Plaza. Fotografía de Héctor Correa.
TRAS LA MESA DEL CAFÉ
Plaza. Fotografía de Héctor Correa.
TRAS LA MESA DEL CAFÉ
Mujer en las yungas. Foto: Héctor Correa
MUJER EN LAS YUNGAS. En el día de la Pachamama
Verdes,
profusos verdes de todas las tonalidades, esmeralda, aguamarina, pasto, pino,
oliva y manzana. Amarillos, rosas y rojos de los árboles en flor alternando en
pisos hasta los prados más altos. Los inefables grises y blancos del cielo cuando
bajan las nubes y envuelven los cerros. La policromía de las yungas. Selva,
bosque y pastizales. Lianas, helechos y los troncos tan altos que parecen llegar
al sol.
La
abuela Amancia con su pollera violeta, su poncho marrón y su gorro con guarda
naranja acompañaba ese entorno único. No descansaba nunca. Sabe Dios quién le
daba esas fuerzas sobrenaturales. Cocinaba locro y empanadas cuando había
dinero y tortillas de harina y grasa cuando no. Tejía en el telar y remendaba
nuestra gastada ropa. Cuidaba el gallinero. Mantenía limpio el rancho. Solo dejaba
el pequeño predio cuando a veces nos acompañaba a arriar las cabras. Entonces
caminaba lento detrás de nosotros, sus dos nietos adolescentes, por los
senderos del bosque hasta el abra. Allí gozaba de los atardeceres de Villa San
Lorenzo y muy lejos, casi en el horizonte, miraba melancólica el perfil de Salta
la linda. Se sentaba en un tronco seguramente extrañando a su hija, mi madre.
Ella trabajaba en la gran ciudad para enviarnos dinero mientras mi padre yacía
en un catre postrado por el alcohol o la pereza. A veces trabajaba en la zafra,
entonces marchaba y nos quedábamos con la abuela. Fue siempre el pilar de la
familia. No recuerdo al abuelo, se debe haber ido como mi padre. Desde el abra
se veía la gran capital que la abuela solo había conocido en tres oportunidades,
cuando estuvo enferma por el Chagas y cuando cuidó de mi madre al darnos a luz.
La
abuela, con su tez ajada y sus cabellos blancos, miraba más hacia la tierra que
al cielo. Siempre agachada para mantener el rebelde sembradío entre las rocas
del Cerro de la Cruz. Por esa razón se estaba encorvando. Tal vez se encoge
por la edad, pensaba yo y me ponía un poco triste. Vivíamos en un rancho de
madera con un toldo de plástico negro que cubría el techo frágil. En un
ambiente apenas separado por cortinas raídas donde dormía con mi hermano y la
abuela. También mi padre cuando estaba. Ella golpeaba con un palo las mantas
para orearlas y arrancarle el polvo que las cubría. Cuando la lluvia las mojaba
las ventilaba para que se secaran. La oscura morada contrastaba con el tornasolado
bosque que se volvía selva hacia el Este. Íbamos bajando la cuesta treinta
cuadras hasta el colegio en la villa sobre la ruta. Así de simple era nuestra
vida.
Poco
a poco nuestra tierra quedó en el medio del circuito turístico, aislada entre
barrios privados y hoteles lujosos que se expandían sin cesar. Hasta entonces ninguno
de nosotros renegaba de la pobreza. Bello era andar entre los cerros guiando
las cabras o descubriendo pájaros, zorros y llamas. Pero a medida que aumentaba
el turismo y las nuevas construcciones, se producían derrumbes y hasta
aluviones. El bosque se iba raleando cada vez más. Demasiado cemento,
decía la abuela. No entendía la jarana de los aladeltistas que subían por los
senderos hasta el abra. ¿Para qué romperse los huesos?, se preguntaba
la abuela y nos hacía reír porque tenía razón. Sabíamos que algunos solían caer
por las pendientes. Otros se perdían en los circuitos de la montaña.
Una
tarde subimos con mi hermano a traer las cabras. La abuela nos acompañó
lentamente y se sentó enseguida en el pastizal mirando el horizonte. Se la
notaba cansada. Mientras nos alejábamos vimos que se había recostado. Al regresar
quedamos paralizados. Había muerto la querida abuela Amancia. Entonces dejamos
la Villa San Lorenzo y nos fuimos a Salta con mamá.
Grises,
oscuros grises de la gran ciudad a pesar del color ladrillo de las tejas, el
marrón de los balcones, el ocre de las iglesias y los pequeños recuadros verdes
de algunas plazas. El gris de la pobreza urbana.
© Diana Durán, 1 de agosto de 2022.
Yungas: son las selvas de montaña del Noroeste argentino. Tienen diferentes pisos. En las partes bajas el bosque denso y húmedo, en las partes altas la selva da paso a arbustos y pastizales.
