LOS BICHOS QUE DOMINARON EL MUNDO, PERO NO PUDIERON EN KAMCHATCKA

 


Los chauchen de Kamchatka 


LOS BICHOS QUE DOMINARON EL MUNDO, PERO NO PUDIERON EN KAMCHATCKA

 

La temperatura había subido tanto en tierras y mares que la situación del mundo era alarmante. Selvas transformadas en bosques raídos. Praderas doradas por las gramíneas convertidas en páramos grisáceos. Estepas arrasadas por torrenciales lluvias escurridas en los cauces secos volviéndose aluviones de barro y rocas.

Los profundos lagos glaciares secados abruptamente generaron olas de inundación en los ríos emisores, aguas abajo. Los esteros, en cambio, se ampliaron a dimensiones que ocuparon vastos territorios con pantanos colmatados y pestilentes.

Las cordilleras perdieron sus picos helados y las sierras, sus bosques húmedos. Todo era caótico.

Desde entonces comenzaron a proliferar los bichos. Todo tipo de bichos. Los escarabajos y sus miles de especies se desplazaban nadando y cubrieron con oscuridades los espejos de agua. Las mariposas, tapadas de lodo parecían polillas y como no encontraban flores en el ambiente caían muertas por millones.

Las hormigas abundaban en las partes altas de las colinas en torres semejantes a las de las termitas. Las avispas y abejas unieron sus enjambres que colgaban voluptuosos de los pocos árboles restantes en un paisaje aterrador.

Moscas y mosquitos se reprodujeron por doquier transmitiendo enfermedades antes desconocidas. Las vacunas que habían permitido dejar atrás el dengue y la fiebre amarilla ya no protegían a las personas.

Los grandes ojos de las libélulas se agrandaron más allá de sus cuerpos transformándolas en deformes y perjudiciales, como había sucedido con los saltamontes y grillos.

En las ciudades, las cucarachas, con sus cuerpos planos y ovalados, largas antenas y patas rapidísimas, invadieron aún más casas y departamentos de todas las clases sociales. Se hicieron más resistentes y pudieron vivir en todas las zonas devastadas de la Tierra porque no requerían ni agua ni comida durante largo tiempo. Transportaron plagas y enfermedades por doquier al evadir los nuevos insecticidas que la ciencia se apresuraba en inventar.

No había barrera física que pudiera contener la invasión de los bichos. Los mosquiteros eran horadados, las trampas esquivadas, los venenos duraban lo que un lirio o su uso excesivo afectaba a los propios individuos. Los depredadores para el control biológico como las bacterias tampoco sirvieron.

¿Qué debía hacer la humanidad frente a la catástrofe ambiental y la consecuente proliferación de insectos de todo tipo? Esa era la pregunta elemental de los científicos e industriales, pero no la podían responder a pesar de sus estudios de vanguardia y la tecnología de punta que utilizaban.

Aquí comienza la historia de un pequeño lugar en los límites del mundo, cerca de Petropavlovsk-Kamchatsky, capital de la península de Kamchatka, famosa por sus volcanes activos y géiseres.

En sus cercanías había un pueblo que se llamaba koriako[1], una de cuyas tribus, los chauchenn era pastores de renos. Como erraban por las extremas tierras siberianas, conocían los mosquitos en los veranos cuando se derretían las capas que cubrían los suelos helados de la Rusia oriental. Los bichos invasores no los habían atacado hasta el momento de su contacto con otros pueblos.

Los chauchen fueron muy inteligentes. Cuando ocurrió el encuentro no se enfrentaron, pues como eran itinerantes cada vez que descubrían algún nuevo insecto levantaban sus tiendas de pieles y continuaban sus gélidos periplos en las extremas soledades de la Tierra. Acostumbrados a convivir con los mosquitos, no consideraron enemigos inevitables a las múltiples especies que se les aproximaban.

Por ese entonces, una expedición de científicos vulcanólogos que estudiaban el derretimiento de las nieves peninsulares conocieron a unas familias chauchen en las pedregosas encrucijadas de Siberia y aprendieron de ellos a evitar insectos. Así fue como esa manera de vivir intuitiva, pero sagaz enseñó mucho a los investigadores que continuaron sus trabajos en Kamchatka y se llevaron las originales enseñanzas para difundirlas en las comunidades de intelectuales de sus países. Los chauchen continuaron indiferentes su eterna peregrinación.

Mientras tanto, más allá de esas tierras heladas, el resto del mundo continuaba su lucha perpetua contra el dominio de los bichos.



[1] Los koriakos (también llamados koryaks o coriacos) son un pueblo indígena del krai de Kamchatka, en el Extremo Oriente ruso. Tradicionalmente, se han dividido en dos grupos principales: Nemelan (Nymylan) (habitantes costeros, con un estilo de vida más sedentario basado en la pesca); Chauchen (Chauchven) (pastores de renos nómadas, cuyo nombre significa "ricos en renos").


