GAVIOTA DEL HUMEDAL



Fotografía: Héctor Correa

GAVIOTA DEL HUMEDAL 

Una gaviota cangrejera sobrevuela la inmensidad del humedal. La diviso posada en un poste del camino al puerto. El ave descubre los cangrejos de la bahía. En bajamar los encuentra cuando se asoman y los deglute. La distingue sus alas negras, cuerpo blanco, pico rojinegro y patas naranjas. Es bella aunque el graznido irrite. Su vuelo atrae a los visitantes de esos litorales. 

Es una gaviota especial que reconozco cada vez que voy a Arroyo Pareja. Erguida y orgullosa, parece reírse de quien la ve. Levanta vuelo hacia el pastizal de la isla Cantarelli cruzando el puente. Seguro allí debe tener su nido y algunos polluelos. 

En el humedal esta gaviota se integra al ambiente. A los atardeceres encendidos, a la marisma tornasolada, al ir y venir de las mareas. Otras aves la acompañan, flamencos rosados, playeros rojizos, finos teros reales. Garzas, chorlos y coscorobas suelen chapotear en el fango o refugiarse entre los juncos y espartillos. Hay muchas otras aves que residen permanentemente o migran a tierras árticas. Por eso mi gaviota es singular en este sitio peculiar. No vuela más allá de algunos kilómetros, aunque hay colonias en todo nuestro litoral. Dicen que la gaviota cangrejera está “casi amenazada”. Me pregunto por qué el “casi”. 

En esas tardes otoñales en que decido avistar, ella siempre pareciera vigilarme. Sabe que utilizo solo un arma, la máquina de fotos, para divisar la multiplicidad de especies de este paisaje único. 

Cierto es que cada primavera regresan las golondrinas y distingo los rojos churrinches, los amarillos benteveos, los cabezudos suiriríes, los pequeños chingolos, la monjita blanca, junto a las aves playeras en una extraña fusión. Aves de la llanura y del litoral mezcladas en perfecta armonía. Solo quien las conoce puede admirar esta singular armonía. Muchas veces la gente pasa sin verlas. La invisibilidad las protege. 

Una tarde de primavera no volví a ver a mi gaviota en su acostumbrado poste. Me pareció extraño. Seguí el camino preciso donde estaba su nido. Y ahí reconocí lo que había sucedido. Pavimentaron el camino para localizar una industria en la marisma. Tampoco pude divisar los nidos de las lechuzas con sus crías níveas. 

Me apena que ya no esté. Seguramente sobrevolará el basural a cielo abierto de la entrada a la ciudad y comerá residuos. Los despojos. 

Es como si hubieran destruido el hogar de nuestros hijos y tuviéramos que “cartonear” por el centro comercial. Así siento, así comparo, así me estremece el triste destino de mi gaviota cangrejera. También el de la humanidad.   




Fotografía: Héctor Correa

Multiplicidad alada 

Tierra del humedal en itinerario temprano. 
La curiosidad inspira avistar 
los festivos revoloteos
de pájaros pampeanos 
y aves marinas. 
El vergel encierra 
un bullicio orquestal, 
suaves plumajes, 
rojos de fuego, 
amarillos de sol, 
marrones veteados, 
blancos y rosados. 
Picos corvos, rectos, finos se afanan. 
Comparte el chimango el solar de la tijereta. 
Carpinteros reales cavan el tronco horizontal. 
La paloma paciente empolla su cría. 
El mixto trina agudo y espera. 
El benteveo y el hornero residentes dominan. 
Las gaviotas sobrevuelan el barrizal costero. 
Los flamencos pintan de rosa la planicie del mar. 
Las migrantes descansan de kilométrico viaje. 
Los pastizales se balancean. 
El arroyo divaga. 
 
Multiplicidad alada, la vida nuestra. 

©  Diana Durán, 1 de noviembre de 2021.

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