HOMBRE PEQUEÑITO

 


Nogal. Pratique.org

Hombre pequeñito

Hombre pequeñito que como un duende habita el jardín de mis ensueños. Te ocultas a la sombra de las hierbas. Caminas descalzo por los senderos del césped. Comes de la pequeña huerta. Te bañas cuando llueve o con el agua que vierte el regador. Trepas al nogal y duermes en una de sus ramas. Saboreas la nuez que te cuesta horadar. Juegas a tirarte desde la loma donde están los frutales hasta el estrecho canal en la oquedad del jardín.

Tu vida, hombre que arrienda mi voluntad, me domina. Te refugias en mi parque, un espacio pequeño de un país pequeño. Ocupas el microcosmos de mi psiquis. Caminas por el laberinto. Vas y vienes sin encontrar el rumbo. Inciertas tus pasiones, fortuito nuestro destino. Resides en mis sueños. Historia repetida la de buscarte en el edén.

Hombre pequeñito no te atrevas a desafiar el olvido. Ya no pueblas mis ficciones. Ya no te llevo en mi derrotero. Libre soy de tu camino. Del jardín has partido.


                                                                     © Diana Durán, 25 de julio de 2022


Relato inspirado en:

Hombre pequeñito. Alfonsina Storni

Hombre pequeñito, hombre pequeñito,
Suelta a tu canario que quiere volar...
Yo soy el canario, hombre pequeñito,
Déjame saltar.

Estuve en tu jaula, hombre pequeñito,
Hombre pequeñito que jaula me das.
Digo pequeñito porque no me entiendes,
Ni me entenderás.

Tampoco te entiendo, pero mientras tanto
Ábreme la jaula que quiero escapar;
Hombre pequeñito, te amé media hora,
No me pidas más.



RELOJ TESTIGO

 


RELOJ TESTIGO

    La mesa ovalada con patas torneadas para doce comensales era el lugar de reunión de la familia. Un reloj de péndulo en madera de roble cerezo se distinguía en el comedor. Vivían en una casa típica de Corrientes de estilo colonial en donde se disponían la cocina con un horno de hierro a leña, un baño gigante con azulejos negros y blancos y muchas habitaciones que daban a una galería interior con columnas de hierro, tejas, molduras y pisos de terracota. Era la residencia de los Ordoñez. Algunos de las piezas eran depósitos de tabaco. No podía ser de otra manera en Goya, centro tabacalero por excelencia de la Argentina. Un limonero y una planta de quinotos sobresalían entre los canteros junto al aljibe en el centro del jardín tropical. Al fondo de la casa, una hectárea de yerba mate era cuidada por una pareja que vivía en un rancho.

    Goya se encuentra a la vera del anchuroso río Paraná. El amplio valle frente a la ciudad hace que parezca una pequeña isleta en el entorno selvático. Da la sensación de que el río y la floresta se la devorara durante las periódicas inundaciones.

    Doña Delfina había tenido una muerte prematura al dar a luz a la menor de la familia. El padre, un buen hombre, quedó a cargo de los dos niños mayores y de la pequeña Victoria. Ordóñez era un comerciante tabacalero muy trabajador y leído. Tanto que intentaba enseñar a la familia y a los vecinos la ley de la gravedad con un balde cargado de agua que hacía girar sin que el agua cayera. Todos quedaban boquiabiertos. A pesar de la falta de la madre, la familia tenía una vida de pueblo serena y apacible, y muchos sobrinos, tíos y amigos que mermaban esa ausencia. La niña Victoria a los diez años tocaba el piano y cantaba para deleite de su padre. Fernán y Oreste eran estudiosos y buenos chicos. Pero Goya no colmaba sus ambiciones.

    El reloj giró sus manecillas muchas veces hasta alcanzar el tiempo en que los hermanos decidieron migrar a Buenos Aires para seguir la universidad. Con gran éxito terminaron la carrera de abogacía. Victoria no estudió, pero a la usanza de esa época se casó con un empleado de oficina, “ya entrada en años” como se solía decir en esas épocas cuando una señorita estaba llegando a los treinta. Fue cuando falleció su padre que viajó a Buenos Aires y allí conoció a su esposo paseando por el Rosedal. Con él formó una familia y tuvieron una hija. Aquí deberíamos decir: “y fueron felices y comieron perdices”. Pero no. Los hermanos lograron posiciones muy importantes como gerentes de empresas porteñas y se dedicaron a hacer dinero, mucho dinero. No se sabía de dónde habían sacado esa tremenda vocación por la plata. Algo que no habían mamado de la familia paterna. Así fue como a la hora de repartir la herencia de la casa de Goya lo hicieron dejándole a Victoria solo la tercera parte, pese a lo ricos que eran. No consideraron que ella había cuidado del padre enfermo y de la casa durante los años en que ellos estudiaban. De todo lo que había en Goya, los hermanos solo le permitieron quedarse con el reloj de madera de cerezo y la mesa familiar. El esposo se enojó mucho por la desvalorización de su mujer por lo que estuvieron muchos años sin ver a Fernán y Oreste.

    Fernán sobre todo se había convertido en una persona tacaña. Tan tacaño era que cuando alguien iba de visita a tomar el té a la mansión que había logrado comprar con su fortuna era invitado con galletitas de agua porque tenía acciones en la empresa que las fabricaba.

