TRAS LA MESA DEL CAFÉ

 




Plaza. Fotografía de Héctor Correa.


TRAS LA MESA DEL CAFÉ


Sueños prometidos tras la mesa del café. Serán los diálogos eternos. Las historias, deleites compartidos. 

Las casas de paredes blancas y techos multicolores se diseminaban en la aldea que trepaba la colina allende el mar. El sitio tenía la particularidad de que la plaza principal estaba ubicada de tal manera que daba al campo en el este y al mar en el oeste. Vista privilegiada que los lugareños no apreciaban lo suficiente, ocupados en sus tareas cotidianas. 

Vivían en el pueblo Mario y Alejandra con sus sueños prometidos tras la mesa del café. Otras vidas, otros rumbos, circulares, elípticos, divergentes, retomados al azar después del viaje aquel. 

La función principal del poblado era ser estación ferroviaria, lo que le daba vida y sentido. La causa de su fundación. Su razón de ser. Pero, en la década de los noventa, llegaron malas noticias. El posible levantamiento del ramal, dijeron. Así fue. No hubo posibilidad de reclamar. Con la estación cerrada, el jefe se reinventó y partió hacia un destino itinerante. El operario de vías emigró con su familia a una ciudad cercana donde podía hacer changas. Los jóvenes comenzaron a irse en búsqueda de nuevas alternativas. Solo fueron quedando viejos, adolescentes y niños. Una verdadera sangría humana. Subsistieron los maestros de la escuela primaria y los profesores de la secundaria agrícola que alternaban su estadía semanalmente. El médico acabó atendiendo según lo llamaran por alguna emergencia. Las ventas del almacén de ramos generales habían decaído estrepitosamente y hasta el cura comenzó a ir a la capilla solo los domingos para dar misa. No había mucho que hacer. La somnolencia y la quietud embargaron el lugar, antes promisorio. La mayoría de las viviendas se habían deshabitado. 

Mientras tanto, Mario y Alejandra vivían en una casa luminosa, llena de libros, historias, reporters apilados, folletos de viajes, melodías que los arrullaban. Silencioso escritorio y los escritos. La heredada vajilla y los adornos de la abuela, tan queridos. El encuentro del mate y los puchos, miradas, manos, contactos. La ilusión era quedarse. Lo racional, partir. Sueños prometidos tras la mesa del café. 

A la vieja estación de servicio le había quedado un solo surtidor de nafta junto a un bar rústico que oficiaba de punto de reunión. Los chacareros de los predios aledaños se reunían allí muy de vez en cuando para tratar algún tema común: los caminos rurales o el precio de los granos. Ante la dramática situación del éxodo se decidió realizar una reunión en el bar. Allí se congregaron el delegado municipal, la directora de la escuela primaria y el director de la agropecuaria. También asistieron el encargado del silo y algunos viejos vecinos de las familias locales. Se juntaron alrededor de las sencillas mesas para tomar un vaso de caña o un café mientras trataban la vital cuestión. Estaban tan afligidos que ni siquiera tenían ánimo para matear. 

―Si seguimos así vamos a desaparecer, ―dijo el almacenero apenado. 
―Tenemos que tomar medidas urgentes. La escuela sigue perdiendo alumnos. Los chicos que quedan están deprimidos, ―contestó el director―. Esto no da para más. Es una desgracia. 
―Temo que, si no pensamos en algún proyecto para nuestro lugar, se van a ir todos, me incluyo, ―sentenció el dueño de la estación de servicio. 

 Así siguieron dialogando e incluso discutieron acaloradamente sobre el asunto hasta que llegaron a la ingrata conclusión de que no había nada que hacer. A nadie se le ocurría una solución. Levantaron la reunión y se fueron a sus casas. El pueblo tan bello con vistas al mar y al campo estaba condenado. Quedaban solo doscientas personas que lo abandonarían inexorablemente. Si los adultos no encontraban un rumbo, para los adolescentes era aún peor. Se temían depresiones masivas. El hijo de un puestero y alumno de la agropecuaria se había escapado de la casa. Lo encontró la policía rural en un barranco ebrio y muy lastimado. El hecho cubrió a todos de un manto de tristeza y desolación incluso mayor. 

No reparaban en Mario y Alejandra y sus sueños prometidos tras la mesa del café. Ideales compartidos. Ellos decidieron quedarse y construir con la herencia del bisabuelo de Alejandra, uno de los primeros habitantes del lugar, un hotel de turismo rural. En él reunieron todas sus expectativas, los sueños, los viajes, la vajilla, las tradiciones. 

Entonces se produjo el milagro. La aldea revivió. El hotel atrajo a turistas primero de los alrededores y luego de la región. Promovió múltiples actividades que dieron vuelta la historia. La escuela agropecuaria volvió a tener alumnos. Se realizaron ferias con sus productos, dulces, quesos, verduras frescas e, incluso, artesanías que las mujeres del lugar decidieron sacar a la luz. Aburridas las habían acumulado en sus casas sin pensar en venderlas. La estación ferroviaria se transformó con el tiempo en un museo histórico a cargo del jefe que volvió al poblado. El médico decidió que podía reinstalarse y el cura se estableció de nuevo en la capilla. La plaza “del Este y el Oeste” se transformó en el mayor atractivo con su doble paisaje de la llanura al naciente y el mar al poniente, por lo que los visitantes admiraban el amanecer en el llano y el atardecer en el horizonte marino. 

Sueños cumplidos junto a la mesa del café. Lloverá maná, entrará luz y hallarán la huella. Al final, será simiente. Así llamaron Mario y Alejandra al hotel que devolvió la vida al lugar. “Simiente”.