Fuente de la imagen: La dura vida de un pueblo nómada en Siberia (Fotos) - Russia Beyond ES

© Diana Durán, 21 de abril de 2025

VIAJE AL PARAISO

 


La casona de Manuel Mujica Láinez en Cruz Chica, cercana a la Cumbre. Cristina Borrajo. Google Maps

VIAJE AL PARAISO

El peregrino aprieta los labios para no pronunciar las palabras que debe decir cada vez, pero las palabras le horadan los labios y se escapan, monótonas, como siempre: Ve, sigue, sigue tu camino…

Manuel Mujica Láinez. El vagamundo. En Misteriosa Buenos Aires, Sudamericana. 1975

Múltiples elecciones tomé en la vida, pero, entre ellas, cómo y dónde vivir fueron dominantes. Siempre estuve seguro sobre la profesión; elegí la ingeniería antes de egresar del secundario y, dentro de ese campo, la agronómica. Quería estar en contacto con la naturaleza, el suelo, el campo, la producción y mejorar la situación de mis ancestros.

Nací en Córdoba, provincia gran productora de cereales, granos y oleaginosas; pero también agro tecnológica por excelencia. Villa María, mi ciudad natal, es un centro clave de la producción agrícola y ganadera, y también cuenta con instituciones que impulsan el desarrollo tecnológico y la innovación en la región. Estudié la carrera en la Universidad Nacional de Villa María y, al poco tiempo, me convertí en parte de ese engranaje fatídico que convirtió la tierra en una mercancía barata.

No me costó encontrar trabajo. En un principio actué en asesorías para empresas agropecuarias. Luego tuve tanto trabajo como el que podía abarcar en mi afán de alcanzar la seguridad económica de manera temprana.

Venía de una familia de chacareros que la habían yugado. Yo no quería eso y pude diferenciarme de las manos rugosas y lastimadas de mi padre de tanto cosechar y de la espalda encorvada de mi madre por trabajar en la huerta. Gracias a su sacrificio pude ser profesional.

Me casé con una compañera de colegio, Mirna, bella como pocas. Tuvimos dos hijos, Camila y Martín, a quienes a pesar de que los adoraba, no los veía mucho, dado mi eterno trajinar por campos y ciudades del pujante sudeste cordobés. Me convertí en parte de un sistema para el que la tierra era una mercancía, pero nunca pensé que me conduciría a la tragedia. Mi esposa falleció joven, demasiado joven, debido a una leucemia por exposición a los agroquímicos en algún momento de su primera infancia. Ella también era hija de chacareros. Por entonces, los chicos estaban estudiando en Córdoba capital y se arreglaban solos. Allí quedaron.

Quise renunciar a toda esa maquinaria maldita. Me sentía parte del mecanismo que había enfermado a Mirna. Las grandes llanuras de la Argentina se habían transformado durante décadas de agricultura y ganadería intensivas e industriales, sumadas a la crisis climática y grandes catástrofes. Se sufrían inundaciones por torrenciales lluvias, más allá de lo que los suelos podían absorber; y sequías o épocas de déficit en que éstos se resquebrajaban cual desiertos de zonas áridas. Los pueblos rurales de la región núcleo pampeana fueron despoblándose. Quedaban bajo el control de las corporaciones que tenían capitales y tecnología para seguir sacándole el jugo. Podría haber continuado en mi lugar tratando de enfrentar los riesgos, pero sentía una culpa insalvable.

No expliqué mucho a mis hijos, ellos sabían de mi necesidad de cambio, de alejarme del lugar que me había causado tanta tristeza. Camila me había dicho está bien papá, si es lo que querés de tu vida, hacelo, con un dejo de melancolía. Tal vez recordaba a su madre y me reprochaba con razón que abandonara el hogar compartido. Martín solo había expresado sin demasiado interés, dale viejo, comprendo tu situación, encará lo tuyo. Él era el mimado de su madre, entendí su desdén. Las palabras de Camila me dejaron un sabor amargo que llevé conmigo. Era el eco de un reproche que, aunque silencioso, pesaba como mármol. Y las de Martín, breves e indiferentes, me dolieron mucho porque confirmaban que su herida era más honda de lo que él podía admitir.

Así fue como viajé a La Cumbre en el valle de Punilla, sin dar demasiadas explicaciones a ellos, a mis amistades y compañeros de trabajo. Un lugar donde pensé encontrar sosiego y olvido.

Era una ciudad que reflejaba el legado de los inmigrantes británicos que llegaron a comienzos del siglo XX. Cerca estaba Cuchi Corral, un acantilado con vista panorámica del valle del río Pintos y otros paisajes únicos. La ciudad combinaba elegancia, naturaleza y una oferta cultural interesante. El clima serrano, las casonas de estilo inglés y el ambiente tranquilo sumado a la cantidad de actividades al aire libre me ofrecían un ámbito ideal para superar mi angustia. Vagué por los arroyos, escalé serranías, visité muchas veces el museo “El Paraíso” de Mujica Lainez, con su repujado estilo colonial. Leí con fascinación la obra de Manucho. Comparaba su vida con mi cambio por la calma serrana, aunque no tenía objetos preciados que atesorar. Me identifiqué con él a pesar de nuestros opuestos orígenes. Yo no tenía nada que ver con la burguesía de su época, pero por alguna razón esa forma de vida me atraía. Al final de ese primer recorrido me encontré tan triste como al principio. No tuve sosiego, extrañaba a Camila y Martín quienes no se contactaban mucho, tal vez resentidos por mi súbita decisión.