    El reloj giró sus manecillas muchas veces hasta que la pequeña Fiona acompañó a su madre Victoria, muy amiga del ama de llaves, a visitar el caserón de Fernán en el barrio de Belgrano, especialmente cuando sus dueños viajaban a su casa de veraneo en La Falda. La residencia era soberbia y muy atractiva para la niña. Tenía un cristalero con mueblecitos de porcelana, juegos de té diminutos, floreritos azules de bordes dorados, copitas de cristal de Bacará, elefantes de distintos tamaños en marfil, relojes que imitaban a los grandes y estatuillas orientales en piedra dura. Todo minúsculo y tan bello que la niña se quedaba abstraída observando. Una fabulosa colección de treinta y dos tomos de la Enciclopedia Británica de tapa dura dispuestos en estantes de madera que ocupaban una pared gigantesca del living era otro de los atractivos de la solemne casa. Una hilera de grandes jarrones de porcelana inglesa, francesa y china colocados en un estante altísimo rodeaba todas las paredes del comedor. Todo esto veía Fiona en su paso hacia la cocina. El comedor daba al recinto al que se accedía por un pasillo interminable cubierto de alacenas. La niña se preguntaba si en toda la despensa habría solo paquetes de galletitas de agua que era lo único que se ofrecía en esa casa. Sabía que en el sótano había una bodega, pero eso no le interesaba. En cambio, jugaba en el amplio jardín con los hijos de Fernán. Cuando los visitaban, Victoria ayudaba a mantener flores y plantas y conversaba mucho de su Goya natal con la señora, también correntina, que estaba a cargo de los niños y del servicio de la residencia. Uno de los chicos, Hernán, era algo raro en sus gestos y el otro, Silvio, era un hermoso joven que le gustaba a Fiona que estaba segura de que él también gustaba de ella.

    A pesar de la fastuosidad de las casas y de su poderío económico Fernán y Orestes fueron infelices, sobre todo el primero que se casó con una mujer muy mala, verdaderamente mala y más tacaña que su marido con la que tuvo los dos hijos. Hernán siempre estaba en la cocina al cuidado de una encargada. Tenía cierta discapacidad intelectual y un problema de tartamudez. Cuando saludaba a Fiona tardaba diez minutos para pronunciar su nombre. Fio, Fio Fio, Fio Fio Fio, hasta que lograba decir, Fiona y luego continuaba el saludo, lo que le causaba mucha gracia a la niña, pero como era educada no se reía de él. Silvio, sobreprotegido por la madre, era un joven triste que siempre andaba escondido tras las puertas vidriadas o encerrado en su habitación y aunque su mirada era encantadora tenía un rictus ciertamente extraño.

    Fiona supo mucho tiempo después que el niño que le gustaba había sufrido un brote de esquizofrenia a los dieciocho años y a los treinta se había desbarrancado con el auto en un mirador de las serranías de Córdoba a solo diez kilómetros de La Falda donde la familia tenía la casa de veraneo. También se enteró de que lo encontraron dos años después a fuerza de contratar a un famoso detective, oficial de la  Policía Federal, destacado por los resonantes casos que resolvía.

    Tuvieron que pasar muchas otras vueltas de manecillas del reloj para que Fiona se enterara de que esos niños que conoció en la mansión de Belgrano eran sus primos y Fernán y Oreste sus tíos. Comprendió que su madre quería entrañablemente a sus sobrinos y que por eso iba a verlos subrepticiamente, sin que ni su marido ni su hermano ni su cuñada lo supieran. Nadie descubrió que pasaba largas tardes en el jardín con el ama de llaves recordando la casa de Goya y evocando las anécdotas de la vida local. Victoria acariciaba a los niños y les cantaba canciones infantiles en recuerdo de su pueblo. Los niños la adoraban por su ternura y sencillez.

    Fiona siguió la tradición de su madre y por muchos años, ya muertos los tíos y sus esposas, siguió visitando a su primo Hernán que quedó al cuidado del ama de llaves ya añosa según las órdenes del curador. Fue el único heredero de la gran fortuna de Fernán. Él siempre la recibía con una gran sonrisa y le decía ho, ho ho, ho ho ho, hola; Fio, Fio Fio, Fio Fio Fio, Fiona. Ella lo abrazaba fuertemente y se iban al jardín a disfrutar de las tardes soleadas después de haber comido una rica torta casera que le preparaba Fiona con mucho amor.


© Diana Durán, 19 de julio de 2022

 

 

 

UN CAMINO HACIA LA LIBERTAD. LA QUEBRADA DE HUMAHUACA

 


Plaza de Purmamarca. Street View.

UN CAMINO HACIA LA LIBERTAD. LA QUEBRADA DE HUMAHUACA

 

    El nacimiento de Felisa Quipildor resultó del “chineo” (1) que les sucede a tantas mujeres originarias del norte argentino. Su padre fue el hijo del dueño de casa donde su madre era doméstica. Tal como lo consumaron otros hijos del poder a tantas muchachas indígenas, práctica colonial que se había repetido inveteradamente. Felisa pertenecía a una familia diaguita dócil al sometimiento. Víctimas y victimarios residían en un pueblo enclavado en la Sierra Santa Victoria de Salta, a más de 2700 metros sobre el nivel del mar. La madre no había podido huir ni olvidar la cara blanca y el cuerpo fláccido del violador. La pobre murió joven de tuberculosis y tristeza. A los dieciséis años Felisa, conocedora de la historia de su madre, logró abandonar la casa. Una conquista que le significó mucho esfuerzo para encontrar un rumbo. Tenía recelo de su futuro y mínimos recursos. Poco después se unió al joven Tolaba que criaba cabras y ovejas como tantos otros pobladores originarios. Parecía que iba a poder torcer la historia. Tuvieron dos hijos, Juana y Ramón.