© Diana Durán, 8 de agosto de 2022

MUJER EN LAS YUNGAS. En el día de la Pachamama

 


Mujer en las yungas. Foto: Héctor Correa


MUJER EN LAS YUNGAS. En el día de la Pachamama

    Verdes, profusos verdes de todas las tonalidades, esmeralda, aguamarina, pasto, pino, oliva y manzana. Amarillos, rosas y rojos de los árboles en flor alternando en pisos hasta los prados más altos. Los inefables grises y blancos del cielo cuando bajan las nubes y envuelven los cerros. La policromía de las yungas. Selva, bosque y pastizales. Lianas, helechos y los troncos tan altos que parecen llegar al sol.

    La abuela Amancia con su pollera violeta, su poncho marrón y su gorro con guarda naranja acompañaba ese entorno único. No descansaba nunca. Sabe Dios quién le daba esas fuerzas sobrenaturales. Cocinaba locro y empanadas cuando había dinero y tortillas de harina y grasa cuando no. Tejía en el telar y remendaba nuestra gastada ropa. Cuidaba el gallinero. Mantenía limpio el rancho. Solo dejaba el pequeño predio cuando a veces nos acompañaba a arriar las cabras. Entonces caminaba lento detrás de nosotros, sus dos nietos adolescentes, por los senderos del bosque hasta el abra. Allí gozaba de los atardeceres de Villa San Lorenzo y muy lejos, casi en el horizonte, miraba melancólica el perfil de Salta la linda. Se sentaba en un tronco seguramente extrañando a su hija, mi madre. Ella trabajaba en la gran ciudad para enviarnos dinero mientras mi padre yacía en un catre postrado por el alcohol o la pereza. A veces trabajaba en la zafra, entonces marchaba y nos quedábamos con la abuela. Fue siempre el pilar de la familia. No recuerdo al abuelo, se debe haber ido como mi padre. Desde el abra se veía la gran capital que la abuela solo había conocido en tres oportunidades, cuando estuvo enferma por el Chagas y cuando cuidó de mi madre al darnos a luz.

    Verdes, profusos verdes, amarillos, rosas y rojos de los árboles en flor, los inefables grises y blancos pintando el azul del cielo al bajar las nubes que envuelven los cerros.

    La abuela, con su tez ajada y sus cabellos blancos, miraba más hacia la tierra que al cielo. Siempre agachada para mantener el rebelde sembradío entre las rocas del Cerro de la Cruz. Por esa razón se estaba encorvando. Tal vez se encoge por la edad, pensaba yo y me ponía un poco triste. Vivíamos en un rancho de madera con un toldo de plástico negro que cubría el techo frágil. En un ambiente apenas separado por cortinas raídas donde dormía con mi hermano y la abuela. También mi padre cuando estaba. Ella golpeaba con un palo las mantas para orearlas y arrancarle el polvo que las cubría. Cuando la lluvia las mojaba las ventilaba para que se secaran. La oscura morada contrastaba con el tornasolado bosque que se volvía selva hacia el Este. Íbamos bajando la cuesta treinta cuadras hasta el colegio en la villa sobre la ruta. Así de simple era nuestra vida.

    Verdes, profusos verdes, amarillos, rosas y rojos de los árboles en flor, los cielos azules en los días radiantes que iluminan los cerros.

    Poco a poco nuestra tierra quedó en el medio del circuito turístico, aislada entre barrios privados y hoteles lujosos que se expandían sin cesar. Hasta entonces ninguno de nosotros renegaba de la pobreza. Bello era andar entre los cerros guiando las cabras o descubriendo pájaros, zorros y llamas. Pero a medida que aumentaba el turismo y las nuevas construcciones, se producían derrumbes y hasta aluviones. El bosque se iba raleando cada vez más. Demasiado cemento, decía la abuela. No entendía la jarana de los aladeltistas que subían por los senderos hasta el abra. ¿Para qué romperse los huesos?, se preguntaba la abuela y nos hacía reír porque tenía razón. Sabíamos que algunos solían caer por las pendientes. Otros se perdían en los circuitos de la montaña.

    Una tarde subimos con mi hermano a traer las cabras. La abuela nos acompañó lentamente y se sentó enseguida en el pastizal mirando el horizonte. Se la notaba cansada. Mientras nos alejábamos vimos que se había recostado. Al regresar quedamos paralizados. Había muerto la querida abuela Amancia. Entonces dejamos la Villa San Lorenzo y nos fuimos a Salta con mamá.

    Grises, oscuros grises de la gran ciudad a pesar del color ladrillo de las tejas, el marrón de los balcones, el ocre de las iglesias y los pequeños recuadros verdes de algunas plazas. El gris de la pobreza urbana.  

©  Diana Durán, 1 de agosto de 2022.

Yungas: son las selvas de montaña del Noroeste argentino. Tienen diferentes pisos. En las partes bajas el bosque denso y húmedo, en las partes altas la selva da paso a arbustos y pastizales.

ESPEJISMOS


Centro cultural de la Cooperación "Floreal Gorini"

ESPEJISMOS 

    La mujer caminaba por la avenida Corrientes en busca de un café en el que recalar para disfrutar de sus acostumbrados ritos. Leer fragmentos de libros y quizás comprar alguno. Era habitué de las librerías de la tradicional arteria porteña. Se sentía a sus anchas recorriendo pasillos para elegir novelas latinoamericanas, históricas o universales. También buscaba ensayos de sociología. Detestaba los libros de autoayuda o los de política, estanterías que sorteaba sin mirar. Se distrajo ante la vidriera del “Gato Negro” bar a la usanza de un viejo almacén que vendía deliciosas especias y tés variados. Continuó su recorrido y decidió entrar en el Centro Cultural de la Cooperación “Floreal Gorini”, espacioso y vidriado, lleno de estanterías. Librería, bar y teatro juntos. Un ambiente conocido y acogedor. Eligió después de una parsimoniosa búsqueda “El mundo alucinante” de Reinaldo Arenas y “Cuentos completos” de Ricardo Piglia.

