ESPEJISMOS
La
mujer caminaba por la avenida Corrientes en busca de un café en el que recalar
para disfrutar de sus acostumbrados ritos. Leer fragmentos de libros y quizás comprar
alguno. Era habitué de las librerías de la tradicional arteria porteña. Se
sentía a sus anchas recorriendo pasillos para elegir novelas latinoamericanas,
históricas o universales. También buscaba ensayos de sociología. Detestaba los
libros de autoayuda o los de política, estanterías que sorteaba sin mirar. Se
distrajo ante la vidriera del “Gato Negro” bar a la usanza de un viejo almacén que
vendía deliciosas especias y tés variados. Continuó su recorrido y decidió entrar en el Centro Cultural de la Cooperación “Floreal Gorini”, espacioso y
vidriado, lleno de estanterías. Librería, bar y teatro juntos. Un ambiente conocido
y acogedor. Eligió después de una parsimoniosa búsqueda “El mundo alucinante”
de Reinaldo Arenas y “Cuentos completos” de Ricardo Piglia.
Pasada
media hora de hojear los libros y degustar un capuchino con medialunas empezó a
sentirse extraña. Como si alguien la mirara. Volteó la cabeza para todos lados,
pero no vio a nadie conocido. Los mozos de siempre. Pocas mesas ocupadas. Una pareja
próxima al ventanal y unos cuantos parroquianos dispersos en otras tantas. Todo
normal. Volvió a sumergirse en los libros y de nuevo tuvo la misma percepción.
Alguien la observaba. Un escalofrío le recorrió el cuerpo. No era una sensación
grata. Muy por el contrario, era sombría. No quiso pararse, prefirió quedarse
quieta donde estaba. Como el efecto continuaba temió sufrir un ataque de
pánico, de esos que había tenido en la adolescencia y había superado a fuerza
de terapia y mucho empuje personal. No puede ser, pensó angustiada. Sin
embargo, el efecto continuaba. Como si alguien quisiera acercársele. Sintió una
perplejidad que no lograba discernir. Buscó al mozo que la había atendido con
el propósito de pedirle urgentemente la cuenta y retirarse a pesar de no haber podido
comprar aún el libro de cuentos elegido. No lo vio por ningún lado. En cambio, advirtió
una fantasmal presencia. Era ella misma diez años atrás sentada a dos mesas de
distancia cercana a los anaqueles. Quedó helada. No podía moverse. La muchacha parecía aguardar a alguien. En la mesa de la más joven se disponían
libros que la mujer había comprado y leído veinte años atrás, el mismo
capuchino, las mismas medialunas. No puede ser, repitió desesperada. Cerró
los ojos con el corazón en la boca esperando que la visión desapareciera. Cuando
los abrió vio que a la figura de sí misma se le acercaba el novio de
los veinte años, compañero de la facultad que había fallecido en un accidente.
No podía dar crédito a lo que presenciaba. Sintió que se iba a desmayar. Con el
mínimo de fuerzas que le quedaba se levantó y huyó despavorida del lugar sin
pagar.
Mientras
corría por Corrientes maldijo a la ciudad de los espejismos. Donde todos
simulan. Donde muestran lo que no son. Allí los encontró, fingiendo ser
felices. Creyendo que les creería.
© Diana Durán, 27 de julio de 2022
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