Interminable espera
Dedicado a
Amelie
La galería de la casa que
habito tiene un cantero lleno de flores contra la vieja medianera. Margaritas,
rosas y lilas forman una mata tupida por la que me deslizo sin quebrarlas ni
sacarles un solo pétalo. Me puedo trasladar lento y tranquilo entre los
pasillos y subir a las ventanas. Nadie me vence en sigilo y precaución.
Hoy la espero en el marco
azul hasta que regrese. Es un asiento muy cómodo porque me permite mantener calmo
sin estar saltando a cada rato para ver el jardín. Aquí me instalé desde la
mañana muy temprano. Debo tener paciencia hasta que vuelva. Cuando se va yo me
quedo en la casa y no hay más remedio que aguardar. Me distraigo mirando a
través de los vidrios porque no puedo salir. Está prohibido.
No sé cuándo va a regresar.
Hoy se fue temprano. Desayunó y partió. Me quedé solo. Tomé agua fresca y comí
galletitas. Di vueltas por toda la casa. Una y otra vez rondé por las
habitaciones, en especial las que tiene cosas que me gustan, mullidos
almohadones y peluches de lana. Cuando me cansé decidí quedarme en la ventana y
mirar hacia el exterior. Así pude ver la alameda que como un pasillo se alinea
hasta el portón de entrada. Seguro que hoy habrá fiesta en el jardín. Lo sé
porque algunos amigos me lo comentaron. Me invitaron, pero no creo que pueda ir.
Todo depende de la hora a la que ella vuelva. Afuera se están poniendo de
acuerdo para encontrarse al atardecer, durante la hora en que los pájaros vuelan
a sus nidos, las liebres se cobijan en sus madrigueras; y los cuises, los
cuises no sé a dónde van porque siempre andan corriendo.
Desde la ventana no veo bien
el portón de entrada. Estaré como a veinte metros como mucho, pero no lo alcanzo
a distinguir, menos en la puesta del sol que me da en los ojos.
Pasan horas, no sé cuántas,
y no llega. Empiezo a ponerme nervioso. Agua tengo, la comida se acabó. Vuelvo
a la ventana, subo y bajo de ella muchas veces. ¿Cuánto tiempo tendré que estar
aquí sentado? Me da miedo de que no regrese. Siempre temo al abandono cuando no está. Intento dormir en su cama. Pasa un rato y me despierto. Escucho
ruidos por todas partes. Si hasta me da ganas de romper algo, pero me contengo.
Son las ocho de la noche. Oigo
un ruido de motor. ¡Es el auto de la familia! Ya llegan. Allí vienen por la
senda del jardín. Escucho el ruido de la puerta.
¡Max, mi querido michi!, me grita Amelie apretándome fuerte con sus bracitos,
y corre a ponerme comida en el comedero. ¿Cómo estás? ¿Me extrañaste? ¡Sí,
porque te vi en la ventana espiando! Hoy tardamos un poco porque fuimos de
compras. No me olvidé de vos. Mirá qué rico lo que te traje.
La niña me da un palito de salmón. Me relamo. Ronroneo feliz. Después me
miman su papá y su mamá, pero yo la quiero a ella, porque es mi dueña.
© Diana Durán, 23 de marzo de 2024
Que frescura, a pesar del halo de realidad...
ResponderEliminarGracias, Vio. Procediendo de ti es un gran aliciente.
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