El desván de la abuela. @mariaceleste74
EXTRAÑAS FOTOGRAFÍAS
Alicia ordenaba el desván de la casa de la abuela. Quería desocupar
de los trastos viejos para armar allí su atelier de pintura. Estaba cursando
dibujo artístico y diseño, así que el lugar era ideal para sus estudios. Le
había pedido permiso a la abuela Tita quien refunfuñando le dijo que sí, pero
que tuviera cuidado con lo que tiraba. Alicia tenía dieciocho años y había iniciado
la carrera de bellas artes con el ímpetu que la caracterizaba en todo lo que
emprendía. Empezó por desechar sillas desvencijadas, mantas agujereadas,
valijas de cueros, hasta un huso de hilar y un maniquí apolillado. Todo cubierto
de polvo y telarañas. Avanzaba en la tarea con energía dispuesta a que el lugar
quedara flamante cuando vio el viejo ropero que la abuela había cambiado por un
placar. Pensó que podía ser muy útil restaurarlo para poner allí sus acuarelas,
témperas, acrílicos, pinceles y lienzos.
En lo más alto de uno de los
estantes divisó detrás de unas cajas redondas de sombreros y pelucas un paquete
forrado en papel floreado que no reconoció. Intentó bajarlo subida a una
banqueta, pero no pudo. Trajo una escalera y de puntillas consiguió apenas
acercarlo al borde del estante hasta que el paquete se vino abajo, se abrió y
se desparramaron fotografías en sepia, blanco y negro y colores. Las imágenes
cayeron en un ordenado caos que la asombró. Habían formado una especie de
abanico, como cartas repartidas por un crupier dispuestas de las más antiguas a
las más nuevas. Alicia pensó que se trataba de un hecho ilógico por lo caprichoso
de la caída. Se sentó en el suelo para observar la rara disposición de las
fotos. Entonces reconoció que la primera de la izquierda era un daguerrotipo descolorido
de la bisabuela griega, Delfina. Vestida de negro de la cabeza a los pies con
una pequeña carterita en sus manos entrecruzadas y una mirada serena y apacible.
Sabía que había cuidado sola a sus seis hijos a orillas del Mediterráneo
hilando seda y criando ovejas. Al lado de esa foto había otras de personas
desconocidas para Alicia, hasta que apareció una en sepia del abuelo Desiderio en
la cubierta de un barco apoyado sobre la baranda mirando el océano. Su padre le
había contado que en ese viaje desde Londres el abuelo cantaba muy bajito “Mi
Buenos Aires querido”. Sabía que estaba muy enfermo y el nostálgico rostro así lo
revelaba. Seguían otras en blanco y negro del casamiento de sus padres inéditas
para Alicia. Ella sabía de memoria el álbum de cuero marrón y bordes dorados,
pero éstas sueltas parecían sobrantes. Pensó que eran del cortejo de sus padres,
aunque ignoraba quiénes eran esos personajes tan ataviados. Cada vez más
sorprendida por el orden de las imágenes suspendió la tarea del desván para
centrarse en ellas. Distinguió a sus hermanos y primos en cumpleaños que no
recordaba. Había una foto de un montón de niños que la atrajo porque se
reconoció con una guirnalda en el cabello y un vestido de plumetí. Identificó a
sus dos hermanos de pantalón corto, pero a ninguno de los demás chicos. ¿Fiestas
de cumpleaños a las que nunca había ido según sus nebulosos recuerdos? ¿Tan pocas
remembranzas de su infancia? Seguían en orden fotos de colores cálidos, rojos,
naranjas, amarillos y dorados de su adolescencia que nunca había visto. Asaltos
en los que no imaginaba haber participado. Lugares exóticos que desconocía, tropicales,
lejanos, irreconocibles. Otras de colores fríos, azules, verdes, violetas y
plateados de mujeres estilo Jacky Kennedy y Twiggi. ¿Quiénes serían?, ¿amigas
de su madre?, no lo sabía. Parecían desfiles de ropa de los años sesenta. Costas
con riscos acantilados amenazantes, jardines de lavanda y romero que parecían salirse de los cuadros. No recordaba ninguno de esos paisajes. Todo era muy misterioso, exceptuando las imágenes de su familia.
Alicia decidió preguntarle a la
abuela Tita sobre tan extraña exhibición. No quería dejar el despliegue de
imágenes y apurada tomó una foto al conjunto con el celular, pero su curiosidad
era mayor. Bajó a los tumbos a ver a la abuela y le contó qué había encontrado
y si podía explicarle quiénes eran. La abuela sentada en un sillón palideció.
No Alicita, no te puedo contar, fue la escueta respuesta. A pesar
de la insistencia de la nieta, la abuela se mantuvo firme en su negativa. Pero
abue, qué pasa, por qué, alcanzó a murmurar mientas la abuela se incorporaba.
Tengo que cocinar, no me agobies querida. Alicia quedó asombrada y
volvió a subir al desván. Quizás otras señales le permitieran develar el
misterio.
En el altillo solo estaban en su
lugar los trastos que había descartado. Las fotos habían perdido su orden de
caída original y se habían acomodado como por arte de magia en el maletín de
flores de colores. Desorden convertido en orden. Se asustó mucho, pero prefirió
no volver a tocarlo. Alicia decidió borrar de su mente los extraños hechos y continuar
con la feliz tarea de armar su atelier.
A la noche, cansada pero contenta de
haber avanzado con su proyecto pensó en lo sucedido y buscó en su celular. La
fotografía de las fotografías mostraba las imágenes desordenadas de rostros
desconocidos en ilusorios festejos fantasmales sepias, blancos y negros y de
colores cálidos y fríos. La borró inmediatamente.
© Diana Durán, 13 de junio de 2022
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