Había comprado una cabaña sencilla en Cruz Chica, donde residí, cerca de El Paraíso donde vivió el escritor.  Inspirado por ese lugar mágico decidí virar el derrotero y edificar un complejo de cabañas para administrar. Descubrí un nuevo mundo lejos de maquinarias y mieses. Comencé a recuperarme mientras veía erigir las construcciones en el entorno del paisaje ondulado. Tras terminar cada una, caía un estrato de mi depresión.

Poco a poco, me alejé de la tristeza en esa bendita tierra serrana. Un día Camila me expresó a la distancia, pues nunca me habían visitado, su contento por la decisión. Papá, qué buena idea, ya iremos a verte. Martín, más lejano, opinó escueto, viejo, buena inversión. La medida de la separación continuaba firme entre ellos y yo.

Un verano, bastante tiempo después, los vi llegar a todos, a mis hijos con sus parejas y, con gran sorpresa, a mi pequeño nieto, hijo de Camila, a quien no había conocido. Algo sucedió, inesperado. El verlos iluminó mi vida mucho más que el entorno verde y el cielo diáfano que circundaban las cabañas. Todo les encantó y disfrutaron de lo que podían hacer, pero estoy seguro de que el reencuentro familiar fue, finalmente, lo más significativo para ellos. Mucho más para mí.

Desde entonces los veo florecer cada verano sin prisa y sin culpas. También los visito. Lo que había sido escape se transformó en redención.

© Diana Durán, 14 de abril de 2025

 

LA REVANCHA CULINARIA DE DOS PUEBLOS

 







Imágenes generadas por IA



LA REVANCHA CULINARIA DE DOS PUEBLOS

 

Eran dos pueblos lindantes en la llanura entre serranías pampeanas. Uno se llamaba Nueva Sevilla porque sus pobladores habían llegado en el siglo XIX desde las estrechas tierras del Guadalquivir y, si bien se afincaron en el vasto suelo argentino, no renegaban de sus ancestros y habían logrado implantar olivos, además del girasol típico de la zona. El otro se denominaba Torino, como la capital de la región piamontesa italiana. Poseía mayor tradición cerealera y, aunque a sus pobladores les gustaba cultivar la vid, no habían encontrado en la región pampeana condiciones que se igualaran a la llanura del Po.

Las poblaciones tenían no más de cinco mil habitantes cada una. Los andaluces y sus descendientes eran cálidos, alegres y hospitalarios; los piamonteses, conocidos por su carácter laborioso, reservado y perseverante; duros trabajadores.

Los poblados distaban a veinte kilómetros, poco para las distancias de la llanura, lo que los había llevado a una frecuente interacción social a pesar de los distintos orígenes. Muchas familias se relacionaron, fueron integrándose con el correr del tiempo y tuvieron influencia en las costumbres locales.

Una de ellas era el fanatismo por el fútbol. El “Inter Sport” era el equipo principal de Torino y el “Andalucía Fútbol Club” de la Nueva Sevilla. Además de los consabidos campeonatos locales, ambos equipos se enfrentaban al iniciar la primavera durante el Día del Inmigrante, el torneo regional que era la competencia del año. La costumbre local incluía la degustación de comidas propias de cada cultura y el trasiego incesante entre uno y otro lugar. En el caso de la Nueva Sevilla, cocinaban gazpacho[1], pescado frito, guiso de garbanzos y preparaban deliciosos fiambres. Los de Turín cocían bagna cauda[2], exquisitas pastas y el famoso vitel toné de origen piamontés.

Todo era alegría durante esa jornada a la que asistían los hinchas de los equipos y se sumaba gran parte de ambos pueblos. El evento alternaba un año en una localidad y al siguiente en la otra. Fútbol más feria convertían la tranquilidad habitual en una celebración de rivalidades deportivas y culinarias que eran muy esperadas y transcurrían de manera bulliciosa, pero pacífica.

Ese año le había tocado ganar al Inter de Torino en un partido que culminó con el festín consabido en la plaza central.

Durante la temporada siguiente los ánimos estaban bastante caídos. Las magras cosechas por las sequías habían predispuesto mal a las poblaciones de ambas localidades. Nueva Sevilla era el anfitrión. Si bien no había mucho dinero, se destinó lo necesario para concretar la fiesta.

El partido comenzaría a las diez de la mañana con la finalidad de que culminara a la hora del inicio de los festejos y del variado almuerzo en los stands de comidas tradicionales de los que participaban los dos pueblos.