    Ramón emigró a las minas del norte de Chile en busca de trabajo y fortuna. No se supo más de él. Juana tenía una personalidad decidida y resiliente. Pese a la modestia de su situación cursó la escuela primaria y parte de la secundaria. Su fortaleza hizo que sorteara largas noches de oscuridad y frío en las alturas, iluminada por una vela, pero con la férrea voluntad de avanzar en el estudio en una escuela vespertina. Su madre la acompañaba mientras tejía. Allí en el borde de la Puna, en un pueblo que parecía empotrado en la montaña superó todas las barreras y evolucionó de portera a maestra. La mayoría de los maestros eran itinerantes. Esa fue la oportunidad que supo aprovechar porque ellos venían alternadamente de otras localidades de la región y se quedaban por una semana. En cambio, Juana era residente, de esa manera obtuvo el trabajo. Nada la desviaba de su necesidad de superación. Además, crio tres hijos, dos varones y una niña. Habían nacido de su relación con Rubén Mamaní que parecía un buen hombre hasta que comenzó a trabajar en la mina Aguilar a ciento veinte kilómetros del pueblo. Cuando volvía temporariamente se la pasaba tomando en algún boliche. La historia de abuso se repitió, esta vez a través de la violencia. Una tarde, cansada de los castigos, Juana hizo la valija y partió con la pequeña Yanay. En quichua este nombre significa “mi morenita, mi amada”. Adorada por su madre que la había criado estudiosa y educada como ella. Los varones ya estaban grandes. Podrían valerse solos, había decidido Juana. Además, eran de la misma casta de su padre. No había logrado educarlos como para impedir el machismo reinante en la sociedad local. Juana eligió para migrar el pueblo más bello de la quebrada de Humahuaca, Purmamarca. También consideró su significado en aimará: “pueblo de la tierra virgen”. Noche tras noche miraba fotografías del Cerro de los Siete Colores, la animada feria artesanal, la cuesta de Lipán, el Algarrobo histórico. No iba a ser fácil que le dieran un pase docente ya que ella no tenía un título oficial, simplemente había ejercido porque no había otros maestros en su pueblo. Pero como hábil tejedora, herencia de su madre, podía trabajar como artesana en la feria y después se vería. Juana y Yanay recorrieron ciento cuarenta kilómetros en distintos medios. Viajaron en camionetas, autos y hasta caminaron al rayo del sol por los itinerarios más abruptos de valles y quebradas, siempre pensando en su nuevo destino. Larguísimo camino. Pasaron por Pueblo Viejo, Iturbe, Humahuaca, Huacalera, Tilcara previo ascenso por el “Camino Fin del Mundo” con subidas y bajadas que no iban a olvidar jamás. Laderas cortadas a pique, guijarros en asombrosas acumulaciones, cerros multicolores y el desierto puneño las acompañaron. La naturaleza las conmovía. Les recordaba su historia. Una travesía de vueltas y más vueltas para alcanzar la tierra prometida. Ese derrotero desde Salta a Jujuy había sido el más largo y emocionante de sus vidas. Bien lo valía. A pesar de ser norteñas no habían salido de su pueblo natal. Ahora iban en rumbo hacia un nuevo destino. La libertad.

    Con los pocos ahorros que tenía Juana inició una nueva vida satisfecha por su labor en la Feria Artesanal de Purmamarca. Las múltiples formas de las tallas, el colorido de los tejidos, la finura de la orfebrería, la original alfarería y el bullicio de la plaza principal le daban una tonalidad diferente a su existencia. Junto a su hija poco a poco se integraron a la vida del pueblo purmamarqueño. Juana con sus dotes de maestra dio clases de hilado y tejido. Unió la tradición de hilar la lana con el emprendimiento en la feria y se fue incorporando poco a poco a la organización de las artesanas. Cuando su situación económica mejoró, logró traer a Felisa ya anciana a vivir con ellas. Mientras tanto Yanay, tan abnegada como Juana, trabajaba junto a su madre y realizaba actividades comunitarias. Además, estudiaba abogacía con gran esfuerzo y, de esa manera, superaba el mito del dominio patriarcal. Con el tiempo se incluyó en la lucha por sus derechos y participó en actividades de las mujeres indígenas.

  Una noche estaban las tres reunidas después de comer conversando animadamente. Yanay hizo una pausa y les pidió atención. Alternaba una leve sonrisa con una actitud seria. Entonces la joven les leyó a su madre y a su abuela, como ofrenda de todo lo vivido por las cuatro generaciones de mujeres de la familia, la “Declaración del tercer parlamento plurinacional de mujeres y diversidades indígenas por el buen vivir” del 25 de mayo de 2022. Las tres se abrazaron con gran emotividad en honor a sus vidas y sus luchas.

Nosotras Mujeres y Diversidades Indígenas organizadas en el Movimiento de Mujeres Indígenas por el Buen Vivir, de manera autoconvocada y autogestiva, manifestamos que tenemos la certeza de que nuestra unión y organización como mujeres y diversidades indígenas constituye la base del buen vivir.

Llegamos al Kollasuyo, Chicoana, Salta, desde las distintas latitudes indígenas. Allí parlamentamos, nos escuchamos del mismo modo que nuestros ancestros lo hicieron, con la presencia del abuelo fuego y precedidas por ceremonias en las que convocamos a las fuerzas cósmicas para hablar desde la sabiduría, la verdad y la memoria desde los espacios ancestrales. A través nuestro la montaña habló, los ríos cantaron, los cóndores nos abrazaron y la selva danzó porque todos ellos somos nosotras, somos cuerpo territorio.

Los objetivos se cumplieron y hemos salido de allí fortalecidas, recuperando nuestra espiritualidad ancestral ya que es desde la espiritualidad que nos nutrimos de fuerza y claridad para esta importante lucha que nos trasciende y que nos compromete con la vida de la niñez de toda Indoamérica y por qué no del mundo.

