PENSAMIENTOS EN VUELO

 


Foto: Diana Durán

Pensamientos en vuelo

Nubes y más nubes. Un mar de blancos y grises. Un colchón espumoso que lo cubre todo. Inabarcable, infinito. Algunos espacios en el blanquecino manto dejan entrever el verde, el amarillo, el marrón del campo, las estancias y la mínima naturaleza virgen. Los arroyos plateados y finos, apenas unas hendeduras que declinan al mar bordeados por los intensos colores esmeraldas de los bosques en galería. Las brillantes lagunas que reflejan la luz como efímeros e irregulares espejos. El brillo rojo del sol vespertino provee el destello que todo lo ilumina. El perfil de las sierras en el horizonte donde sus picos y laderas incipientes delinean una grisácea sombra. Espaciados y pequeños cuadriláteros de calles y manzanas en la inmensidad del territorio apenas urbanizado. Como rectilíneas ranuras los caminos conectan los pueblos.

Dejo de mirar por la ventanilla y mis pensamientos se alejan de la observación del atardecer. Estoy por llegar. Vamos a descender. Mi vida puede cambiar. Será el momento del deseado primer encuentro con Martín. Falta poco. ¿Cómo será él en realidad? ¿Tan interesante como en nuestros diálogos? Pronto lo sabré. Me invade una gran excitación.

Una azafata anuncia el próximo aterrizaje. Pocos minutos después se ejecuta una maniobra y el avión vuelve a ascender en una operación poco común. Me pregunto si habrá prioridad de paso para otra aeronave. El capitán indica a la tripulación que se mantenga en sus lugares y explica a los pasajeros con voz tranquila que habrá algunas turbulencias. Nada raro. Sin embargo, comienzan los vientos cruzados y el paisaje que antes me parecía maravilloso se torna amenazante. Aparecen unos yunques enormes de los temidos cumulunimbus. No me gustan, el piloto debería haberlos sorteado, pienso, pero quién soy yo para discernir sobre las maniobras de un avión. Tengo confianza en el comandante. Seguro estamos atravesando un frente y él ha decidido subir a mayor altura. No veo nada por la ventanilla. Solo nubes y más nubes, oscuras y tenebrosas.

Por primera vez observo a mis acompañantes, dos jóvenes que juegan con sus celulares. No parecen nerviosos. Pienso en la espera de Martín. ¿Estará preocupado con la tardanza? Seguro que sí.

Descendemos bruscamente. No sé calcular cuánto. ¿Un pozo de aire? Los pasajeros gritan. Es para hacerlo, esos agujeros demuestran la fragilidad del avión, aunque bien sé que no es así. No hay medio de transporte más seguro que el aéreo, dicen. Maldigo el estar sola entre tantos desconocidos. Si estuviera con él seguro me hubiera abrazado muy fuerte. Atravesamos nubes y más nubes. El panorama ya no me gusta nada.

Una voz tranquilizadora anuncia nuevamente que estamos por aterrizar. No la escucho bien. Pregunto a uno de mis compañeros de asiento. Me dice que descenderemos en el aeropuerto de Santa Rosa y no en Comandante Espora. La azafata explica que allí aguardaremos hasta que mejoren las condiciones meteorológicas para volver a destino.

El avión carretea y aterrizamos en un lugar inesperado. Los pasajeros aplauden. Nos hacen bajar por lo que supongo que el tiempo no va a mejorar pronto. Evalúo, debemos estar a más de una hora de vuelo de Bahía Blanca adonde tendríamos que haber arribado.

De algo estoy segura, no volveré a subir a este avión. Bajo con mi carry on y mi mochila. Decido tomar un micro en Santa Rosa de regreso a Buenos Aires. Tarde lo que tarde iré por tierra. Ya no pienso en la belleza del cielo ni en el disfrute del paisaje.

Súbitamente me doy cuenta de mi olvido. Martín me estará esperando en el aeropuerto de Bahía. Nuestro primer encuentro tan deseado... Reflexiono, en el camino me comunicaré con él.

 

© Diana Durán, 6 de abril de 2023

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