A mitad del primer tiempo se armó la batahola. El centro delantero del Andalucía Fútbol Club en un ataque que iba camino al gol fue cruzado con violencia por un zaguero del Inter, por lo que el primero cayó tan mal que se fracturó el tobillo. La reacción de los sevillanos fue violenta y derivó en empujones e insultos entre ambos equipos. El público que estaba ansioso de que terminara el partido silbaba y vociferaba, pero el asunto no pasó a mayores. El Festival del Inmigrante pudo comenzar con cierta normalidad, aunque los ánimos quedaron caldeados.

Al año siguiente llegó la revancha futbolera. Todo iba bien hasta que el mismo defensor del Inter volvió a agredir, esta vez a un jugador central del Sevilla quien reaccionó a golpes de puño y todo el equipo se trenzó en una riña salvaje. El público local muy exaltado saltó los alambrados y respondió con golpes y patadas. El partido se suspendió, pero las disputas continuaron afuera del estadio.

El evento central empezó cuando los ánimos se sosegaron con los discursos de cortesía de los dos intendentes que anunciaron el fin de la sequía y la promesa de buenas cosechas. Sin embargo, apenas terminó la ceremonia sobrevino la revancha. Los sevillanos comenzaron a lanzar guiso de garbanzos y pescado frito contra los stands de los feriantes y visitantes piamonteses quienes, al mismo tiempo, arrojaban anchoas con verduras y vitel toné a todo descendiente andaluz que encontraban a su paso. No quedó local ni persona limpia. Todo terminó en una masa informe de diversos platos de comidas típicas que habían sido preparadas con afán por los cocineros de los dos pueblos.

Por años no se repitió el Festival del Inmigrante y cuentan que todavía las paredes de Torino muestran los resabios de aquella fiesta inolvidable.

 

 

 



[1] Plato típico como sopa fría cuyo ingrediente principal es el tomate.

[2] Salsa caliente en base de anchoas servidas con verduras.


© Diana Durán, 7 de abril de 2025

UN EXTRAÑO VIAJE AL VIEJO MUNDO

 



La Conciergerie. París. Street View



UN EXTRAÑO VIAJE AL VIEJO MUNDO

 

Estudio mucho, demasiado. La materia es “Turismo de Europa”. Menuda cantidad de datos tengo que memorizar: países, capitales, paisajes, ciudades y luego, regiones, transportes, hotelería, itinerarios y atractivos turísticos.

El esfuerzo es supremo, pero “sarna con gusto no pica”, como dice mi abuela Antonieta, mientras me ofrece unas deliciosas croquetas de arroz que yo como con voracidad inusitada; un poco por hambre y otro por la ansiedad ante el examen que se avecina.

Es principios de febrero y la evaluación será los primeros días de marzo. Tengo intenciones de prepararla durante lo que queda del mes. Ya están aprobados el resto de los finales en diciembre y solo resta la asignatura que más me gusta para terminar tercer año. Luego, un año para obtener el título de Guía de Turismo.

Sueño con ser profesional de alguna agencia reconocida y proponer recorridos atrayentes y novedosos a la clientela. Imagino lo que significaría la posibilidad de viajar a los destinos más fascinantes del viejo continente.

El último trabajo consistió en el diseño de un recorrido por países europeos. Según mis propios anhelos proyecté con gran detalle a través de España, Francia y el Reino Unido. Todo va “en coche”, como comenta la abuela que me ahora atiborra de masitas con formas de eses y trenzas.

Son las doce y media de la noche y aunque estoy bastante cansada, puedo seguir un poco más. El examen se iniciará con la exposición de la monografía turística. Decido practicarla ante el gran espejo dorado de la habitación de huéspedes que en realidad es mi habitación en la casa de los abuelos. Yo soy la única que la uso. La abuela se va a dormir.

Comienzo el relato en voz alta con seguridad, lo sé de memoria. Explico a modo de simulación el arribo del grupo de diez turistas de la tercera edad al aeropuerto de Barajas, a doce kilómetros de Madrid; el transporte en minivans al hotel Cortezo, en las cercanías de la estación de Atocha, para luego de tres días de estadía, hacer las excursiones en tren de alta velocidad a Barcelona y Sevilla. Continúo con entusiasmo la narración de la visita al Paseo del Prado y el Museo homónimo que nos llevaría toda la mañana. La caminata posterior al almuerzo consistiría en un paseo de compras por la Gran Vía en el centro de Madrid.

Me siento confundida sobre el itinerario que yo misma diseñé. Súbitamente comienzo a vivenciarlo el relato. Ya no estoy en Madrid sino en Barcelona. A pesar de haber bajado en Barajas, el paisaje me remite a lo que estudié sobre la Rambla, la Pedrera de Gaudí, el Barrio Gótico y la Basílica de la Sagrada Familia. Advierto que la delegación denota nerviosismo pues no entienden por qué yo les relato los atractivos madrileños si, según ellos, estamos en Cataluña. Entonces, se dirigen a mí con ofuscación y me dicen. Señorita, señorita esto no es lo estipulado, nos hemos salteado una ciudad, estamos en Barcelona y usted se está refiriendo a Madrid, que pasamos de largo. No puede engañarnos así. Me refriego los ojos y trato de serenarme, pero continúo la explicación de las obras de Velázquez, el Greco, Goya y Tiziano. Incluso me detengo con detalle sobre la muestra de los bocetos en tinta negra y papel rugoso de Rubens del Museo del Prado.

