TERRITORIOS AUSENTES. NUEVO LIBRO DIANA DURAN
POESÍAS DE ALUMNOS DE VICTORIA, ENTRE RÍOS
Los alumnos de tercer año de la Escuela Secundaria N° 6 de Contexto Rural de Rincón de Nogoyá, Victoria. Entre Ríos.
En el
marco del trabajo con el cuento "El Riesgo de un Castigo" de Diana
Durán, perteneciente a la colección Cuentos Territoriales, los estudiantes de
3er Año del Ciclo Básico de nuestra Escuela Secundaria N° 6 de Contexto Rural de
Rincón de Nogoyá, Comuna del Departamento Victoria, Entre Ríos, han creado
valiosas producciones que reflejan la emoción y la pérdida que sintió una
familia durante una sequía.
A
partir de sus experiencias personales y entrevistas realizadas en nuestra
comunidad, que ha sido afectada por la bajante del Río Paraná y la situación
hídrica y productiva de la zona, nuestros estudiantes han logrado plasmar en
poemas y raps, la esencia de la historia y su conexión con la realidad que
viven.
Con esta actividad, se buscó interpelar la realidad, tomar consciencia y destacar la importancia de preservar y velar por nuestros bienes comunales naturales, como el Río Paraná y el suelo que nos brindan vida y sustento.
Prof.
Nicolás Jara
Aquí los poemas y raps
RAP DEL ABUELO
Joaquín Pensotti
Mi familia fue bondadosa y por
bondadosa fue hermosa
Dios quiera que en el futuro no
le haga cualquier cosa
siempre vivimos del campo y
aunque fue complicado siempre pudimos comer gracias a nuestro ganado.
Yo nací allá en Grecia desde chico planté vid luego
vine pa’ Argentina supe lo que era vivir.
Ahora se me secó el campo yo no
sabía qué hacer
se me murieron las vacas
ya no tengo pa’ comer.
Mi familia siempre fue buena se tuvieron que esfozar para buscar la
comida en el campo trabajar mis dos nietos estudiaron a Córdoba se fueron
pa’ pagarles los estudios me costó
bastantes ceros.
RAP
Emiliano
Gaitán
El abuelo vino de Grecia.
Con la emigración
culpa de las guerras y su
frustración.
Llegó a Entre Ríos
de fauna
llena de vida
de tierra fértil
donde todo era alegría
con esta paz y toda la armonía
pero todo esto un día cambiaría
porque se aproximaba
una gran sequía.
Todo era caos, emigraciones de
animales y bomberos apagando
incendios forestales.
La familia perdería todo lo que
habían logrado y para tener comida
malvendían sus ganados
hace tiempo no llovía
los campos se habían secado.
Después de un largo tiempo
la lluvia vino y para celebrar
se juntaron con amigos
en chiste el abuelo dijo
sequía yo te maldigo
todos ya felices
porque creció el trigo
pero aprendieron
lo que es el riesgo de un
castigo.
INFIERNO
ENTRERRIANO
Bruno Cáceres
Que fea
pérdida
sufría la
familia
que el ganado
perdía
culpa de la
sequía
Don Rambo
sufría
Por el campo
sin vida
Testigo sería
Del castigo
que venía.
Un incendio
azotaría
A la provincia
ya perdida
Por mucho que
rezarían
La lluvia
nunca llegaría.
Un infierno
pasaría
Esa pobre
provincia
Por culpa de
los humanos
Por demasiado
pasaría.
LA NATURALEZA
Micaela Graff
En
el campo de mi familia
como
un castigo del cielo
Llegó
un día la sequía
Que,
sin piedad, azotó.
El
sol ardiente quemaba,
la
tierra dejó sin vida.
Sin
rastro de agua ni pasto
nuestro ganado sufría.
El
incendio que siguió,
Fue
una guerra declarada
Mi
familia me guió
Para
seguir en esta vida condenada.