ESPEJISMOS
La
mujer caminaba por la avenida Corrientes en busca de un café en el que recalar
para disfrutar de sus acostumbrados ritos. Leer fragmentos de libros y quizás comprar
alguno. Era habitué de las librerías de la tradicional arteria porteña. Se
sentía a sus anchas recorriendo pasillos para elegir novelas latinoamericanas,
históricas o universales. También buscaba ensayos de sociología. Detestaba los
libros de autoayuda o los de política, estanterías que sorteaba sin mirar. Se
distrajo ante la vidriera del “Gato Negro” bar a la usanza de un viejo almacén que
vendía deliciosas especias y tés variados. Continuó su recorrido y decidió entrar en el Centro Cultural de la Cooperación “Floreal Gorini”, espacioso y
vidriado, lleno de estanterías. Librería, bar y teatro juntos. Un ambiente conocido
y acogedor. Eligió después de una parsimoniosa búsqueda “El mundo alucinante”
de Reinaldo Arenas y “Cuentos completos” de Ricardo Piglia.
Pasada
media hora de hojear los libros y degustar un capuchino con medialunas empezó a
sentirse extraña. Como si alguien la mirara. Volteó la cabeza para todos lados,
pero no vio a nadie conocido. Los mozos de siempre. Pocas mesas ocupadas. Una pareja
próxima al ventanal y unos cuantos parroquianos dispersos en otras tantas. Todo
normal. Volvió a sumergirse en los libros y de nuevo tuvo la misma percepción.
Alguien la observaba. Un escalofrío le recorrió el cuerpo. No era una sensación
grata. Muy por el contrario, era sombría. No quiso pararse, prefirió quedarse
quieta donde estaba. Como el efecto continuaba temió sufrir un ataque de
pánico, de esos que había tenido en la adolescencia y había superado a fuerza
de terapia y mucho empuje personal. No puede ser, pensó angustiada. Sin
embargo, el efecto continuaba. Como si alguien quisiera acercársele. Sintió una
perplejidad que no lograba discernir. Buscó al mozo que la había atendido con
el propósito de pedirle urgentemente la cuenta y retirarse a pesar de no haber podido
comprar aún el libro de cuentos elegido. No lo vio por ningún lado. En cambio, advirtió
una fantasmal presencia. Era ella misma diez años atrás sentada a dos mesas de
distancia cercana a los anaqueles. Quedó helada. No podía moverse. La muchacha parecía aguardar a alguien. En la mesa de la más joven se disponían
libros que la mujer había comprado y leído veinte años atrás, el mismo
capuchino, las mismas medialunas. No puede ser, repitió desesperada. Cerró
los ojos con el corazón en la boca esperando que la visión desapareciera. Cuando
los abrió vio que a la figura de sí misma se le acercaba el novio de
los veinte años, compañero de la facultad que había fallecido en un accidente.
No podía dar crédito a lo que presenciaba. Sintió que se iba a desmayar. Con el
mínimo de fuerzas que le quedaba se levantó y huyó despavorida del lugar sin
pagar.
Mientras
corría por Corrientes maldijo a la ciudad de los espejismos. Donde todos
simulan. Donde muestran lo que no son. Allí los encontró, fingiendo ser
felices. Creyendo que les creería.
© Diana Durán, 27 de julio de 2022
Hombre pequeñito
Hombre pequeñito que como un duende habita el jardín de
mis ensueños. Te ocultas a la sombra de las hierbas. Caminas descalzo por los
senderos del césped. Comes de la pequeña huerta. Te bañas cuando llueve o con
el agua que vierte el regador. Trepas al nogal y duermes en una de sus ramas. Saboreas
la nuez que te cuesta horadar. Juegas a tirarte desde la loma donde están los
frutales hasta el estrecho canal en la oquedad del jardín.
Tu vida, hombre que arrienda mi voluntad, me domina.
Te refugias en mi parque, un espacio pequeño de un país pequeño. Ocupas el
microcosmos de mi psiquis. Caminas por el laberinto. Vas y vienes sin encontrar
el rumbo. Inciertas tus pasiones, fortuito nuestro destino. Resides en mis
sueños. Historia repetida la de buscarte en el edén.
Hombre pequeñito no te atrevas
a desafiar el olvido. Ya no pueblas mis ficciones. Ya no te llevo en mi derrotero.
Libre soy de tu camino. Del jardín has partido.
© Diana Durán, 25 de julio de 2022
Relato inspirado en:
Hombre
pequeñito. Alfonsina Storni
Hombre
pequeñito, hombre pequeñito,
Suelta a tu canario que quiere volar...
Yo soy el canario, hombre pequeñito,
Déjame saltar.
Estuve
en tu jaula, hombre pequeñito,
Hombre pequeñito que jaula me das.
Digo pequeñito porque no me entiendes,
Ni me entenderás.
Tampoco
te entiendo, pero mientras tanto
Ábreme la jaula que quiero escapar;
Hombre pequeñito, te amé media hora,
No me pidas más.
RELOJ TESTIGO
La mesa ovalada
con patas torneadas para doce comensales era el lugar de reunión de la familia.
Un reloj de péndulo en madera de roble cerezo se distinguía en el comedor.
