UN CAMINO HACIA LA LIBERTAD. LA QUEBRADA DE HUMAHUACA

 


Plaza de Purmamarca. Street View.

UN CAMINO HACIA LA LIBERTAD. LA QUEBRADA DE HUMAHUACA

 

    El nacimiento de Felisa Quipildor resultó del “chineo” (1) que les sucede a tantas mujeres originarias del norte argentino. Su padre fue el hijo del dueño de casa donde su madre era doméstica. Tal como lo consumaron otros hijos del poder a tantas muchachas indígenas, práctica colonial que se había repetido inveteradamente. Felisa pertenecía a una familia diaguita dócil al sometimiento. Víctimas y victimarios residían en un pueblo enclavado en la Sierra Santa Victoria de Salta, a más de 2700 metros sobre el nivel del mar. La madre no había podido huir ni olvidar la cara blanca y el cuerpo fláccido del violador. La pobre murió joven de tuberculosis y tristeza. A los dieciséis años Felisa, conocedora de la historia de su madre, logró abandonar la casa. Una conquista que le significó mucho esfuerzo para encontrar un rumbo. Tenía recelo de su futuro y mínimos recursos. Poco después se unió al joven Tolaba que criaba cabras y ovejas como tantos otros pobladores originarios. Parecía que iba a poder torcer la historia. Tuvieron dos hijos, Juana y Ramón.

    Ramón emigró a las minas del norte de Chile en busca de trabajo y fortuna. No se supo más de él. Juana tenía una personalidad decidida y resiliente. Pese a la modestia de su situación cursó la escuela primaria y parte de la secundaria. Su fortaleza hizo que sorteara largas noches de oscuridad y frío en las alturas, iluminada por una vela, pero con la férrea voluntad de avanzar en el estudio en una escuela vespertina. Su madre la acompañaba mientras tejía. Allí en el borde de la Puna, en un pueblo que parecía empotrado en la montaña superó todas las barreras y evolucionó de portera a maestra. La mayoría de los maestros eran itinerantes. Esa fue la oportunidad que supo aprovechar porque ellos venían alternadamente de otras localidades de la región y se quedaban por una semana. En cambio, Juana era residente, de esa manera obtuvo el trabajo. Nada la desviaba de su necesidad de superación. Además, crio tres hijos, dos varones y una niña. Habían nacido de su relación con Rubén Mamaní que parecía un buen hombre hasta que comenzó a trabajar en la mina Aguilar a ciento veinte kilómetros del pueblo. Cuando volvía temporariamente se la pasaba tomando en algún boliche. La historia de abuso se repitió, esta vez a través de la violencia. Una tarde, cansada de los castigos, Juana hizo la valija y partió con la pequeña Yanay. En quichua este nombre significa “mi morenita, mi amada”. Adorada por su madre que la había criado estudiosa y educada como ella. Los varones ya estaban grandes. Podrían valerse solos, había decidido Juana. Además, eran de la misma casta de su padre. No había logrado educarlos como para impedir el machismo reinante en la sociedad local. Juana eligió para migrar el pueblo más bello de la quebrada de Humahuaca, Purmamarca. También consideró su significado en aimará: “pueblo de la tierra virgen”. Noche tras noche miraba fotografías del Cerro de los Siete Colores, la animada feria artesanal, la cuesta de Lipán, el Algarrobo histórico. No iba a ser fácil que le dieran un pase docente ya que ella no tenía un título oficial, simplemente había ejercido porque no había otros maestros en su pueblo. Pero como hábil tejedora, herencia de su madre, podía trabajar como artesana en la feria y después se vería. Juana y Yanay recorrieron ciento cuarenta kilómetros en distintos medios. Viajaron en camionetas, autos y hasta caminaron al rayo del sol por los itinerarios más abruptos de valles y quebradas, siempre pensando en su nuevo destino. Larguísimo camino. Pasaron por Pueblo Viejo, Iturbe, Humahuaca, Huacalera, Tilcara previo ascenso por el “Camino Fin del Mundo” con subidas y bajadas que no iban a olvidar jamás. Laderas cortadas a pique, guijarros en asombrosas acumulaciones, cerros multicolores y el desierto puneño las acompañaron. La naturaleza las conmovía. Les recordaba su historia. Una travesía de vueltas y más vueltas para alcanzar la tierra prometida. Ese derrotero desde Salta a Jujuy había sido el más largo y emocionante de sus vidas. Bien lo valía. A pesar de ser norteñas no habían salido de su pueblo natal. Ahora iban en rumbo hacia un nuevo destino. La libertad.

    Con los pocos ahorros que tenía Juana inició una nueva vida satisfecha por su labor en la Feria Artesanal de Purmamarca. Las múltiples formas de las tallas, el colorido de los tejidos, la finura de la orfebrería, la original alfarería y el bullicio de la plaza principal le daban una tonalidad diferente a su existencia. Junto a su hija poco a poco se integraron a la vida del pueblo purmamarqueño. Juana con sus dotes de maestra dio clases de hilado y tejido. Unió la tradición de hilar la lana con el emprendimiento en la feria y se fue incorporando poco a poco a la organización de las artesanas. Cuando su situación económica mejoró, logró traer a Felisa ya anciana a vivir con ellas. Mientras tanto Yanay, tan abnegada como Juana, trabajaba junto a su madre y realizaba actividades comunitarias. Además, estudiaba abogacía con gran esfuerzo y, de esa manera, superaba el mito del dominio patriarcal. Con el tiempo se incluyó en la lucha por sus derechos y participó en actividades de las mujeres indígenas.

  Una noche estaban las tres reunidas después de comer conversando animadamente. Yanay hizo una pausa y les pidió atención. Alternaba una leve sonrisa con una actitud seria. Entonces la joven les leyó a su madre y a su abuela, como ofrenda de todo lo vivido por las cuatro generaciones de mujeres de la familia, la “Declaración del tercer parlamento plurinacional de mujeres y diversidades indígenas por el buen vivir” del 25 de mayo de 2022. Las tres se abrazaron con gran emotividad en honor a sus vidas y sus luchas.

