Solo como un perro
Me
dejaron solo. Mi mente está en blanco, no logro recordar. ¿Se habrán ido? Ni mi
madre, ni mi padre, ni mis hermanos me acompañan. ¿Qué será de ellos? ¿Qué será
de mí? ¿Cuánto hace que estoy encerrado en este cuarto frío, oscuro, tenebroso
y sucio?
Hay
telarañas en las esquinas. Mi sombra se prolonga hacia atrás. Solo una ventana
me permite ver el exterior, pero no logro reconocer el paisaje que observo. Es
un lugar raro, parece un jardín, pero sin flores ni césped, solo hiedras y
lianas que se entretejen en un único árbol muy alto y seco que desconozco. Ese
monstruoso ejemplar, tiene ramas que parecen brazos. Detrás de él hay rejas, un
cerco alto pareciera enclaustrarme en este predio desconocido. Me siento recluido
y solo. Solo como un perro.
¿Cuándo
llegué aquí? ¿Quién me trajo? ¿Me habrán abandonado? Tengo que pensar. No
quiero que el miedo me detenga. Sin embargo, ya me atrapó esa sensación
horrible de angustia. Primero debo recorrer la casa. Quizás haya alguna otra
habitación en mejor estado, o una cocina, o un baño. En alguno de esos
ambientes podría encontrar la salida antes de que me hallen aquellos a quienes
escucho susurrar.
No
tengo fuerzas para partir, la puerta tiene un candado y no poseo las llaves. La
única manera sería saltar por esta ventana lúgubre que me aísla, pero para
lograrlo debería romper los barrotes. Imposible. ¿Con qué herramientas? No lo sé.
Ahora estoy afuera y escucho las voces adentro de la casa. No me nombran, solo emiten sonidos como si fueran ecos que no reconozco. El árbol ha desaparecido, pero el enrejado no.
Escucho
voces cercanas. Hay personas trepadas en el árbol, o pájaros, o animales. Me
confunde el mal olor que proviene de alguna otra parte de la pocilga. No hay
escaleras. Es una sola planta. Decido explorar la casa, aunque mis piernas casi
no me responden. El espanto agobia. Siento que no me puedo mover. En estas
condiciones no puedo ni revisar el lugar. Continúo cada vez más confuso y
desorientado, pero seguro de que tendré fuerzas para enfrentar lo que pase. Soy
poderoso. Tengo que descubrir de quiénes son esos gritos porque ahora son más
salvajes. Me acerco a la ventana para intentar oírlos mejor, pero de golpe los
escucho de nuevo en el exterior.
Súbitamente
la casa desaparece, la habitación oscura también, no se escuchan más murmullos.
El jardín seco y enrejado se desvanece junto a todo lo horrible que me rodeaba.
Se acerca una mujer que me acaricia y dice suavemente, Sergio, tenés que
tomar el Ariprazol. Aquí te lo traje. La miro y distingo, es mamá. No quiero
explicarle lo sucedido. Tampoco contarle sobre las voces porque pueden volver.
Siempre están. Mejor me preparo para la caminata de todos los días con ella. No
estoy solo.
© Diana Durán, 24 de abril de 2023
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