Es tiempo de darle un ultimátum al Estado que ha permanecido cómplice de criminalidades como lo es el “chineo” y que además ha reforzado la impunidad a través de su indiferencia. Esta aberrante práctica de violencia sexual contra nuestras niñas debe terminar y, es por lo que, nuestra campaña “#BastaDeChineo” asume una nueva etapa la de luchar por “#AboliciónDelChineoYa” y para ello hemos consensuado lo siguiente:

Ultimátum al Estado argentino para la abolición del chineo, exigimos:

1. Que se declare y tipifique el chineo como crimen de odio, y con ello alcance las penas máximas y sin obtener beneficios, como ser la libertad condicional o la reducción de condena. Entendemos al chineo como una práctica criminal, racista y colonial sistémica.

2. Que se declare crimen imprescriptible.

3. Que se responsabilice e inhabilite a trabajar en territorios indígenas a empresas que tengan empleados que hayan cometido esta aberración.

4. Que se procese, condene y se dé de baja deshonrosa a policías, gendarmes y/o militares que violen a las niñas indígenas.

5. Que se expulsen y condenen a las instituciones y grupos religiosos que operan en territorio indígena y sean cómplices de estas prácticas criminales.

6. Que se juzgue y condene sin excepción y sin reconocimiento de fueros a funcionarios públicos como así también a las autoridades tradicionales de los Pueblos Indígenas que sean ejecutores de estas prácticas, cómplices o bien facilitadores de las mismas.

7. El embargo de todos los bienes de los violadores, con bienes a cumplir la contención económica y recuperación de la víctima.

8. Sanción económica al Estado argentino, para la creación de un fondo de prevención, recuperación y apoyo a las víctimas del chineo, administrado por el Movimiento de Mujeres Indígenas por el Buen Vivir.

Entendemos y sostenemos que el principal responsable de que estas prácticas criminales sigan vigentes desde hace más de 200 años ha sido el propio Estado argentino, que en ninguno de sus sucesivos gobiernos ha generado mecanismos de condena ni ha producido instrumentos legales para la prevención y tratamiento de casos de chineo.

9. Para desactivar los escenarios de complicidades que generan este crimen se deben reformular los mecanismos de diálogo y representación entre los Pueblos Indígenas y el Estado. Es así como de ahora en más las mujeres debemos ser las receptoras y administradoras de los programas de alimentación y asistencia social, ya que muchos caciques y referentes hombres indígenas aprovechan este lugar de poder para humillar y someter sexualmente a niñas y jóvenes de su propia comunidad.

10. Exigimos que los encubridores también sean condenados y con la misma escala que los actores materiales.

11. Elaboración de protocolos con participación y consulta a mujeres y diversidades indígenas. Con fines a que se apliquen en instituciones, tanto del Estado Nacional como en cada una de las provincias y municipios, como ser instituciones educativas, de salud, de justicia, y de seguridad.

Es determinante que cualquier legislación o medida que se tome para dar respuesta a la abolición del chineo, deberá contener todos y cada uno de estos puntos que señalamos.

Esta exigencia será caminado, colectivizado y urdido entre muchos hilos de solidaridad del mundo. Estamos convencidas que desde el 3er. Parlamento Plurinacional de Mujeres y Diversidades Indígenas por el Buen Vivir ha surgido una propuesta que tendrá impacto continental.

(…)

Convocamos a luchar por su abolición y abrazar la vida toda y todas las vidas.

 

Declaración desde Chicoana Mujeres y Diversidades Indígenas de los pueblos naciones: AvaGuaraní, Aymara, Chané, Charrúa, Chorote, Chulupí, Diaguita, Guaycurú, Huarpe, Kolla, Lule, Mapuche, Moqoit, Purépecha, Qom, Quechua, Ranquel, Simba Guaraní, Tapiete, Weenhayek, Wichi.

 

#Declaración #BuenVivir #BastaDeTerricidio
#AboliciónDelChineoYa
#bastadechineo #ElGenocidioEsHoy
#Parlamento #Plurinacional

                                                                                   Movimiento de Mujeres Indígenas por el Buen Vivir

(1) Un juez de casación la definía muy bien en un fallo del 2008: “Se sabe que el llamado ‘chineo’ es una pauta cultural de nuestro oeste provincial. Se trata de jóvenes criollos que salen a buscar ‘chinitas’ (aborígenes niñas o adolescentes) a las que persiguen y toman sexualmente por la fuerza. Se trata de una pauta cultural tan internalizada que es vista como un juego juvenil y no como una actividad, no ya delictiva, sino denigrante para las víctimas” (Ana González, 2011. Página 12. “Para terminar con el chineo”.





© Diana Durán. 11 de julio de 2022

ESPEJOS DE AGUA

 


Flamencos en Parque Luro. Fotografía: Héctor Correa.


ESPEJOS DE AGUA

Espejos de agua como espejos del alma. Así los hemos descubierto y recorrido en este maravilloso trajín de ser viajeros. Nos gustan esos cristales originales que pudimos observar en la tierra transitándola: lagunas, lagos, pantanos.

Las lagunas son poco profundas. En sus riberas asoman pajonales dorados que invitan a escudriñarlos. Siempre hay sorpresas entre esos pastizales. Podemos navegar, pescar en las orillas, internarnos en los lechos. Bañan todos los rumbos de nuestra geografía. Al sur, en medio de la aridez patagónica se secan saladas o sus aguas reviven habitadas por aves blancas, multicolores o tornasoladas. En las llanuras quiebran la uniformidad del suelo que salpican con infinitas formas. Son el hogar de cisnes de cuellos negro, garzas, biguaces, patos, coscorobas, gaviotas. Atractivas para el pescador o simplemente para contemplar una puesta de sol. En la Puna están a grandes alturas. Casi inalcanzables proyectándose hacia el cielo. En el Chaco húmedo alternan los brazos de algún madrejón. Cambiantes, antojadizas, itinerantes. A veces se tornan rojizas por la presencia de algas que entregan un raro espectáculo al paisaje lacunar. Se combinan con selvas en galería, riachos y esteros. Pasan bandadas de aves migratorias. Se escuchan los aullidos de los monos carayá y circulan familias de carpinchos.

