CRÓNICA DE UN SECUESTRO

 




Río Segundo en Anisacate. Córdoba.

Crónica de un secuestro

Es mi otro yo, es mi luz, si la pierdo me muero. Puede estar en cualquier lado, en un motel, en una hostería, en una casa, en el fondo de un depósito. Mi niña en la oscuridad absoluta. Oculta, secuestrada, lastimada, herida, muerta sin que alguien la haya visto. Es mi culpa por no buscarla bien. Una semana de incertidumbre. Tengo que seguir indagando.

La primera pista fue en Anisacate cuando la vieron cruzar el puente del río Segundo y después haciendo dedo camino a Alta Gracia. Allí se perdió el rastro. Nadie más la vio. Desde que Martina desapareció el 20 de octubre del 2018 su madre no cesaba de buscarla. Había denunciado el hecho a la policía, pero desconfiaba de la justicia, la política y las fuerzas del orden frente a cualquier acontecimiento vinculado con la violencia, de todo tipo, pero en especial, de género. Sabía que pocos casos terminaban bien. Había participado en marchas como la de “Ni una menos” en Córdoba. No era especialmente feminista, pero su condición de madre soltera la impulsaba a manifestarse. La abrumaban las cifras de femicidios. Pero en este caso la horrorizaba, no se trataría de un dato más, sería su hija. Arrancó de su mente tamaña idea y se dispuso a la acción.

Julia había trabajado duro desde que tuvo a Martina a los veinte años. Ya habían pasado otros veinte. No había vuelto a ver al papá de la niña, alejado antes de que naciera. Un padre ausente que se había mudado quién sabe adónde. El sector turístico ofrecía buenos trabajos. Había sido camarera de hotel, moza, vendedora, los oficios más diversos hasta conseguir estabilizarse como administradora de varias cabañas en el valle de Calamuchita. Se sentía satisfecha con sus logros. El sacrificio le había permitido comprar una casa pequeña pero digna en la localidad de Anisacate. Allí residía con su hija, su mundo, con la que compartía la vida. No tenía una buena relación con sus padres que habitaban en Córdoba Capital. Pasado tanto tiempo aún la juzgaban por haber sido madre soltera. No le importaba, bastaba con Martina y sus amistades lugareñas.

Durante esos días sombríos Julia sufrió pensando que Martina era bonita, inocente y atractiva, bien podía ser una víctima. Presa fácil, concluyó, al salir de la subcomisaría local. Tan sólo por la edad deberían haberla buscado en el acto. Martina no tenía novio ni nadie que la acechara, razonaba Julia. Era una joven amante del arte, del teatro callejero, del stand up. Tocaba varios instrumentos musicales, contaba cuentos para grandes y chicos y bailaba muy bien cualquier ritmo. Había hecho el profesorado de educación inicial en Alta Gracia. Pero no quería enseñar a los pequeños. Tenía otras pretensiones. Martina actuaba en distintos pueblos turísticos de Córdoba. Casi siempre a la gorra, no había logrado un sueldo seguro, pero Julia confiaba en su futuro. Desde niña se había destacado por sus dotes de bailarina, lucía en los actos escolares y, después, en pequeños teatros y escenarios de la comarca. Su madre esperaba otra cosa de ella, una profesión segura, un trabajo formal, la docencia, por ejemplo, pero prefería no condicionarla. Sabía que Martina poco a poco se encausaría. Más aún, la acompañaba cuando podía dejar sus actividades en sus itinerarios artísticos por los valles de Punilla, Calamuchita y Traslasierra. Una pléyade de pequeñas localidades marcadas por el ritmo del turismo.

En los días subsiguientes a la desaparición, más allá de lo que hicieran las autoridades, Julia comenzó a recorrer con la ayuda de amigos y vecinos, las localidades más cercanas a Anisacate. Empezaron por Alta Gracia, distante a quince kilómetros; siguieron por Villa Serranita, a solo diez. Ampliaron la recorrida a la zona del dique Los Molinos, que quedaba cerca, pero era más difícil de abarcar. Esos lugares la desesperaban. Había miles de cabañas, hoteles, negocios de todo tipo diseminados en un amplio territorio. Una aguja en un pajar. Repartieron la fotografía de Martina por todos lados y también a través de las redes, pero sabían que la búsqueda podría resultar infinita. Otra opción era la capital de Córdoba que los abrumaba por su dimensión urbana. Julia se había comunicado para ampliar la pesquisa con mujeres militantes de toda la provincia que habían sufrido historias parecidas. Además, tenía que descubrir un móvil. ¿Quién querría llevarse a Martina?, ¿por qué razón?, ¿la habrían engañado?, ¿se habría ido por su propia decisión? Esto último estaba descartado porque la relación entre ambas era armoniosa.

El nefasto día en que su hija no volvió, Julia comenzó a contemplar la posibilidad de la trata, ya fuera para el trabajo forzado, delitos o lo que era peor, la explotación sexual. Razonaba que este tipo de crimen era predominante en las provincias norteñas y del litoral, pero en el fondo sabía que podía suceder en cualquier lugar del país. No quería imaginar una tragedia, pero tampoco podía evitar hacerlo.

Repasaba las fotografías que Martina había publicado en Facebook e Instagram vestida de payaso, odalisca o tanguera debidas a sus distintas actuaciones y pensaba con pavura que atrajeran a algún loco o pervertido. Había revisado uno por uno los perfiles de las amistades de su hija con el fin de encontrar alguna pista. Nada. También contemplaba su necesidad de trabajo formal lo que la podía haber llevado a engañarse con alguna falsa propuesta. Martina quería seguir estudiando el profesorado de danzas en la Escuela de Bellas Artes de Córdoba. Tendría que residir en esa ciudad y contar con el dinero para hacerlo, aunque la joven no le había dicho nada sobre algún interés o decisión repentina de irse de Anisacate. En ese caso, ella la habría ayudado a orientar su destino. Martina lo sabía.

Pasaron tres meses y la desaparición de la joven había alcanzado dimensión nacional con todo lo que ello significaba. Entrevistas en los medios. Recorrida por juzgados. Cambios de abogados. La vida de Julia se había transformado en un tormento. No tenía otro objetivo que localizar a su hija.

Mamita, mamá, buscame por favor. No puede ser que no me encuentres. ¿Cómo no te conté que me estaba persiguiendo? Yo sé que no te imaginaste que se me acercaría, tampoco que me acosaba. No podías advertirlo.

Así rogaba Martina encerrada en un galpón de las afueras de Córdoba pensando en su mamá. Allí la encontraron sana y salva a través de una pista que brindó una vecina del lugar al reconocerla. Era el padre quien la había recluido y estaba a punto de venderla a una organización de trata de blancas. Un desgraciado, un monstruo. La crónica de un secuestro no anunciado que nadie y menos Julia, podía imaginar.


© Diana Durán, 31 de octubre de 2022

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