    Pasada media hora de hojear los libros y degustar un capuchino con medialunas empezó a sentirse extraña. Como si alguien la mirara. Volteó la cabeza para todos lados, pero no vio a nadie conocido. Los mozos de siempre. Pocas mesas ocupadas. Una pareja próxima al ventanal y unos cuantos parroquianos dispersos en otras tantas. Todo normal. Volvió a sumergirse en los libros y de nuevo tuvo la misma percepción. Alguien la observaba. Un escalofrío le recorrió el cuerpo. No era una sensación grata. Muy por el contrario, era sombría. No quiso pararse, prefirió quedarse quieta donde estaba. Como el efecto continuaba temió sufrir un ataque de pánico, de esos que había tenido en la adolescencia y había superado a fuerza de terapia y mucho empuje personal. No puede ser, pensó angustiada. Sin embargo, el efecto continuaba. Como si alguien quisiera acercársele. Sintió una perplejidad que no lograba discernir. Buscó al mozo que la había atendido con el propósito de pedirle urgentemente la cuenta y retirarse a pesar de no haber podido comprar aún el libro de cuentos elegido. No lo vio por ningún lado. En cambio, advirtió una fantasmal presencia. Era ella misma diez años atrás sentada a dos mesas de distancia cercana a los anaqueles. Quedó helada. No podía moverse. La muchacha parecía aguardar a alguien. En la mesa de la más joven se disponían libros que la mujer había comprado y leído veinte años atrás, el mismo capuchino, las mismas medialunas. No puede ser, repitió desesperada. Cerró los ojos con el corazón en la boca esperando que la visión desapareciera. Cuando los abrió vio que a la figura de sí misma se le acercaba el novio de los veinte años, compañero de la facultad que había fallecido en un accidente. No podía dar crédito a lo que presenciaba. Sintió que se iba a desmayar. Con el mínimo de fuerzas que le quedaba se levantó y huyó despavorida del lugar sin pagar.

    Mientras corría por Corrientes maldijo a la ciudad de los espejismos. Donde todos simulan. Donde muestran lo que no son. Allí los encontró, fingiendo ser felices. Creyendo que les creería.


 ©  Diana Durán, 27 de julio de 2022

 

HOMBRE PEQUEÑITO

 


Nogal. Pratique.org

Hombre pequeñito

Hombre pequeñito que como un duende habita el jardín de mis ensueños. Te ocultas a la sombra de las hierbas. Caminas descalzo por los senderos del césped. Comes de la pequeña huerta. Te bañas cuando llueve o con el agua que vierte el regador. Trepas al nogal y duermes en una de sus ramas. Saboreas la nuez que te cuesta horadar. Juegas a tirarte desde la loma donde están los frutales hasta el estrecho canal en la oquedad del jardín.

Tu vida, hombre que arrienda mi voluntad, me domina. Te refugias en mi parque, un espacio pequeño de un país pequeño. Ocupas el microcosmos de mi psiquis. Caminas por el laberinto. Vas y vienes sin encontrar el rumbo. Inciertas tus pasiones, fortuito nuestro destino. Resides en mis sueños. Historia repetida la de buscarte en el edén.

Hombre pequeñito no te atrevas a desafiar el olvido. Ya no pueblas mis ficciones. Ya no te llevo en mi derrotero. Libre soy de tu camino. Del jardín has partido.


                                                                     © Diana Durán, 25 de julio de 2022


Relato inspirado en:

Hombre pequeñito. Alfonsina Storni

Hombre pequeñito, hombre pequeñito,
Suelta a tu canario que quiere volar...
Yo soy el canario, hombre pequeñito,
Déjame saltar.

Estuve en tu jaula, hombre pequeñito,
Hombre pequeñito que jaula me das.
Digo pequeñito porque no me entiendes,
Ni me entenderás.

Tampoco te entiendo, pero mientras tanto
Ábreme la jaula que quiero escapar;
Hombre pequeñito, te amé media hora,
No me pidas más.



RELOJ TESTIGO

 


RELOJ TESTIGO

    La mesa ovalada con patas torneadas para doce comensales era el lugar de reunión de la familia. Un reloj de péndulo en madera de roble cerezo se distinguía en el comedor. Vivían en una casa típica de Corrientes de estilo colonial en donde se disponían la cocina con un horno de hierro a leña, un baño gigante con azulejos negros y blancos y muchas habitaciones que daban a una galería interior con columnas de hierro, tejas, molduras y pisos de terracota. Era la residencia de los Ordoñez. Algunos de las piezas eran depósitos de tabaco. No podía ser de otra manera en Goya, centro tabacalero por excelencia de la Argentina. Un limonero y una planta de quinotos sobresalían entre los canteros junto al aljibe en el centro del jardín tropical. Al fondo de la casa, una hectárea de yerba mate era cuidada por una pareja que vivía en un rancho.

    Goya se encuentra a la vera del anchuroso río Paraná. El amplio valle frente a la ciudad hace que parezca una pequeña isleta en el entorno selvático. Da la sensación de que el río y la floresta se la devorara durante las periódicas inundaciones.

    Doña Delfina había tenido una muerte prematura al dar a luz a la menor de la familia. El padre, un buen hombre, quedó a cargo de los dos niños mayores y de la pequeña Victoria. Ordóñez era un comerciante tabacalero muy trabajador y leído. Tanto que intentaba enseñar a la familia y a los vecinos la ley de la gravedad con un balde cargado de agua que hacía girar sin que el agua cayera. Todos quedaban boquiabiertos. A pesar de la falta de la madre, la familia tenía una vida de pueblo serena y apacible, y muchos sobrinos, tíos y amigos que mermaban esa ausencia. La niña Victoria a los diez años tocaba el piano y cantaba para deleite de su padre. Fernán y Oreste eran estudiosos y buenos chicos. Pero Goya no colmaba sus ambiciones.