Nuestros primeros recorridos juntos. Las lagunas despertando vida, paz, sosiego. Tardes compartidas de avistaje. De admirar y entregarnos juntos a la naturaleza.

Los lagos, en cambio, son poderosos, profundos, enigmáticos. Atemorizan cuando se navegan sus aguas bravías o se trajinan sus orillas acantiladas o rocosas. El Nahuel Huapi posee brazos que se internan en la cordillera. Aguas tranquilas y menos profundas que reflejan como espejos la silueta de los bosques y las sugestivas formas de las nubes. En sus profundidades guarda la leyenda de un ser monstruoso que algunos creen haber visto. El Nahuel a veces está planchado y sereno, otras agitado y salvaje por el oleaje al ritmo de los vientos del oeste. Los lagos despiertan la conmoción de lo insignificante frente a la potencia de lo natural. Es preciso respetarlos en su bravura y admirarlos en su grandeza.

Conocimos ese lago tan indómito como lo era nuestra relación en esos tiempos. Admiramos su energía, lo veneramos y finalmente huimos de él hacia moradas más amigables en las que convivir.

Los pantanos son espejos borrosos. No nos permiten ver sus fondos. Son oscuros, pero poseen la belleza de la diversidad de especies que aún en el fango destellan las sombras de siluetas fantasmales. Son humedales (1) costeros, superficies umbrías en las que anidan y se reproducen las aves migratorias. Los flamencos deslizan sus picos corvos en el barrizal, voraces. Uno de ellos reluce creando la sensación de que hay dos reflejados por sus coincidentes picos y sinuosos cuellos. Si son cuatro, veremos ocho flamencos mágicos que sucesivamente podremos avistar en un gigantesco mar rosado.

Nuestra comarca de cotidianas y sosegadas aventuras. La placidez y la seguridad de conocer el terruño.

Debemos de haber recorrido cientos de espejos naturales. Todos bellos y enigmáticos. Quisiera que pudiéramos remontar nubes viajeras que nos llevaran en su seno a recorrerlos todos y cada uno. Y como navegantes antiguos escribir nuestra amorosa historia en un cuaderno de bitácora.


(1) Los humedales son áreas que permanecen en condiciones de inundación o con suelo saturado con agua durante períodos considerables de tiempo..


© Diana Durán, 4 de julio de 2022

SECRETOS INDESEADOS

 



SECRETOS INDESEADOS

Había ido al club esa tarde de primavera. Era jueves y no tenía colonia. Sus padres y hermanos estaban en la zona de camping. Patricia se sentía libre. Aprovechó. Se subió a un tobogán altísimo y se deslizó cuantas veces quiso. Trepó por las sogas de la estación de recreo de abajo para arriba y de arriba para abajo. Hizo todas las acrobacias que conocía, rolls, media lunas, verticales, una detrás de otra. Anduvo en las hamacas lo más alto que pudo, al borde de la caída. Descansó un rato en la pérgola cubierta de rosales y madreselvas cercana a los fogones, oliendo, sintiendo. Siguió. Trepó a un pino añoso hasta divisar todo el club y más allá, gente remando en los riachos del Tigre, amarronados y sinuosos. Se le ocurrió ir corriendo hasta la cancha de básquet y girar alrededor del caño que la limita, con tal mala suerte que por el envión cayó de cabeza sobre el piso de cemento. Enseguida la auxiliaron y la llevaron al médico de guardia del club que le recomendó descansar, además de ponerle hielo en el chichón. Patricia se recostó en el banco de la pérgola intentando dormitar. Los padres y hermanos se le acercaron, pero se fueron enseguida al verla tranquila.

Al levantarse se sintió como nueva y decidió continuar sus andanzas a un ritmo más tranquilo. Un golpe no podía frustrarla. Antes quería comer algo y fue al quiosco a comprar un pebete de jamón y queso y una gaseosa. Se los pidió al vendedor que la conocía. Entonces escuchó. Esta es la pícara que anda siempre corriendo y se lleva por delante todo a su paso. Mirá. Flor de porrazo se dio hoy. La sorprendió que lo dijera delante suyo sin mover los labios. No oyó lo que le contestó el cajero porque se fue enseguida a devorar el sándwich. Se quedó sentada en la terraza frente al comedor del club y empezó a oír las conversaciones de quienes pasaban caminando. No todos eran diálogos, algunos parecían pensamientos. Una mujer que atravesaba el lugar dijo o pensó, no lo sabía, tienen que bajar el precio de la entrada al club porque no voy a venir más, son unos ladrones. Iba sola así que le pareció ridículo que hablara. Un joven con ropa de tenista que caminaba con su pareja rumbo a las canchas dijo o pensó, si estás tan lenta como otras veces vas a tener que buscarte otro compañero, me agotás. Le molestó que fuera tan antipático y más aún que la mujer no le contestara. Así escuchó, ¿pensar?, a varias personas hasta que decidió irse de allí un poco asustada de sus posibles alucinaciones. Estaba muy extrañada porque que ¡leía los pensamientos de otras personas! Pensó que el golpe le había lastimado el oído, que era algo físico. Pero no, era otra cosa. Adquirió desde entonces la anormal capacidad de leer las ideas ajenas. Tenía doce años cuando este hecho le marcaría su vida durante los veinte siguientes y le impediría ser una persona normal. No podía o no quería confesar lo que le estaba ocurriendo. Vivió muchos años atormentada y abrumada por los pensamientos de los que la rodeaban. En el colegio era un suplicio percibir a sus amigas cuando se criticaban entre sí, a los profesores burlarse de los que no sabían y hasta le costó concentrarse en las pruebas porque escuchaba los resultados erróneos de sus compañeras que terminaban confundiéndola. Nunca pensó en la locura, pero si en una capacidad anormal que la tornó en un ser solitario, distante y melancólico, angustiado por las ideas ajenas.

