ASCENSO SERRANO
Todos los años Javier y yo
encaramos la aventura de escalar distintas serranías de la comarca.
El sendero más difícil nos
llevará con lentitud a la cima de la sierra desde donde admiraremos el valle y
su colorido ajedrez de cultivos y pastizales. Serán nuestros desafío y
recompensa estivales.
Dividimos en varias etapas el
ascenso. En la primera, divisamos un conjunto de cabañas aisladas tras la
colina y el viejo castillo en ruinas de una aristocrática familia. El río
escurre divagante sus aguas cristalinas y los rectilíneos caminos se bifurcan
irregulares cuando llegan al pie de la siguiente serranía. En el tramo
posterior, descubrimos con sorpresa el cono forestado al que nombran cerro
"Bonsái" por su simétrica pequeñez. Luego de tomar algunas fotografías,
escalamos los balcones rocosos que asoman quebrados en la ladera serrana.
Admiramos el paso receloso de un
bello zorro platinado y la elegancia de un chiflón de agudo pico rosado y despeinado
penacho. Bajo la sombra de unos solitarios espinillos reposan tres búfalos que
ni se inmutan y nos miran displicentes, moviendo de lado a lado sus lentas
cabezas.
No falta mucho para llegar a lo
alto de la sierra. El esfuerzo nos demuestra nuestra destreza y arrojo. Estamos
orgullosos de la travesía.
Llegamos casi a la cumbre cuando
unas nubes bajas y oscuras nos impiden ver la última parte del itinerario. A
los pocos minutos se despejan y nos damos cuenta de que estamos perdidos en
tierras desconocidas, abandonados a nuestra inesperada suerte.
La selva que nos rodea es tan
densa que no nos permite ver la luz del sol y tan húmeda que la transpiración
nos obliga a despojarnos de nuestras camperas y colgarlas de unas lianas para
continuar el camino entre helechos gigantes y arbustos entrelazados. Desconocemos
el entorno, más parecido al sur andino que a la comarca serrana.
En el afán de buscar un poco de
luz en la oscuridad nos internamos aún más en la espesura incógnita. Entonces
escuchamos unos rugidos aterradores. No sabemos de qué animales salvajes se
trata. Corremos y corremos uno detrás del otro, tropezándonos y levantándonos
varias veces para no ser devorados por las bestias que nos acechan. Nos
lastimamos con ramas salientes y troncos caídos. Aceleramos sin freno la
carrera pues vamos a ser atrapados ya que los gruñidos arrecian.
Gritamos desesperados por ayuda
y nadie nos escucha. Abrazados nos dejamos caer por un desfiladero de rocas sin
saber adónde nos lleva.
El estrepitoso descenso nos
devuelve como en un hechizo al tranquilo paisaje serrano inicial. Estamos ilesos, libres
de las aterradoras circunstancias vividas. Nos abrazamos desconcertados. Javier me pregunta,
¿dónde habrán quedado nuestras camperas? Nunca lo sabremos, un nuevo
ascenso sería impensado.
© Diana Durán, 30 de abril de
2025
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