LA REJA

 



La Reja. Street View


La Reja


Una vez tuve un retazo de tierra, un octavo de cielo y una verde alameda para mí. Así los sentí, únicos, míos. Durante dos años disfruté la fusión del tiempo y el espacio en ese lugar. No había nada ni nadie que interrumpiera el estado contemplativo que había logrado. El éxtasis, la conexión prístina con la naturaleza.


La quinta no era muy grande, un cuarto de manzana que colmaba todas mis expectativas. Sentada cómodamente en mi rincón forestal veía, recortada en el horizonte, la figura de dos caballos pastando. Bellas siluetas delineadas contra el sol cuando se ocultaba tiñendo el paisaje de un rojo feroz. Me evadía con ellas del triste sino que me acompañaba.


Él trabajaba en el jardín ignorándolo todo.  Entonces mi espíritu se fundía en un estado único que sólo lograba en ese lugar, La Reja. 


Vivíamos cotidianamente en un departamento chico en el barrio de Flores por lo que salir del claustro urbano y del desencuentro nuestro era la total liberación, al menos para mí. En cambio, la quinta era un espacio abierto. Allí mi alma, mi ausente y apenada alma estaba encerrada y vacía de él. Sería por eso que la colmaba de paisaje. Lo cierto es que lo disfrutaba intensamente. Como símbolo de mi estado de ánimo había conseguido una intrincada y repujada reja para la ventana principal de la pequeña casa quinta. Esa reja y esa casa nos encerró de ausencias. El paisaje evaporó el desánimo.


Allí, en ese entorno verde y amado, cada uno en su mundo se olvidó del otro. Allí, en ese territorio, murió el amor.


 ©  Diana Durán, 10 de abril de 2022


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