VACACIONES EN SOLEDAD
Me gusta recorrer sola los caminos, desandando paisajes.
El rincón de un arroyo, el perfil de un cordón montañoso, la explanada de un
llano, el horizonte del mar. Es febrero, ya pasaron las fiestas de diciembre y los
calores de enero. Ansío iniciar el viaje tan esperado después de un año de
trabajo agotador. Me voy al sur en búsqueda del reparo de la naturaleza. Quiero
borrar los apuros, el cemento, las preocupaciones. Estar sola. Han sido
demasiadas presencias familiares y laborales durante este año. Quiero alejarme
de todos, especialmente de mis padres y su permanente apego a mi vida. ¿A dónde
vas? ¿Viajás sola? Cuídate por favor. También
de la tediosa atención al público. Creo que merezco un poco de
libertad. No me importan los kilómetros a transitar con mi pequeño auto desde Neuquén
hasta Bariloche.
En la comarca andina todo circuito puede ser renovado. Lo
he aprendido en sucesivos viajes por la Patagonia. Repaso distintas
posibilidades. Ascender al colosal Cerro López con su circo glaciario realzado por
algunos planchones de nieve. Apreciar sus acantilados brillantes con paredes a
pique. Llegar a la Colonia Suiza y sus tradicionales curantos. Reposar en las
playas más pequeñas y ocultas de la costa del lago Nahuel Huapi. Imagino que yo
sola las conozco. Volver a la península de San Pedro y recorrer sus costas reflejadas
sobre el brazo Campanario. Podría internarme en el perfil serrado del
Cuyín Manzano que se aprecia desde la ribera opuesta del lago. Tengo un abanico
de lugares para gozar de lo natural y recuperar las fuerzas perdidas. Amo estos
viajes en soledad que me regalo cuando puedo. Ya acomodada en el hostal, abro
las ventanas de la habitación y la brisa fresca que baja de la montaña me
reconforta.
Decido recorrer primero el sendero de Villa Tacul. Dejo el
auto enfrente a la entrada del Parque Municipal Llao Llao. Allí no se puede
ingresar con motos ni con ningún otro vehículo. Inicio mi caminata con toda
tranquilidad. Solo llevo en mi morral la campera, el agua y unas barritas de
cereal. Encuentro a muy pocos caminantes en el sinuoso camino. Ya es medio
tarde, pero sé que hasta las diez de la noche se puede circular. Admiro los altísimos
coihues y demás ejemplares del bosque patagónico, entremezclados con lianas de
formas tortuosas, helechos húmedos arraigados en los manantiales y las cañas
coligües secas cruzadas en el sendero. Atravieso con facilidad los tocones de
viejos árboles caídos. Haces de luz se filtran en la oscuridad. Descubro cada
uno de los bosquecillos de pocos ejemplares de arrayanes canela como isletas
solitarias. El aire helado penetra en el bosque y alcanza el sendero. No tengo
frío.
Puedo escuchar el escondido canto del chucao que retumba
como un eco en la soledad de la reserva. Primero tenue, después más fuerte.
Dice la leyenda mapuche que predice el buen viaje. Se parece a una pequeña
gallina casi imposible de avistar, pero fácil de descubrir por su alegre canto.
Me maravillo al escucharlo dos o tres veces. Alcanzo a divisar, después de una
larga y sinuosa caminata, el lago Moreno empotrado en los Andes Patagónicos. Me acomodo para admirar el paisaje reposando en una playita rocosa mientras como
mi barrita de cereal. El lugar es único, inigualable, mío. No necesito nada más
en este mundo. Un viento gélido empieza a soplar con mayor intensidad desde el
lago. Me abrigo con mi campera fina y siento una total comunión con la
naturaleza.
Me despierto helada. Es casi de noche por lo que me he
perdido la puesta del sol. ¿Cómo pude dormirme? Tal vez este lazo estrecho con
el ambiente me llevó a semejante estado de quietud como para adormecerme. No siento
las manos, están entumecidas. No puedo doblar los dedos. Debo emprender el regreso
urgente, pero mis piernas están rígidas. Imposible moverlas. Tengo miedo. Pienso
aterrada en la “muerte dulce” por hipotermia. Debo desandar el camino urgente y
salir de este aislamiento en la reserva. En poco tiempo perderé la memoria y
entraré en un estado de confusión. Me gana la desesperación, empiezo a gritar,
pero descubro que no tengo voz. Es inútil, estoy sola, más sola que el
chucao invisible en un paraje ausente de vida humana. Recuerdo que tengo mi
celular en el morral. Con un esfuerzo sobrehumano lo saco, pero no hay señal. Por
una vez maldigo mi soledad. Intento moverme, exasperada por entrar en calor. No
es justo morirse en el lugar más bello del mundo y tan aislada. Me doy cuenta de
que el celular tiene una linterna y empiezo a hacer señales de SOS en el espejo
del lago. No sé si alguien las verá antes de que vuelva a quedarme adormilada y
muera de frío.
El
Cordillerano. 10 de febrero de 2021
Cuando los
turistas no cumplen las indicaciones
Se informó
la desaparición de una turista procedente de la ciudad de Neuquén. Los dueños
del hostal donde estaba pasando la estadía se comunicaron con la policía local
al ver que no regresaba con su auto y que su habitación estaba sin tocar. Había
comentado que se iba sola de excursión. Empezaron a buscarla en los lugares
habituales, el Cerro Otto, el Catedral, el Campanario, Playa Bonita.
La rastrearon cuadrillas de rescate. Parques Nacionales informó al mediodía que cerca de las once de la mañana unos paseantes habrían hallado a una mujer de treinta años tirada en el sendero del Parque Municipal del Llao Llao, muy cerca de la playa del Lago Moreno. No recordaba su nombre ni qué hacía allí.
Luego de un tiempo imposible de calcular me veo envuelta
en unas frazadas en la salita médica del camino a Bariloche. Recobro lentamente
el sentido. Alguien advirtió mi pedido de auxilio, pienso. Agradezco
infinitamente el rescate a quien haya sido y reniego de mi obstinada soledad.
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