Nada bueno podía pasarle a quien percibía pensamientos intrusos. De padre, madre, hermanas, primos, amigos, desconocidos.  Con el tiempo adquirió la capacidad de evitar escucharlos a todos. Intentaba cerrar su mente ante las banalidades. Le dolió en el alma saber que sus padres eran engañosos en su relación. La verdad es que no te aguanto más con tus delirios de grandeza y compras inservibles, escuchó a su papá pensar sobre su mamá. En otro momento la madre caviló, si me hubiera casado con otro estaría viajando por Europa y tendría un chalet y no este miserable departamento y esta pobre vida.

Así fue como conoció los secretos de muchos. El don la hizo taciturna e introvertida. Rumeaba el pensamiento de los demás intentando despejarlos de su mente. No siempre lo lograba, entonces permanecía confusa hasta que podía desbrozar lo que no servía y seguir con su vida apenas normal. Todo le costó mucho, estudiar, trabajar, relacionarse.

El tiempo no borraba su capacidad diferencial, solo había podido dominarla con limitados recursos. A los treinta años pudo terminar con gran dificultad la carrera de bioquímica, encerrada en laboratorios y estudiando aislada. Se había transformado en una solitaria empedernida. Una mañana oculta entre pipetas y frascos escuchó a un asistente pensar: no la aguanto más, hoy es el día, este preparado es mi solución para sacármela de encima. Hablaba de su pareja. Fue el límite. Patricia hizo una llamada a la policía y lo delató.

Decidió emprender un viaje para liberarse de todo y de todos. Partió a Traslasierra en Córdoba y se instaló a pocos kilómetros de Mina Clavero, en un paraje enclavado en las Altas Cumbres. Una cabaña aislada, asoleada y confortable con vistas a las sierras. Descansó como nunca, durmió día tras día, divagó por los senderos serranos y respiró mucho ozono. La naturaleza arcana, el cristalino escurrir de los arroyos, el cielo diáfano y el canto de los pájaros sanaron de a poco su dolencia. Lo descubrió el día de su partida cuando dejó la cabaña y no supo lo que pensaban ni el conserje ni los pocos turistas que estaban en la recepción. Tampoco el idear de ninguna otra persona durante el viaje de vuelta. De regreso a su ciudad decidió que volvería a los parajes serranos a vivir. Empezó a relacionarse con los lugareños y de a poco interactuó con ellos. Apostó a un negocio de artesanías, al color, a lo autóctono, a la gente. Iba a olvidarse de los secretos que había acumulado durante años.


 © Diana Durán, 20 de junio de 2020


TERRITORIOS SENSIBLES. CUENTOS.

 



Para la compra del libro comunicarse por wsp 2932521423

PRESENTACIÓN DEL LIBRO "TERRITORIOS SENSIBLES. CUENTOS"

 







El libro "Territorios sensibles. Cuentos" se presentó en la Biblioteca "Mercedes de San Martín" de Punta Alta, el jueves 9 de junio del 2022 con las ponencias de Héctor Correa (quien lo prologó) y de la Prof. Luján Avalos.



También se presentó el viernes 10 de junio de 2022 en el Instituto Antonio Ruiz de Montoya de Posadas, Misiones con la ponencia del Lic. Sergio Páez y la narración de la Dra. Albina Lara.




El libro está a la venta en la Biblioteca Mercedes de San Martín en 9 de julio 1401 y en 11 de setiembre 695 de Punta Alta. Precio: $ 500. También se envía a distintos lugares del país.



Para pedidos y consultas comunicarse por wsp 2932521423

Presentación del libro en el Instituto de Formación Docente y Técnica Nº 159 de Punta Alta ante alumnas del profesorado de Educación Primaria. Agradecemos a la Prof. Luján Avalos su invitación.



Presentación del libro "Territorios sensibles. Cuentos"



EXTRAÑAS FOTOGRAFÍAS

 


El desván de la abuela. @mariaceleste74


EXTRAÑAS FOTOGRAFÍAS

 

    Alicia ordenaba el desván de la casa de la abuela. Quería desocupar de los trastos viejos para armar allí su atelier de pintura. Estaba cursando dibujo artístico y diseño, así que el lugar era ideal para sus estudios. Le había pedido permiso a la abuela Tita quien refunfuñando le dijo que sí, pero que tuviera cuidado con lo que tiraba. Alicia tenía dieciocho años y había iniciado la carrera de bellas artes con el ímpetu que la caracterizaba en todo lo que emprendía. Empezó por desechar sillas desvencijadas, mantas agujereadas, valijas de cueros, hasta un huso de hilar y un maniquí apolillado. Todo cubierto de polvo y telarañas. Avanzaba en la tarea con energía dispuesta a que el lugar quedara flamante cuando vio el viejo ropero que la abuela había cambiado por un placar. Pensó que podía ser muy útil restaurarlo para poner allí sus acuarelas, témperas, acrílicos, pinceles y lienzos.