Aprendimos
una lección.
Cuidar
la naturaleza, tener otra intención
Y
cuidar esta belleza.
DOLOR
Agustina Albornoz
Increíble el dolor sembró
esta pérdida en mi corazón
Tal vez en otra vida
En esa vida no había sequía. Tal vez... "En otra
vida"
Tal vez en otro universo
En este universo estábamos todos contentos
Tal vez... "En otro universo"
Tal vez en otra época
La inundación era mito
Y la sequía era leyenda
Tal vez... "En otra época"
En esta vida
Todo es tristeza y dolor Que esta sequía
Sembró en mi corazón
Diana Durán, 10 de diciembre de 2024
CULPAS DE VESTIDO LARGO
Corría
el año sesenta y ocho. Llegaban los festejos de quince de las mujeres y los bailes
de egresados de los varones. Las fiestas de largo se sucedían una tras otra. En
el Plaza Hotel, el Savoy o el Círculo Militar; en casas lujosas de Belgrano,
pero también en salones austeros de confiterías de Monserrat o Villa del Parque.
La mezcla social de la clase media porteña en los liceos así lo permitía. Las
madres no daban abasto para terminar de coser o ir a las pruebas de las
modistas para culminar los vestidos que lucirían sus hijas. A los cumpleaños de
quince se les daba importancia como si fueran las ceremonias de presentación en
sociedad durante los bailes
de principiantes del siglo XVIII
en Inglaterra que se hicieron populares
hasta principios del XX. Eran otras épocas y, sin embargo, la historia se
repetía más por el interés de los padres que por el de las propias jóvenes.
Durante
mi primer baile, en el patio del colegio San José, lucí un vestido de raso
turquesa que me había prestado una amiga, a cuyo escote mi madre le agregó una
flor para ocultar mi somero busto. Bailé toda la noche sintiéndome una
princesa. Todavía mamá no había encontrado la modista que más tarde
confeccionaría mi vestuario. Pobre de mí cuando la halló. Yo me ocultaba hasta
que ella lograba llevarme a la rastra al taller donde transcurría el tormento
de medidas y alfileres. A mí no me interesaban la vestimenta ni los detalles. Solo
quería bailar y divertirme. A veces mi padre me acompañaba hasta el lugar de la
gala, otras tantas iba con mi hermano si se trataba de amistades comunes. Yo
sufría sobremanera los vestidos de gasa, piqué o broderie de colores
exasperadamente suaves, tonos celestes cielo, rosa bebé o amarillo patito que
me convertían en una niña de seis años vestida de largo. Nada que dejara
entrever mi incipiente cuerpo de mujer. No tenía la oportunidad de refunfuñar
ni de cambiar el modelo porque en esa época las elecciones de las jóvenes eran
mínimas. Al menos en mi caso.
Casi
a fin de año me puse de novia con Marcelo, un chico dos años mayor que yo del colegio
Marianista. Me habían gustado sus ojos claros y su cabello rubio rizado. Si
bien no pertenecía a una familia de alcurnia como la que mis padres pretendían,
el muchacho era confiable como para lograr el permiso y poder salir con él. Tenía
buenos modales, era dulce y sobre todo fiel, algo raro para esa época, pues
cambiábamos de novios como de zapatos, sin tristezas ni remordimientos.
Recuerdo que camino a una de las tantas fiestas, tomó mi brazo y me acarició de
una manera especial mirándome a los ojos. Casi muero de vergüenza por la
sensación turbadora, pero a la vez placentera que me causó. Mis mejillas
enrojecieron y entre la culpa y el encanto logré superar las circunstancias.
Inocente de mí que solo había bailado con él un poco más juntos y había
recibido algunos besos en los labios, no más que eso.