Nosotras Mujeres y Diversidades Indígenas organizadas en el Movimiento de Mujeres Indígenas por el Buen Vivir, de manera autoconvocada y autogestiva, manifestamos que tenemos la certeza de que nuestra unión y organización como mujeres y diversidades indígenas constituye la base del buen vivir.

Llegamos al Kollasuyo, Chicoana, Salta, desde las distintas latitudes indígenas. Allí parlamentamos, nos escuchamos del mismo modo que nuestros ancestros lo hicieron, con la presencia del abuelo fuego y precedidas por ceremonias en las que convocamos a las fuerzas cósmicas para hablar desde la sabiduría, la verdad y la memoria desde los espacios ancestrales. A través nuestro la montaña habló, los ríos cantaron, los cóndores nos abrazaron y la selva danzó porque todos ellos somos nosotras, somos cuerpo territorio.

Los objetivos se cumplieron y hemos salido de allí fortalecidas, recuperando nuestra espiritualidad ancestral ya que es desde la espiritualidad que nos nutrimos de fuerza y claridad para esta importante lucha que nos trasciende y que nos compromete con la vida de la niñez de toda Indoamérica y por qué no del mundo.

Es tiempo de darle un ultimátum al Estado que ha permanecido cómplice de criminalidades como lo es el “chineo” y que además ha reforzado la impunidad a través de su indiferencia. Esta aberrante práctica de violencia sexual contra nuestras niñas debe terminar y, es por lo que, nuestra campaña “#BastaDeChineo” asume una nueva etapa la de luchar por “#AboliciónDelChineoYa” y para ello hemos consensuado lo siguiente:

Ultimátum al Estado argentino para la abolición del chineo, exigimos:

1. Que se declare y tipifique el chineo como crimen de odio, y con ello alcance las penas máximas y sin obtener beneficios, como ser la libertad condicional o la reducción de condena. Entendemos al chineo como una práctica criminal, racista y colonial sistémica.

2. Que se declare crimen imprescriptible.

3. Que se responsabilice e inhabilite a trabajar en territorios indígenas a empresas que tengan empleados que hayan cometido esta aberración.

4. Que se procese, condene y se dé de baja deshonrosa a policías, gendarmes y/o militares que violen a las niñas indígenas.

5. Que se expulsen y condenen a las instituciones y grupos religiosos que operan en territorio indígena y sean cómplices de estas prácticas criminales.

6. Que se juzgue y condene sin excepción y sin reconocimiento de fueros a funcionarios públicos como así también a las autoridades tradicionales de los Pueblos Indígenas que sean ejecutores de estas prácticas, cómplices o bien facilitadores de las mismas.

7. El embargo de todos los bienes de los violadores, con bienes a cumplir la contención económica y recuperación de la víctima.

8. Sanción económica al Estado argentino, para la creación de un fondo de prevención, recuperación y apoyo a las víctimas del chineo, administrado por el Movimiento de Mujeres Indígenas por el Buen Vivir.

Entendemos y sostenemos que el principal responsable de que estas prácticas criminales sigan vigentes desde hace más de 200 años ha sido el propio Estado argentino, que en ninguno de sus sucesivos gobiernos ha generado mecanismos de condena ni ha producido instrumentos legales para la prevención y tratamiento de casos de chineo.

9. Para desactivar los escenarios de complicidades que generan este crimen se deben reformular los mecanismos de diálogo y representación entre los Pueblos Indígenas y el Estado. Es así como de ahora en más las mujeres debemos ser las receptoras y administradoras de los programas de alimentación y asistencia social, ya que muchos caciques y referentes hombres indígenas aprovechan este lugar de poder para humillar y someter sexualmente a niñas y jóvenes de su propia comunidad.

10. Exigimos que los encubridores también sean condenados y con la misma escala que los actores materiales.

11. Elaboración de protocolos con participación y consulta a mujeres y diversidades indígenas. Con fines a que se apliquen en instituciones, tanto del Estado Nacional como en cada una de las provincias y municipios, como ser instituciones educativas, de salud, de justicia, y de seguridad.

Es determinante que cualquier legislación o medida que se tome para dar respuesta a la abolición del chineo, deberá contener todos y cada uno de estos puntos que señalamos.

Esta exigencia será caminado, colectivizado y urdido entre muchos hilos de solidaridad del mundo. Estamos convencidas que desde el 3er. Parlamento Plurinacional de Mujeres y Diversidades Indígenas por el Buen Vivir ha surgido una propuesta que tendrá impacto continental.

(…)

Convocamos a luchar por su abolición y abrazar la vida toda y todas las vidas.

 

Declaración desde Chicoana Mujeres y Diversidades Indígenas de los pueblos naciones: AvaGuaraní, Aymara, Chané, Charrúa, Chorote, Chulupí, Diaguita, Guaycurú, Huarpe, Kolla, Lule, Mapuche, Moqoit, Purépecha, Qom, Quechua, Ranquel, Simba Guaraní, Tapiete, Weenhayek, Wichi.

 

#Declaración #BuenVivir #BastaDeTerricidio
#AboliciónDelChineoYa
#bastadechineo #ElGenocidioEsHoy
#Parlamento #Plurinacional

                                                                                   Movimiento de Mujeres Indígenas por el Buen Vivir

(1) Un juez de casación la definía muy bien en un fallo del 2008: “Se sabe que el llamado ‘chineo’ es una pauta cultural de nuestro oeste provincial. Se trata de jóvenes criollos que salen a buscar ‘chinitas’ (aborígenes niñas o adolescentes) a las que persiguen y toman sexualmente por la fuerza. Se trata de una pauta cultural tan internalizada que es vista como un juego juvenil y no como una actividad, no ya delictiva, sino denigrante para las víctimas” (Ana González, 2011. Página 12. “Para terminar con el chineo”.





© Diana Durán. 11 de julio de 2022

ESPEJOS DE AGUA

 


Flamencos en Parque Luro. Fotografía: Héctor Correa.


ESPEJOS DE AGUA

Espejos de agua como espejos del alma. Así los hemos descubierto y recorrido en este maravilloso trajín de ser viajeros. Nos gustan esos cristales originales que pudimos observar en la tierra transitándola: lagunas, lagos, pantanos.

