UN HOMBRE Y UNA MUJER EN EL BAR OCULTO

 



Victoria Brown Bar. La Nación, 25 de agosto de 2014



Los acontecimientos se produjeron en un bar oculto[1] de la calle Costa Rica al 4800 de Palermo, el Victoria Brown Bar que imitaba las antiguas fábricas de whisky. En la fachada remodelada había un mural que cobraba sentido al reflejar el supuesto romance entre la reina Victoria y el escocés John Brown. Tenía un ambiente cálido, mezcla de ladrillo a la vista, cuero y madera fina; fusión de lo moderno y lo tradicional que invitaba al encuentro y la aventura.

Allí era habitué Lucas que llevaba dos meses solo y lo sentía como una eternidad. No era tanto por la falta de amor, nunca lo había buscado realmente, sino por la ausencia de conquistas que lo animaran. Su ego, hambriento, se marchitaba en esa sequía. Tenía un cuerpo trabajado con disciplina y un rostro de belleza simétrica, casi irritante. Frente despejada, mandíbula firme, y esos ojos grandes que él mismo calificaba de “cazadores”. Caminaba como quien sabe que es observado, y le gusta. Se creía un ícono, un Don Juan moderno, aunque necesitara constantemente que otros se lo confirmaran.

Aquella noche entró al Victoria Brown con un leve malestar, como si el mundo hubiese olvidado su protagonismo. Iba a encontrarse con un amigo, pero llegó antes. Al sentarse, la vio. Una mujer estaba de costado, con cuerpo sensual y cabellera revuelta. Vestida con pantalones ajustados y una remera que dejaba asomar sus pechos. Sintió un chispazo. Al fin un motivo para sentirme otra vez deseado, pensó.

La observó con intensidad. Imaginó el giro súbito de ella, la sorpresa dibujada en el rostro al descubrirlo, el juego de miradas que se iniciaría. Pero nada de eso ocurrió. Pasaban los minutos y ella no se movía, ajena a su existencia. Lucas frunció el ceño. Tiene que haberme visto. ¿Cómo puede...?

Entonces llegó el otro. Un hombre de unos cuarenta, elegante, discreto, con una seguridad que le resultó intolerable. Se sentó junto a ella y la saludó con un beso seco, apenas notable. Lucas los analizó como quien evalúa una obra mal ejecutada. No hay pasión. Apenas palabras. Nada que la retenga.

Fue cuando ocurrió. El hombre la sujetó del brazo, no con violencia, pero con una autoridad que inquietó a Lucas. Ella no reaccionó. Se marcharon poco después, sin mirarlo. Como si él fuese una sombra más del bar.

Pidió un whisky, herido en su autoestima, cuando el azar o el destino hizo que descubriera una nota entre los pies al acomodarse inquieto en la silla. AYUDA, decía, en lápiz labial. El corazón le dio un vuelco. El viejo deseo de protagonismo volvió disfrazado de heroicidad. Esta vez, sin embargo, tenía una causa noble.

Salió del bar en búsqueda de un reconocimiento memorable. Caminó unas cuadras sin ver a la pareja en medio de la noche concurrida de Palermo. Era difícil identificar a alguien. Llamó a la policía. A los pocos minutos llegó el patrullero. Lucas contó los hechos envolviéndolos de dramatismo y describió a la pareja con detalles precisos. No sabía sus nombres, pero podía trazarlos a la perfección e identificar qué gestos delataban al hombre. Estoy haciendo lo correcto, se convenció. Además, tenía la nota. Con eso bastaba, supuso. Los oficiales partieron seguidos de Lucas pues el tránsito era lento ante el gentío que había en el barrio.

Pasada media hora se reencontró con los policías quienes le explicaron que la mujer fue localizada a pocas cuadras del bar, en plaza Armenia. Le relataron que la pareja estaba sentada y abrazada en un banco y la mujer sonreía cuando se acercaron. Se mostraron sorprendidos ante la presencia policial, pero aseguraron muy calmos que eran novios. No dieron demasiadas explicaciones. No eran necesarias frente a la tranquilidad y seguridad demostrada por la mujer. La nota fue tomada con atención, aunque también podía ser una broma. Una broma de muy mal gusto. Le explicaron a Lucas, con cierta ironía, que no había ocurrido nada grave, al menos con esa pareja y que seguirían investigando el tenor del pedido de ayuda. Luego se retiraron.

Él continuó caminando, sin rumbo. El bar ya no era su escenario. Su propio reflejo en una vidriera, le devolvió una expresión que no reconoció. Por primera vez, se sintió fuera del encuadre, deslucido, ridículo. Ni romántico, ni heroico, apenas un espejo roto.



[1]  En 1919, se sanciona la ley Volstead o Ley Seca, para prohibir la venta, importación, exportación, fabricación y el transporte de bebidas alcohólicas en todo Estados Unidos. No prohibía completamente el consumo de alcohol, pero lo hacía muy difícil de adquirir, porque no permitía la manufactura, venta y transporte. Así es como surgen los bares speakeasy, que básicamente eran bares ocultos detrás de la fachada de otro local, donde vendían alcohol fuera de la ley, es decir, a escondidas.

Tomando este concepto, hace unos años surgieron en todo el mundo los nuevos bares ocultos que ya son tendencia en las grandes ciudades, como Buenos Aires. 

                                                             Diana Durán, 29 de junio de 2025

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