Los
padres de mi novio le regalaron al egresar un viaje a Europa con sus compañeros
de promoción. Yo estaba recién en tercer año del colegio. Así fue como hasta el
día en que partió nuestra relación consistió en concurrir juntos a unos pocos
eventos, algunas salidas a caminar por la avenida Santa Fe, cartitas cortas
pero amorosas y largas charlas por teléfono, interrumpidas por la burla de mi
hermano. Mi flamante pretendiente partió a Europa. Su viaje duró un mes y yo me
fui dos de vacaciones con mi familia a San Juan y Mar del Plata. En
consecuencia, no nos vimos por tres largos meses.
No
lo extrañé mucho ese verano porque era tiempo de diversión, juegos y placeres adolescentes.
Eso sí, nos escribíamos largas cartas, pero las guardábamos para el reencuentro
ya que no las podíamos intercambiar ante los diversos lugares en que nos hallábamos.
Al
regreso a Buenos Aires comencé a sentirme ilusionada con volver a ver a Marcelo.
Había idealizado al joven amoroso al que me unía más la fantasía que la
realidad. A principios de marzo acordamos la cita. Respondí que sí a su
propuesta de venir a casa. Estaba feliz de la vida.
Llegó
el día del reencuentro. Me vestí con un jean azul y una remera ajustada.
Arreglé mis cabellos con un ondulado natural y el flequillo largo hacia un
costado. Esa tarde bailé una y otra vez ante el espejo antes de su llegada al
son de “Viento dile a la lluvia”, “Rock de la Mujer Perdida”[1],
“Rasguña las Piedras” y “Aprende a ser”[2].
Para ese entonces mi madre no me dominaba en la elección de la vestimenta si se
trataba de un encuentro informal. Me sentía atractiva y excitada.
Tocó
el timbre a las cinco en punto y abrí la puerta. Me palpitaba el corazón. Allí
estaba Marcelo parado con su sonrisa inconfundible. Apenas divisé en sus manos un
paquete lleno de regalos porque tuve que mirar hacia abajo para descubrir sus hermosos
ojos celestes. En el tiempo en que no nos vimos yo había crecido y le llevaba
casi una cabeza a mi querido y dulce novio.
¡Qué
desilusión y qué culpa! Una grandísima culpa por desenamorarme en menos de un
minuto de aquel petiso que me miraba tierno como siempre, esperando el abrazo
intenso que solo fue fugaz y el beso que duró lo que un lirio.
© Diana Durán, 9 de diciembre de 2024
FRENTE A LOS INCENDIOS
Cerro Currumahuida. Diario Jornada. Chubut
FRENTE A LOS INCENDIOS
Lucio y Marie se habían recibido hacía un año de
especialistas en gestión ambiental. Durante la carrera
habían tenido una experiencia de campo sobre de los incendios del Delta del Paraná que en el año 2020
afectaron más de setecientas mil hectáreas de bosques y pastizales, además de los
humedales y ríos. Las poblaciones isleñas, además de las pérdidas económicas, sufrieron por el humo y las cenizas.
Luego de esa práctica decidieron unirse al equipo
“Rescate Ambiental” formado por especialistas en distintas disciplinas que se
ocupaban de riesgos como sequías, inundaciones, terremotos e incendios.
Durante enero de 2021 fueron enviados a la Patagonia para actuar en los siniestros
que se habían desatado en los bosques andinos. Se trataba de uno
de los desastres forestales más grandes y devastadores de El Bolsón, Río Negro, que afectó aproximadamente a
diez mil hectáreas de arboleda patagónica. El fuego comenzó en las
inmediaciones de la ciudad y se propagó rápidamente debido a las altas
temperaturas y la baja humedad. Causó una gran pérdida de vegetación nativa y
generó una densa capa de humo que impactó en la calidad del aire regional. Se
tuvieron que evacuar personas de las áreas más cercanas. Los jóvenes llegaron
muy tarde como para intervenir en esa oportunidad y regresaron a Buenos Aires
frustrados por no poder participar durante el evento.
