DELIRIOS
Ensoñaciones únicas. Nubes blancas y grises de todas las
formas imaginables, curvas, escamosas, como estratos o yunques. Interrumpidas por lenguas de suelos coloridos
que se dibujaban en tierra. Un cielo que conocía de sus viajes, pero esta vez vio
distinto.
Emergieron los rostros de seres que no veía hacía
mucho tiempo. Fantasmales figuras de sus padres muertos aparecieron en los
copos blancos. Ellos lo escrutaban fijamente con gestos de desaprobación y
angustia. Los había traicionado.
Amistades pretéritas surgieron fugaces entre vapores color
lila y desaparecieron súbitamente sin que las pudiera reconocer. Le reclamaban
su presencia sobria.
Mascotas que alguna vez tuvo y otras que nunca poseyó surgieron
de una porción de cielo límpido. Una se parecía a su gato siamés, pero de color
rojo. Otras con aspecto de perros rabiosos se le abalanzaron casi tocándolo. Gritó
hasta casi caer del asiento. Lo atacaron oscuras sombras con cabeza de conejo y
cuerpo de pájaro, extraños bichos alados con pico corvo, bigotes azules y orejas
cortas y puntudas. Lo aterraron, pero esta vez no emitió sonido. El cuerpo le
temblaba frente a esas extrañas visiones. Gotas de transpiración fría cayeron
por su frente ceñuda.
Su vuelo era real pero su mente lo confundía de manera
atemporal. Estaba suspendido en un limbo y no recordaba nada de su vida
cotidiana; había visto rostros conocidos pero los olvidaba al instante. A las figuras
humanas y de animales siguieron los paisajes de lugares ignotos. Tierras
resquebrajadas por sequías severas, rojizas y humeantes como si los incendios
las hubieran diezmado hasta la devastación. Luego vio bosques raleados y
sombríos como siluetas que extendían sus ramas culminando en manos delgadas y
huesudas con nudillos extremadamente deformes.
En algún momento el avión comenzó a descender
súbitamente y sintió que su presión subía y su garganta se cerraba. La boca
reseca de miedo. Se iban a estrellar. No sucedió. No, no se había caído. Seguía
sentado. Pidió con voz entrecortada un vaso de agua a la azafata y lo tomó con desesperación.
Nada calmaba su angustia.
No pensaba con claridad desde hacía algunos meses y las
visiones y sensaciones eran terribles. No podía asegurar lo que le pasaba a
ciencia cierta, tal era su estado de confusión.
Lo único que deseaba era ir a un bar. Tomar, tomar y
tomar hasta olvidar y caer rendido.
Cuando bajó del avión se dirigió a buscar la ansiada
bebida. Sin embargo, lo estaban esperando. Entre dos enfermeros se lo llevaron.
Él sabía dónde iba. En otras ocasiones ya había estado encerrado.
Diana Durán, 4 de mayo de 2024
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