Vivían en una casa típica de Corrientes de estilo colonial en donde se
disponían la cocina con un horno de hierro a leña, un baño gigante con azulejos
negros y blancos y muchas habitaciones que daban a una galería interior con
columnas de hierro, tejas, molduras y pisos de terracota. Era la residencia de
los Ordoñez. Algunos de las piezas eran depósitos de tabaco. No podía ser de
otra manera en Goya, centro tabacalero por excelencia de la Argentina. Un limonero y una
planta de quinotos sobresalían entre los canteros junto al aljibe en el centro
del jardín tropical. Al fondo de la casa, una hectárea de yerba mate era
cuidada por una pareja que vivía en un rancho.
Goya se encuentra
a la vera del anchuroso río Paraná. El amplio valle frente a la ciudad hace que
parezca una pequeña isleta en el entorno selvático. Da la sensación de que el
río y la floresta se la devorara durante las periódicas inundaciones.
Doña Delfina
había tenido una muerte prematura al dar a luz a la menor de la familia. El
padre, un buen hombre, quedó a cargo de los dos niños mayores y de la pequeña
Victoria. Ordóñez era un comerciante tabacalero muy trabajador y leído. Tanto
que intentaba enseñar a la familia y a los vecinos la ley de la gravedad con un
balde cargado de agua que hacía girar sin que el agua cayera. Todos quedaban boquiabiertos.
A pesar de la falta de la madre, la familia tenía una vida de pueblo serena y
apacible, y muchos sobrinos, tíos y amigos que mermaban esa ausencia. La niña
Victoria a los diez años tocaba el piano y cantaba para deleite de su padre.
Fernán y Oreste eran estudiosos y buenos chicos. Pero Goya no colmaba sus
ambiciones.
El reloj giró sus
manecillas muchas veces hasta alcanzar el tiempo en que los hermanos decidieron
migrar a Buenos Aires para seguir la universidad. Con gran éxito terminaron la
carrera de abogacía. Victoria no estudió, pero a la usanza de esa época se
casó con un empleado de oficina, “ya entrada en años” como se solía decir en
esas épocas cuando una señorita estaba llegando a los treinta. Fue cuando
falleció su padre que viajó a Buenos Aires y allí conoció a su esposo paseando
por el Rosedal. Con él formó una familia y tuvieron una hija. Aquí deberíamos
decir: “y fueron felices y comieron perdices”. Pero no. Los hermanos lograron
posiciones muy importantes como gerentes de empresas porteñas y se dedicaron a
hacer dinero, mucho dinero. No se sabía de dónde habían sacado esa tremenda
vocación por la plata. Algo que no habían mamado de la familia paterna. Así fue
como a la hora de repartir la herencia de la casa de Goya lo hicieron dejándole
a Victoria solo la tercera parte, pese a lo ricos que eran. No consideraron
que ella había cuidado del padre enfermo y de la casa durante los años en que
ellos estudiaban. De todo lo que había en Goya, los hermanos solo le
permitieron quedarse con el reloj de madera de cerezo y la mesa familiar. El
esposo se enojó mucho por la desvalorización de su mujer por lo que estuvieron
muchos años sin ver a Fernán y Oreste.
Fernán sobre todo
se había convertido en una persona tacaña. Tan tacaño era que cuando alguien
iba de visita a tomar el té a la mansión que había logrado comprar con su
fortuna era invitado con galletitas de agua porque tenía acciones en la empresa
que las fabricaba.
El reloj giró sus
manecillas muchas veces hasta que la pequeña Fiona acompañó a su madre
Victoria, muy amiga del ama de llaves, a visitar el caserón de Fernán en el
barrio de Belgrano, especialmente cuando sus dueños viajaban a su casa de
veraneo en La Falda. La residencia era soberbia y muy atractiva para la niña.
Tenía un cristalero con mueblecitos de porcelana, juegos de té diminutos,
floreritos azules de bordes dorados, copitas de cristal de Bacará, elefantes de
distintos tamaños en marfil, relojes que imitaban a los grandes y estatuillas
orientales en piedra dura. Todo minúsculo y tan bello que la niña se quedaba
abstraída observando. Una fabulosa colección de treinta y dos tomos de la
Enciclopedia Británica de tapa dura dispuestos en estantes de madera que
ocupaban una pared gigantesca del living era otro de los atractivos de la
solemne casa. Una hilera de grandes jarrones de porcelana inglesa, francesa y
china colocados en un estante altísimo rodeaba todas las paredes del comedor.
Todo esto veía Fiona en su paso hacia la cocina. El comedor daba al recinto al
que se accedía por un pasillo interminable cubierto de alacenas. La niña se
preguntaba si en toda la despensa habría solo paquetes de galletitas de agua
que era lo único que se ofrecía en esa casa. Sabía que en el sótano había una
bodega, pero eso no le interesaba. En cambio, jugaba en el amplio jardín con
los hijos de Fernán. Cuando los visitaban, Victoria ayudaba a mantener flores
y plantas y conversaba mucho de su Goya natal con la señora, también
correntina, que estaba a cargo de los niños y del servicio de la residencia.
Uno de los chicos, Hernán, era algo raro en sus gestos y el otro, Silvio, era
un hermoso joven que le gustaba a Fiona que estaba segura de que él también
gustaba de ella.
