Ruinas en bajante de la Vieja Federación. Google Maps
El 25 de marzo de 1979 el dictador Videla inauguró la
ciudad a medio terminar. Al mismo tiempo se iniciaba el llenado del
embalse. Diez años tardó su construcción, una década de sufrimiento para nuestra
población. La resistencia fracasó.
Era el evento deseado por
las autoridades que gestaban un proyecto monumental, faraónico, fuera de toda
escala. Salto Grande, la represa binacional más importante de América Latina cuya historia había iniciado en el siglo XIX, pero se había decidido en su diseño sin consultar a la población. En el acto había jefes de Estado, gobernadores, militares, profesionales,
alumnos, docentes y el pueblo. ¿Qué pueblo? El dividido en dos, uno que se
había quedado en la ciudad y otro echado a un nuevo lugar. La Vieja y la Nueva
Federación en la provincia de Entre Ríos.
Todos formados en perfecto
orden. El orden del rigor, la subordinación y el desconsuelo. Entre los niños
firmes y acicalados estaba yo con mis nueve años, de delantal blanco
almidonado, flaquito y tieso por el frío, sin entender lo que estaba
ocurriendo. Solo sabía que media familia se había quedado en el pueblo inundado
y el resto teníamos que emigrar forzadamente al otro lado del embalse sin
puente que nos comunicara.
No sé qué hago aquí. Tengo
frío y nos tienen parados toda la mañana para ver ese lago que va a tapar mi
casa. Me quiero ir con mi mamá, pero no puedo verla entre tanta gente. Ese
señor que cortó las cintas me da miedo.
El lago inundaría más de
cien hectáreas cubriéndolo todo a medida que las aguas subieran. Suelo,
vegetación, esquinas, calles, casas y sueños sepultados. Hasta los recuerdos de
nuestras familias quedarían sumergidos por el espejo del dique.
Antes del llenado del embalse, se demolió el pueblo. Solo quedaron
algunos barrios periféricos localizados en la zona más alta. Se denominó tristemente
la Vieja Federación.
En 1974 habían comenzado a
construir el complejo hidroeléctrico. Llegaban a la ciudad las topadoras y con
ellas la partida obligada de nuestras familias. Solo algunas se quedaron en la
Federación sumergida poco a poco y sin piedad. Nadie pudo negarse. Verlo era
siniestro. La demolición de las casas, la sumersión paulatina del entorno verde
a orillas del río Uruguay.
Unas cuatrocientas familias habían quedado en la ciudad
vieja y mil quinientas fueron trasladadas a la nueva. La
identidad de un pueblo condenado al exilio.
¿Por qué mis
primos están del otro lado? Ahora los veo poco. Viven lejos y no hay puente. Me
pone triste no jugar en la siesta con ellos. En mi nueva casa hay unos árboles
chiquitos, unos palitos recién plantados. No se ve ni un gorrión, ni una
paloma. Mi perro está solo como yo. Suerte que lo trajimos, si no se hubiera
ahogado. Mi mamá llora en la cocina. La comida no es tan rica como antes. En la
escuela nueva hay chicos que no conozco.
El gobierno de facto lo
había ordenado. Eran aficionados a las grandes obras de infraestructura sin
evaluar sus impactos, especialmente los sociales. El puente entre ambos
lugares se construyó diez años más tarde. Nos vimos obligados a bordear kilómetros
para comunicarnos. Un verdadero apocalipsis, el
entierro de los hogares, la tristeza del desarraigo.
Los federaenses debimos renunciar a nuestro lugar
de origen. De nada servía la corta distancia que nos separaba de la Vieja
Federación. No habíamos sido consultados. Oprimían la anomia y la
ausencia de identidad.
Pasaron años de adaptación y resistencia al olvido.
El pueblo se fue reconstruyendo en su interior, adecuándonos a las nuevas
circunstancias, a la pérdida del terruño anterior. Algunos pocos olvidaron,
otros como yo, no pudimos hacerlo nunca.
Hijo, ¿te vas a ir? Pero si ahora la ciudad está
como a vos te gustaba la vieja. Los árboles crecieron, hay zorzales y
calandrias, podemos visitar a nuestra familia cuantas veces queramos. Se hizo
el puente entre los dos pueblos. Las cosas están mejorando y se encontraron
aguas termales que traerán al turismo.
No, mamá, todo eso que decís no borra el pasado. No
me voy a olvidar del día de la inauguración de la ciudad. Lo que provocó en mí está
firme en mis recuerdos. Destrozaron nuestro lugar. ¿No viste cómo quedó la
Vieja Federación? ¿No viste que los aserraderos están vacíos allí? ¿No conocés
la historia del hombre que aún se resiste a ser mudado? Me voy a Buenos Aires,
me voy a estudiar.
Cuando me recibí de abogado volví a Federación. Me
dediqué a la política. Persistí en mis ideas. Como concejal escribí la
ordenanza que determinó sacar la fotografía en la que se veía a Videla cortando
las cintas en la inauguración de la nueva ciudad. Una rémora de los primeros
tiempos. Todavía me daban escalofríos al recordar esa mañana helada.
Tuve la oportunidad de visitar muchas veces las
ruinas que emergían en tiempos de bajante del río Uruguay. Cuando esto sucedía
quedaban a la vista los cimientos erosionados y pedregosos de las casas derruidas
y los bosques ahogados transformados en un conjunto de tocones grises y
desérticos. Frente a esa desolación me parecía sentir las voces de mis primos
jugando a la pelota y hasta olía la exquisita comida de mamá. Fantasmales resabios
de mi niñez que nunca olvidaría.
© Diana Durán, 7 de abril de 2024
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