Foto de Machu Picchu: La Vanguardia.com
VIAJE A LAS ALTURAS INCAICAS
Mateo estaba pronto a
casarse con su novia de siempre. La adoraba. Martina era una joven vivaz,
atractiva, inteligente. Única.
Nunca manifestaba celos sobre las actividades y relaciones de su novio. Estaban
juntos desde los quince años y no se obligaban ni limitaban en sus deseos y ocupaciones
individuales.
Él quería cumplir un sueño
adolescente. Una aventura en su vida tan metódica. Anticipaba que después
vendrían el casamiento, los hijos y, con ellos, el trabajo más intenso. Ya no
habría otra oportunidad. Bastante había tenido con seguir Derecho según las aspiraciones
de sus padres. Es cierto que de esa manera había obtenido un trabajo seguro en
el estudio paterno, pero sus ilusiones habían quedado truncas. La máxima, conocer
las ruinas de Machu Picchu.
Mateo había viajado mucho
con Martina por la Argentina e incluso por Europa, pero no por la América
Andina. Esta vez quería cumplir con su propio deseo. Se lo merecía, aunque en esta ocasión no pensó en
los de su novia.
El joven organizó el
itinerario hasta el último detalle. Lo lógico era
volar de Buenos Aires a Lima y luego hacer la conexión a Cusco y un autobús
hasta Aguas Calientes, la entrada a la ciudad incaica. Sin embargo, Mateo quería ir por tierra para vivir el norte argentino y
luego cruzar a Bolivia para llegar al Perú. Su entusiasmo era tal que la
contagió a Martina, siempre compinche, con quien calculó un viaje total de cincuenta
y tres horas, sin contar las estadías cortas en las distintas etapas. Dividió el
trayecto en tramos durante el otoño pues debía evitar las lluvias torrenciales
del verano. Sabía que se trataba de un clima de montaña tropical al que había
que tener respeto. Planeó cada aspecto de la travesía en detalle. Acompañado
por su novia compró zapatillas para trekking, pantalones desmontables y la
vestimenta recomendada. De las guías se ocupó ella que lo había hecho para otras
excursiones compartidas.
Llegado el día de la partida se despidió de
Martina en la estación de micros de Retiro. La vio lagrimear a último momento. Se
sorprendió, entonces la abrazó fuerte reconociéndole cómo lo había ayudado con
los preparativos. ¡Gracias, gracias por todo!, le dijo. Sin embargo, estaba más imbuido en la próxima aventura que en un adiós amoroso. No lo hubo.
Después de visitar el valle
de Lerma y los viñedos de Cafayate en Salta, viajó a la imponente quebrada de
Humahuaca en Jujuy. Estaba deslumbrado, pero reconocía que su objetivo estaba más
al norte. Transcurrieron once horas en micro hasta La Paz, la ciudad capital más alta del mundo a más de tres mil quinientos
metros sobre el nivel del mar, en el altiplano andino de Bolivia. Desde allí se dio un tiempo para visitar el Lago
Titicaca. Su entusiasmo iba en aumento y lo compartía con
Martina a quien le enviaba frecuentes mensajes, fotos y videos pródigos en impresiones
y relatos. Ella siempre le respondía compartiendo su felicidad.
El destino principal estaba próximo. No
imaginaba cómo sería transitar esos últimos seiscientos kilómetros hasta llegar
al Cusco, capital del Imperio Inca, donde haría una parada
luego de quince horas de recorrido. Pero en realidad su meta suprema era Machu Picchu. En su
largo itinerario pensó mucho en Martina imaginando lo que hubieran hecho
juntos. Cómo se hubieran divertido. Le esperaba todavía el tren desde Cusco a
Aguas Calientes y más tarde dos opciones hasta el destino final. Un viaje en
bus de treinta minutos o una caminata de dos horas, aproximadamente. Eligió el micro
por su continua frecuencia. Se sentía esperanzado en el último camino a la meta. Sin embargo, a la vez estaba ansioso y nostálgico.
El recuerdo de Martina
se le cruzaba a cada rato. Ya en el micro la extrañó más. No había
podido comunicarse en los últimos días con la asiduidad habitual. Era imposible
hacerlo por la interrupción de internet en su celular. Ella tampoco enviaba un mail siquiera. Eso le preocupaba más. La ruta sinuosa por la
carretera selvática lo mareó. Apunado como se sentía supo que su mayor pesadumbre
era la ausencia de su novia. Veía a otras parejas disfrutar. Comenzó a cuestionarse
la razón de su plan solitario.
Cuando llegó a destino pudo apreciar un escenario sublime más
allá de si se tratara de santuario, palacio, fortaleza o ciudadela. Machu
Picchu estaba inserta en la quebrada cordillera andina en medio de una densa floresta
amazónica, contrastada por los azules del cielo diáfano y los marrones montanos.
Parecía un autómata al recorrer la zona agrícola de terrazas de cultivo y la zona
urbana, separadas por un muro[1],
un foso y una escalinata. Visitó los templos del Sol[2]
y de las Tres Ventanas[3],
el ave esculpida[4]
y la roca sagrada[5].
A medida que avanzaba en semejante magnificencia el escenario se iba tornando
gris, no por las nubes como plumas que se intercalaban en el paisaje, sino por
su creciente melancolía. Ese abatimiento le impidió subir a la montaña Huayna
Picchu, el atractivo mayor desde donde se toman
las fotos clásicas de Machu Picchu. Se sentía agotado. Pasó un día
contradictorio admirando lo que había deseado tanto, pero cada vez más agobiado
por su egoísmo incalificable.
Emprendió el regreso antes de lo
previsto. Uno tras otro los autobuses recorrían como filas de hormigas las
curvas y contracurvas en medio de la selva, los acantilados y los precipicios.
Imaginaba el rostro de Martina entre las nubes con formas raras y también la soñaba
adormilado por el vaivén del transporte. Ya no disfrutaba del paisaje.
En un zig zag de la carretera Hiran
Binghan se produjo el accidente. El vehículo se desbarrancó con sus treinta
pasajeros. Mateo escuchó gritos ensordecedores y un fuerte impacto hasta que no
sintió nada más.
Se despertó luego de veinte días de
conmoción cerebral en el hospital de Cusco con Martina a su lado. Su deseo de
tenerla cerca se había cumplido. En las peores circunstancias.
©
Diana Durán, 2 de octubre de 2023
[1] Un
muro de cuatrocientos metros de largo divide la ciudad del área agrícola.
Paralelo corre un foso usado como el principal drenaje de la ciudad. En lo alto
del muro está la puerta de Machu Picchu.
[2] Torreón de bloques
finamente labrados. Fue usado para ceremonias relacionadas con el solsticio de
junio.
[3] Antiguo templo de piedra
en Machu Picchu conocido por sus tres ventanas que ofrece vistas
espectaculares en la Plaza Sagrada.
[4] El Templo
del Cóndor es una construcción inca de Machu Picchu separada en tres bloques de
piedra que, al ser unidos de forma tridimensional, forman la figura del cóndor
andino, ave sagrada de los incas.
[5] Es un amplio conjunto
arquitectónico dominado por tres grandes kanchas dispuestas
simétricamente y comunicadas entre sí. Sus portadas dan a la plaza principal de
Machu Picchu. Incluye viviendas y talleres.
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