Las lagunas son poco profundas. En sus riberas asoman pajonales dorados que invitan a escudriñarlos. Siempre hay sorpresas entre esos pastizales. Podemos navegar, pescar en las orillas, internarnos en los lechos. Bañan todos los rumbos de nuestra geografía. Al sur, en medio de la aridez patagónica se secan saladas o sus aguas reviven habitadas por aves blancas, multicolores o tornasoladas. En las llanuras quiebran la uniformidad del suelo que salpican con infinitas formas. Son el hogar de cisnes de cuellos negro, garzas, biguaces, patos, coscorobas, gaviotas. Atractivas para el pescador o simplemente para contemplar una puesta de sol. En la Puna están a grandes alturas. Casi inalcanzables proyectándose hacia el cielo. En el Chaco húmedo alternan los brazos de algún madrejón. Cambiantes, antojadizas, itinerantes. A veces se tornan rojizas por la presencia de algas que entregan un raro espectáculo al paisaje lacunar. Se combinan con selvas en galería, riachos y esteros. Pasan bandadas de aves migratorias. Se escuchan los aullidos de los monos carayá y circulan familias de carpinchos.

Nuestros primeros recorridos juntos. Las lagunas despertando vida, paz, sosiego. Tardes compartidas de avistaje. De admirar y entregarnos juntos a la naturaleza.

Los lagos, en cambio, son poderosos, profundos, enigmáticos. Atemorizan cuando se navegan sus aguas bravías o se trajinan sus orillas acantiladas o rocosas. El Nahuel Huapi posee brazos que se internan en la cordillera. Aguas tranquilas y menos profundas que reflejan como espejos la silueta de los bosques y las sugestivas formas de las nubes. En sus profundidades guarda la leyenda de un ser monstruoso que algunos creen haber visto. El Nahuel a veces está planchado y sereno, otras agitado y salvaje por el oleaje al ritmo de los vientos del oeste. Los lagos despiertan la conmoción de lo insignificante frente a la potencia de lo natural. Es preciso respetarlos en su bravura y admirarlos en su grandeza.

Conocimos ese lago tan indómito como lo era nuestra relación en esos tiempos. Admiramos su energía, lo veneramos y finalmente huimos de él hacia moradas más amigables en las que convivir.

Los pantanos son espejos borrosos. No nos permiten ver sus fondos. Son oscuros, pero poseen la belleza de la diversidad de especies que aún en el fango destellan las sombras de siluetas fantasmales. Son humedales (1) costeros, superficies umbrías en las que anidan y se reproducen las aves migratorias. Los flamencos deslizan sus picos corvos en el barrizal, voraces. Uno de ellos reluce creando la sensación de que hay dos reflejados por sus coincidentes picos y sinuosos cuellos. Si son cuatro, veremos ocho flamencos mágicos que sucesivamente podremos avistar en un gigantesco mar rosado.

Nuestra comarca de cotidianas y sosegadas aventuras. La placidez y la seguridad de conocer el terruño.

Debemos de haber recorrido cientos de espejos naturales. Todos bellos y enigmáticos. Quisiera que pudiéramos remontar nubes viajeras que nos llevaran en su seno a recorrerlos todos y cada uno. Y como navegantes antiguos escribir nuestra amorosa historia en un cuaderno de bitácora.


(1) Los humedales son áreas que permanecen en condiciones de inundación o con suelo saturado con agua durante períodos considerables de tiempo..


© Diana Durán, 4 de julio de 2022

SECRETOS INDESEADOS

 



SECRETOS INDESEADOS

Había ido al club esa tarde de primavera. Era jueves y no tenía colonia. Sus padres y hermanos estaban en la zona de camping. Patricia se sentía libre. Aprovechó. Se subió a un tobogán altísimo y se deslizó cuantas veces quiso. Trepó por las sogas de la estación de recreo de abajo para arriba y de arriba para abajo. Hizo todas las acrobacias que conocía, rolls, media lunas, verticales, una detrás de otra. Anduvo en las hamacas lo más alto que pudo, al borde de la caída. Descansó un rato en la pérgola cubierta de rosales y madreselvas cercana a los fogones, oliendo, sintiendo. Siguió. Trepó a un pino añoso hasta divisar todo el club y más allá, gente remando en los riachos del Tigre, amarronados y sinuosos. Se le ocurrió ir corriendo hasta la cancha de básquet y girar alrededor del caño que la limita, con tal mala suerte que por el envión cayó de cabeza sobre el piso de cemento. Enseguida la auxiliaron y la llevaron al médico de guardia del club que le recomendó descansar, además de ponerle hielo en el chichón. Patricia se recostó en el banco de la pérgola intentando dormitar. Los padres y hermanos se le acercaron, pero se fueron enseguida al verla tranquila.

Al levantarse se sintió como nueva y decidió continuar sus andanzas a un ritmo más tranquilo. Un golpe no podía frustrarla. Antes quería comer algo y fue al quiosco a comprar un pebete de jamón y queso y una gaseosa. Se los pidió al vendedor que la conocía. Entonces escuchó. Esta es la pícara que anda siempre corriendo y se lleva por delante todo a su paso. Mirá. Flor de porrazo se dio hoy. La sorprendió que lo dijera delante suyo sin mover los labios. No oyó lo que le contestó el cajero porque se fue enseguida a devorar el sándwich. Se quedó sentada en la terraza frente al comedor del club y empezó a oír las conversaciones de quienes pasaban caminando. No todos eran diálogos, algunos parecían pensamientos. Una mujer que atravesaba el lugar dijo o pensó, no lo sabía, tienen que bajar el precio de la entrada al club porque no voy a venir más, son unos ladrones. Iba sola así que le pareció ridículo que hablara. Un joven con ropa de tenista que caminaba con su pareja rumbo a las canchas dijo o pensó, si estás tan lenta como otras veces vas a tener que buscarte otro compañero, me agotás. Le molestó que fuera tan antipático y más aún que la mujer no le contestara. Así escuchó, ¿pensar?, a varias personas hasta que decidió irse de allí un poco asustada de sus posibles alucinaciones. Estaba muy extrañada porque que ¡leía los pensamientos de otras personas! Pensó que el golpe le había lastimado el oído, que era algo físico. Pero no, era otra cosa. Adquirió desde entonces la anormal capacidad de leer las ideas ajenas. Tenía doce años cuando este hecho le marcaría su vida durante los veinte siguientes y le impediría ser una persona normal. No podía o no quería confesar lo que le estaba ocurriendo. Vivió muchos años atormentada y abrumada por los pensamientos de los que la rodeaban. En el colegio era un suplicio percibir a sus amigas cuando se criticaban entre sí, a los profesores burlarse de los que no sabían y hasta le costó concentrarse en las pruebas porque escuchaba los resultados erróneos de sus compañeras que terminaban confundiéndola. Nunca pensó en la locura, pero si en una capacidad anormal que la tornó en un ser solitario, distante y melancólico, angustiado por las ideas ajenas.

