Flamencos en Parque Luro. Fotografía: Héctor Correa.
ESPEJOS DE AGUA
Espejos de agua como espejos del alma. Así los hemos descubierto y recorrido en este
maravilloso trajín de ser viajeros. Nos gustan esos cristales originales que
pudimos observar en la tierra transitándola: lagunas, lagos, pantanos.
Las lagunas son poco profundas. En sus riberas asoman pajonales
dorados que invitan a escudriñarlos. Siempre hay sorpresas entre esos
pastizales. Podemos navegar, pescar en las orillas, internarnos en los lechos. Bañan
todos los rumbos de nuestra geografía. Al sur, en medio de la aridez patagónica
se secan saladas o sus aguas reviven habitadas por aves blancas, multicolores o
tornasoladas. En las llanuras quiebran la uniformidad del suelo que salpican
con infinitas formas. Son el hogar de cisnes de cuellos negro, garzas, biguaces,
patos, coscorobas, gaviotas. Atractivas para el pescador o simplemente para contemplar
una puesta de sol. En la Puna están a grandes alturas. Casi inalcanzables proyectándose
hacia el cielo. En el Chaco húmedo alternan los brazos de algún madrejón. Cambiantes,
antojadizas, itinerantes. A veces se tornan rojizas por la presencia de algas
que entregan un raro espectáculo al paisaje lacunar. Se combinan con selvas en galería, riachos y esteros. Pasan bandadas de aves migratorias. Se
escuchan los aullidos de los monos carayá y circulan familias de carpinchos.
Nuestros primeros recorridos juntos. Las lagunas despertando
vida, paz, sosiego. Tardes
compartidas de avistaje. De admirar y entregarnos juntos a la naturaleza.
Los lagos, en cambio, son poderosos, profundos,
enigmáticos. Atemorizan cuando se navegan sus aguas bravías o se trajinan sus
orillas acantiladas o rocosas. El Nahuel Huapi posee brazos que se internan en
la cordillera. Aguas tranquilas y menos profundas que reflejan como espejos la
silueta de los bosques y las sugestivas formas de las nubes. En sus
profundidades guarda la leyenda de un ser monstruoso que algunos creen haber
visto. El Nahuel a veces está planchado y sereno, otras agitado y salvaje por
el oleaje al ritmo de los vientos del oeste. Los lagos despiertan la conmoción de
lo insignificante frente a la potencia de lo natural. Es preciso respetarlos en
su bravura y admirarlos en su grandeza.
Conocimos ese lago tan indómito como lo era nuestra
relación en esos tiempos. Admiramos su energía, lo veneramos y finalmente
huimos de él hacia moradas más amigables en las que convivir.
Los pantanos son espejos borrosos. No nos permiten ver
sus fondos. Son oscuros, pero poseen la belleza de la diversidad de especies
que aún en el fango destellan las sombras de siluetas fantasmales. Son humedales (1) costeros, superficies umbrías en las que anidan y se reproducen las aves
migratorias. Los flamencos deslizan sus picos corvos en el barrizal, voraces. Uno
de ellos reluce creando la sensación de que hay dos reflejados por sus
coincidentes picos y sinuosos cuellos. Si son cuatro, veremos ocho flamencos mágicos
que sucesivamente podremos avistar en un gigantesco mar rosado.
Nuestra comarca de cotidianas y sosegadas aventuras. La
placidez y la seguridad de conocer el terruño.
Debemos de haber recorrido cientos de espejos naturales.
Todos bellos y enigmáticos. Quisiera que pudiéramos remontar nubes viajeras que
nos llevaran en su seno a recorrerlos todos y cada uno. Y como navegantes antiguos
escribir nuestra amorosa historia en un cuaderno de bitácora.
(1) Los humedales son áreas que permanecen en condiciones de inundación o con suelo saturado con agua durante períodos considerables de tiempo..
© Diana Durán, 4 de julio de 2022
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