A pesar de la
fastuosidad de las casas y de su poderío económico Fernán y Orestes fueron
infelices, sobre todo el primero que se casó con una mujer muy mala,
verdaderamente mala y más tacaña que su marido con la que tuvo los dos hijos.
Hernán siempre estaba en la cocina al cuidado de una encargada. Tenía cierta
discapacidad intelectual y un problema de tartamudez. Cuando saludaba a Fiona
tardaba diez minutos para pronunciar su nombre. Fio, Fio Fio, Fio Fio Fio,
hasta que lograba decir, Fiona y luego continuaba el saludo, lo que le causaba
mucha gracia a la niña, pero como era educada no se reía de él. Silvio,
sobreprotegido por la madre, era un joven triste que siempre andaba escondido
tras las puertas vidriadas o encerrado en su habitación y aunque su mirada era
encantadora tenía un rictus ciertamente extraño.
Fiona supo mucho
tiempo después que el niño que le gustaba había sufrido un brote de
esquizofrenia a los dieciocho años y a los treinta se había desbarrancado con
el auto en un mirador de las serranías de Córdoba a solo diez kilómetros de La
Falda donde la familia tenía la casa de veraneo. También se enteró de que lo
encontraron dos años después a fuerza de contratar a un famoso detective, oficial de la Policía Federal, destacado por los resonantes casos que resolvía.
Tuvieron que pasar
muchas otras vueltas de manecillas del reloj para que Fiona se enterara de que
esos niños que conoció en la mansión de Belgrano eran sus primos y Fernán y
Oreste sus tíos. Comprendió que su madre quería entrañablemente a sus sobrinos
y que por eso iba a verlos subrepticiamente, sin que ni su marido ni su hermano
ni su cuñada lo supieran. Nadie descubrió que pasaba largas tardes en el jardín
con el ama de llaves recordando la casa de Goya y evocando las anécdotas de la
vida local. Victoria acariciaba a los niños y les cantaba canciones infantiles
en recuerdo de su pueblo. Los niños la adoraban por su ternura y sencillez.
Fiona siguió la
tradición de su madre y por muchos años, ya muertos los tíos y sus esposas,
siguió visitando a su primo Hernán que quedó al cuidado del ama de llaves ya
añosa según las órdenes del curador. Fue el único heredero de la gran fortuna
de Fernán. Él siempre la recibía con una gran sonrisa y le decía ho, ho ho,
ho ho ho, hola; Fio, Fio
Fio, Fio Fio Fio, Fiona. Ella
lo abrazaba fuertemente y se iban al jardín a disfrutar de las tardes soleadas
después de haber comido una rica torta casera que le preparaba Fiona con mucho
amor.
© Diana Durán, 19 de julio de 2022
UN CAMINO HACIA LA LIBERTAD. LA QUEBRADA DE HUMAHUACA
El nacimiento de Felisa Quipildor resultó del
“chineo” (1) que les sucede a tantas mujeres originarias del norte argentino. Su
padre fue el hijo del dueño de casa donde su madre era doméstica. Tal como lo
consumaron otros hijos del poder a tantas muchachas indígenas, práctica colonial
que se había repetido inveteradamente. Felisa pertenecía a una familia diaguita
dócil al sometimiento. Víctimas y victimarios residían en un pueblo enclavado
en la Sierra Santa Victoria de Salta, a más de 2700 metros sobre el nivel del
mar. La madre no había podido huir ni olvidar la cara blanca y el cuerpo
fláccido del violador. La pobre murió joven
de tuberculosis y tristeza. A los dieciséis años Felisa, conocedora de la
historia de su madre, logró abandonar la casa. Una conquista que le significó mucho
esfuerzo para encontrar un rumbo. Tenía recelo de su futuro y mínimos recursos.
Poco después se unió al joven Tolaba que criaba cabras y ovejas como tantos
otros pobladores originarios. Parecía que iba a poder torcer la historia. Tuvieron
dos hijos, Juana y Ramón.
Ramón emigró a las minas del norte de Chile en
busca de trabajo y fortuna. No se supo más de él. Juana tenía una personalidad decidida
y resiliente. Pese a la modestia de su situación cursó la escuela primaria y parte
de la secundaria. Su fortaleza hizo que sorteara largas noches de oscuridad y frío
en las alturas, iluminada por una vela, pero con la férrea voluntad de avanzar
en el estudio en una escuela vespertina. Su madre la acompañaba mientras tejía.
