LOS BICHOS QUE DOMINARON EL MUNDO, PERO NO PUDIERON EN
KAMCHATCKA
La temperatura había
subido tanto en tierras y mares que la situación del mundo era alarmante. Selvas
transformadas en bosques raídos. Praderas doradas por las gramíneas convertidas
en páramos grisáceos. Estepas arrasadas por torrenciales lluvias escurridas en
los cauces secos volviéndose aluviones de barro y rocas.
Los profundos lagos glaciares
secados abruptamente generaron olas de inundación en los ríos emisores, aguas
abajo. Los esteros, en cambio, se ampliaron a dimensiones que ocuparon vastos territorios
con pantanos colmatados y pestilentes.
Las cordilleras perdieron
sus picos helados y las sierras, sus bosques húmedos. Todo era caótico.
Desde entonces comenzaron
a proliferar los bichos. Todo
tipo de bichos. Los escarabajos y sus miles de especies se desplazaban nadando
y cubrieron con oscuridades los espejos de agua. Las mariposas, tapadas de lodo
parecían polillas y como no encontraban flores en el ambiente caían muertas por
millones.
Las hormigas abundaban en
las partes altas de las colinas en torres semejantes a las de las termitas. Las
avispas y abejas unieron sus enjambres que colgaban voluptuosos de los pocos
árboles restantes en un paisaje aterrador.
Moscas y mosquitos se
reprodujeron por doquier transmitiendo enfermedades antes desconocidas. Las
vacunas que habían permitido dejar atrás el dengue y la fiebre amarilla ya no protegían
a las personas.
Los grandes ojos de las
libélulas se agrandaron más allá de sus cuerpos transformándolas en deformes y perjudiciales, como
había sucedido con los saltamontes y grillos.
En las ciudades, las
cucarachas, con sus cuerpos planos y ovalados, largas antenas y patas rapidísimas,
invadieron aún más casas y departamentos de todas las clases sociales. Se
hicieron más resistentes y pudieron vivir en todas las zonas devastadas de la Tierra
porque no requerían ni
agua ni comida durante largo tiempo. Transportaron plagas y enfermedades por
doquier al evadir los nuevos insecticidas que la ciencia se apresuraba en
inventar.
No había barrera física que
pudiera contener la invasión de los bichos. Los mosquiteros eran horadados, las
trampas esquivadas, los venenos duraban lo que un lirio o su uso excesivo afectaba
a los propios individuos. Los depredadores para el control biológico como las
bacterias tampoco sirvieron.
¿Qué
debía hacer la humanidad frente a la catástrofe ambiental y la consecuente
proliferación de insectos de todo tipo? Esa era la pregunta elemental de los
científicos e industriales, pero no la podían responder a pesar de sus estudios
de vanguardia y la tecnología de punta que utilizaban.
Aquí
comienza la historia de un pequeño lugar en los límites del mundo, cerca
de Petropavlovsk-Kamchatsky, capital de la
península de Kamchatka, famosa por sus volcanes activos y géiseres.
En
sus cercanías había un pueblo que se llamaba koriako[1],
una de cuyas tribus, los chauchenn era pastores de renos. Como erraban por las extremas tierras siberianas,
conocían los mosquitos en los veranos cuando se derretían las capas que
cubrían los suelos helados de la Rusia oriental. Los bichos invasores no los
habían atacado hasta el momento de su contacto con otros pueblos.
Los
chauchen fueron muy inteligentes. Cuando ocurrió el encuentro no se enfrentaron,
pues como eran itinerantes cada vez que descubrían algún nuevo insecto levantaban
sus tiendas de pieles y continuaban sus gélidos periplos en las extremas
soledades de la Tierra. Acostumbrados a convivir con los mosquitos, no consideraron
enemigos inevitables a las múltiples especies que se les aproximaban.
Por
ese entonces, una expedición de científicos vulcanólogos que estudiaban el
derretimiento de las nieves peninsulares conocieron a unas familias chauchen en
las pedregosas encrucijadas de Siberia y aprendieron de ellos a evitar
insectos. Así fue como esa manera de vivir intuitiva, pero sagaz enseñó mucho a
los investigadores que continuaron sus trabajos en Kamchatka y se llevaron las originales
enseñanzas para difundirlas en las comunidades de intelectuales de sus países.
Los chauchen continuaron indiferentes su eterna peregrinación.
Mientras
tanto, más allá de esas tierras heladas, el resto del mundo continuaba su lucha
perpetua contra el dominio de los bichos.
[1] Los koriakos
(también llamados koryaks o coriacos) son un pueblo indígena del krai de
Kamchatka, en el Extremo Oriente ruso. Tradicionalmente, se han dividido en dos
grupos principales: Nemelan (Nymylan) (habitantes costeros, con un estilo de
vida más sedentario basado en la pesca); Chauchen (Chauchven) (pastores de
renos nómadas, cuyo nombre significa "ricos en renos").
Fuente de la imagen: La dura vida de un pueblo nómada en Siberia (Fotos) - Russia Beyond ES
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