A través de los resplandores borrosos del espejo de mi habitación puedo ver a los turistas cada vez más alterados. Usted es la guía, no puede confundirnos con lo que contemplamos, ni más ni menos los genios clásicos del Museo del Louvre consagrado a la arqueología y las artes decorativas anteriores al impresionismo, me increpa un señor que parece muy culto y refinado. El contingente está muy molesto con el calor de París, inusual para el mes de febrero. Caminan lento convencidos de que nos acercamos a la aglomeración de visitantes que se apretujan para admirar la célebre Gioconda de Leonardo Da Vinci. Cada vez más confusa, solo deseo que la abuela Antonieta me salve de la situación con alguna de sus frases consabidas, "ay, querida, no te hagas malasangre, todo pasa".

Trato de volver en mí con un esfuerzo sobrehumano para recuperar el raciocinio, pero no lo logro. De golpe y porrazo ya no estamos en el Louvre, sino que nos habíamos trasladado a los Campos Elíseos, mientras yo explico que son el símbolo de la capital francesa, una de las avenidas más famosas del mundo y que nuestro destino es el Arco de Triunfo y la Tour Eiffel. Mientras comento el carácter lujoso de la avenida reparo con gran sorpresa que se aproxima un impresionante desfile militar. Es el del 14 de julio y que, en medio de los fuegos artificiales y de la muchedumbre, se aleja mi grupo de turistas. Queda solo la pareja más añosa quién decide abandonarme, con la excusa de que el resto ya me descartó como guía de turismo. Todo es una locura porque el hombre mayor me advierte que el contingente está de camino al London Bridge sobre el Támesis y que ya ha visitado la Torre de Londres y el complejo de edificios rodeados de muros defensivos y un notable foso.

Todos desaparecen, también el desfile y la muchedumbre. Comienzo a sudar y tener escalofríos. Quedo sola y aterrada en medio de París, cerca de la Conciergerie en la Isla de la Cité. Estoy encerrada en una prisión. Es la época de María Antonieta. Me encuentro en la antecámara de mi propia muerte.

 

© Diana Durán, 29 de marzo de 2025

    

 

 

LA TRAMPA MENOS PENSADA

 


Imagen generada por IA

La trampa menos pensada

 

Leandro no había tenido ambiciones políticas de ninguna índole. Sí, era una persona comprometida con lo social. Su trayectoria profesional había estado ligada a lo académico en el ámbito universitario y, en lo profesional, a cargo del equipo de cirugía del hospital local. A pesar de ser médico llevaba una vida relativamente tranquila con su esposa, Silvina, y tres hijos. Hacía deportes, tenía amigos y era muy querido por la comunidad de la localidad pampeana donde vivía. Era un hombre satisfecho.

Un día lo llamó la secretaria del intendente, no lo conocía en persona; lo requería para una entrevista. Pensó que se trataría de alguna cuestión hospitalaria: la selección de un equipo para la sala quirúrgica, o las alternativas para encarar el eterno problema de la escasez de médicos de guardia. La auxiliar no le anticipó nada. Llegó a la intendencia bastante inquieto, no percibía por qué. Tal vez por la incertidumbre, no sabía en qué consistiría el tema convocante. Se anunció en la secretaría donde lo hicieron pasar de inmediato al despacho. Quedó parado a la espera. Desde la puerta la secretaria lo anunció y acompañó al intendente, señor Atilio Marchetti, quién entró sonriente y lo saludó. Buenos días, Sebastián, cómo estás, le dijo de manera familiar y lo hizo sentar en un sillón de cuero reluciente, ofreciéndole de inmediato un café. Comenzó a hablar con solemnidad, pero en un tono cordial. El médico se sorprendió cuando se refirió a su trayectoria pues la conocía al dedillo. También hizo un gran alegato sobre la importancia que tenía la salud para su gestión. Sebastián advirtió que conocía los problemas acuciantes, pero no podía definir para qué lo había llamado, pues el funcionario no daba señales de plantearle cuestión alguna. Al cabo de quince minutos de exposición y otros cinco de reiterar halagos sobre su recorrido profesional, lo invitó formalmente y con grandilocuencia a participar en las elecciones de medio término que se desarrollarían en el municipio y la provincia en octubre de ese año. Su postulación consistiría en ser candidato a primer concejal por el partido oficialista. El médico quedó azorado por semejante ofrecimiento. Luego de un amable intercambio Sebastián le dijo que lo iba a pensar y consultar con su esposa, y le contestaría. Partió turbado por tanto elogio y por una propuesta que jamás habría considerado. No tenía la menor idea de lo que significaría incursionar en política. Su vida se había desplegado en los claustros de la universidad y en el hospital. Leía los diarios y se interesaba por la actualidad, pero no por eso conocía el mundo de la política, ni mucho menos. Solo en charlas de café con sus amigos o con su mujer intercambiaba algunos comentarios sobre ese campo.