Allí en el borde de la Puna, en un pueblo que parecía empotrado en la montaña superó
todas las barreras y evolucionó de portera a maestra. La mayoría de los
maestros eran itinerantes. Esa fue la oportunidad que supo aprovechar porque ellos
venían alternadamente de otras localidades de la región y se quedaban por una
semana. En cambio, Juana era residente, de esa manera obtuvo el trabajo. Nada
la desviaba de su necesidad de superación. Además,
crio tres hijos, dos varones y una niña. Habían nacido de su relación con Rubén
Mamaní que parecía un buen hombre hasta que comenzó a trabajar en la mina
Aguilar a ciento veinte kilómetros del pueblo. Cuando volvía temporariamente se
la pasaba tomando en algún boliche. La historia de abuso se repitió, esta vez a
través de la violencia. Una tarde, cansada de los castigos, Juana hizo la
valija y partió con la pequeña Yanay. En quichua este nombre significa “mi morenita, mi
amada”. Adorada por su madre que la había criado
estudiosa y educada como ella. Los varones ya estaban grandes. Podrían valerse
solos, había decidido Juana. Además, eran de la misma casta de su padre. No
había logrado educarlos como para impedir el machismo reinante en la sociedad
local. Juana eligió para migrar el pueblo más bello de la quebrada de
Humahuaca, Purmamarca. También consideró su significado en aimará: “pueblo de
la tierra virgen”. Noche tras noche miraba fotografías del Cerro de los Siete Colores,
la animada feria artesanal, la cuesta de Lipán, el Algarrobo histórico. No iba
a ser fácil que le dieran un pase docente ya que ella no tenía un título
oficial, simplemente había ejercido porque no había otros maestros en su pueblo.
Pero como hábil tejedora, herencia de su
madre, podía trabajar como artesana en la feria y después se vería. Juana y
Yanay recorrieron ciento cuarenta kilómetros en distintos medios. Viajaron en
camionetas, autos y hasta caminaron al rayo del sol por los itinerarios más abruptos
de valles y quebradas, siempre pensando en su nuevo destino. Larguísimo camino.
Pasaron por Pueblo Viejo, Iturbe, Humahuaca, Huacalera, Tilcara previo ascenso
por el “Camino Fin del Mundo” con subidas y bajadas que no iban a olvidar
jamás. Laderas cortadas a pique, guijarros en asombrosas acumulaciones, cerros
multicolores y el desierto puneño las acompañaron. La naturaleza las conmovía. Les
recordaba su historia. Una travesía de vueltas y más vueltas para alcanzar la
tierra prometida. Ese derrotero desde Salta a Jujuy había sido el más largo y
emocionante de sus vidas. Bien lo valía. A pesar de ser norteñas no habían
salido de su pueblo natal. Ahora iban en rumbo hacia un nuevo destino. La
libertad.
Con los pocos ahorros que tenía Juana inició una
nueva vida satisfecha por su labor en la Feria Artesanal de Purmamarca. Las múltiples
formas de las tallas, el colorido de los tejidos, la finura de la orfebrería,
la original alfarería y el bullicio de la plaza principal le daban una tonalidad
diferente a su existencia. Junto a su hija poco a poco se integraron a la vida
del pueblo purmamarqueño. Juana con sus dotes de maestra dio clases de hilado y
tejido. Unió la tradición de hilar la lana con el emprendimiento en la feria y
se fue incorporando poco a poco a la organización de las artesanas. Cuando su
situación económica mejoró, logró traer a Felisa ya anciana a vivir con ellas. Mientras
tanto Yanay, tan abnegada como Juana, trabajaba junto a su madre y realizaba actividades
comunitarias. Además, estudiaba abogacía con gran esfuerzo y, de esa manera,
superaba el mito del dominio patriarcal. Con el tiempo se incluyó en la lucha
por sus derechos y participó en actividades de las mujeres indígenas.
Una noche estaban las tres reunidas después de comer conversando animadamente. Yanay hizo una pausa y les pidió atención. Alternaba una leve sonrisa con una actitud seria. Entonces la joven les leyó a su madre y a su abuela, como ofrenda de todo lo vivido por las cuatro generaciones de mujeres de la familia, la “Declaración del tercer parlamento plurinacional de mujeres y diversidades indígenas por el buen vivir” del 25 de mayo de 2022. Las tres se abrazaron con gran emotividad en honor a sus vidas y sus luchas.
Nosotras Mujeres y Diversidades
Indígenas organizadas en el Movimiento de Mujeres Indígenas por el Buen
Vivir, de manera autoconvocada y autogestiva, manifestamos que tenemos la
certeza de que nuestra unión y organización como mujeres y diversidades
indígenas constituye la base del buen vivir.
Llegamos al Kollasuyo, Chicoana, Salta, desde las
distintas latitudes indígenas. Allí parlamentamos, nos escuchamos del
mismo modo que nuestros ancestros lo hicieron, con la presencia del abuelo
fuego y precedidas por ceremonias en las que convocamos a las fuerzas cósmicas
para hablar desde la sabiduría, la verdad y la memoria desde los espacios
ancestrales. A través nuestro la montaña habló, los ríos cantaron, los cóndores
nos abrazaron y la selva danzó porque todos ellos somos nosotras, somos cuerpo
territorio.
Los objetivos se cumplieron y hemos salido de
allí fortalecidas, recuperando nuestra espiritualidad ancestral ya que es desde
la espiritualidad que nos nutrimos de fuerza y claridad para esta importante
lucha que nos trasciende y que nos compromete con la vida de la niñez de
toda Indoamérica y por qué no del mundo.
