LA HISTORIA DE MARY SHOW Y SU AMIGO BALTAZAR
Mary había aprendido
ventriloquía, magia y globología. Tenía habilidades especiales para esas prácticas.
Los chicos la adoraban. Se disfrazaba de payasa, pero no cualquiera, sino de una
muy elegante, casi una princesa, a la que agregaba una nariz roja y unos
zapatones gigantes. Como maga hacía aparecer palomas y conejos de su blusa de brocato,
además de cartas y pañuelos que surgían y desaparecían ante la fascinación de
los niños. Transformaba los globos en perros, caracoles y monos bien flaquitos
que entregaba a quienes cumplían alguna prenda ocurrente. El mayor atractivo de
la función era el muñeco Baltazar quien relataba, en diálogo con Mary, cuentos y
chistes, con su despeinado cabello rubio y vestido de frac negro, moño y galera
rojos. Mary no movía ningún músculo de su cara. Esa era su destreza especial de
animadora infantil. Los niños quedaban pasmados con las contestaciones de Baltazar.
No, Mary, te equivocás, a mí no me gusta ir a la escuela, y sí sacarme uno
en todas las pruebas. Sí, sí, eso es lo mejor, y los chicos se reían
a carcajadas. ¿Te gusta ir a la playa, Baltazar?, le preguntaba Mary. No,
no me gusta mojarme porque arruino el frac y, además, se puede quemar mi cara
de papel maché al sol. ¿Entonces qué es lo que te gusta, Baltazar? Nada,
solo quiero dormir y dormir, y se tiraba bostezando ruidosamente sobre el
regazo de Mary como si fuera a acostarse. Luego de golpe se levantaba y decía
con voz ronca. Me guuuustaaaan estos chiiiiicos, acercándose a ellos de
golpe lo que los hacía asustar y reír.
Ese fin de semana le tocaban
cuatro cumpleaños, dos el sábado y dos el domingo. Era un trabajo intenso de
traslados, desarmar la valija de magia y la de Baltazar, pero no se amilanaba.
El sábado a la mañana Mary concurrió a Boulogne donde se festejaba en una casa sencilla el cumpleaños de una niña de
siete años. Todo transcurrió como lo tenía planeado animando a unos pocos niños
en el patio soleado. A la tarde el festejo fue en un pequeño departamento de
Villa del Parque para las mellizas a quienes celebraba desde los cinco años. Las
niñas adoraban a Mary que se esforzaba en cambiar el show para no repetir, intercambiando
palomas por conejos cumple tras cumple. Baltazar siempre lograba animar la
fiesta recordando cada uno de los nombres de los invitados. Me parece que
este año todos han crecido tanto que parecen obeliscos o tal vez jirafas.
Los chicos se reían mucho de tan simples ocurrencias. Mary terminó el día
cansada pero complacida.
El domingo a la mañana se
había comprometido con un merendero de Ciudad Oculta en Villa Lugano. Ocasionalmente
hacía algunas presentaciones solidarias. Había tratado con un comedor popular donde
eran inefables las caritas felices de esos niños que nunca habían visto un
muñeco que hablara. No importaba que el viejo salón estuviera adornado con
simples guirnaldas de papel crepé y la merienda consistiera en vasitos de cocoa
y porciones de torta servidas en una vieja fuente de loza. Se esmeró más que
nunca en hacerlos reír de Baltazar y sus expresiones. ¿Qué te parece este
cumpleaños?, le preguntó finalmente Mary, ahhhh, es maravilloso,
maravilloso, le contestó. Nunca he visto una fiesta tan divertida y
niños máaaaaaaaasssssss lindos, agregó Baltazar con voz cantarina y
graciosa. Mary se sintió plena luego del festejo.
A la tarde subió todos los
bártulos al auto y se encaminó a un country camino a La Plata. Le iban a pagar
muy bien por la animación de un cumpleaños compartido entre varios niños de seis
años. Luego de un largo viaje por la autopista colmada, pasó por varias
revisiones y esperas en el puesto de vigilancia de la entrada donde le abrieron
con fastidio las valijas y la inspeccionaron como si fuera una potencial delincuente.
Finalmente llegó al Club
House donde se hacían los cumpleaños en el que se encontró con un conjunto abigarrado
de personajes de dibujos animados, princesas y superhéroes. Estaban la
Sirenita, Aladdín, Frozzen, el Rey León, Peppa, muñecos de Toy Story, el Hombre
Araña y el Capitán América. Todo revuelto en un griterío infernal de magia,
burbujas, colchones inflables, luces, música ruidosa, muchachas disfrazadas que
maquillaban a las niñas y chicos que corrían por todas partes. Mary no sabía
quiénes cumplían años hasta que dio con la madre que la había contratado. Esta la
trató con bastante desgano en medio del bochinche guiándola hacia el escenario
preparado para su actuación. No lograban reunir a los chicos confundidos en
medio de tanto alboroto. Después de un rato Mary pudo sentar a algunos y
decidió sacar a Baltazar de la valija. Los niños no atendieron durante la
pequeña función y más bien se burlaron del muñeco atraídos mucho más por los
personajes de moda. Qué muñeco más tonto, no es famoso, dijo uno
de los cumpleañeros y otro le respondió, es que nadie lo conoce, es viejo y
feo. La animadora concluyó rápido la presentación y ni siquiera sacó las palomas.
Se fue sin cobrar y llegó a su casa exhausta.
Esa noche Mary tuvo
pesadillas horribles en las que princesas y superhéroes se peleaban hasta yacer
moribundos. Estremecida se despertó al escuchar cómo lloraba desconsolado su querido
Baltazar quien le comunicó entre lágrimas. Amiga, esto ya no es para mí. Me quiero jubilar.
Estoy acabado. Soy un mal muñeco. Ya nunca volveré a actuar en Mary Show.
© Diana Durán. 31 de julio de 2023