El tranquilo barrio Parque San Martín. Street View
LOS MOTOQUEROS EN EL BARRIO
El barrio Parque San Martín
era tranquilo. Residían familias de trabajadores que había vivido en las mismas
casas durante generaciones. Las viviendas sencillas se habían mejorado y
subdividido para que la descendencia tuviera un lugar donde habitar. Eran
tiempos de vecindad, de fiestas conjuntas a fin de año en las calles, de
atardeceres de mate y charla en la vereda. En la década del sesenta las calzadas
eran de tierra en un suelo medanoso donde los chicos retozaban por las
pendientes con rodados de fabricación casera, jugaban en el parque, hacían
casitas en los árboles y correteaban tras los animales. No había peligro
alguno. Los únicos sonidos que se escuchaban de noche eran de grillos y perros.
La costumbre hacía que formaran parte del entorno.
Papá y mamá están durmiendo
su siesta, así que me voy apurada a jugar al parque con los chicos. Hoy tenemos
una carrera de carritos bajando por la calle. Somos unos cuantos. Después
seguro alguna mamá nos esperará con chocolatada y torta. Los deberes ya los
hice.
La modernidad llegó al
barrio con la construcción de los cordones cuneta, el pavimento y el alumbrado
público. Las costumbres cambiaron, ya no era tan fácil hacer fiestas
colectivas, pero se mantenía el hábito del mate y los diálogos entre vecinos.
El barrio se había convertido en el camino obligado del centro a la periferia.
Más autos, más ruido.
El domingo llevaré la nena
al parque. Me queda tan cerca, no puedo esquivar sus ganas de jugar, a veces
los dos turnos de la escuela me dejan poco tiempo y llego cansada. De este
sábado no pasa. Le voy a comprar pochoclos y que juegue todo lo que quiera.
Seguro me encuentro con las chicas de Murature y sus hijos. Prepararé el equipo
mate por las dudas.
Los fines de semana
empezaron a circular los motoqueros. No eran aquellos que van por las rutas en
Harley Davidson, vestidos con sus camperas de cuero, pantalones ajustados,
guantes y gafas de aviadores. Esos que recorren como aventureros ambientes
rurales o lugares exóticos. Los del barrio formaban una pandilla desquiciada de
al menos diez motos tipo Zanella que asolaban el barrio. Acostumbraban a
reunirse en el parque, punto de encuentro familiar, de romance o de actos
oficiales y ferias al pie del monumento del padre de la patria. En ese mismo
sitio todos los viernes a la noche comenzaba el caos. Los motociclistas se
juntaban y venían desde los aledaños, subiendo o
bajando por calles de gran pendiente a velocidades insólitas y con escape
libre. Los vecinos no podían dormir. Los nervios afectados.
¡Ay, papá querido! Últimamente te atacan esos dolores de cabeza tan
fuertes, estás fatigado y no dormís bien. Tu presión ha aumentado, estás
irritable, ansioso y siempre cansado. Ya no sé qué hacer con vos. Te llevé a
todos los médicos posibles y nadie da con el diagnóstico. Yo sé que desde que
murió mamá la vida es muy difícil para vos, pero tenés que salir adelante. No
te voy a dejar abandonado; yo también sufro mi propia soledad desde que me
separé de Octavio. Lamento tanto no tener hermanos que me ayuden. Mi única hija
casada y viviendo en Mar del Plata. Solo mi prima que vive en la casa del fondo
siempre es compinche y me alienta.
Los residentes habían hecho
todo tipo de reclamos a las autoridades locales. Cartas documento,
presentaciones ante la oficina de atención ciudadana y hasta un expediente con
muchas firmas al Concejo Deliberante. No se había logrado nada. Todos los
viernes, sábados y domingos se producían los descalabros. El barrio tan
tranquilo de antaño era tierra de nadie. La gente desesperada por dormir, los
bebés sobresaltados, los trabajadores nerviosos. Los motoqueros hacían picadas.
Nadie sabía quiénes eran. Se reunían en la clandestinidad. Manejaban gritando
como si montaran caballos encabritados. Algunas veces los acompañaban mujeres
que vociferaban más groserías que ellos. Los habitantes muchas veces salían a
la calle a rogarles que se fueran a otro lugar distante de la ciudad o lo
hicieran de día, pero no había caso, aceleraban burlándose de todos. La policía
ausente, ¿habría liberado la zona?
He firmado todo tipo de
documentos en contra de estos muchachos. Estoy desesperada. Papá ha tenido un
accidente cerebro vascular y yo vivo para cuidarlo. Mi prima me ayuda como
siempre, pero la responsabilidad recae sobre mí. Jubilada como estoy no puedo
poner acompañantes que lo cuiden. No me alcanza la plata. Tampoco logro viajar
para ver a mi hija, embarazada como está.
Un día algunos vecinos se
reunieron en la sociedad de fomento y decidieron hablar con los miembros de la
cooperativa eléctrica que vivían en el barrio. Pidieron cortar la luz de noche
en las cuadras más afectadas por los motoqueros para ver si podían impedir sus agobiantes
incursiones. Con el corte en distintos horarios nocturnos los muchachos no
podían correr. Poco a poco se fue apaciguando el ruido. Algunos se atrevieron a
continuar, pero solo consiguieron chocar entre sí en plena oscuridad.
Finalmente, la policía empezó a custodiar el parque y realizó operativos de
control en las calles aledañas.
Se habrán ido a otros
barrios porque aquí ya no molestan. Papá está mejor y yo, sinceramente,
también. Junté unos pesos y puse una señora que lo cuida el fin de semana. A
veces salgo con mi prima al centro y vemos una película o tomamos unos cafés
con masitas en alguna confitería. Mi hija viene cada dos meses de Mar del Plata
con los mellizos. Nada puede hacerme más feliz.
© Diana Durán,
10 de junio de 2024
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