Viví muchos años en Buenos Aires. Devoto, Congreso, Belgrano, Flores, Olivos, Parque Centenario, algunos de los barrios que no olvido. Eternas mis ganas de andar migrando.
Devoto de mi infancia, el “jardín de la ciudad” por su arboleda. Ese aroma a tilo inconfundible; sus caserones ocultos por jardines; la plaza del guardián que nos protegía; cortadas con chicos jugando a la pelota; balcones floridos en los edificios de pocos pisos; negocios de dueños habituales, casi familiares. La librería donde compraba recortes de revistas para el colegio. Allí quisiera volver mañana.
Ahí viene el abuelo, está a una cuadra, lo veo desde el balcón y se va acercando de a poquito, elegante con su sombrero y siempre de traje gris oscuro. Cómo lo quiero. Seguro me trae un chocolatín y unas figuritas y se queda a tomar la leche. Poco dura la fiesta porque cuando se va otra vez lo miro desde el balcón y lloro desconsoladamente.
Belgrano de la preadolescencia, en sus manzanas más apacibles. Soldado de la Independencia entre Zabala y Loreto, arbolada y soleada. Cómo no recordar los gratos momentos allí vividos. La barra de hielo derritiéndose en el zaguán de la casa de los abuelos; la terraza de alquitrán y el altillo con pilas de muebles desvencijados; el quiosco donde compraba talonarios para jugar a la oficina con mi vecina. Una legión de bicicletas en bandada de chiquilines perseguidos por los porteros de edificios; las fiestas infantiles y los primeros asaltos en séptimo de la escuela primaria.
“Manubrio duro, patines fuertes”, le canto a Santi para que aprenda a andar en la bici nueva rodado veinte. Se lo grito bien fuerte desde la ventana del segundo piso y el muy distraído me saluda sonriente y se lleva por delante una obra en construcción. Flor de chichón y la bici nueva destruida. Mamá lo va a matar.
Congreso de la adolescencia y primera juventud. Bullicioso, central, kilómetro cero de la política nacional, centro de imponentes concentraciones y decisiones históricas, pero también del aleteo de las palomas y los vendedores de semillas de la Plaza de los Dos Congresos donde jugué con mis hijas. Esa que crucé con mi hermano caminando una noche del año setenta y seis hacia la Casa Rosada para ver qué pasaba, horrorizados por las circunstancias que se aproximaban. Fue el barrio del colectivo doce, testigo viajero de la secundaria y la universidad.
Siento miedo, una pavura gélida que me recorre el cuerpo al pensar lo que está sucediendo en este país. Tengo angustia por mi hermano y mis amigos que son militantes. No sé qué les va a pasar.
En Flores y Olivos viví poco tiempo. Barriadas contrastadas como lo fue mi vida en esos tiempos. Flores, demasiado comercial e inseguro para mi gusto. Olivos, estético con su puerto lindando el río de la Plata, la avenida del Libertador surcada por jacarandás, las calles de adoquines internas y los chalés elegantes de gente opulenta y esnob.
Tengo un recuerdo encantador de ese barrio porque fue en él donde crie a mis hijas.
Me encierro en la tesis y en el trabajo a destajo. La primera va al jardín, la chiquita a la plaza todos los días.
Parque Centenario, hermoso barrio central de Buenos Aires tan diverso, residencial y comercial con la avenida Corrientes como eje. Las cinco esquinas del edificio de Cangallo donde vivimos muchos años. Pasamos enfermedades, hiperinflaciones y penurias económicas, pero siempre salimos adelante en la cotidianeidad nuestra. Fue el secundario para las chicas y sus primeros noviazgos. La menor, y su vivaz originalidad. “Tan distintas e iguales”.
Solo están ellas que soy yo de nuevo y las veo eternas ramas de renuevo. Solo están ellas, pura risa y fantasía, brillantes las miradas, eternos los caminos. Solo están ellas y esta intensa esperanza que me promueve, cuando estoy con ellas.
Lo que soy está en todos y cada uno de esos barrios; en mi memoria latente. Un mosaico de vivencias entretejidas en esos lugares que son mucho más que espacios delimitados por calles y avenidas. Están cargados de identidad y me conforman en cada uno de los recuerdos que afloran como manantial sereno en la madurez.
© Diana Durán
8 de octubre de 2021
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