Es tiempo de darle un ultimátum al
Estado que ha permanecido cómplice de criminalidades como lo es el
“chineo” y que además ha reforzado la impunidad a través de su
indiferencia. Esta aberrante práctica de violencia sexual contra nuestras niñas
debe terminar y, es por lo que, nuestra campaña “#BastaDeChineo” asume una
nueva etapa la de luchar por “#AboliciónDelChineoYa” y para ello hemos
consensuado lo siguiente:
Ultimátum al Estado argentino para la abolición del
chineo, exigimos:
1. Que se declare y tipifique el chineo
como crimen de odio, y con ello alcance las penas máximas y sin obtener
beneficios, como ser la libertad condicional o la reducción de condena.
Entendemos al chineo como una práctica criminal, racista y colonial
sistémica.
2. Que se declare crimen imprescriptible.
3. Que se responsabilice e inhabilite a
trabajar en territorios indígenas a empresas que tengan empleados que
hayan cometido esta aberración.
4. Que se procese, condene y se dé de baja
deshonrosa a policías, gendarmes y/o militares que violen a las niñas
indígenas.
5. Que se expulsen y condenen a las
instituciones y grupos religiosos que operan en territorio indígena y
sean cómplices de estas prácticas criminales.
6. Que se juzgue y condene sin excepción y sin
reconocimiento de fueros a funcionarios públicos como así también a las
autoridades tradicionales de los Pueblos Indígenas que
sean ejecutores de estas prácticas, cómplices
o bien facilitadores de las mismas.
7. El embargo de todos los bienes de los
violadores, con bienes a cumplir la contención económica y recuperación de la
víctima.
8. Sanción económica al Estado argentino, para
la creación de un fondo de prevención, recuperación y apoyo a las víctimas del
chineo, administrado por el Movimiento de Mujeres Indígenas por el Buen Vivir.
Entendemos y sostenemos que el principal
responsable de que estas prácticas criminales sigan vigentes desde hace más de
200 años ha sido el propio Estado argentino, que en ninguno de sus
sucesivos gobiernos ha generado mecanismos de condena ni ha producido
instrumentos legales para la prevención y tratamiento de casos de chineo.
9. Para desactivar los escenarios de
complicidades que generan este crimen se deben reformular los mecanismos
de diálogo y representación entre los Pueblos Indígenas y el Estado. Es así como
de ahora en más las mujeres debemos ser las receptoras y administradoras de los
programas de alimentación y asistencia social, ya que muchos caciques y
referentes hombres indígenas aprovechan este lugar de poder para humillar y
someter sexualmente a niñas y jóvenes de su propia comunidad.
10. Exigimos que los encubridores también
sean condenados y con la misma escala que los actores materiales.
11. Elaboración de protocolos con
participación y consulta a mujeres y diversidades indígenas. Con fines a que se
apliquen en instituciones, tanto del Estado Nacional como en cada una de las
provincias y municipios, como ser instituciones educativas, de salud, de
justicia, y de seguridad.
Es determinante que cualquier legislación o
medida que se tome para dar respuesta a la abolición del
chineo, deberá contener todos y cada uno de estos puntos que
señalamos.
Esta exigencia será caminado, colectivizado y
urdido entre muchos hilos de solidaridad del mundo. Estamos convencidas que
desde el 3er. Parlamento Plurinacional de Mujeres y Diversidades Indígenas por
el Buen Vivir ha surgido una propuesta que tendrá impacto continental.
(…)
Convocamos a luchar por su abolición y abrazar la
vida toda y todas las vidas.
Declaración
desde Chicoana Mujeres y Diversidades Indígenas de los pueblos naciones:
AvaGuaraní, Aymara, Chané, Charrúa, Chorote, Chulupí, Diaguita, Guaycurú,
Huarpe, Kolla, Lule, Mapuche, Moqoit, Purépecha, Qom, Quechua, Ranquel, Simba
Guaraní, Tapiete, Weenhayek, Wichi.
#Declaración
#BuenVivir #BastaDeTerricidio
#AboliciónDelChineoYa
#bastadechineo #ElGenocidioEsHoy
#Parlamento #Plurinacional
© Diana Durán. 11 de julio de 2022
Flamencos en Parque Luro. Fotografía: Héctor Correa.
ESPEJOS DE AGUA
Espejos de agua como espejos del alma. Así los hemos descubierto y recorrido en este
maravilloso trajín de ser viajeros. Nos gustan esos cristales originales que
pudimos observar en la tierra transitándola: lagunas, lagos, pantanos.
Las lagunas son poco profundas. En sus riberas asoman pajonales
dorados que invitan a escudriñarlos. Siempre hay sorpresas entre esos
pastizales. Podemos navegar, pescar en las orillas, internarnos en los lechos. Bañan
todos los rumbos de nuestra geografía. Al sur, en medio de la aridez patagónica
se secan saladas o sus aguas reviven habitadas por aves blancas, multicolores o
tornasoladas. En las llanuras quiebran la uniformidad del suelo que salpican
con infinitas formas. Son el hogar de cisnes de cuellos negro, garzas, biguaces,
patos, coscorobas, gaviotas. Atractivas para el pescador o simplemente para contemplar
una puesta de sol. En la Puna están a grandes alturas. Casi inalcanzables proyectándose
hacia el cielo. En el Chaco húmedo alternan los brazos de algún madrejón. Cambiantes,
antojadizas, itinerantes. A veces se tornan rojizas por la presencia de algas
que entregan un raro espectáculo al paisaje lacunar. Se combinan con selvas en galería, riachos y esteros. Pasan bandadas de aves migratorias. Se
escuchan los aullidos de los monos carayá y circulan familias de carpinchos.