Nada bueno podía pasarle a quien percibía pensamientos intrusos. De padre, madre, hermanas, primos, amigos, desconocidos.  Con el tiempo adquirió la capacidad de evitar escucharlos a todos. Intentaba cerrar su mente ante las banalidades. Le dolió en el alma saber que sus padres eran engañosos en su relación. La verdad es que no te aguanto más con tus delirios de grandeza y compras inservibles, escuchó a su papá pensar sobre su mamá. En otro momento la madre caviló, si me hubiera casado con otro estaría viajando por Europa y tendría un chalet y no este miserable departamento y esta pobre vida.

Así fue como conoció los secretos de muchos. El don la hizo taciturna e introvertida. Rumeaba el pensamiento de los demás intentando despejarlos de su mente. No siempre lo lograba, entonces permanecía confusa hasta que podía desbrozar lo que no servía y seguir con su vida apenas normal. Todo le costó mucho, estudiar, trabajar, relacionarse.

El tiempo no borraba su capacidad diferencial, solo había podido dominarla con limitados recursos. A los treinta años pudo terminar con gran dificultad la carrera de bioquímica, encerrada en laboratorios y estudiando aislada. Se había transformado en una solitaria empedernida. Una mañana oculta entre pipetas y frascos escuchó a un asistente pensar: no la aguanto más, hoy es el día, este preparado es mi solución para sacármela de encima. Hablaba de su pareja. Fue el límite. Patricia hizo una llamada a la policía y lo delató.

Decidió emprender un viaje para liberarse de todo y de todos. Partió a Traslasierra en Córdoba y se instaló a pocos kilómetros de Mina Clavero, en un paraje enclavado en las Altas Cumbres. Una cabaña aislada, asoleada y confortable con vistas a las sierras. Descansó como nunca, durmió día tras día, divagó por los senderos serranos y respiró mucho ozono. La naturaleza arcana, el cristalino escurrir de los arroyos, el cielo diáfano y el canto de los pájaros sanaron de a poco su dolencia. Lo descubrió el día de su partida cuando dejó la cabaña y no supo lo que pensaban ni el conserje ni los pocos turistas que estaban en la recepción. Tampoco el idear de ninguna otra persona durante el viaje de vuelta. De regreso a su ciudad decidió que volvería a los parajes serranos a vivir. Empezó a relacionarse con los lugareños y de a poco interactuó con ellos. Apostó a un negocio de artesanías, al color, a lo autóctono, a la gente. Iba a olvidarse de los secretos que había acumulado durante años.


 © Diana Durán, 20 de junio de 2020


TERRITORIOS SENSIBLES. CUENTOS.

 



Para la compra del libro comunicarse por wsp 2932521423

PRESENTACIÓN DEL LIBRO "TERRITORIOS SENSIBLES. CUENTOS"

 







El libro "Territorios sensibles. Cuentos" se presentó en la Biblioteca "Mercedes de San Martín" de Punta Alta, el jueves 9 de junio del 2022 con las ponencias de Héctor Correa (quien lo prologó) y de la Prof. Luján Avalos.



También se presentó el viernes 10 de junio de 2022 en el Instituto Antonio Ruiz de Montoya de Posadas, Misiones con la ponencia del Lic. Sergio Páez y la narración de la Dra. Albina Lara.




El libro está a la venta en la Biblioteca Mercedes de San Martín en 9 de julio 1401 y en 11 de setiembre 695 de Punta Alta. Precio: $ 500. También se envía a distintos lugares del país.



Para pedidos y consultas comunicarse por wsp 2932521423

Presentación del libro en el Instituto de Formación Docente y Técnica Nº 159 de Punta Alta ante alumnas del profesorado de Educación Primaria. Agradecemos a la Prof. Luján Avalos su invitación.



Presentación del libro "Territorios sensibles. Cuentos"



EXTRAÑAS FOTOGRAFÍAS

 


El desván de la abuela. @mariaceleste74


EXTRAÑAS FOTOGRAFÍAS

 

    Alicia ordenaba el desván de la casa de la abuela. Quería desocupar de los trastos viejos para armar allí su atelier de pintura. Estaba cursando dibujo artístico y diseño, así que el lugar era ideal para sus estudios. Le había pedido permiso a la abuela Tita quien refunfuñando le dijo que sí, pero que tuviera cuidado con lo que tiraba. Alicia tenía dieciocho años y había iniciado la carrera de bellas artes con el ímpetu que la caracterizaba en todo lo que emprendía. Empezó por desechar sillas desvencijadas, mantas agujereadas, valijas de cueros, hasta un huso de hilar y un maniquí apolillado. Todo cubierto de polvo y telarañas. Avanzaba en la tarea con energía dispuesta a que el lugar quedara flamante cuando vio el viejo ropero que la abuela había cambiado por un placar. Pensó que podía ser muy útil restaurarlo para poner allí sus acuarelas, témperas, acrílicos, pinceles y lienzos.