A pesar de que no tenía la mínima avidez de poder, Sebastián decidió aceptar la propuesta del intendente impulsado especialmente por Silvina, quien lo convenció insistente como era de costumbre. Fue así como tuvo que participar en toda la campaña junto a los otros candidatos. Por su posición destacada en la lista concurrió a numerosas entrevistas televisivas y radiales, realizó visitas agotadoras a vecinos y se expuso en muchos ámbitos sociales, algunos conocidos como clubes, sociedades de fomento, iglesias. Vio su cara en anuncios publicitarios, en la larguísima boleta de votación y hasta en la parte trasera de los colectivos locales. Sintió vergüenza. Había sido “coucheado” a principios de la campaña por unos ignotos jovenzuelos que lo atiborraron de comentarios sobre la comunicación, el discurso al que debía ceñirse y la estrategia del partido. Conocía poco y nada a sus compañeros de lista, aunque algunos habían sido esporádicamente sus pacientes. Así se enfrentó a ese desconocido mundo para enfrentarlo con el bagaje de su historia personal y profesional.

         En octubre su lista salió triunfante y en diciembre juró solemnemente como primer concejal en el recinto del Honorable Concejo Deliberante, ante la mirada orgullosa de Silvina. Se sintió satisfecho y expectante.

Cuando se enfrentó al trabajo legislativo se dio cuenta de que no tenía la menor idea de dónde se había metido. Antes de cada sesión, el secretario del intendente llamaba a los concejales y les indicaba precisamente lo que tenían que hacer con cada expediente. Aprobarlo cuando era conveniente para “el jefe”, como llamaba a Marchetti; rechazarlo a viva voz si se trataba de algún reclamo; o abstenerse en el caso de que la votación no comprometiera a la gestión.

Al cabo de dos meses de los cuatro años de su mandato, Sebastián cayó en cuenta de que era un mero títere del gobierno de turno. Veía al intendente que tanto lo había halagado solo en alguna fecha patria o inauguración de una obra. Hasta a la más insignificante tenía que concurrir, se tratara de un bacheo, una destartalada oficina recuperada, o el principio de una obra que nunca se concretaría. En definitiva, se dio cuenta de que su nombramiento había sido una verdadera estafa, puro engaño para usarlo en beneficio de obtener más votos al utilizar su buen nombre y honor.

Nunca lo consultaron sobre los equipos que faltaban en el hospital o sobre la carencia de médicos. Bien podía haber hecho alguna ordenanza para el mejor funcionamiento o un pedido de informes a la provincia para requerir el incremento del número de profesionales para el hospital. En las larguísimas reuniones de comisión y en las sesiones tenía una especie de libreto que seguir porque presidía el bloque. Se sentía un títere defendiendo temas que desconocía.

Cuando llegó el momento de presentar el presupuesto se dio cuenta de los graves errores y “rarezas” que había en el expediente en el área de salud. Quiso rectificarlos, pero se lo impidieron. Empezó a sentir la inutilidad de su función y decidió renunciar al cargo, no sin antes pelear con su mujer de la que se había alejado en medio de la vorágine de su labor. Las consecuencias se volvieron en su contra. Recibió amenazas de todo orden y Marchetti lo llamó por segunda vez desde que lo había conocido personalmente para increparlo por las derivaciones que su salida podía provocar.

Sebastián no declinó su determinación, renunció y luego de unos días de descanso, volvió a su querido hospital. Cuando ingresó al consultorio descubrió sobre su escritorio un telegrama de despido del hospital municipal firmado por el Sr. Atilio Marchetti. Así terminó su corta carrera política y se encontró volviendo al llano, como se suele decir, al consultorio en la casa paterna, pues la separación de Silvina sobrevino repentina como su fugaz incursión en la política.


© Diana Durán, 24 de marzo de 2025


LAS AGUAS BAJARON TURBIAS

 


Fotografía. Laureano Correa

Las aguas bajaron turbias

Fue la peor catástrofe del siglo en la región. Una tormenta copiosa seguida de inundación en una ciudad cercada por límites físicos de todo orden: terraplenes, caminos, canales, alcantarillas en mal estado, entre otros obstáculos. Todo confluyó para que “las aguas bajaran turbias” (1), literal la metáfora, hacia los sitios contiguos al mar. Tampoco se salvaron el centro ni los barrios de clase media. Las imágenes eran dramáticas y penosas. Los más jóvenes con el agua arriba de la cintura intentaban circular para rescatar sus cosas y ayudar a sus familiares. Los ancianos y los niños se refugiaban en los pisos altos, desvanes y hasta en los techos. Inútil salvar algo que estuviera en subsuelos o plantas bajas. Los que pudieron preservaron sus vidas. Otros, lamentablemente, no lo lograron. La televisión mostraba imágenes desgarradoras de las pérdidas y los salvatajes. Los autos navegaban llevados por las corrientes hasta estrellarse contra obstáculos urbanos y otros se apilaban como cajas de cartón arrastrados por torrentes feroces. Los árboles se doblegaban por la fuerza del agua y todo tipo de materiales como masas informes era impulsado por la corriente hasta enredarse en marañas indefinidas. Un hombre se agarraba de un poste luchando contra la deriva para no ser arrastrado. Nunca se supo si se salvó. Eran imágenes que sin pudor mostraban los medios. El agua destruía todo a su paso al entrar en casas, negocios y garajes, pero también convertía plazas y parques en piletas. No se salvaban ni las bibliotecas de las universidades y colegios. Los libros flotaban arruinados.