    En lo más alto de uno de los estantes divisó detrás de unas cajas redondas de sombreros y pelucas un paquete forrado en papel floreado que no reconoció. Intentó bajarlo subida a una banqueta, pero no pudo. Trajo una escalera y de puntillas consiguió apenas acercarlo al borde del estante hasta que el paquete se vino abajo, se abrió y se desparramaron fotografías en sepia, blanco y negro y colores. Las imágenes cayeron en un ordenado caos que la asombró. Habían formado una especie de abanico, como cartas repartidas por un crupier dispuestas de las más antiguas a las más nuevas. Alicia pensó que se trataba de un hecho ilógico por lo caprichoso de la caída. Se sentó en el suelo para observar la rara disposición de las fotos. Entonces reconoció que la primera de la izquierda era un daguerrotipo descolorido de la bisabuela griega, Delfina. Vestida de negro de la cabeza a los pies con una pequeña carterita en sus manos entrecruzadas y una mirada serena y apacible. Sabía que había cuidado sola a sus seis hijos a orillas del Mediterráneo hilando seda y criando ovejas. Al lado de esa foto había otras de personas desconocidas para Alicia, hasta que apareció una en sepia del abuelo Desiderio en la cubierta de un barco apoyado sobre la baranda mirando el océano. Su padre le había contado que en ese viaje desde Londres el abuelo cantaba muy bajito “Mi Buenos Aires querido”. Sabía que estaba muy enfermo y el nostálgico rostro así lo revelaba. Seguían otras en blanco y negro del casamiento de sus padres inéditas para Alicia. Ella sabía de memoria el álbum de cuero marrón y bordes dorados, pero éstas sueltas parecían sobrantes. Pensó que eran del cortejo de sus padres, aunque ignoraba quiénes eran esos personajes tan ataviados. Cada vez más sorprendida por el orden de las imágenes suspendió la tarea del desván para centrarse en ellas. Distinguió a sus hermanos y primos en cumpleaños que no recordaba. Había una foto de un montón de niños que la atrajo porque se reconoció con una guirnalda en el cabello y un vestido de plumetí. Identificó a sus dos hermanos de pantalón corto, pero a ninguno de los demás chicos. ¿Fiestas de cumpleaños a las que nunca había ido según sus nebulosos recuerdos? ¿Tan pocas remembranzas de su infancia? Seguían en orden fotos de colores cálidos, rojos, naranjas, amarillos y dorados de su adolescencia que nunca había visto. Asaltos en los que no imaginaba haber participado. Lugares exóticos que desconocía, tropicales, lejanos, irreconocibles. Otras de colores fríos, azules, verdes, violetas y plateados de mujeres estilo Jacky Kennedy y Twiggi. ¿Quiénes serían?, ¿amigas de su madre?, no lo sabía. Parecían desfiles de ropa de los años sesenta. Costas con riscos acantilados amenazantes, jardines de lavanda y romero que parecían salirse de los cuadros. No recordaba ninguno de esos paisajes. Todo era muy misterioso, exceptuando las imágenes de su familia.

    Alicia decidió preguntarle a la abuela Tita sobre tan extraña exhibición. No quería dejar el despliegue de imágenes y apurada tomó una foto al conjunto con el celular, pero su curiosidad era mayor. Bajó a los tumbos a ver a la abuela y le contó qué había encontrado y si podía explicarle quiénes eran. La abuela sentada en un sillón palideció. No Alicita, no te puedo contar, fue la escueta respuesta. A pesar de la insistencia de la nieta, la abuela se mantuvo firme en su negativa. Pero abue, qué pasa, por qué, alcanzó a murmurar mientas la abuela se incorporaba. Tengo que cocinar, no me agobies querida. Alicia quedó asombrada y volvió a subir al desván. Quizás otras señales le permitieran develar el misterio.

    En el altillo solo estaban en su lugar los trastos que había descartado. Las fotos habían perdido su orden de caída original y se habían acomodado como por arte de magia en el maletín de flores de colores. Desorden convertido en orden. Se asustó mucho, pero prefirió no volver a tocarlo. Alicia decidió borrar de su mente los extraños hechos y continuar con la feliz tarea de armar su atelier.

    A la noche, cansada pero contenta de haber avanzado con su proyecto pensó en lo sucedido y buscó en su celular. La fotografía de las fotografías mostraba las imágenes desordenadas de rostros desconocidos en ilusorios festejos fantasmales sepias, blancos y negros y de colores cálidos y fríos. La borró inmediatamente.


 © Diana Durán, 13 de junio de 2022

 

 

 

UN RELATO PAMPEANO. SEQUÍAS E INUNDACIONES

 


El museo de Castelli.

UN RELATO PAMPEANO. SEQUÍAS E INUNDACIONES.

Rosa vivía en Castelli, pequeña localidad del centro de Buenos Aires, pueblo del interior apegado a las tradiciones y vinculado al campo de su entorno. Situada muy cerca del Salado quedaba a merced de los cambios de humor del río, de sus inundaciones y sequías. Ese era el tema exclusivo del lugar. O el curso se desbordaba en un manto prolongado que traía la emergencia y el desastre o, por el contrario, cuando no llovía, los suelos se resquebrajaban por la sequía afectando al ganado y las mieses. La gente vivía al compás del vaivén de la naturaleza. Tras la sequía la inundación. Tras la inundación, la sequía.

Castelli se destacaba también por su cultura popular. En el museo regional se disponían objetos plenos de historias gauchescas pampeanas, reliquias de la gran inmigración y otras etapas prósperas de la historia argentina. Era un antiguo edificio en el que asomaban malezas entre los resquebrajados ladrillos a la vista. Rosa había sido artífice de su gestación. Había buscado las herencias de la tierra en cada rincón del Salado. Lo que descartaban las familias tradicionales, desde un rebenque hasta una carreta; vajilla europea y enseres camperos, cuchillos, rastras, mates. Todo en una mixtura perfectamente catalogada. Rosa y su hijo eran incansables custodios de la historia local. También estaba a cargo de la biblioteca popular que cuidaba como a un tesoro. Los chicos del pueblo dejaban las bicicletas en la puerta, mejor dicho, las tiraban en la vereda y entraban a buscar materiales para la escuela. Así la biblioteca de Castelli se llenaba de risas compartidas y silencios lectores.

