EN UN BANCO DE LA PLAZA

 


Plaza Belgrano. Punta Alta. Street View


EN UN BANCO DE LA PLAZA 

Se habían cruzado en la plaza del pueblo muchas veces durante la infancia. Jugaban a la mancha, subían a los altos toboganes y se mecían intrépidos en las hamacas como otros tantos chicos. Compartían caballos andantes en la calesita y se corrían unos a otros, saltando canteros floridos durante las tardes soleadas. No necesitaban saludarse, solo retozaban con otros niños en el mismo parque central. A veces intercambiaban miradas apresuradas mientras corrían.

Niñeces compartidas en esa manzana de arboledas añosas que surcaban las veredas de las que se desprendían diagonales hacia el punto central. Un monumento a la madre en una esquina, otro del bombero en la opuesta y uno en el centro de extraña forma piramidal dedicado a la bandera. A veces los niños recorrían juiciosos el camino central vestidos con sus delantales blancos y acompañados por los mayores. Lisa primorosa con zapatos relucientes y un gran moño azul que remataba su largo cabello azabache. Claudio algo descuidado como buen varón. Se miraban fugazmente y se reconocían aún sin hablar. Es la chica de la calesita y los juegos, pensaba él cuando la veía, sin agregar mayor descripción a sus pensamientos infantiles. La pequeña bajaba la cabeza y no lo saludaba porque era bastante vergonzosa.

Llegó la etapa adolescente durante la que coincidieron fugazmente en la plazoleta central. También en ferias artesanales y fiestas patrias. Como alumnos solían desfilar por la calle principal y se habían cruzado con regularidad en las desconcentraciones. En el quiosco de la esquina de Irigoyen y Brown se reunían los chicos y las chicas a la salida de la escuela. Sin embargo, no fueron compañeros de la secundaria. Lisa estudió en el Nacional, Claudio en un colegio parroquial. Tenían amigos en común, pero por alguna razón fortuita no frecuentaban los mismos asaltos y cumpleaños tan usuales en esa etapa.

Siguieron sus caminos. La juventud llegó para ambos. Él se fue a estudiar medicina a La Plata y se dedicó de lleno a recibirse. Ella siguió el profesorado en letras en su ciudad y se casó al terminar. Sus dos hijos no tardaron en llegar.

Una tarde templada y ventosa de primavera Lisa caminaba por la plaza. Estaba algo cansada de las tareas cotidianas y se sentó en un banco a reposar. Allí se sentía tranquila y podía recordar su infancia y adolescencia transcurridas en el mismo lugar. Sin embargo, estaba algo inquieta con su vida actual, en especial sobre la relación con su esposo. Sumida en sus pensamientos observó llegar a Claudio que según sabía se había recibido de médico y esporádicamente regresaba al pueblo. Él se sentó en el mismo banco. En un arranque de audacia ella le dijo, cómo estás, soy Lisa. Hace mucho que no te veía. Él la miró asombrado y reconoció en la bella joven a la niña y adolescente que había conocido. Hola, tanto tiempo, y como un eco respondió, sí, hace mucho que no nos veíamos. Iniciaron una conversación en la que narraron sus vidas sin demasiadas precisiones. En cambio, recordaron en detalle la calesita que todavía giraba desteñida y los juegos de madera algo deteriorados por el paso del tiempo. Juntos descubrieron las incontables veces que se habían encontrado sin reparar el uno en el otro. Se despidieron amigablemente con la esperanza tácita de volverse a ver. El sol se ocultó bañando de luces difusas el lugar. El viento había mermado.

Pasaron cinco años. Lisa transitaba una fuerte crisis matrimonial. Claudio continuaba soltero y se dedicaba a su profesión en La Plata. Regularmente volvía a su pueblo de visita familiar. Un cálido sábado estival enfiló hacia la plaza de siempre y otra vez descubrió a Lisa. Cuando ella lo divisó, un impulso urgente la llevó a sentarse en el “banco rojo”[1] recientemente inaugurado. Una situación muy dolorosa la había conducido al lugar. Él la miró extrañado y se acercó lento y tranquilo. Ella le relató con premura la terrible realidad que estaba viviendo como si fuera un amigo entrañable. Claudio la miró detenidamente y advirtió las marcas. Sin vacilar le habló suavemente y la convenció de acompañarla a la comisaría de la mujer. Aquella niña, adolescente y mujer presente en toda su vida lo necesitaba. Él podía ayudarla. Esta vez no fue indiferente. Lisa se dejó llevar.

 © Diana Durán, 12 de junio de 2023



[1] El banco rojo es un símbolo mundial de la lucha contra la violencia de género y los femicidios. Surgió como un proyecto cultural y pacífico de concientización, información y sensibilización que tiene el objetivo de visibilizar de una manera creativa y pacífica la problemática, además de informar a los vecinos sobre las líneas telefónicas a las cuales comunicarse, en caso de violencia de género.



El banco rojo de la Plaza Belgrano en Punta Alta, provincia de Buenos Aires.

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