UN NO LUGAR


Marta Bahrull. Pintor contemporáneo.



UN NO LUGAR 

Caminan con la cabeza gacha, deambulan, imbuidos en sus pensamientos erráticos. Están ocultos, desterrados, obscuros, pétreos. Disimulan la muerte. La vida perdura, sin aliento, lenta, perezosa, cautiva, entre rejas. La libertad es una quimera. Vale solo el presente, no hay futuro. Es el encierro, la soledad, el hastío. Ni los unos ni los otros existen. Son almas que deambulan inciertas, extrañas. 
Como locos. 

Me sacan de la cama a los gritos. Se ve que no me quieren dejar solo. Tengo quince años. No voy a acompañarlos, me voy a quedar durmiendo. Mamá me dice que visitaremos a un tío lejano. No lo recuerdo. Vamos en auto hasta un caserón de Caballito. Me hacen entrar a la fuerza. ¡Traidores!, ¡malditos! Me obligan a quedarme en esta clínica para locos con la excusa de mi depresión. Octavio no llores, es por pocos días, me dice mamá. 

El lugar es espantoso. Hay habitaciones para hombres y otras para mujeres. Muchos pasillos que no se sabe a dónde llevan. Un salón comedor con mesas largas y una sola tele. El único lugar pasable es el patio. Las paredes son de color blanco con algunos graffitis, tiene plantas y se ve el cielo. Pero está cerrado con rejas. Nunca voy a poder escapar. Tampoco puedo salir por el pequeño balcón del cuarto. Tiene barrotes. A través de ellos veo la vida de los otros, de los que están libres.

Me siento en una jaula humana. Todos encerrados como bestias salvajes. Muchos gritan, otros lloran. Hablan muy despacio o muy fuerte. Van y vienen por los pasillos. De vez en cuando se cruza un enfermero. Las mucamas siempre están limpiando los ambientes. Odio ese espantoso olor a lavandina que lo invade todo. La médica me dice que durante un mes no podré ver a nadie. Sin juegos, ni actividades que me atraigan, los días transcurren de forma lenta y triste. 

En la habitación hay cinco camas. Los otros duermen y roncan como animales. Las cucarachas recorren las paredes. Nadie se da cuenta de que esos insectos asquerosos caminan sobre nuestros cuerpos. Yo los siento, aunque me tape íntegro. Me doy vuelta hacia la pared, veo una gran mancha de humedad y a esas pequeñas sombras aterradoras que se mueven. Giro y veo a mis compañeros en sus camas. Parecen muertos. Vuelvo a rotar. Así me paso toda la noche. Al despertar, nos mandan a bañar. Desnudos, nos escondemos uno del otro. Nos gritan que nos apuremos. Alguno muestra sus partes. Siento asco. Ganas de vomitar. Las filas para tomar los remedios me avergüenzan. No hago nada en todo el día. Solo en el patio me siento un poco mejor. Imagino. Respiro. 

Un hombre me cuenta su historia, de entrar y salir a este lugar. Hice mucho esfuerzo para no llorar. Algunos reciben a su familia, que se quieren ir rápido, se nota. Nadie soporta esta cárcel. Hay una chica, más flaca que la muerte. Se llama Daniela y es anoréxica. Tiene los cabellos raídos. El rostro de pómulos salientes, los ojos hundidos, cadavéricos. No quiere comer. Pide ir al baño, se levanta mil veces con distintas excusas. La vigilan y la traen de vuelta. Me da lástima. Sufre más. Pero ella lucha, yo no. 

A los veinte días de encierro me visita Mariana, mi hermana. Me pregunta cómo estoy con dulzura. Le pregunto por mamá. Conoce mis sentimientos. Ella me quiere. Me regala un libro, “Las aventuras de Tom Sawyer”. Lo leo y releo, subrayo los párrafos que me gustan, miro en detalle los dibujos. Me imagino que tengo un amigo como Huckleberry y que este lugar donde estoy es una cueva de la que voy a salir. Sueño que me voy con Daniela, como si fuera Rebeca, la amiga de Tom Sawyer, cuando estuvieron perdidos. Si soy valiente el premio será irme de aquí. Fantaseo navegar en bote por el río Mississippi y me olvido de las cucarachas. Le pido a Mariana que me traiga más libros fantásticos y de viajes. Me consigue “Frankenstein”, “Viaje al centro de la Tierra”, “El principito”, “El castillo ambulante”. Los devoro. El tiempo pasa. Muy lentamente, mi mente se va aclarando. El miedo se torna en esperanza. Empiezo a entender lo que me dice la psiquiatra. Siento coraje. Me iré en poco tiempo de esta jaula. La decisión es mía. 

Hoy se asegura que las internaciones deberían ser cortas y dentro de hospitales generales, sin discriminar a los enfermos por su salud mental. La Ley Nacional de Salud Mental, sancionada en 2010, prevé la sustitución de las instituciones psiquiátricas monovalentes por un sistema de atención en salud mental de base comunitaria que respete los derechos humanos.

© Diana Durán
15 de octubre de 2021


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