A medida que avanzaba la noche la humedad penetraba en cada cuerpo y lo hacía temblar de frío y miedo. La pavura de perder la propia vida y la de familia y amigos era escalofriante, pero también la certeza de que sus viviendas sufrirían daños lamentables. Se ahondaba la sensación de inseguridad de cada uno de los evacuados. Fue una noche de brujas, de terror, de silencio, de absoluta soledad, aunque muchos estuvieran acompañados.

Las horas no pasaban, pero el nuevo día llegó inexorable y con él el tiempo de volver o de saber lo que no se quería saber. Qué había pasado… Para los evacuados no era posible, estaban reunidos en escuelas, iglesias y otras instituciones; hasta en casas particulares. No conocían dónde estaban sus seres queridos, no había luz ni comunicaciones lo que aumentaba la angustia generalizada.

Así de delirante era la situación no prevista por las autoridades, no anticipada, más que a posteriori, por todos los niveles jurisdiccionales. Había estudios enjundiosos sobre la posibilidad del riesgo desde años atrás y, sin embargo, no se habían tomado en cuenta. Yacían en los escritorios de los aspirantes a doctorados o presentados en congresos por prestigiosos investigadores; o permanecían indiferentes en la virtualidad. Habían sido inútiles frente a la desgracia, si bien después fueron consultados por los medios. Qué nivel de responsabilidad le correspondía a cada uno es una cuestión para discernir.

En cambio, la solidaridad comenzó a manifestarse para equilibrar tanto descalabro social y natural. En cada punto, en cada lugar del país la población empezó a reaccionar. Juntaron todo lo que pudieron y lo llevaron a diversos centros de acopio. Toneladas de ayuda de personas desinteresadas y conmovidas.

Algunos objetos eran innecesarios, según lo difundió un miembro de la Cruz Roja que en un programa televisivo sentenció que no se requería ropa porque no era posible clasificarla. Advirtió que era mejor depositar dinero. Pero la gente no quería eso, quería dar lo que tenía. Que un pantalón, remera o pullover propios abrigara a alguien con nombre y apellido: a algún niño, a una anciana, a un pobre de los tantos sufrientes afectados. Nadie tenía la receta de cómo debía ayudar, pero en cada club, en cada parroquia, en cada escuela se acumulaban agua, lavandina, prendas, juguetes, enseres de todo tipo. Lo que podían, lo entregaban.

Sentí el corazón desgarrado al ver tanta desgracia, tanta pérdida cercana a mi lugar. Punta Alta también había sufrido lluvias torrenciales y evacuaciones, pero no tanto como Bahía Blanca. Me senté en una silla y luego de separar la ropa de abrigo que ya no usaba, la más linda y cómoda que pude encontrar en mis placares, la doblé con parsimonia y prolijidad, la clasifiqué, la envolví minuciosa. Luego la llevé a un club cercano a mi casa. Incluso algunos recuerdos preciosos que guardaba de mis nietos. Entonces me sentí satisfecha.

A la noche lloré cuando ese conocedor de los desastres dictaminó a viva voz que no era necesaria. Me sentí una refugiada afectiva más. Había reunido memorias tangibles de cuando trabajaba, de cuando salía a pasear o ropa cotidiana, de entrecasa, con la que vivía mi vida que no había afrontado ninguna calamidad natural. Mis pertenencias anónimas terminarían, según el destino anunciado, comidas por las ratas o producirían enfermedades y deberían ser quemadas como lo había sentenciado un ignoto señor.

© Diana Durán, 15 de marzo de 2025

 



[1] Las Aguas Bajan Turbias es una película argentina de Hugo del Carril basada en la novela El río oscuro de Alfredo Varela (quien también colaboró en el guion).

PROYECTO INTERDISCIPLINARIO INNOVADOR A PARTIR DE LA LECTURA DE CUENTOS TERRITORIALES ("EL PUMA Y LOS NIÑOS")




PROYECTO DE LAS PROFESORAS AMALIA AMAYA (GEOGRAFÍA) Y MARIANA DE LA TORRE (LENGUA)


ESCUELA NORMAL SUPERIOR. DALMACIO VÉLEZ SÁRFIELD, VILLA DOLORES, CÓRDOBA.