    En lo más alto de uno de los estantes divisó detrás de unas cajas redondas de sombreros y pelucas un paquete forrado en papel floreado que no reconoció. Intentó bajarlo subida a una banqueta, pero no pudo. Trajo una escalera y de puntillas consiguió apenas acercarlo al borde del estante hasta que el paquete se vino abajo, se abrió y se desparramaron fotografías en sepia, blanco y negro y colores. Las imágenes cayeron en un ordenado caos que la asombró. Habían formado una especie de abanico, como cartas repartidas por un crupier dispuestas de las más antiguas a las más nuevas. Alicia pensó que se trataba de un hecho ilógico por lo caprichoso de la caída. Se sentó en el suelo para observar la rara disposición de las fotos. Entonces reconoció que la primera de la izquierda era un daguerrotipo descolorido de la bisabuela griega, Delfina. Vestida de negro de la cabeza a los pies con una pequeña carterita en sus manos entrecruzadas y una mirada serena y apacible. Sabía que había cuidado sola a sus seis hijos a orillas del Mediterráneo hilando seda y criando ovejas. Al lado de esa foto había otras de personas desconocidas para Alicia, hasta que apareció una en sepia del abuelo Desiderio en la cubierta de un barco apoyado sobre la baranda mirando el océano. Su padre le había contado que en ese viaje desde Londres el abuelo cantaba muy bajito “Mi Buenos Aires querido”. Sabía que estaba muy enfermo y el nostálgico rostro así lo revelaba. Seguían otras en blanco y negro del casamiento de sus padres inéditas para Alicia. Ella sabía de memoria el álbum de cuero marrón y bordes dorados, pero éstas sueltas parecían sobrantes. Pensó que eran del cortejo de sus padres, aunque ignoraba quiénes eran esos personajes tan ataviados. Cada vez más sorprendida por el orden de las imágenes suspendió la tarea del desván para centrarse en ellas. Distinguió a sus hermanos y primos en cumpleaños que no recordaba. Había una foto de un montón de niños que la atrajo porque se reconoció con una guirnalda en el cabello y un vestido de plumetí. Identificó a sus dos hermanos de pantalón corto, pero a ninguno de los demás chicos. ¿Fiestas de cumpleaños a las que nunca había ido según sus nebulosos recuerdos? ¿Tan pocas remembranzas de su infancia? Seguían en orden fotos de colores cálidos, rojos, naranjas, amarillos y dorados de su adolescencia que nunca había visto. Asaltos en los que no imaginaba haber participado. Lugares exóticos que desconocía, tropicales, lejanos, irreconocibles. Otras de colores fríos, azules, verdes, violetas y plateados de mujeres estilo Jacky Kennedy y Twiggi. ¿Quiénes serían?, ¿amigas de su madre?, no lo sabía. Parecían desfiles de ropa de los años sesenta. Costas con riscos acantilados amenazantes, jardines de lavanda y romero que parecían salirse de los cuadros. No recordaba ninguno de esos paisajes. Todo era muy misterioso, exceptuando las imágenes de su familia.

    Alicia decidió preguntarle a la abuela Tita sobre tan extraña exhibición. No quería dejar el despliegue de imágenes y apurada tomó una foto al conjunto con el celular, pero su curiosidad era mayor. Bajó a los tumbos a ver a la abuela y le contó qué había encontrado y si podía explicarle quiénes eran. La abuela sentada en un sillón palideció. No Alicita, no te puedo contar, fue la escueta respuesta. A pesar de la insistencia de la nieta, la abuela se mantuvo firme en su negativa. Pero abue, qué pasa, por qué, alcanzó a murmurar mientas la abuela se incorporaba. Tengo que cocinar, no me agobies querida. Alicia quedó asombrada y volvió a subir al desván. Quizás otras señales le permitieran develar el misterio.

    En el altillo solo estaban en su lugar los trastos que había descartado. Las fotos habían perdido su orden de caída original y se habían acomodado como por arte de magia en el maletín de flores de colores. Desorden convertido en orden. Se asustó mucho, pero prefirió no volver a tocarlo. Alicia decidió borrar de su mente los extraños hechos y continuar con la feliz tarea de armar su atelier.

    A la noche, cansada pero contenta de haber avanzado con su proyecto pensó en lo sucedido y buscó en su celular. La fotografía de las fotografías mostraba las imágenes desordenadas de rostros desconocidos en ilusorios festejos fantasmales sepias, blancos y negros y de colores cálidos y fríos. La borró inmediatamente.


 © Diana Durán, 13 de junio de 2022

 

 

 

UN RELATO PAMPEANO. SEQUÍAS E INUNDACIONES

 


El museo de Castelli.

UN RELATO PAMPEANO. SEQUÍAS E INUNDACIONES.

Rosa vivía en Castelli, pequeña localidad del centro de Buenos Aires, pueblo del interior apegado a las tradiciones y vinculado al campo de su entorno. Situada muy cerca del Salado quedaba a merced de los cambios de humor del río, de sus inundaciones y sequías. Ese era el tema exclusivo del lugar. O el curso se desbordaba en un manto prolongado que traía la emergencia y el desastre o, por el contrario, cuando no llovía, los suelos se resquebrajaban por la sequía afectando al ganado y las mieses. La gente vivía al compás del vaivén de la naturaleza. Tras la sequía la inundación. Tras la inundación, la sequía.

Castelli se destacaba también por su cultura popular. En el museo regional se disponían objetos plenos de historias gauchescas pampeanas, reliquias de la gran inmigración y otras etapas prósperas de la historia argentina. Era un antiguo edificio en el que asomaban malezas entre los resquebrajados ladrillos a la vista. Rosa había sido artífice de su gestación. Había buscado las herencias de la tierra en cada rincón del Salado. Lo que descartaban las familias tradicionales, desde un rebenque hasta una carreta; vajilla europea y enseres camperos, cuchillos, rastras, mates. Todo en una mixtura perfectamente catalogada. Rosa y su hijo eran incansables custodios de la historia local. También estaba a cargo de la biblioteca popular que cuidaba como a un tesoro. Los chicos del pueblo dejaban las bicicletas en la puerta, mejor dicho, las tiraban en la vereda y entraban a buscar materiales para la escuela. Así la biblioteca de Castelli se llenaba de risas compartidas y silencios lectores.

Tierra de poleros, ganaderos y chacareros. Gente ruda, gente llana. Como la pampa. Llegaban a Castelli personajes variopintos. La ruta dos era el eje de los arribos. Así había acudido Mario, así apareció Lucía. Él era un típico viajante, aventurero y bohemio. Vivía de lo que vendía, pero su rasgo más saliente era el imperativo de seguir andando. Ella, en cambio, sedentaria y estudiosa, un típico ratón de biblioteca. Viajaba a Castelli por sus estudios, pero volvía enseguida a La Plata. Estaba escribiendo su tesis de licenciatura sobre las sequías e inundaciones.