    El reloj giró sus manecillas muchas veces hasta alcanzar el tiempo en que los hermanos decidieron migrar a Buenos Aires para seguir la universidad. Con gran éxito terminaron la carrera de abogacía. Victoria no estudió, pero a la usanza de esa época se casó con un empleado de oficina, “ya entrada en años” como se solía decir en esas épocas cuando una señorita estaba llegando a los treinta. Fue cuando falleció su padre que viajó a Buenos Aires y allí conoció a su esposo paseando por el Rosedal. Con él formó una familia y tuvieron una hija. Aquí deberíamos decir: “y fueron felices y comieron perdices”. Pero no. Los hermanos lograron posiciones muy importantes como gerentes de empresas porteñas y se dedicaron a hacer dinero, mucho dinero. No se sabía de dónde habían sacado esa tremenda vocación por la plata. Algo que no habían mamado de la familia paterna. Así fue como a la hora de repartir la herencia de la casa de Goya lo hicieron dejándole a Victoria solo la tercera parte, pese a lo ricos que eran. No consideraron que ella había cuidado del padre enfermo y de la casa durante los años en que ellos estudiaban. De todo lo que había en Goya, los hermanos solo le permitieron quedarse con el reloj de madera de cerezo y la mesa familiar. El esposo se enojó mucho por la desvalorización de su mujer por lo que estuvieron muchos años sin ver a Fernán y Oreste.

    Fernán sobre todo se había convertido en una persona tacaña. Tan tacaño era que cuando alguien iba de visita a tomar el té a la mansión que había logrado comprar con su fortuna era invitado con galletitas de agua porque tenía acciones en la empresa que las fabricaba.

    El reloj giró sus manecillas muchas veces hasta que la pequeña Fiona acompañó a su madre Victoria, muy amiga del ama de llaves, a visitar el caserón de Fernán en el barrio de Belgrano, especialmente cuando sus dueños viajaban a su casa de veraneo en La Falda. La residencia era soberbia y muy atractiva para la niña. Tenía un cristalero con mueblecitos de porcelana, juegos de té diminutos, floreritos azules de bordes dorados, copitas de cristal de Bacará, elefantes de distintos tamaños en marfil, relojes que imitaban a los grandes y estatuillas orientales en piedra dura. Todo minúsculo y tan bello que la niña se quedaba abstraída observando. Una fabulosa colección de treinta y dos tomos de la Enciclopedia Británica de tapa dura dispuestos en estantes de madera que ocupaban una pared gigantesca del living era otro de los atractivos de la solemne casa. Una hilera de grandes jarrones de porcelana inglesa, francesa y china colocados en un estante altísimo rodeaba todas las paredes del comedor. Todo esto veía Fiona en su paso hacia la cocina. El comedor daba al recinto al que se accedía por un pasillo interminable cubierto de alacenas. La niña se preguntaba si en toda la despensa habría solo paquetes de galletitas de agua que era lo único que se ofrecía en esa casa. Sabía que en el sótano había una bodega, pero eso no le interesaba. En cambio, jugaba en el amplio jardín con los hijos de Fernán. Cuando los visitaban, Victoria ayudaba a mantener flores y plantas y conversaba mucho de su Goya natal con la señora, también correntina, que estaba a cargo de los niños y del servicio de la residencia. Uno de los chicos, Hernán, era algo raro en sus gestos y el otro, Silvio, era un hermoso joven que le gustaba a Fiona que estaba segura de que él también gustaba de ella.

    A pesar de la fastuosidad de las casas y de su poderío económico Fernán y Orestes fueron infelices, sobre todo el primero que se casó con una mujer muy mala, verdaderamente mala y más tacaña que su marido con la que tuvo los dos hijos. Hernán siempre estaba en la cocina al cuidado de una encargada. Tenía cierta discapacidad intelectual y un problema de tartamudez. Cuando saludaba a Fiona tardaba diez minutos para pronunciar su nombre. Fio, Fio Fio, Fio Fio Fio, hasta que lograba decir, Fiona y luego continuaba el saludo, lo que le causaba mucha gracia a la niña, pero como era educada no se reía de él. Silvio, sobreprotegido por la madre, era un joven triste que siempre andaba escondido tras las puertas vidriadas o encerrado en su habitación y aunque su mirada era encantadora tenía un rictus ciertamente extraño.

    Fiona supo mucho tiempo después que el niño que le gustaba había sufrido un brote de esquizofrenia a los dieciocho años y a los treinta se había desbarrancado con el auto en un mirador de las serranías de Córdoba a solo diez kilómetros de La Falda donde la familia tenía la casa de veraneo. También se enteró de que lo encontraron dos años después a fuerza de contratar a un famoso detective, oficial de la  Policía Federal, destacado por los resonantes casos que resolvía.

    Tuvieron que pasar muchas otras vueltas de manecillas del reloj para que Fiona se enterara de que esos niños que conoció en la mansión de Belgrano eran sus primos y Fernán y Oreste sus tíos. Comprendió que su madre quería entrañablemente a sus sobrinos y que por eso iba a verlos subrepticiamente, sin que ni su marido ni su hermano ni su cuñada lo supieran. Nadie descubrió que pasaba largas tardes en el jardín con el ama de llaves recordando la casa de Goya y evocando las anécdotas de la vida local. Victoria acariciaba a los niños y les cantaba canciones infantiles en recuerdo de su pueblo. Los niños la adoraban por su ternura y sencillez.

    Fiona siguió la tradición de su madre y por muchos años, ya muertos los tíos y sus esposas, siguió visitando a su primo Hernán que quedó al cuidado del ama de llaves ya añosa según las órdenes del curador. Fue el único heredero de la gran fortuna de Fernán. Él siempre la recibía con una gran sonrisa y le decía ho, ho ho, ho ho ho, hola; Fio, Fio Fio, Fio Fio Fio, Fiona. Ella lo abrazaba fuertemente y se iban al jardín a disfrutar de las tardes soleadas después de haber comido una rica torta casera que le preparaba Fiona con mucho amor.


