el zarato ruso. Su familia resistió sin éxito la revolución rusa que dio lugar a la República Socialista Soviética de Ucrania en 1921 hasta que recuperó la independencia en 1991 con la desintegración de la URSS. Sin embargo, sus padres se vieron obligados a emigrar tiempo antes por el desastre económico de la perestroika[2].  

    En 2013 Kalina supo de la Revolución de la Dignidad que transcurría en Kiev y también en Leópolis. Fue a favor de mantenerse europeos que el pueblo derrotó al presidente pro ruso. Sus primos, Yuri y Damián, le relataron con mucho detalle la sangrienta resistencia del pueblo en la que ellos participaron. La muchacha había quedado conmovida y orgullosa.

       Desde la pérdida de Crimea y la revuelta de 2013-2014 en la plaza de Maidán en Kiev, apaciguado el clima político, Kalina había tenido deseos de viajar a Ucrania para conocer al resto de su familia, pero no le alcanzaba el dinero ahorrado. Cuando juntó lo necesario, sucedió la pandemia. Vuelta atrás con sus ganas de viajar a la tierra de sus ancestros. Para las fiestas del 2021 al fin tomó la decisión de marchar con su amiga Mariya de la misma ascendencia. Ambas estaban muy emocionadas con el recorrido planeado. Se conocían desde el secundario en el colegio ortodoxo San Basilio de Posadas. Las dos habían seguido la carrera universitaria de enfermería.

    A pesar del frío que les esperaba recalaron en Kiev por vía aérea desde Madrid. La familia de Mariya las acogió como a hijas pródigas. Conocieron la histórica ciudad capital. Peregrinaron iglesias de cúpulas doradas, monumentos, museos y admiraron las boscosas colinas que circundaban Kiev. Los complejos de edificios iguales reflejaban el pasado soviético.

    En la segunda etapa partieron a Leópolis en tren, distante solo cinco horas de Kiev. En la misma estación fueron recibidas con grandes abrazos y exclamaciones familiares. Kalina sintió esa cálida bienvenida en el frío del invierno. Por fin conocía la tierra de sus padres y sus abuelos y trataba a sus tíos y primos. Con los más jóvenes, Yuri y Damián, recorrieron Leópolis. Centro industrial e histórico, Patrimonio de la Humanidad, reunía una pléyade de iglesias, monumentos, palacios y catedrales. La compleja combinación de Europa central y oriental. El barrio céntrico se parecía en pequeño a París, por su paisaje urbano y modo de vida europeos. Los cuatro vagaron por plazas floridas, ferias ambulantes y estrechas calles adoquinadas. Kalina y Mariya se sentían como en sus hogares.

    Sin embargo, no eran buenos tiempos. Luego de la toma de Crimea por parte de los rusos y ante la creciente ola independentista del este pro ruso, el clima que se vivía no era de fiesta, al menos en Kiev. Sin embargo, en Leópolis encontraron una atmósfera más tranquila, aunque expectante. Se advertía en la complicidad y cautela de las conversaciones familiares que tenían reservas sobre el futuro.  

    El veinticuatro de febrero, sin que nadie lo esperara, comenzó la guerra. Rusia invadió Ucrania. Mariya anticipó el regreso y logró salir de Kiev por vía aérea días antes de la invasión. Kalina no quiso irse. Lloraba y lloraba. No paraba de llorar. Se ocultaba de su familia para no preocuparlos. No le bastaba con rezar ni invocar bendiciones como era su costumbre. No entendía cómo había sucedido. Siempre vivió en la Argentina donde había crisis angustiantes, pero no contiendas bélicas territoriales. La familia comprobaba con pavura el horror de las bombas estrellándose en los edificios de Donbás, primera ciudad atacada. Veían en todos los medios los incendios y explosiones provocados por la artillería rusa, el polvo que lo cubría todo, los hierros retorcidos, los huecos en las paredes, las montañas de escombros esparcidos. Mamposterías dadas vuelta como si fueran de papel. En el medio de ese paisaje siniestro e impensado, la gente huía con lo puesto o llenaba alguna valija con lo indispensable y escapaba hacia la frontera para alcanzar el estatus de refugiado en Polonia, Eslovaquia, Moldavia, Alemania y de allí quién sabe a dónde. Empezaron a sucederse imágenes horrendas del destierro de la población. La familia de Kalina decidió irse a Polonia por vía terrestre. Tomarían la autopista M 10 hasta el cercano paso de Korczowa – Krakovets. Le rogaron que fuera con ellos, pero no hubo caso. Nadie pudo convencerla, ni siquiera las súplicas de sus padres desde Posadas. Pensaba que algo debía hacer. Yuri y Damián habían partido hacia Kiev. No podían irse de Ucrania. Debían quedarse como voluntarios para resistir los embates donde fuera.

    Kalina leyó en un medio digital que jóvenes extranjeros iban a asistir a los refugiados. ¿Alguien puede hablar inglés?, se preguntaban. Estamos llegando con un equipo de Holanda para ayudar. Sería bueno tener algunos contactos cerca. Si los holandeses lo proponían, cómo ella no iba a hacerlo. Kalina se sobrepuso al miedo y decidió quedarse sola en Leópolis. Esperaba poder asistir a los que huían de las ciudades atacadas. Recibir a niños, mujeres y ancianos. Poder servirles un plato de sopa caliente o darles ropa seca. Además, podía aplicar sus conocimientos de enfermería cuando fuera necesario.

    Del calor tropical y el cobijo familiar de su Posadas natal al frío extremo del invierno septentrional y solitario de Ucrania, su patria la necesitaba.



[1] Subdivisión política de Ucrania, Bielorrusia, Bulgaria y Rusia.

[2] Quiere decir reestructuración. Fue la reforma política y económica de la URSS encarada por Mijaíl Gorbachov, una de las causas que provocó la desintegración soviética. 

                                                                              © Diana Durán. 7 de marzo de 2022

3 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. El pueblo Ucraniano no logra despertar de la pesadilla Soviética. La descripción de los sentimientos patrióticos de los Ucranianos y Kalina los representa maravillosamente.

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