Por largo tiempo se dedicaron, como integrantes del grupo de Comunicación y Educación,
a desarrollar campañas de toma de conciencia ambiental y a elaborar materiales
sobre el uso responsable del fuego y la importancia de no arrojar colillas en
las zonas boscosas. También planearon simulacros para preparar a los afectados de
las distintas comunidades.
Durante su tercera experiencia en riesgos, Lucio y Marie,
fueron destinados nuevamente a la comarca andina. Esta vez el
fuego se había iniciado en el Cerro Currumahuida, una elevación de la cordillera de los Andes perteneciente al Sistema
Federal de Áreas Protegidas, que resguarda el bosque andino patagónico muy cerca
de la localidad de El Hoyo. Cuando llegaron al pueblo el panorama
era desolador para los jóvenes porteños acostumbrados a tareas más bien
académicas o burocráticas. Vieron como sesenta personas eran evacuadas a una
escuela debido a la proximidad del foco ígneo. Sintieron ansiedad, miedo,
tristeza y pérdida, pero también la necesidad de actuar.
También experimentaron una disyuntiva cuando algunos
pobladores de la localidad les entregaron el panfleto de la Resistencia Ancestral Mapuche (RAM) que decía: “Liberación y reconstrucción nacional mapuche. Este es un aviso a la
población de toda la Comarca Andina: no pararemos hasta que la Patagonia arda y
recuperemos nuestro territorio. Esto es tierra sagrada del RAM. Invasores no
tienen permitido habitar en tierras ancestrales”. La Comunidad Mapuche de Cushamen era
una de las más grandes y reconocidas del Chubut, poseedora de un territorio de mil doscientas hectáreas. Creer
o no creer en las acusaciones constituía un gran problema ético para ellos,
pero peor sería no poder cumplir con la obligación de enfrentar la cuestión principal.
Lucio y Marie eran ambientalistas, pero no querían
inmiscuirse en el tema de los pueblos originarios, sino que tenían como objetivo desarrollar campañas de
concientización sobre los incendios. La tarea les parecía extravagante frente
a la catástrofe y las implicancias políticas y culturales que se mezclaban.
Ellos sabían poco de los temas antropológicos o culturales y dudaban de
que pudieran hacer algo razonable sobre ese asunto.
Los jóvenes no solo debían inspeccionar, sino también
proponer mejoras en los sistemas de alerta y medidas para prevenir las
respuestas futuras y mitigar posibles daños. Al advertir la situación de
vulnerabilidad de la población se dieron cuenta que estaban en pleno contexto del
desastre que se había originado en una línea eléctrica al tocar un
bosque de pinos y desde allí el fuego se había propagado rápidamente debido a
las altas temperaturas y fuertes vientos. La más afectada había sido la
localidad del Hoyo a pocos kilómetros del cerro.
Lucio
le dijo a Marie que debían conversar profundamente sobre el tema. Se plantearon
el alcance de su actividad. ¿Te parece que estemos pensando en mapas de
riesgo? le preguntó a Marie. Ella lo miró fijo y reflexionó: creo que en
este momento hay otras prioridades. Fue entonces cuando decidieron unirse a
los brigadistas que luchaban contra el fuego con quienes experimentaron el
calor intenso de las llamas, la sudoración por el esfuerzo y el estrés de que
se avivara, pero también la esperanza cuando se lograba controlar algún foco. Ya
habría tiempo de tratar con antropólogos avezados los argumentos del Movimiento
Mapuche Autónomo de Puel Mapu o de iniciar con escuelas y comunidades locales
campañas de concientización. Ahora urgía la catástrofe.
Poco
tiempo después se enteraron de que los panfletos eran viejos y no se habían hallado
en el lugar del foco del incendio. Esta vez se sintieron conmovidos por su
decisión de actuar y al tiempo se radicaron en El Bolsón y fundaron en el lugar
una organización no gubernamental de intensa labor frente a los riesgos
ambientales locales.
© Diana Durán, 2 de diciembre de 2024
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