© Diana Durán, 19 de julio de 2022

 

 

 

UN CAMINO HACIA LA LIBERTAD. LA QUEBRADA DE HUMAHUACA

 


Plaza de Purmamarca. Street View.

UN CAMINO HACIA LA LIBERTAD. LA QUEBRADA DE HUMAHUACA

 

    El nacimiento de Felisa Quipildor resultó del “chineo” (1) que les sucede a tantas mujeres originarias del norte argentino. Su padre fue el hijo del dueño de casa donde su madre era doméstica. Tal como lo consumaron otros hijos del poder a tantas muchachas indígenas, práctica colonial que se había repetido inveteradamente. Felisa pertenecía a una familia diaguita dócil al sometimiento. Víctimas y victimarios residían en un pueblo enclavado en la Sierra Santa Victoria de Salta, a más de 2700 metros sobre el nivel del mar. La madre no había podido huir ni olvidar la cara blanca y el cuerpo fláccido del violador. La pobre murió joven de tuberculosis y tristeza. A los dieciséis años Felisa, conocedora de la historia de su madre, logró abandonar la casa. Una conquista que le significó mucho esfuerzo para encontrar un rumbo. Tenía recelo de su futuro y mínimos recursos. Poco después se unió al joven Tolaba que criaba cabras y ovejas como tantos otros pobladores originarios. Parecía que iba a poder torcer la historia. Tuvieron dos hijos, Juana y Ramón.

    Ramón emigró a las minas del norte de Chile en busca de trabajo y fortuna. No se supo más de él. Juana tenía una personalidad decidida y resiliente. Pese a la modestia de su situación cursó la escuela primaria y parte de la secundaria. Su fortaleza hizo que sorteara largas noches de oscuridad y frío en las alturas, iluminada por una vela, pero con la férrea voluntad de avanzar en el estudio en una escuela vespertina. Su madre la acompañaba mientras tejía. Allí en el borde de la Puna, en un pueblo que parecía empotrado en la montaña superó todas las barreras y evolucionó de portera a maestra. La mayoría de los maestros eran itinerantes. Esa fue la oportunidad que supo aprovechar porque ellos venían alternadamente de otras localidades de la región y se quedaban por una semana. En cambio, Juana era residente, de esa manera obtuvo el trabajo. Nada la desviaba de su necesidad de superación. Además, crio tres hijos, dos varones y una niña. Habían nacido de su relación con Rubén Mamaní que parecía un buen hombre hasta que comenzó a trabajar en la mina Aguilar a ciento veinte kilómetros del pueblo. Cuando volvía temporariamente se la pasaba tomando en algún boliche. La historia de abuso se repitió, esta vez a través de la violencia. Una tarde, cansada de los castigos, Juana hizo la valija y partió con la pequeña Yanay. En quichua este nombre significa “mi morenita, mi amada”. Adorada por su madre que la había criado estudiosa y educada como ella. Los varones ya estaban grandes. Podrían valerse solos, había decidido Juana. Además, eran de la misma casta de su padre. No había logrado educarlos como para impedir el machismo reinante en la sociedad local. Juana eligió para migrar el pueblo más bello de la quebrada de Humahuaca, Purmamarca. También consideró su significado en aimará: “pueblo de la tierra virgen”. Noche tras noche miraba fotografías del Cerro de los Siete Colores, la animada feria artesanal, la cuesta de Lipán, el Algarrobo histórico. No iba a ser fácil que le dieran un pase docente ya que ella no tenía un título oficial, simplemente había ejercido porque no había otros maestros en su pueblo. Pero como hábil tejedora, herencia de su madre, podía trabajar como artesana en la feria y después se vería. Juana y Yanay recorrieron ciento cuarenta kilómetros en distintos medios. Viajaron en camionetas, autos y hasta caminaron al rayo del sol por los itinerarios más abruptos de valles y quebradas, siempre pensando en su nuevo destino. Larguísimo camino. Pasaron por Pueblo Viejo, Iturbe, Humahuaca, Huacalera, Tilcara previo ascenso por el “Camino Fin del Mundo” con subidas y bajadas que no iban a olvidar jamás. Laderas cortadas a pique, guijarros en asombrosas acumulaciones, cerros multicolores y el desierto puneño las acompañaron. La naturaleza las conmovía. Les recordaba su historia. Una travesía de vueltas y más vueltas para alcanzar la tierra prometida. Ese derrotero desde Salta a Jujuy había sido el más largo y emocionante de sus vidas. Bien lo valía. A pesar de ser norteñas no habían salido de su pueblo natal. Ahora iban en rumbo hacia un nuevo destino. La libertad.

    Con los pocos ahorros que tenía Juana inició una nueva vida satisfecha por su labor en la Feria Artesanal de Purmamarca. Las múltiples formas de las tallas, el colorido de los tejidos, la finura de la orfebrería, la original alfarería y el bullicio de la plaza principal le daban una tonalidad diferente a su existencia. Junto a su hija poco a poco se integraron a la vida del pueblo purmamarqueño. Juana con sus dotes de maestra dio clases de hilado y tejido. Unió la tradición de hilar la lana con el emprendimiento en la feria y se fue incorporando poco a poco a la organización de las artesanas. Cuando su situación económica mejoró, logró traer a Felisa ya anciana a vivir con ellas. Mientras tanto Yanay, tan abnegada como Juana, trabajaba junto a su madre y realizaba actividades comunitarias. Además, estudiaba abogacía con gran esfuerzo y, de esa manera, superaba el mito del dominio patriarcal. Con el tiempo se incluyó en la lucha por sus derechos y participó en actividades de las mujeres indígenas.