Lucía conoció a Rosa a través de una familia local, que tenía una chacra por lo que iban y venían de La Plata. A Rosa le interesó el estudio de Lucía y la acompañó en sus trabajos de campo. Entablaron una amistad. Pasaban horas charlando sobre sobre los problemas del agua que Lucía investigaba. Sequía e inundación. Inundación y sequía. La joven pronto se enamoró de ese lugar apacible y pastoril. Por sus relaciones Rosa logró que Lucía visitara ranchos de gauchos que contaban historias de eventos vividos. Supo por el gauchaje que eran preferibles dos inundaciones a una sequía. También visitó estancias de terratenientes más ocupados por el pedigreé de sus vacunos que por las amenazas climáticas. Conoció a chacareros y arrendatarios, los más afectados por el menor tamaño de sus propiedades. Lucía fue tantas veces al pueblo que su director de investigación terminó mofándose de ella al nombrarla “la reina de Castelli”, cosa que le causaba gran indignación.

El lugar amado por Lucía era esa tierra plana que a pesar de la apariencia homogénea ella sabía distinguir. Aprendió los secretos de sus horizontes perpetuos, las lagunas intermitentes, los duraznillares erguidos, la silueta de las reses en el pastizal. Dónde encontrar flechas de indios, cómo diferenciar un suelo anegadizo de otro fértil o distinguir las aves migratorias de las residentes. Cuando la loma comenzaba a secarse mientras el bajo se encharcaba. Terminó quedándose semanas enteras en la casa de Rosa y acompañándola al museo y la biblioteca. Al finalizar el trabajo cruzaban la ruta paralela al ferrocarril y disfrutaban la simbiosis del horizonte, la tierra y el cielo. Atardeceres mágicos.

Un viernes de primavera Lucía arribó a Castelli como otras tantas veces. En esta ocasión brindaría una conferencia sobre el Salado en la biblioteca. Las inundaciones y sequías. La concurrencia fue numerosa. No había muchas actividades parecidas en el pueblo. A la noche, gran asado. Allí conoció a Mario. Quedó atraída por sus penetrantes ojos negros y su aspecto de galán. Pronto él se le acercó e inició una conversación animada en la que intercambiaron las anécdotas de los viajes de él y los estudios de ella. Enseguida se encontraron hablando de sus vidas, aunque él era poco explícito, solo contaba sus trasiegos. Ambos solteros, ambos jóvenes. Sin compromisos a la vista. Lucía quedó cautivada con su compañía. Pero sentía que él era una incógnita. No sabía de dónde venía ni hacia donde iba.

Comenzaron los encuentros y las esperas. Las noches de plenilunio y los eclipses. Algunas veces lo veía unos pocos minutos cuando coincidían en la casa de Rosa donde dejaba alguna mercadería. Otras conversaban largo rato en la biblioteca y luego continuaban en algún bar hasta que él partía súbitamente. En ciertas ocasiones la invitaba a cenar en la fonda de los poleros al costado de la ruta. La relación se profundizó. Las citas y las ausencias también. Cuando parecía que iban a concretar una pareja, él desaparecía. Como la sucesión de las sequías e inundaciones en los campos aledaños. Así era la relación, un romance intermitente sin continuidad. Exiguo y seco en decisiones, pleno de desbordes y torrentes impetuosos o esperando un nuevo ciclo. Mientras tanto, Lucía secaba sus lágrimas en el regazo de Rosa que la guarecía tiernamente, como a una hija. Le ahorraba sus impresiones sobre ese hombre ocasional.

 

Mario nunca fue a La Plata ni ella pudo seguirlo en sus errantes derroteros. Castelli fue el centro de la relación. Durante un año se encontraron en el pueblo o en algún hotel de la ruta donde los envolvía la pasión. Lucía intensamente enamorada, Mario seducido por la joven que lo aguardaba siempre.

 

Un buen día él no regresó más al pueblo. Seguramente divagaba por alguna ruta acorde a su alma aventurera o atraído por alguna otra conquista. Lucía sabía que iba a pasar. Era inteligente como para no saberlo. Retornó a La Plata, se recibió y regresó a Castelli para radicarse definitivamente en el pueblo que la había adoptado. Con el tiempo profundizó la relación con el hijo de Rosa, tan afincado como ella, tan cercano y estable. Su vida encontró el cauce buscado. Olvidó al hombre inseguro y pasajero.

 

Solo cuando las aguas salen de madres su imagen reaparece como una invocación fugaz en el atardecer pampeano. Mientras construye en la biblioteca popular un centro de estudios sobre los riesgos. El ciclo del agua y el de la vida continúan, eternos.


                                                                                 © Diana Durán, 6 de junio de 2022

EL OTRO PAÍS

 


Villa Retiro. Google Drive.

EL OTRO PAÍS

No pienses que nos perdiste

Es que la pobreza nos pone tristes

La sangre tensa

Y uno no piensa más que en morir

 

Versos del chamamé “Oración del remanso” de Jorge Fandermole (1998)

 

Recorrí muchos caminos a lo largo de tantos años. Me gusta conocer, sondear, auscultar el ritmo de los lugares. Viajé sola o acompañada, pero siempre pensando en espacios a explorar y descubrir. Distinguir su gente, cómo viven y qué hacen.

Anduve por muchos itinerarios de la Argentina. Pude vivenciarla en sus más recónditos sitios. Recorrí todas las regiones. Visité paisajes únicos preparados para el turismo, plenos de naturaleza y cultura. También de comodidades. Buenos Aires, donde nací, el más atractivo, afrancesado, español, británico según por donde se lo transite. Con su opulencia y su cultura.

También vi el otro país.

Conocí una escuela rancho en los alrededores de San Fernando del Valle de Catamarca. Allí estuve en un aula multigrado con siete u ocho chiquillos que usaban un pizarrón cascado, algunas tizas y un viejo mapa de la Argentina. Las zapatillas rotas, las narices frías, los delantales con más polvo que almidón. Vergüenza.

