MIGRANTE GRIEGO

 


John Papadópulos


MIGRANTE GRIEGO

 

¡Hoy viene el abuelo John a casa! Seguro me trae chocolatines en el bolsillo de su sobretodo, los que tienen dibujitos de animales que tanto me gustan. Voy a ver si llega. Su figura se va agrandando mientras se acerca por la calle Nazca, hasta que se para justo debajo del balcón y me saluda con su gran sonrisa. Mamá, mamá ahí viene el abuelo. Me cuelgo en sus hombros y busco los chocolates mientras él se ríe a las carcajadas. Hola, Ale, cómo estás, cómo te fue en el colegio. Abu, me saqué un diez en dictado. Vuelve a reírse y me dice, mi nieta es muy inteligente, el sábado cuando vengas a casa podemos ir de pic nic en bicicleta al golf de Palermo, la abuela nos va a preparar unos sándwiches de milanesa y buscaremos pelotitas al borde del campo de juego, ¿te parece? Salto de alegría y corro a ponerme las Skippy para ir a la plaza. Vamos tarareando en griego una canción que me enseñó de cuando él iba a la escuela y después repetimos juntos las letras del alfabeto para que me las acuerde, alfa, beta, gama, delta, épsilon, y así hasta omega y me río mucho cuando no me sale de la forma perfecta que tiene de nombrarlas.

El abuelo es muy sabio y me cuenta historias sobre su vida en Grecia a orillas del mar Mediterráneo donde veía peces de colores mientras nadaba. Sabés Ale, mi mamá, Delfina, cuidaba ovejas, labraba la tierra, sembraba semillas de maíz y molía la harina con la que amasaba el pan. También hilaba la seda y la lana para coserles la ropa a mis diez hermanos. Ellos trabajaban de sol a sol porque no tenían luz, por eso mi familia se levantaba al alba y se acostaba al atardecer. ¡Cómo me gustan estas historias! Después me muestra una foto de su mamá donde está vestida de negro y tiene el pelo gris. Me da tristeza y no sé por qué.

El abuelo John también me contó que fue al colegio como yo, pero aprendió a leer y a escribir en griego. ¡Qué difícil debía ser!, por eso lo admiro tanto y quiero ser educada como él. Después vino a la Argentina en un largo viaje a través del Atlántico. No encuentro relatos parecidos en ningún libro de la colección Robin Hood porque son los que cuenta mi abuelo y por eso son únicos. Por ejemplo, cuando estuvo en un frente en Egipto y así aprendo que existe otro país lejano. Esa parte mucho no la entiendo, porque es triste la guerra y no me la explica mucho. Solo me extraña que su única golosina fuera un terrón de azúcar y pienso que seguro no se habían inventado los quioscos todavía.

Otra cosa importante que hace el abuelo es llevarme a su iglesia que no es la misma que la de mis padres. Es evangélica y en ella aprendo sobre la Biblia. Los Shanon son unos pastores canadienses que viven enfrente de la casa de los abuelos y son amigos de la familia. Ellos nos hacen jugar los sábados a la Biblia en el templo. Nos cantan libro y versículo y nosotros, los chicos, tenemos que buscarlos lo más rápido posible. Quien lo encuentra primero levanta la mano, lo lee y si es correcto lo felicita el pastor. Gano muchas veces y por eso mi abuelo me regala una Biblia hermosa de tapas celestes y finísimas hojas que leo mientras él lee la suya en griego. No sé cómo hace para entender esas letras tan raras, por eso lo admiro tanto.

Cuando cumplo diez años mi fiesta se hace en la casa de los abuelos. Mis padres me regalan una enciclopedia Larousse de tres tomos que apenas puedo levantar pero que me parece muy importante. Voy a leerla completa me prometo. El abuelo John me compra diez vestidos, sí, esa cantidad, aunque nadie lo pueda creer. Mientras tanto juego con los chicos invitados a la mancha y a la rayuela en la vereda.  Pienso que debo ser una nena muy buena o algo así para que todo me salga bien y soy muy feliz de tener tantos amigos y tantos regalos.

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Corre el año mil novecientos ochenta y uno. Ha pasado mucho tiempo desde aquellos días felices de la infancia. Soy becaria del CONICET, tengo dos hijas y un trabajo muy riguroso, tal vez demasiado, lo que me obliga a disfrutar poco y exigirme mucho. Tanto que a los veintinueve años se publica mi primer libro, que es una síntesis de la tesis de licenciatura. Diez años me costó obtener el título y el abuelo falleció antes de que me recibiera de geógrafa. La vida no me resultó tan fácil como cuando era una niña, pero aquella primera publicación reza antes del prólogo: “A mi abuelo, John Papadópulos” y una sonrisa tan grande como la de él se despliega en mi cara.

               

© Diana Durán. 27 de diciembre de 2021.

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