  Una noche estaban las tres reunidas después de comer conversando animadamente. Yanay hizo una pausa y les pidió atención. Alternaba una leve sonrisa con una actitud seria. Entonces la joven les leyó a su madre y a su abuela, como ofrenda de todo lo vivido por las cuatro generaciones de mujeres de la familia, la “Declaración del tercer parlamento plurinacional de mujeres y diversidades indígenas por el buen vivir” del 25 de mayo de 2022. Las tres se abrazaron con gran emotividad en honor a sus vidas y sus luchas.

Nosotras Mujeres y Diversidades Indígenas organizadas en el Movimiento de Mujeres Indígenas por el Buen Vivir, de manera autoconvocada y autogestiva, manifestamos que tenemos la certeza de que nuestra unión y organización como mujeres y diversidades indígenas constituye la base del buen vivir.

Llegamos al Kollasuyo, Chicoana, Salta, desde las distintas latitudes indígenas. Allí parlamentamos, nos escuchamos del mismo modo que nuestros ancestros lo hicieron, con la presencia del abuelo fuego y precedidas por ceremonias en las que convocamos a las fuerzas cósmicas para hablar desde la sabiduría, la verdad y la memoria desde los espacios ancestrales. A través nuestro la montaña habló, los ríos cantaron, los cóndores nos abrazaron y la selva danzó porque todos ellos somos nosotras, somos cuerpo territorio.

Los objetivos se cumplieron y hemos salido de allí fortalecidas, recuperando nuestra espiritualidad ancestral ya que es desde la espiritualidad que nos nutrimos de fuerza y claridad para esta importante lucha que nos trasciende y que nos compromete con la vida de la niñez de toda Indoamérica y por qué no del mundo.

Es tiempo de darle un ultimátum al Estado que ha permanecido cómplice de criminalidades como lo es el “chineo” y que además ha reforzado la impunidad a través de su indiferencia. Esta aberrante práctica de violencia sexual contra nuestras niñas debe terminar y, es por lo que, nuestra campaña “#BastaDeChineo” asume una nueva etapa la de luchar por “#AboliciónDelChineoYa” y para ello hemos consensuado lo siguiente:

Ultimátum al Estado argentino para la abolición del chineo, exigimos:

1. Que se declare y tipifique el chineo como crimen de odio, y con ello alcance las penas máximas y sin obtener beneficios, como ser la libertad condicional o la reducción de condena. Entendemos al chineo como una práctica criminal, racista y colonial sistémica.

2. Que se declare crimen imprescriptible.

3. Que se responsabilice e inhabilite a trabajar en territorios indígenas a empresas que tengan empleados que hayan cometido esta aberración.

4. Que se procese, condene y se dé de baja deshonrosa a policías, gendarmes y/o militares que violen a las niñas indígenas.

5. Que se expulsen y condenen a las instituciones y grupos religiosos que operan en territorio indígena y sean cómplices de estas prácticas criminales.

6. Que se juzgue y condene sin excepción y sin reconocimiento de fueros a funcionarios públicos como así también a las autoridades tradicionales de los Pueblos Indígenas que sean ejecutores de estas prácticas, cómplices o bien facilitadores de las mismas.

7. El embargo de todos los bienes de los violadores, con bienes a cumplir la contención económica y recuperación de la víctima.

8. Sanción económica al Estado argentino, para la creación de un fondo de prevención, recuperación y apoyo a las víctimas del chineo, administrado por el Movimiento de Mujeres Indígenas por el Buen Vivir.

Entendemos y sostenemos que el principal responsable de que estas prácticas criminales sigan vigentes desde hace más de 200 años ha sido el propio Estado argentino, que en ninguno de sus sucesivos gobiernos ha generado mecanismos de condena ni ha producido instrumentos legales para la prevención y tratamiento de casos de chineo.

9. Para desactivar los escenarios de complicidades que generan este crimen se deben reformular los mecanismos de diálogo y representación entre los Pueblos Indígenas y el Estado. Es así como de ahora en más las mujeres debemos ser las receptoras y administradoras de los programas de alimentación y asistencia social, ya que muchos caciques y referentes hombres indígenas aprovechan este lugar de poder para humillar y someter sexualmente a niñas y jóvenes de su propia comunidad.

10. Exigimos que los encubridores también sean condenados y con la misma escala que los actores materiales.

11. Elaboración de protocolos con participación y consulta a mujeres y diversidades indígenas. Con fines a que se apliquen en instituciones, tanto del Estado Nacional como en cada una de las provincias y municipios, como ser instituciones educativas, de salud, de justicia, y de seguridad.

Es determinante que cualquier legislación o medida que se tome para dar respuesta a la abolición del chineo, deberá contener todos y cada uno de estos puntos que señalamos.

Esta exigencia será caminado, colectivizado y urdido entre muchos hilos de solidaridad del mundo. Estamos convencidas que desde el 3er. Parlamento Plurinacional de Mujeres y Diversidades Indígenas por el Buen Vivir ha surgido una propuesta que tendrá impacto continental.

(…)

Convocamos a luchar por su abolición y abrazar la vida toda y todas las vidas.

 

Declaración desde Chicoana Mujeres y Diversidades Indígenas de los pueblos naciones: AvaGuaraní, Aymara, Chané, Charrúa, Chorote, Chulupí, Diaguita, Guaycurú, Huarpe, Kolla, Lule, Mapuche, Moqoit, Purépecha, Qom, Quechua, Ranquel, Simba Guaraní, Tapiete, Weenhayek, Wichi.