Dicté algunas clases en escuelas de la cuenca del río Reconquista. Entre el barro y las chapas, entre el barro y los residuos, entre el barro y el olor rancio de la contaminación. Allí, sobre escritorios de plástico vencido y doblado, los pequeños intentaban escribir en vano. Recordé sus caritas frustradas. Vergüenza.

Fui a la isla Maciel a buscar a la señora que cuidaba a mis hijos pequeños. Recorrí los monoblocks donde vivían. Los ascensores rotos, el griterío, los diminutos departamentos, la mugre en los espacios comunes. Allí estaban trasladados desde las villas apretujadas del barrio inundable y ya ocupadas por otras gentes. Vergüenza.

Visité la provincia de Misiones y la crucé desde el río Paraná hasta el Uruguay. Los chicos caminaban por el borde rojizo al costado de la ruta por donde pasaban a gran velocidad camiones que transportaban rollizos de madera. Pensé que alguno podría morir en el camino como los osos hormigueros o los perros domésticos. Vergüenza.

Durante años llegué desde el sur a la ciudad de Buenos Aires en micro y vi crecer la villa de Retiro. Cada vez más alta, cada vez más pobre. Un enjambre de edificios unidos por cables caprichosos que asciende como el jenga, cada pieza colocada sobre la otra en equilibrio inestable, por caerse en cualquier momento. Vi gente caminando a sus trabajos o a buscarlo entre la basura. Muchas veces me pregunté cómo se viviría allí. Vergüenza.

Estuve en el barrio El Frutillar del Alto de Bariloche. No el de la tarjeta postal, sino el de la ruta cuarenta que va al Mascardi. En una hondonada, ranchos de madera con chimeneas humeantes, autos viejos y desvencijados, el basural a cielo abierto, algún que otro poblador vendiendo torta frita a la vera de la ruta. Muchas veces se han incendiado esos ranchos. Conversé con maestros que trabajaban allí. Me contaron del embarazo adolescente, del frío, de la tuberculosis, del alcoholismo. Muchos chicos no conocen el centro de Bariloche. Vergüenza.

Vergüenza mi país, vergüenza la pobreza. Vergüenza tengo por no haber hecho nada sobre todo lo que vi.

 © Diana Durán, 9 de mayo de 2022

 

SENDEROS QUEBRADOS. UNA EXPERIENCIA MÁGICA


Inicio de un sendero. Foto Diana Durán


SENDEROS QUEBRADOS. Una experiencia mágica

La cabaña “El Zorzal” estaba enclavada en una colina baja a solo un kilómetro de la villa serrana. Rodeada de aromos, sauces, álamos, eucaliptos, pinos y un pastizal de hierbas nativas. La habían elegido para estar solos y disfrutar de la naturaleza. Alejarse de los respectivos trabajos, de la rutina urbana, de los desconocidos y de los no tanto. Querían complacerse uno al otro e integrarse al paisaje. Dos senderos, a pocos metros de la entrada, incitaban a caminar. Podían elegir cualquiera de ellos. El primero que recorrieron estaba oscuro y cerrado, parecía un túnel por el exceso de árboles que lo coronaban y el sotobosque de enredaderas que cubrían el suelo húmedo por la hojarasca. El camino era sinuoso, pero de vez en cuando aparecía un abra que les devolvía el cielo. El resto estaba cubierto por las copas unidas entre sí y atravesadas por tenues haces de luz. Guiaban la caminata unas flechas de madera con la inscripción “sendero”. No se hubiera requerido ese cartel. Sin duda era un sendero. La frecuencia de señales redundaba en el entorno. Para animar el trasiego paisajístico aparecían unas esculturas rústicas hechas de ramas entretejidas de múltiples grosores, colores y tamaños. Un perro y su cachorro, una pareja de caballos, unos teros inmensos y desproporcionados y hasta la figura de un espantapájaros. No era de paja sino de ramas. Bastante extraño también. Entre tanta naturaleza esas extravagantes figuras parecían mágicas, por lo que ellos esperaban la siguiente con ansiedad. Mientras caminaban se escuchaban los trinos de inquietas calandrias, rojizos zorzales, laboriosos horneros, renegridos tordos, inconstantes cabecitas negras. Esa orquesta alada los acompañaba. Ellos estaban felices, seguros de que la mayoría de los paseantes no se darían cuenta de la diversidad de aves. Ellos sí, sentían la compañía armónica del montaraz canto y avistaban cada una de las especies con detenimiento. El otro sendero era más abierto y luminoso. Se extendía a lo largo del alambrado que deslindaba el predio. Tras de él, una cortina de álamos y luego el terraplén del tren de carga que pasaba solo dos veces por día. No lo habían visto, solo lo escuchaban en su lejano pero fuerte y rítmico retumbar. En ese segundo sendero encontraron bandadas de tordos músicos y revoltosos chingolos. La mayor luminosidad les permitía avistar mejor los pájaros y transitar con pericia. Solo había que cuidarse de los pozos de los topos que aparecían de vez en cuando y podían hacerlos trastabillar.

En esa cotidiana aventura matinal ocupaban día tras día de sus largas vacaciones. Una mañana bastante nublada se internaron en el primer sendero. A pesar de la oscuridad ella usaba sus binoculares para indicar a su esposo una posible presa fotográfica. Él la ubicaba pausadamente para evitar perderla en fugaz vuelo. Luego continuaban la marcha serenos avanzando en su diario vagar. 

Había transcurrido media hora cuando escucharon un ruido ensordecedor. Un feroz trueno metálico que parecía que iba a arrollarlo todo. Aterrados por la cercanía de la estridencia corrieron desviándose del sendero como pudieron hasta estar a salvo en la cabaña donde se abrazaron consternados. Entonces sintieron el estruendo, el fragor, el rugido del tren descarrilando. También oyeron clamores indescifrables. Pasado un tiempo prudencial acudieron para ayudar. Dos vagones yacían tirados sobre el sendero. En su brutal marcha habían dejado una grieta enorme y profunda donde estaba la senda oscura. Fueron los primeros en llegar, revisaron todo el perímetro de la brecha que había horadado la máquina en su furioso recorrido. No encontraron a nadie. Se acercaron los bomberos de la villa. Tampoco hallaron víctimas. ¿Sería porque era un tren de carga?, ¿se habrían desintegrado los cuerpos de los maquinistas? ¿Habría algún cadáver? Nadie pudo resolver la incógnita del misterioso y brutal accidente. Montañas de canto rodado, piedras de distintos tamaños y hierros retorcidos de la carga estaban esparcidos por doquier. No había quedado nada del sendero, ni álamos, ni eucaliptos. Los aromos estaban arrasados. Solo permanecían en pie los esqueletos de algunos pinos y unos pocos sauces más lejos. El silencio luego de la explosión ferroviaria era sepulcral. ¿Habrían huido todos los pájaros?, se preguntaron. 

