AMENAZADOS EN LA RESERVA YABOTÍ
En el lugar paradisíaco
donde vivían formaban un todo perfecto, enlazado, entretejido por sutiles
redes invisibles.
Sin embargo, sabían que iba
a ocurrir, lo presagiaban. Desconocían si podrían subsistir ante tamaña
situación. Era, una desgracia, la peor de todas. Una hecatombe.
En los últimos días
vehículos enormes habían atravesado a gran velocidad el camino de tierra roja
donde todo era estable y equilibrado. Esos fueron los primeros síntomas amenazantes.
Pronto se sumaron otros como la mayor frecuencia de presencias indeseables y
desconocidas, y algunos claros en la oscuridad selvática.
Fue en la Reserva Yabotí, cruzada
por la ruta costera del río Uruguay donde se habían producido accidentes con
desenlaces fatales. El primero, un oso hormiguero gigante atropellado. El oso que no es oso, sino un mamífero lento y tranquilo yacía en medio
del camino con su lengua larga y estrecha fuera de la boca. Miles
de hormigas y termitas habían quedado impregnadas en su saliva pegajosa. Era una hembra cuya cría todavía
estaba subida a su lomo porque recién habían pasado seis meses del nacimiento y
le faltaban otros seis para bajarse. Allí permanecía muy quieta condenada a un
trágico destino. Su madre, solitaria como era, no había podido recibir ayuda a
tiempo.
El hecho dio origen a la
primera asamblea extraordinaria de la selva para tratar el tema que acuciaba. Para
no ser vistos lo hicieron de noche en un abra en la que fueron convocados por
el yaguareté jefe. Peludos, coatíes, carpinchos, tapires, monos capuchinos,
aguará guazúes, tucanes, papagayos y loros, entre otros habitantes destacados.
Cada uno a su modo explicó la
experiencia nefasta. Primero rugió el yaguareté quien adujo la deforestación
y la caza furtiva nos están haciendo desaparecer, somos pocos sobrevivientes.
Según los datos de mis informantes solo quedan trescientos familiares en
todo el país, pero no sé con exactitud qué ocurre en la Reserva. Debemos
lograr un diagnóstico certero frente a la posible deforestación de nuestro
hábitat ante el avance de la tala para cultivar. Los animales participantes
de la reunión se miraron desconcertados.
El oso hormiguero explicó,
entre lágrimas por la pérdida de su compañera, que se producirían más
atropellamientos. Dada nuestra forma de movilidad lenta, paso a paso, mis
camaradas no pueden cruzar la ruta con facilidad, dijo. Además, aseveró que
se había registrado un mayor pasaje de camiones con rollizos de madera. Es el principio
del fin, concluyó.
A todos les importaba mucho
la Reserva de la Biosfera Yabotí (1), su
lugar, uno de los más bellos y agrestes de la selva misionera.
Las aves más vistosas del ecosistema
paranaense, guacamayos y tucanes, parlotearon en representación de las otras
especies. Anunciaron que apreciaban mucho a ciertos humanos de la zona, los
mybás guaraníes (2),
pero no a los de tez blanca. Esos grandes depredadores son muy peligrosos, dijeron
al unísono. Un tucán de veinte años, el ave más vieja de las presentes representó
a las cinco familias de la reserva golpeteando fuerte con su tremendo pico
anaranjado y amarillo de punta negra para explicar la situación de varios compañeros.
Han sido vendidos a treinta mil pesos como si fueran esclavos. Si continúa
la caza ilegal nos tendremos que ir o nos extinguiremos sin remedio, razonó.
Un coatí descendió del timbó
con una pirueta de cabeza invirtiendo sus tobillos y luego de vanagloriarse de
sus funciones ecológicas aseveró que sus familiares no estaban en extinción, pero que llevaba el mandato de compartir las desgracias de todos. En el mismo
sentido se expresó el delegado de los carpinchos, luego de alardear de ser el
roedor más grande del mundo. Nosotros estamos ampliamente distribuidos, por
ahora sin peligro de extinción y, por el contrario, hemos invadido parques y
jardines de los humedales durante la pandemia causando estupor en territorios
humanos. Podemos transmitir nuestra experiencia, expresó.
Un mono capuchino, ruidoso
como él solo, saltó con su cola desde un lapacho e interrumpió al coatí
vanidoso que había retomado su discurso. Fue cuando advirtió el riesgo de la cacería
por el tráfico de mascotas. Nos cazan sin piedad para encerrarnos y divertir
a los humanos, dijo. También agregó orgulloso su función de diseminador de
semillas al desplazarse lejos para engullir los frutos.
Así continuó la reunión a la
que se sumaron los árboles, fuente de alimentos y resguardo de los atribulados
animales, a quienes habían escuchado en su diagnóstico. Los rodeaban
cobijándolos a distintas alturas, cedros, peteribíes, timbóes, guatambúes,
pinos Paraná, lapachos y laureles que también temían por sus propias existencias
frente al avance de la tala en las cercanías de la reserva.
La asamblea continuó hasta
el amanecer cuando se escuchó el ruido de motores y el paso de cazadores
furtivos. El yaguareté propuso reunirse a la brevedad para ir más allá de los análisis
poco concretos de los problemas que los aquejaban.
Decidieron resistir juntos
al invasor. No querían la selva convertida en páramo, ni más sacrificios en los
caminos o bajo las balaceras de los cazadores. Los animales se dispersaron como
pudieron a sus guaridas en ramas, cuevas y bosques cerrados. Los árboles se
quedaron muy quietos.
A los pocos días los osos hormigueros
rodearon de temibles termitas a dos cazadores furtivos. Los yaguaretés y tapires invadieron un campamento de desmonte. El sotobosque se cerró abruptamente sin dejar entrar
a nadie. La rebelión de las especies había comenzado.
© Diana Durán,
25 de setiembre de 2023