 

#Declaración #BuenVivir #BastaDeTerricidio
#AboliciónDelChineoYa
#bastadechineo #ElGenocidioEsHoy
#Parlamento #Plurinacional

                                                                                   Movimiento de Mujeres Indígenas por el Buen Vivir

(1) Un juez de casación la definía muy bien en un fallo del 2008: “Se sabe que el llamado ‘chineo’ es una pauta cultural de nuestro oeste provincial. Se trata de jóvenes criollos que salen a buscar ‘chinitas’ (aborígenes niñas o adolescentes) a las que persiguen y toman sexualmente por la fuerza. Se trata de una pauta cultural tan internalizada que es vista como un juego juvenil y no como una actividad, no ya delictiva, sino denigrante para las víctimas” (Ana González, 2011. Página 12. “Para terminar con el chineo”.





© Diana Durán. 11 de julio de 2022

ESPEJOS DE AGUA

 


Flamencos en Parque Luro. Fotografía: Héctor Correa.


ESPEJOS DE AGUA

Espejos de agua como espejos del alma. Así los hemos descubierto y recorrido en este maravilloso trajín de ser viajeros. Nos gustan esos cristales originales que pudimos observar en la tierra transitándola: lagunas, lagos, pantanos.

Las lagunas son poco profundas. En sus riberas asoman pajonales dorados que invitan a escudriñarlos. Siempre hay sorpresas entre esos pastizales. Podemos navegar, pescar en las orillas, internarnos en los lechos. Bañan todos los rumbos de nuestra geografía. Al sur, en medio de la aridez patagónica se secan saladas o sus aguas reviven habitadas por aves blancas, multicolores o tornasoladas. En las llanuras quiebran la uniformidad del suelo que salpican con infinitas formas. Son el hogar de cisnes de cuellos negro, garzas, biguaces, patos, coscorobas, gaviotas. Atractivas para el pescador o simplemente para contemplar una puesta de sol. En la Puna están a grandes alturas. Casi inalcanzables proyectándose hacia el cielo. En el Chaco húmedo alternan los brazos de algún madrejón. Cambiantes, antojadizas, itinerantes. A veces se tornan rojizas por la presencia de algas que entregan un raro espectáculo al paisaje lacunar. Se combinan con selvas en galería, riachos y esteros. Pasan bandadas de aves migratorias. Se escuchan los aullidos de los monos carayá y circulan familias de carpinchos.

Nuestros primeros recorridos juntos. Las lagunas despertando vida, paz, sosiego. Tardes compartidas de avistaje. De admirar y entregarnos juntos a la naturaleza.

Los lagos, en cambio, son poderosos, profundos, enigmáticos. Atemorizan cuando se navegan sus aguas bravías o se trajinan sus orillas acantiladas o rocosas. El Nahuel Huapi posee brazos que se internan en la cordillera. Aguas tranquilas y menos profundas que reflejan como espejos la silueta de los bosques y las sugestivas formas de las nubes. En sus profundidades guarda la leyenda de un ser monstruoso que algunos creen haber visto. El Nahuel a veces está planchado y sereno, otras agitado y salvaje por el oleaje al ritmo de los vientos del oeste. Los lagos despiertan la conmoción de lo insignificante frente a la potencia de lo natural. Es preciso respetarlos en su bravura y admirarlos en su grandeza.

Conocimos ese lago tan indómito como lo era nuestra relación en esos tiempos. Admiramos su energía, lo veneramos y finalmente huimos de él hacia moradas más amigables en las que convivir.

Los pantanos son espejos borrosos. No nos permiten ver sus fondos. Son oscuros, pero poseen la belleza de la diversidad de especies que aún en el fango destellan las sombras de siluetas fantasmales. Son humedales (1) costeros, superficies umbrías en las que anidan y se reproducen las aves migratorias. Los flamencos deslizan sus picos corvos en el barrizal, voraces. Uno de ellos reluce creando la sensación de que hay dos reflejados por sus coincidentes picos y sinuosos cuellos. Si son cuatro, veremos ocho flamencos mágicos que sucesivamente podremos avistar en un gigantesco mar rosado.

Nuestra comarca de cotidianas y sosegadas aventuras. La placidez y la seguridad de conocer el terruño.

Debemos de haber recorrido cientos de espejos naturales. Todos bellos y enigmáticos. Quisiera que pudiéramos remontar nubes viajeras que nos llevaran en su seno a recorrerlos todos y cada uno. Y como navegantes antiguos escribir nuestra amorosa historia en un cuaderno de bitácora.


(1) Los humedales son áreas que permanecen en condiciones de inundación o con suelo saturado con agua durante períodos considerables de tiempo..


© Diana Durán, 4 de julio de 2022

SECRETOS INDESEADOS

 



SECRETOS INDESEADOS

Había ido al club esa tarde de primavera. Era jueves y no tenía colonia. Sus padres y hermanos estaban en la zona de camping. Patricia se sentía libre. Aprovechó. Se subió a un tobogán altísimo y se deslizó cuantas veces quiso. Trepó por las sogas de la estación de recreo de abajo para arriba y de arriba para abajo. Hizo todas las acrobacias que conocía, rolls, media lunas, verticales, una detrás de otra. Anduvo en las hamacas lo más alto que pudo, al borde de la caída. Descansó un rato en la pérgola cubierta de rosales y madreselvas cercana a los fogones, oliendo, sintiendo. Siguió. Trepó a un pino añoso hasta divisar todo el club y más allá, gente remando en los riachos del Tigre, amarronados y sinuosos. Se le ocurrió ir corriendo hasta la cancha de básquet y girar alrededor del caño que la limita, con tal mala suerte que por el envión cayó de cabeza sobre el piso de cemento. Enseguida la auxiliaron y la llevaron al médico de guardia del club que le recomendó descansar, además de ponerle hielo en el chichón. Patricia se recostó en el banco de la pérgola intentando dormitar. Los padres y hermanos se le acercaron, pero se fueron enseguida al verla tranquila.