Esa noche durmieron abrazados en la cabaña y de vez en cuando les parecía escuchar los gritos errantes de los teros, el quejoso relincho de los caballos, el ladrido quimérico del perro junto a su cachorro y hasta el sollozo final del espantapájaros.

                                                                                          © Diana Durán, 2 de mayo de 2022

ENCUENTRO EN EL DELTA

 


Escultura de Alberto Bastón Díaz. Isla El Descanso.


ENCUENTRO EN EL DELTA

 

No podían compartir la vida cotidiana. Allí estaban, juntos y más allá, alejados y a la vez próximos. Pertenecían a una misma historia, pero en realidad solo se sucedían días de espera hasta la próxima cita en un café.

Eres complejidad, contradicción, esencia eterna, cúmulo de sensaciones, plenitud, inclusión, deseo, perplejidad, sombra eterna y abarcadora. Le escribió ella y él respondió con besos eternos.

A pesar del ímpetu de los sentimientos, la insatisfacción los acompañaba. No podían cumplir sus expectativas. Definir un futuro en común era muy complejo.

Llegaron en una lancha a la isla “El Descanso” a orillas del arroyo Sarmiento del Delta del Paraná. Los dueños habían creado una original fusión entre la naturaleza, el paisaje y el arte al aire libre. Recorrieron el albardón con sus frutales, se detuvieron en cada planta florida y fotografiaron cada pájaro que lograron avistar. Un manto de rosales los envolvió con su perfume. Descansaron un rato sentados en una pérgola singular construida en madera con techo de metal en forma de hexágono.

Varias esculturas metálicas muy bellas diseminadas en el jardín, obra de escultores vanguardistas. Había un conjunto de atriles expuestos como una orquesta esperando a sus integrantes; un modelado de perros y caballos en bronce; una ninfa azul recostada, entre muchas otras composiciones. Una más exquisita que la otra. Pero una extraña figura de hierro llamó especialmente su atención. Semejaba una flor con pétalos pardos de distintas formas que se extendían rígidos hacia el cielo. Moderna y desafiante se destacaba entre los rosales que la rodeaban. Había muchas otras esculturas en los jardines, pero por alguna razón esta era especial y estuvieron largo rato admirándola.

Presenciaron el atardecer abrazados y expectantes. Rosados, violáceos y naranjas fulgurantes acompañaron el ocaso hasta que el sol se escurrió entre los álamos y sauces del solar en el que refugiaron su historia.

Henchidos de naturaleza cenaron tranquilos antes de comenzar el diálogo decisivo. No tenían otra salida que enfrentarlo. ¿Vivirían juntos?

Encuentros, solo encuentros,

convergencias puntuales,

pocos minutos:

                         soledad.

Compartidas ausencias

                nos eximen.

Pero allí estamos,

juntos y más allá,

alejados y aquí.

 

No hay distancias.

No hay destierro.

Perteneces a la historia.

Integras la conciencia.

No hay día ni noche.

 

Superpoblando lo cotidiano, estás.

 

Allí estaban, otra vez juntos insistiendo en encontrar un resquicio, una salida. Ella lo miró a los ojos, intentó atraparlo con abrazos, hasta le rogó. Él le respondió con suavidad y lágrimas en los ojos, abrazándola, pero sin darle una propuesta concreta.

A pesar del ímpetu de los sentimientos, la insatisfacción los acompañaba. Definir un futuro en común era demasiado incierto para las circunstancias de ambos. Ella le proponía la unión, él era temeroso de hacerlo.

No hubo acuerdo, primaron las reservas y la prudencia de él. Cuando partieron a la tarde siguiente ella advirtió que los pétalos de la escultura que habían admirado semejaban a cuchillos que se le clavaban en el corazón.


 © Diana Durán, 11 de abril de 2022

LA REJA

 



La Reja. Street View


La Reja


Una vez tuve un retazo de tierra, un octavo de cielo y una verde alameda para mí. Así los sentí, únicos, míos. Durante dos años disfruté la fusión del tiempo y el espacio en ese lugar. No había nada ni nadie que interrumpiera el estado contemplativo que había logrado. El éxtasis, la conexión prístina con la naturaleza.


La quinta no era muy grande, un cuarto de manzana que colmaba todas mis expectativas. Sentada cómodamente en mi rincón forestal veía, recortada en el horizonte, la figura de dos caballos pastando. Bellas siluetas delineadas contra el sol cuando se ocultaba tiñendo el paisaje de un rojo feroz. Me evadía con ellas del triste sino que me acompañaba.


Él trabajaba en el jardín ignorándolo todo.  Entonces mi espíritu se fundía en un estado único que sólo lograba en ese lugar, La Reja. 


Vivíamos cotidianamente en un departamento chico en el barrio de Flores por lo que salir del claustro urbano y del desencuentro nuestro era la total liberación, al menos para mí. En cambio, la quinta era un espacio abierto. Allí mi alma, mi ausente y apenada alma estaba encerrada y vacía de él. Sería por eso que la colmaba de paisaje. Lo cierto es que lo disfrutaba intensamente. Como símbolo de mi estado de ánimo había conseguido una intrincada y repujada reja para la ventana principal de la pequeña casa quinta. Esa reja y esa casa nos encerró de ausencias. El paisaje evaporó el desánimo.


Allí, en ese entorno verde y amado, cada uno en su mundo se olvidó del otro. Allí, en ese territorio, murió el amor.


 ©  Diana Durán, 10 de abril de 2022


EL SUR

Mujer minera. Creada por IA el 13 de mayo de 2024 EL SUR Quería experimentar otras historias, otros desafíos, progresar en mi profesión. Él ...