LO
VEO CUANDO CANTO "EL MAMBORETÁ" 
A mí no me
gusta esta ciudad, pero soy pobre. Qué otra cosa me queda que aguantar a este
chiquilín malcriado por la madre. A cada rato tiene berrinches. ¿Tendrá algún
problema este gurí que se tira al suelo y patalea ante el menor regaño? Cha,
que esto no es normal. Allá en el campo, en Mburucuyá, si uno se retobaba,
enseguida lo castigaban y volvía a portarse derechito nomás. Hasta que pasó el
incendio…
Cuando el
Santi se cae o le duele la panza, yo le canto “El Mamboretá” que tira de la
patita para que no se lo lleven las hormigas, y mi niño se pone contento. Pero
me acuerdo de mi hermanito, angá pobrecito que me abandonó ese
día y eso me deja muy triste. Entonces ya no quiero cantar.
Esa sí que
era vida. Andar entre las gallinas, los patos overos y barcinos de la laguna,
los chajáses y los biguáses. Las garzas y las cigüeñas, tan blancas y gigantes,
con esos picos que podían engullir hasta una anguila. Acercarse a los esteros y
ver algún yacaré tirado para tomar sol, brillando con colores relucidos. Nunca
me dieron miedo, porque ellos hacían su vida: entraban entre los pajonales al
agua y después salían a secarse. Y los carpinchos con sus crías. Ahora les
dicen distinto, les dicen capibaras, y hay muñecos por todas partes, pero son
solo muñecos. Los carpinchos verdaderos son marrones rojizos, nunca rosados ni
celestes. Este gurí tiene peluches de carpinchos de todos los colores. No son
como los de mi tierra.
Aquí, en
Buenos Aires, nadie sabe cómo es mi Corrientes porá, tan bella, tan mía. A mi
familia la fundió el incendio: perdimos los yerbatales, y hasta los eucaliptos
se quemaron y ahora son negruzcos. No quedó ni una planta de pasionaria, tan
hermosa la flor. El fuego fue muy rápido. El rancho crujía como si gritara. Yo
corría, gritaba, pero el fuego ya había decidido. Mi mitã’i (1) se
me fue esa noche, el techo lo arrancó de mis brazos. El monte lo guarda ahora.
Por eso me
mandaron aquí, para ser niñera. Me tengo que ocupar de este saraki (2) que
no me da tregua. Yo quiero volver a mi pueblo, a mi Mburucuyá, cerca de los
esteros, y bailar en los días del “Festival del Auténtico Chamamé”, que así se
llama en mi querida patria. Aquí no se come la mandioca, ni saben lo rica que
es. Tampoco el chipá, aunque vi el otro día en el mercado que lo venden
congelado. Parecen tontos estos porteños, ¿cómo van a congelar el chipá? Por
eso yo se los preparo como en mi tierra, con almidón de mandioca, si consigo
con la poca plata que me dan para los mandados. Y no dejan ni uno. Si hasta el
doctor, que es el papá de Santi, se enllena de chipá cuando yo
se lo cocino.
Ay, quién
me manda a estar tan lejos, en Buenos Aires, si yo quiero ir a mi Corrientes.
Voy a ahorrar para volver. De a poquito voy a juntar la platita para los
pasajes. Total, es un pasaje y medio. La estación de Retiro está cerca del
departamento. Esta familia no lo quiere mucho. No me voy a ir sola, me lo voy a
llevar al Santi; así no extraño al mío, se me van las pesadillas y no transpiro
frío nunca más.
Hoy sé que los señores van a
salir a pasear. Estoy decidida: me voy con Santi a Mburucuyá, para cuidarlo
mejor, para que no esté tan encerrado aquí. Le voy a enseñar los esteros, los
yacarés y los carpinchos verdaderos, cantando “El Mamboretá” bajo un cielo
lleno de luciérnagas.
……………………………….
A la mañana bien temprano,
mientras le doy mate cocido calentito y le enseño a distinguir los cantos de
los pájaros, aparece una camioneta blanca en la entrada de la casa. Bajan dos
hombres con camisas celestes y una mujer con cara de enojo. ¿Dónde está
el niño?, preguntan. No digo nada. Santi trepado a un árbol de
guayabo. Lo buscamos desde hace días; usted no puede
llevárselo así nomás, dice el principal. Yo les ofrezco
chipá, les hablo de los esteros, de los yacarés, de la pasionaria que volvió a
florecer en el patio. Pero no entienden nada y me encierran muchos días en la
cárcel y, lo peor, se llevan a mi chiquito.
……………………………..
Desde que
salí del encierro, cuando veo al carpincho con sus crías, pienso que es él, que
me viene a visitar. Y me pongo a cantar “El Mamboretá”, aunque esté sola.
A veces me
parece que el gurí me habla desde el estero, o me deja piedritas en la puerta.
Aunque nadie lo dice, yo sé que va a volver. O capaz nunca se fue. O capaz… era
el otro. No importa. Yo lo espero igual.
(1) Mita’í: niño pequeño en guaraní, expresado
con ternura.
(2) Saraki: travieso en
guaraní.
© Diana
Durán, 3 de noviembre de 2025




