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UNA LUCHA A CIELO ABIERTO


Nevado de Famatina. Google Maps.


Una lucha a cielo abierto

Amarillo oro; blanco nieve y marrones montanos; verde esmeralda de las vides; naranjas y rojos de hojas otoñales y el ocre de la aridez.

Los colores de esta tierra, mi tierra.

La lucha por el oro es parte de mi vida, pero no para lucir o acumular sino para evitar que mi pueblo se corrompa por su explotación. En Famatina he luchado a cielo abierto por años junto a mujeres dignas que acompañaron esta batalla. Desde joven, antes de saber qué ocurriría.

La historia viene de lejos, desde que Juan Ramírez de Velazco fundó La Rioja. El hidalgo venía en busca de oro pensando en una nueva Potosí. Siempre el oro. Denso, blando, pesado; noble, le dicen. Indigno, le digo.

Los diaguitas de los que soy heredera de sangre y cultura hicieron del cultivo su práctica dominante. Las vides rodean el pueblo y El Camino del Inca es patrimonio de la humanidad. Aquí el rey es el Nevado de Famatina con sus cumbres heladas que nos proveen agua. Nosotros vivimos en este paraíso en el extremo oeste de las Sierras Pampeanas donde domina la montaña. Somos pocos los habitantes de la comarca, pero nuestro amor por la tierra es muy grande. ¡Qué me van a hablar de minería a cielo abierto! La provincia quiere la megaminería. Nosotros conocemos sus consecuencias.

Hicimos asambleas, cortes de ruta, acampes, pintadas entre mates y tortillas. Repartimos folletos a todos los que pasaron por la ruta. Aquí no iban a entrar los extranjeros. Se quedaron con las ganas. Ni los canadienses, ni los chinos. Tampoco los salteños, nuestros hermanos, se pudieron instalar. A ninguno se lo íbamos a permitir. Aquí surgió y seguirá vigente el lema “El Famatina no se toca”.

En las marchas conocí a mi pareja, el Atahualpa, de los pocos hombres que nos acompañaron porque esta fue una guerra de mujeres por la tierra, el cielo y el agua. Ahora que soy jubilada me puedo dedicar más, aunque estoy cansada sigo a pesar de las denuncias y las amenazas.

 

Aquí los docentes enseñábamos a los chicos lo que iba a pasar si las mineras se instalaban. Quizás habría más trabajo y por eso los hombres no nos acompañaron, pero ¿y las consecuencias? Las aguas escurrirían con plomo, mercurio, manganeso y cianuro. ¿Qué íbamos a hacer? ¿Y el aire con ese polvillo tóxico que lo invadiría todo?

Al oeste del pueblo hay unos abanicos de tierra que caen de las montañas y corre el río que lo bordea y se seca. Las laderas son marrones; las vides son verdes en contraste con el ocre del entorno árido. Con la llegada de la primavera y más aún en verano los tonos de las viñas se tornan verde rabioso. Cuando los días se acortan el color de las hojas va cambiando y se vuelven amarillas, naranjas y hasta rojas. El azúcar corre por sus nervaduras. Nuestra Famatina, estrecho poblado en medio de la sequedad, se rodea de color. ¿Qué pasaría si llegaran a contaminarse las corrientes que la riegan? Aparecerían las aguas “de contacto” que así se llaman porque todo lo intoxican.

 

Hoy mi pueblo encabeza la lucha contra la megaminería en la Argentina. Otros han desistido o abandonado bajo las presiones políticas, el cansancio y la falta de recursos. Nosotros no. Seguiremos peleando siempre.

 

Hasta que el negro de la muerte me excluya.


© Diana Durán, 8 de noviembre de 2023

 

 

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