Nuestros primeros recorridos juntos. Las lagunas despertando
vida, paz, sosiego. Tardes
compartidas de avistaje. De admirar y entregarnos juntos a la naturaleza.
Los lagos, en cambio, son poderosos, profundos,
enigmáticos. Atemorizan cuando se navegan sus aguas bravías o se trajinan sus
orillas acantiladas o rocosas. El Nahuel Huapi posee brazos que se internan en
la cordillera. Aguas tranquilas y menos profundas que reflejan como espejos la
silueta de los bosques y las sugestivas formas de las nubes. En sus
profundidades guarda la leyenda de un ser monstruoso que algunos creen haber
visto. El Nahuel a veces está planchado y sereno, otras agitado y salvaje por
el oleaje al ritmo de los vientos del oeste. Los lagos despiertan la conmoción de
lo insignificante frente a la potencia de lo natural. Es preciso respetarlos en
su bravura y admirarlos en su grandeza.
Conocimos ese lago tan indómito como lo era nuestra
relación en esos tiempos. Admiramos su energía, lo veneramos y finalmente
huimos de él hacia moradas más amigables en las que convivir.
Los pantanos son espejos borrosos. No nos permiten ver
sus fondos. Son oscuros, pero poseen la belleza de la diversidad de especies
que aún en el fango destellan las sombras de siluetas fantasmales. Son humedales (1) costeros, superficies umbrías en las que anidan y se reproducen las aves
migratorias. Los flamencos deslizan sus picos corvos en el barrizal, voraces. Uno
de ellos reluce creando la sensación de que hay dos reflejados por sus
coincidentes picos y sinuosos cuellos. Si son cuatro, veremos ocho flamencos mágicos
que sucesivamente podremos avistar en un gigantesco mar rosado.
Nuestra comarca de cotidianas y sosegadas aventuras. La
placidez y la seguridad de conocer el terruño.
Debemos de haber recorrido cientos de espejos naturales.
Todos bellos y enigmáticos. Quisiera que pudiéramos remontar nubes viajeras que
nos llevaran en su seno a recorrerlos todos y cada uno. Y como navegantes antiguos
escribir nuestra amorosa historia en un cuaderno de bitácora.
(1) Los humedales son áreas que permanecen en condiciones de inundación o con suelo saturado con agua durante períodos considerables de tiempo..
© Diana Durán, 4 de julio de 2022
SECRETOS INDESEADOS
Había ido al club esa tarde de primavera. Era jueves y no
tenía colonia. Sus padres y hermanos estaban en la zona de camping. Patricia se
sentía libre. Aprovechó. Se subió a un tobogán altísimo y se deslizó cuantas
veces quiso. Trepó por las sogas de la estación de recreo de abajo para arriba
y de arriba para abajo. Hizo todas las acrobacias que conocía, rolls, media
lunas, verticales, una detrás de otra. Anduvo en las hamacas lo más alto que
pudo, al borde de la caída. Descansó un rato en la pérgola cubierta de rosales
y madreselvas cercana a los fogones, oliendo, sintiendo. Siguió. Trepó a un
pino añoso hasta divisar todo el club y más allá, gente remando en los riachos
del Tigre, amarronados y sinuosos. Se le ocurrió ir corriendo hasta la cancha
de básquet y girar alrededor del caño que la limita, con tal mala suerte que
por el envión cayó de cabeza sobre el piso de cemento. Enseguida la auxiliaron y
la llevaron al médico de guardia del club que le recomendó descansar, además de
ponerle hielo en el chichón. Patricia se recostó en el banco de la pérgola
intentando dormitar. Los padres y hermanos se le acercaron, pero se fueron
enseguida al verla tranquila.
Al levantarse se sintió como nueva y decidió continuar sus
andanzas a un ritmo más tranquilo. Un golpe no podía frustrarla. Antes quería
comer algo y fue al quiosco a comprar un pebete de jamón y queso y una gaseosa.
