TERREMOTO Y AMNESIA

 


Imagen generada por IA. 1 de julio de 2024

 

TERREMOTO Y AMNESIA

 

    Cuando desperté sentí que la cama se movía de un lado al otro. Esa sacudida me produjo un sobresalto tremendo. Al mirar a mi alrededor, me di cuenta de que estaba en un hospital. El olor típico a desinfectante y el trajinar detrás de la puerta semiabierta me lo advirtieron. Me sentía confuso en la habitación blanquecina y triste. Estaba acostado en un lecho articulado con barandillas que me provocaban una fuerte sensación de encierro. Nadie en la otra cama. En la cabecera colgaba una cruz de madera. Una mesita con un vaso de agua a mi lado y otra mesa que supuse rodante a mis pies. La turbación aumentó súbitamente cuando se produjo un nuevo zarandeo que duró casi un minuto hasta parar. Nadie apareció. Al fin se asomó una enfermera quien con una ligera sonrisa me explicó apresurada que algunos de los pisos más altos del hospital, el edificio se había movido con mayor fuerza y que pronto vendrían a auxiliarme. Como si yo supiera de qué estaba hablando. Agregó que pronto llegaría mi familia. Me señaló que todo había salido bien y partió raudamente. ¿Qué familiares?, ¿qué hago aquí? me pregunté irritado. Lo único que acudió a mis pensamientos fue que estaba solo en un lugar desconocido. No recordaba cómo había llegado allí. La sensación de vacío me consternaba. Tal vez fuera el abandono de la enfermera, pensé. Estaba solo de pura soledad. Sentía las piernas acalambradas y el cuerpo entumecido, pero no tenía dolores y me había percatado de que no tenía vendaje en la cabeza ni en las piernas por lo que no había sido un accidente. Advertí que estaba conectado a un suero y que mi abdomen se veía algo hinchado.  Intenté calmarme y pensar con tranquilidad qué me estaba sucediendo, pero me sentía perdido. Mi única referencia era el sitio hospitalario y la presencia fugaz de la enfermera.

   Escuché tras la puerta que se había producido un terremoto en Santiago de Chile con remezones en Mendoza y San Juan. ¿Santiago de Chile?, ¿Mendoza?, ¿San Juan?, ¿dónde estoy?, me pregunté. Buceé en mi mente. No recordaba nada. Ni mi nombre, ni mi lugar de residencia, ni mis familiares. Entonces me di cuenta de que algo grave me pasaba. Llamé a los gritos a la enfermera quien vino luego de un largo rato. Me dijo que se había producido un sismo de cuatro grados que había llegado a sentirse fuerte en la ciudad. Le pedí avergonzado que me dijera qué me sucedía. Contestó con extrañeza y su sonrisa perpetua. Está operado de la vesícula, señor. En un rato vendrán el médico y su señora que fue a buscar a sus hijos. Mi confusión llegó entonces a su máxima expresión. No recordaba estar casado y mucho menos tener hijos.

   ¿Qué maldita circunstancia me había llevado al hospital al mismo tiempo que en algún lugar de la Tierra se había producido un terremoto que por un minuto había sacudido la cama en que la que me encontraba? Todo era confuso. Solo acudían imágenes instantáneas de lo ocurrido en las últimas circunstancias. Hospital, terremoto, vesícula, ¿familia?, me repetí para ubicarme.

    Así estuve postrado y aturdido hasta que llegaron dos médicos que me explicaron en detalle el éxito de mi operación de vesícula. Tuve vergüenza de contarles que no recordaba nada, que mi psiquis estaba en blanco. Cuando se retiraron intenté recobrar la cordura. Quizá el cúmulo de acontecimientos me había perturbado. El estar en un hospital, el movimiento de la cama, los personajes desconocidos. Abrumado cerré los ojos intentando dormitar.

   Caí en una profunda somnolencia en la que comenzaron a desfilar imágenes. La primera que afloró fue la silueta cónica de un volcán nevado contra un cielo azul cerúleo. Luego siguió un aluvión de detalles que fluyeron en mi mente. Estampas que me llevaron a lugares ignotos aparecieron como una película en cámara rápida. Vi rutas divergentes hacia distintos sitios. Una de ellas atravesaba un bosque nevado al borde de un angosto río surcado por rápidos y cascadas. Otra sucesión de paisajes me transportó a elevadas alturas en las que los bosques se transformaron en páramos entre riscos y acantilados verticales. Al descender emergió una selva de hojas anchurosas cruzada por lianas y cañaverales. Luego resurgieron los bosques hasta alcanzar un valle estrecho de color verde brillante y, por último, las costas sinuosas de un océano bravío.

    Súbitamente comencé a recordar con claridad los destrozos que había dejado el tsunami del Pacífico. Corría el año 1985 y vivíamos en Algarrobo, mi pueblo, devastado por las fuerzas geológicas de la naturaleza. La tierra había comenzado a moverse compulsivamente por un terremoto de gran magnitud, que alcanzaría una intensidad de 7,8 en la escala de Richter. Con epicentro en la costa central de la región de Valparaíso, el terremoto había producido dos mil quinientos heridos y la muerte de más de ciento setenta personas. Algarrobo quedó destruido. 

   Dormí casi un día. Al despertar, mi mujer y mis hijos me rodeaban prodigando amorosas caricias. Supe que estaba en el Hospital Del Salvador de Valparaíso, ciudad donde después de la catástrofe de mi pueblo nos habían relocalizado. Muchos años más tarde, casado y con hijos, había planificado la operación.

    Agradecí infinitamente volver al tiempo y el espacio cotidianos.  

© Diana Durán, 1 de julio de 2024

 

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