Al levantarse se sintió como nueva y decidió continuar sus andanzas a un ritmo más tranquilo. Un golpe no podía frustrarla. Antes quería comer algo y fue al quiosco a comprar un pebete de jamón y queso y una gaseosa. Se los pidió al vendedor que la conocía. Entonces escuchó. Esta es la pícara que anda siempre corriendo y se lleva por delante todo a su paso. Mirá. Flor de porrazo se dio hoy. La sorprendió que lo dijera delante suyo sin mover los labios. No oyó lo que le contestó el cajero porque se fue enseguida a devorar el sándwich. Se quedó sentada en la terraza frente al comedor del club y empezó a oír las conversaciones de quienes pasaban caminando. No todos eran diálogos, algunos parecían pensamientos. Una mujer que atravesaba el lugar dijo o pensó, no lo sabía, tienen que bajar el precio de la entrada al club porque no voy a venir más, son unos ladrones. Iba sola así que le pareció ridículo que hablara. Un joven con ropa de tenista que caminaba con su pareja rumbo a las canchas dijo o pensó, si estás tan lenta como otras veces vas a tener que buscarte otro compañero, me agotás. Le molestó que fuera tan antipático y más aún que la mujer no le contestara. Así escuchó, ¿pensar?, a varias personas hasta que decidió irse de allí un poco asustada de sus posibles alucinaciones. Estaba muy extrañada porque que ¡leía los pensamientos de otras personas! Pensó que el golpe le había lastimado el oído, que era algo físico. Pero no, era otra cosa. Adquirió desde entonces la anormal capacidad de leer las ideas ajenas. Tenía doce años cuando este hecho le marcaría su vida durante los veinte siguientes y le impediría ser una persona normal. No podía o no quería confesar lo que le estaba ocurriendo. Vivió muchos años atormentada y abrumada por los pensamientos de los que la rodeaban. En el colegio era un suplicio percibir a sus amigas cuando se criticaban entre sí, a los profesores burlarse de los que no sabían y hasta le costó concentrarse en las pruebas porque escuchaba los resultados erróneos de sus compañeras que terminaban confundiéndola. Nunca pensó en la locura, pero si en una capacidad anormal que la tornó en un ser solitario, distante y melancólico, angustiado por las ideas ajenas.

Nada bueno podía pasarle a quien percibía pensamientos intrusos. De padre, madre, hermanas, primos, amigos, desconocidos.  Con el tiempo adquirió la capacidad de evitar escucharlos a todos. Intentaba cerrar su mente ante las banalidades. Le dolió en el alma saber que sus padres eran engañosos en su relación. La verdad es que no te aguanto más con tus delirios de grandeza y compras inservibles, escuchó a su papá pensar sobre su mamá. En otro momento la madre caviló, si me hubiera casado con otro estaría viajando por Europa y tendría un chalet y no este miserable departamento y esta pobre vida.

Así fue como conoció los secretos de muchos. El don la hizo taciturna e introvertida. Rumeaba el pensamiento de los demás intentando despejarlos de su mente. No siempre lo lograba, entonces permanecía confusa hasta que podía desbrozar lo que no servía y seguir con su vida apenas normal. Todo le costó mucho, estudiar, trabajar, relacionarse.

El tiempo no borraba su capacidad diferencial, solo había podido dominarla con limitados recursos. A los treinta años pudo terminar con gran dificultad la carrera de bioquímica, encerrada en laboratorios y estudiando aislada. Se había transformado en una solitaria empedernida. Una mañana oculta entre pipetas y frascos escuchó a un asistente pensar: no la aguanto más, hoy es el día, este preparado es mi solución para sacármela de encima. Hablaba de su pareja. Fue el límite. Patricia hizo una llamada a la policía y lo delató.

Decidió emprender un viaje para liberarse de todo y de todos. Partió a Traslasierra en Córdoba y se instaló a pocos kilómetros de Mina Clavero, en un paraje enclavado en las Altas Cumbres. Una cabaña aislada, asoleada y confortable con vistas a las sierras. Descansó como nunca, durmió día tras día, divagó por los senderos serranos y respiró mucho ozono. La naturaleza arcana, el cristalino escurrir de los arroyos, el cielo diáfano y el canto de los pájaros sanaron de a poco su dolencia. Lo descubrió el día de su partida cuando dejó la cabaña y no supo lo que pensaban ni el conserje ni los pocos turistas que estaban en la recepción. Tampoco el idear de ninguna otra persona durante el viaje de vuelta. De regreso a su ciudad decidió que volvería a los parajes serranos a vivir. Empezó a relacionarse con los lugareños y de a poco interactuó con ellos. Apostó a un negocio de artesanías, al color, a lo autóctono, a la gente. Iba a olvidarse de los secretos que había acumulado durante años.


 © Diana Durán, 20 de junio de 2020


TERRITORIOS SENSIBLES. CUENTOS.

 



Para la compra del libro comunicarse por wsp 2932521423

PRESENTACIÓN DEL LIBRO "TERRITORIOS SENSIBLES. CUENTOS"

 







El libro "Territorios sensibles. Cuentos" se presentó en la Biblioteca "Mercedes de San Martín" de Punta Alta, el jueves 9 de junio del 2022 con las ponencias de Héctor Correa (quien lo prologó) y de la Prof. Luján Avalos.



También se presentó el viernes 10 de junio de 2022 en el Instituto Antonio Ruiz de Montoya de Posadas, Misiones con la ponencia del Lic. Sergio Páez y la narración de la Dra. Albina Lara.




El libro está a la venta en la Biblioteca Mercedes de San Martín en 9 de julio 1401 y en 11 de setiembre 695 de Punta Alta. Precio: $ 500. También se envía a distintos lugares del país.



Para pedidos y consultas comunicarse por wsp 2932521423

Presentación del libro en el Instituto de Formación Docente y Técnica Nº 159 de Punta Alta ante alumnas del profesorado de Educación Primaria. Agradecemos a la Prof. Luján Avalos su invitación.



Presentación del libro "Territorios sensibles. Cuentos"



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