Reflexiones de una madre pobre
Esta noche no sé qué les voy
a dar de comer. Al mediodía se acabó el último paquete de fideos de la bolsa
que recibo del movimiento. Estoy desesperada. Ya no puedo pedir más fiado en el
almacén. No volví por la vergüenza de no poder pagar lo que debo. Mis padres están peor que yo. Con la
mínima los dos, no me pueden ayudar, tapados de deudas. Me pregunto para
qué se jubilaron, pero, aunque sea tienen para comer de la huerta y el
gallinero. Extraño mis pagos. Mi Corrientes. Mi Empedrado. Mi yvy[1].
Los chicos me miran con ojos
tristes porque saben lo que pasa. Esa
pena me pide comida. A Romancito le di la teta hasta hace poco. Va a
cumplir cuatro. Lo vengo engañando para que tenga algo en la pancita. Pero se
da cuenta. Lo mismo pasa con Diego. A veces como cena les doy mate cocido con el
pan de sobra que me regalan en la panadería de la vuelta. Hacemos cola para
conseguirlo. Mi hijo mayor aguanta más porque tiene ocho, hasta se las arregla
solo. Va al bar de la otra cuadra y pide, aunque sea una porción de pizza, a
veces lo sacan cagando. No sé cómo pueden ser tan desgraciados. También pasa
por el Mac Donald’s de Rivadavia y revisa las sobras, encuentra algunas papas o
el resto de una hamburguesa. Lo que tiran. Después le duele la panza, muchas
veces sufre por lo que come. Se le hincha el estómago y a mí me lastima como a él,
pero es la tristeza que me duele.
En el colegio recibe el
almuerzo, de lunes a viernes. El fin de semana es de terror. No me gusta
mandarlo al colegio sin las fotocopias del libro y que se atrase porque no
tengo plata. A veces tenemos que copiar del cuaderno de otro chico. Debo dos meses de alquiler. Si no
consigo un trabajo mejor nos van a echar. Le dije a la asistente que con la
asignación que tengo me alcanza para pagar el alquiler de este cuarto de
pensión roñosa. Baño y cocina compartidos. Olor rancio. Se escuchan peleas.
Mantengo limpio nuestro cuarto, aunque el resto sea un asco y las cucarachas
entren por debajo de la puerta. Fue lo único que encontré. No me hallo en este
barrio, me pongo triste cuando paso por Cromañón, pobres pibes. Pero está a un
paso de la estación de Once cerca de todos lados. A veces voy al merendero de
la otra cuadra. Se llama “Luz y Esperanza”, como si la hubiera. Es de la Rama
Cartonera del movimiento Evita. Muchos van.
El padre, bien gracias,
desaparecido en acción. Pensar que era buen hombre. Trabajador. Lo echaron de
la curtiembre y empezó a tomar. Yo me fui con mis hijos de la casita donde
vivíamos en Mataderos apenas se puso violento. Ya vi mucha violencia en mis
pagos. No me iba a agarrar a mí, me la vi venir
y al primer cachetazo me fui con los críos.
No me queda otra que ir a
los cortes, aunque no soy piquetera. Ellas sí que se organizan, arman trueques
y cocinan en los comedores. Algunas van contentas. A mí no me gusta porque
tengo que llevar a Román a cuestas mientras Diego está en el colegio y después
lo tengo que ir a buscar. La AUH me sirve solo para el alquiler de este cuarto.
No quiero volver con mi marido. Ni sé en qué andará. Aquí por lo menos trabajo
por hora. Junto mil, mil quinientos por día. No puedo laburar mucho porque me
tengo que ocupar de mis hijos. No quiero que se queden solos porque me da
miedo. ¿Y si se los llevan? Ha pasado.
Es domingo. Son las once de
la mañana. A pesar del frío y la llovizna, hacemos fila en la puerta del
comedor. Hoy hay guiso de lentejas. Al menos van a comer al mediodía. Después se
verá.
Pienso en esta vida
desgraciada, en morir. A veces imagino dejar a los chicos en algún lugar. Después
miro esas caritas y me arrepiento. Me abrazo a ellos de noche y sueño con otra
historia.
Hoy me desperté con una idea. Regresar a donde nací, a
la casa de mis padres, a mis pagos. Salir de esta mugre, de la tristeza, de la
calle de Cromañón. Que mis hijos conozcan el verde y el cielo. Volver a los
esteros claros, a las costas coloridas del río Paraná, a oler el aroma de los
pinos y eucaliptos, a trabajar la tierra. No importa lo duro que sea. Se que allá
también hay pobreza. Pero es distinto. Tengo que ahorrar para los pasajes.
¿Podré? Ahora tengo un sueño, una esperanza.
Allí va el futuro,
emergiendo con muletas del exilio.
© Diana Durán, 24 de octubre de 2022
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