Se los pidió al vendedor que la conocía. Entonces escuchó. Esta es la pícara
que anda siempre corriendo y se lleva por delante todo a su paso. Mirá. Flor de
porrazo se dio hoy. La sorprendió que lo dijera delante suyo sin mover los
labios. No oyó lo que le contestó el cajero porque se fue enseguida a devorar el
sándwich. Se quedó sentada en la terraza frente al comedor del club y empezó a oír
las conversaciones de quienes pasaban caminando. No todos eran diálogos,
algunos parecían pensamientos. Una mujer que atravesaba el lugar dijo o pensó,
no lo sabía, tienen que bajar el precio de la entrada al club porque no voy
a venir más, son unos ladrones. Iba sola así que le pareció ridículo que
hablara. Un joven con ropa de tenista que caminaba con su pareja rumbo a las
canchas dijo o pensó, si estás tan lenta como otras veces vas a tener que
buscarte otro compañero, me agotás. Le molestó que fuera tan antipático y
más aún que la mujer no le contestara. Así escuchó, ¿pensar?, a varias personas
hasta que decidió irse de allí un poco asustada de sus posibles alucinaciones. Estaba
muy extrañada porque que ¡leía los pensamientos de otras personas! Pensó que el
golpe le había lastimado el oído, que era algo físico. Pero no, era otra cosa. Adquirió
desde entonces la anormal capacidad de leer las ideas ajenas. Tenía doce años cuando este hecho le marcaría su vida durante los veinte
siguientes y le impediría ser una persona normal. No podía o no quería
confesar lo que le estaba ocurriendo. Vivió muchos años atormentada y abrumada por
los pensamientos de los que la rodeaban. En el colegio era un suplicio percibir
a sus amigas cuando se criticaban entre sí, a los profesores burlarse de los
que no sabían y hasta le costó concentrarse en las pruebas porque escuchaba los
resultados erróneos de sus compañeras que terminaban confundiéndola. Nunca pensó
en la locura, pero si en una capacidad anormal que la tornó en un ser solitario,
distante y melancólico, angustiado por las ideas ajenas.
Nada bueno podía
pasarle a quien percibía pensamientos intrusos. De padre, madre, hermanas,
primos, amigos, desconocidos. Con el
tiempo adquirió la capacidad de evitar escucharlos a todos. Intentaba cerrar su
mente ante las banalidades. Le dolió en el alma saber que sus padres eran engañosos
en su relación. La verdad es que no te aguanto más con tus delirios de
grandeza y compras inservibles, escuchó a su papá pensar sobre su mamá.
En otro momento la madre caviló, si me hubiera casado con otro estaría
viajando por Europa y tendría un chalet y no este miserable departamento y esta
pobre vida.
Así fue como conoció
los secretos de muchos. El don la
hizo taciturna e introvertida. Rumeaba el pensamiento de los demás intentando
despejarlos de su mente. No siempre lo lograba, entonces permanecía confusa
hasta que podía desbrozar lo que no servía y seguir con su vida apenas normal. Todo le costó mucho,
estudiar, trabajar, relacionarse.
El
tiempo no borraba su capacidad diferencial, solo había podido dominarla con
limitados recursos. A los treinta años pudo terminar con gran dificultad la
carrera de bioquímica, encerrada en laboratorios y estudiando aislada. Se había
transformado en una solitaria empedernida. Una mañana oculta entre pipetas y frascos
escuchó a un asistente pensar: no la aguanto más, hoy es el día, este preparado
es mi solución para sacármela de encima. Hablaba de su pareja. Fue el
límite. Patricia hizo una llamada a la policía y lo delató.
Decidió
emprender un viaje para liberarse de todo y de todos. Partió a Traslasierra en
Córdoba y se instaló a pocos kilómetros de Mina Clavero, en un paraje enclavado
en las Altas Cumbres. Una cabaña aislada, asoleada y confortable con vistas a
las sierras. Descansó como nunca, durmió día tras día, divagó por los senderos
serranos y respiró mucho ozono. La naturaleza arcana, el cristalino escurrir de
los arroyos, el cielo diáfano y el canto de los pájaros sanaron de a poco su dolencia.
Lo descubrió el día de su partida cuando dejó la cabaña y no supo lo que
pensaban ni el conserje ni los pocos turistas que estaban en la recepción. Tampoco
el idear de ninguna otra persona durante el viaje de vuelta. De regreso a su
ciudad decidió que volvería a los parajes serranos a vivir. Empezó a
relacionarse con los lugareños y de a poco interactuó con ellos. Apostó a un
negocio de artesanías, al color, a lo autóctono, a la gente. Iba a olvidarse de
los secretos que había acumulado durante años.
© Diana Durán, 20 de junio de 2020
El libro "Territorios sensibles. Cuentos" se presentó en la Biblioteca "Mercedes de San Martín" de Punta Alta, el jueves 9 de junio del 2022 con las ponencias de Héctor Correa (quien lo prologó) y de la Prof. Luján Avalos.
También se presentó el viernes 10 de junio de 2022 en el Instituto Antonio Ruiz de Montoya de Posadas, Misiones con la ponencia del Lic. Sergio Páez y la narración de la Dra. Albina Lara.
El libro está a la venta en la Biblioteca Mercedes de San Martín en 9 de julio 1401 y en 11 de setiembre 695 de Punta Alta. Precio: $ 500. También se envía a distintos lugares del país.
Presentación del libro en el Instituto de Formación Docente y Técnica Nº 159 de Punta Alta ante alumnas del profesorado de Educación Primaria. Agradecemos a la Prof. Luján Avalos su invitación.
EL ALBAÑIL El patio era nuestro sitio venerado. Allí se hacían reuniones con la familia y amigos. Disfrutábamos de los consabidos ma...