Tierra de poleros, ganaderos y chacareros. Gente ruda, gente llana. Como la pampa. Llegaban a Castelli personajes variopintos. La ruta dos era el eje de los arribos. Así había acudido Mario, así apareció Lucía. Él era un típico viajante, aventurero y bohemio. Vivía de lo que vendía, pero su rasgo más saliente era el imperativo de seguir andando. Ella, en cambio, sedentaria y estudiosa, un típico ratón de biblioteca. Viajaba a Castelli por sus estudios, pero volvía enseguida a La Plata. Estaba escribiendo su tesis de licenciatura sobre las sequías e inundaciones.

Lucía conoció a Rosa a través de una familia local, que tenía una chacra por lo que iban y venían de La Plata. A Rosa le interesó el estudio de Lucía y la acompañó en sus trabajos de campo. Entablaron una amistad. Pasaban horas charlando sobre sobre los problemas del agua que Lucía investigaba. Sequía e inundación. Inundación y sequía. La joven pronto se enamoró de ese lugar apacible y pastoril. Por sus relaciones Rosa logró que Lucía visitara ranchos de gauchos que contaban historias de eventos vividos. Supo por el gauchaje que eran preferibles dos inundaciones a una sequía. También visitó estancias de terratenientes más ocupados por el pedigreé de sus vacunos que por las amenazas climáticas. Conoció a chacareros y arrendatarios, los más afectados por el menor tamaño de sus propiedades. Lucía fue tantas veces al pueblo que su director de investigación terminó mofándose de ella al nombrarla “la reina de Castelli”, cosa que le causaba gran indignación.

El lugar amado por Lucía era esa tierra plana que a pesar de la apariencia homogénea ella sabía distinguir. Aprendió los secretos de sus horizontes perpetuos, las lagunas intermitentes, los duraznillares erguidos, la silueta de las reses en el pastizal. Dónde encontrar flechas de indios, cómo diferenciar un suelo anegadizo de otro fértil o distinguir las aves migratorias de las residentes. Cuando la loma comenzaba a secarse mientras el bajo se encharcaba. Terminó quedándose semanas enteras en la casa de Rosa y acompañándola al museo y la biblioteca. Al finalizar el trabajo cruzaban la ruta paralela al ferrocarril y disfrutaban la simbiosis del horizonte, la tierra y el cielo. Atardeceres mágicos.

Un viernes de primavera Lucía arribó a Castelli como otras tantas veces. En esta ocasión brindaría una conferencia sobre el Salado en la biblioteca. Las inundaciones y sequías. La concurrencia fue numerosa. No había muchas actividades parecidas en el pueblo. A la noche, gran asado. Allí conoció a Mario. Quedó atraída por sus penetrantes ojos negros y su aspecto de galán. Pronto él se le acercó e inició una conversación animada en la que intercambiaron las anécdotas de los viajes de él y los estudios de ella. Enseguida se encontraron hablando de sus vidas, aunque él era poco explícito, solo contaba sus trasiegos. Ambos solteros, ambos jóvenes. Sin compromisos a la vista. Lucía quedó cautivada con su compañía. Pero sentía que él era una incógnita. No sabía de dónde venía ni hacia donde iba.

Comenzaron los encuentros y las esperas. Las noches de plenilunio y los eclipses. Algunas veces lo veía unos pocos minutos cuando coincidían en la casa de Rosa donde dejaba alguna mercadería. Otras conversaban largo rato en la biblioteca y luego continuaban en algún bar hasta que él partía súbitamente. En ciertas ocasiones la invitaba a cenar en la fonda de los poleros al costado de la ruta. La relación se profundizó. Las citas y las ausencias también. Cuando parecía que iban a concretar una pareja, él desaparecía. Como la sucesión de las sequías e inundaciones en los campos aledaños. Así era la relación, un romance intermitente sin continuidad. Exiguo y seco en decisiones, pleno de desbordes y torrentes impetuosos o esperando un nuevo ciclo. Mientras tanto, Lucía secaba sus lágrimas en el regazo de Rosa que la guarecía tiernamente, como a una hija. Le ahorraba sus impresiones sobre ese hombre ocasional.

 

Mario nunca fue a La Plata ni ella pudo seguirlo en sus errantes derroteros. Castelli fue el centro de la relación. Durante un año se encontraron en el pueblo o en algún hotel de la ruta donde los envolvía la pasión. Lucía intensamente enamorada, Mario seducido por la joven que lo aguardaba siempre.

 

Un buen día él no regresó más al pueblo. Seguramente divagaba por alguna ruta acorde a su alma aventurera o atraído por alguna otra conquista. Lucía sabía que iba a pasar. Era inteligente como para no saberlo. Retornó a La Plata, se recibió y regresó a Castelli para radicarse definitivamente en el pueblo que la había adoptado. Con el tiempo profundizó la relación con el hijo de Rosa, tan afincado como ella, tan cercano y estable. Su vida encontró el cauce buscado. Olvidó al hombre inseguro y pasajero.

 

Solo cuando las aguas salen de madres su imagen reaparece como una invocación fugaz en el atardecer pampeano. Mientras construye en la biblioteca popular un centro de estudios sobre los riesgos. El ciclo del agua y el de la vida continúan, eternos.


                                                                                 © Diana Durán, 6 de junio de 2022

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