RESUMEN DEL PROYECTO Y JUSTIFICACIÓN

    Leer, escribir y hablar no son procesos apartados de la realidad y descontextualizados de la práctica del hombre, vivimos en constante proceso de lectura e interpretación de textos, donde confluyen el proceso de oralidad, lectura y escritura. 

    La acción de enseñanza en el ámbito de las disciplinas: Artes Visuales, Lengua y Literatura, Biología, Geografía y Metodología de la investigación en Ciencias Naturales, permite la posibilidad del conocimiento e interpretación del mundo, de enriquecimiento personal y de acción social y comunicativa de los estudiantes. 

    El trabajo interdisciplinario de la lectura, interpretación y socialización de cuentos geográficos "Estampas Territoriales" de Diana Durán: "Amores de Frontera" y "El puma y los niños" y leyendas de nuestro país y de países limítrofes, incentiva a que los jóvenes se aventuran en nuevas oportunidades de aprendizajes, en la reflexión de problemas sociales y sobre todo en contribuir a generar un pensamiento flexible para una formación integral entre varias cátedras. 

    El objetivo primordial, además de promover la comprensión lectora y la interpretación de textos de diferentes tipologías, es también la articulación de diferentes niveles (Inicial, primaria, secundaria y superior), de nuestra escuela, promoviendo y reconociendo la interrelación entre la sociedad y la naturaleza. Los inconvenientes que surjan serán el punto de partida en el desempeño de nuestro Proyecto Innovador, que como Institución y comunidad educadora que somos, afrontaremos el desafío de integrar y asumir nuestra responsabilidad para mejorar nuestras falencias. 

DESCRIPCIÓN DE LA PROBLEMÁTICA EN TÉRMINOS DE DESAFÍO

    Desde el área de Lengua, desde hace un tiempo se viene observando que los estudiantes de primer año del ciclo básico presentan una falencia de comprensión lectora e interpretación de textos.

    Propuesta: se decide iniciar el presente proyecto buscando una transformación en todos los niveles institucionales de manera interdisciplinaria: nivel inicial (en salas de 4 y 5), nivel primario (6° grado), nivel medio (1° año, divisiones A, B, C y D.

    Espacios curriculares: Biología, Geografía, Lengua, Matemática, Tecnología, Artes Visuales) 4° año (Metodología de la investigación en Ciencias Naturales), nivel superior: profesorado de educación secundaria en Biología (3 año: Práctica Docente III; 4° año: Práctica Docente IV, Didáctica de las ciencias naturales, Biología humana y salud; profesorado de educación primaria (Práctica docente IV, ateneo de ciencias naturales).

Actividades que se realizaron 

    Comprensión lectora. Lectura en voz alta. Interpretación de textos. Conectar ideas. Identificar el propósito principal y secundario de emisor. Participación y confección de actividades Responsabilidad y compromiso con alumnos de distintos niveles y sus pares. Utilización del vocabulario adecuado. Exposición clara y precisa. Presentación de láminas con predominio sobre textos, prolijos sin errores ortográficos. Elaboración de souvenirs. Utilización de herramientas y técnicas para la resolución de situaciones problemáticas concretas. Análisis de información estadística relacionada con poblaciones.






Resultados

    Uso de las TICs: Google Maps, diseño y edición audiovisual, Diseño de maquetas y títeres. Dramatización, dibujos, participación, asistencia y puntualidad, lectura y expresión oral, normas ortográficas y gramaticales (escritura creativa). 
Trabajo colaborativo y en equipo (articulación entre niveles). Utilización de canvas y documentos Drive para trabajar de manera colaborativa con las tics. Correcta interpretación de consignas de trabajo y ejecución de actividades, coherencia conceptual. 

    Normas de convivencia: respeto y aceptación de diversas opiniones. Correcto andamiaje y acompañamiento pedagógico, transposición didáctica. Identificación de diferentes tipos de textos. Reconocimiento de flora autóctona y su importancia.


Los alumnos de primer año participantes

Valoración final

    El involucramiento y participación de nuevos docentes y espacios curriculares durante la segunda etapa del proyecto. Hubo actividades planificadas que no llegaron a desarrollarse por mal funcionamiento de dispositivos tecnológicos. El impacto a nivel institucional fue positivo ya que se lograron concretar las metas propuestas a través del desarrollo de las actividades planificadas. 
    El proyecto es altamente replicable para ser implementado durante los próximos ciclos lectivos sumando nuevos grados, cursos, espacios curriculares y docentes.       Es esencial este tipo de proyectos porque cambian la dinámica de las clases y ayudan a la integración de los diferentes espacios curriculares y niveles educativos.

    Finalizamos el proyecto con la puesta en común y la presentación del siguiente video realizado por profesores de Arte y los estudiantes de 1er año secundaria.




Los profesores participantes del video

Como escritora de los cuentos territoriales nada me hace más feliz que estos proyectos elaborados por profesores y alumnos con tantas ganas y excelente producción.

Diana Durán

Vean este hermoso video:





El cuento utilizado en el proyecto: "El puma y los niños" CUENTOS TERRITORIALES: EL PUMA Y LOS NIÑOS

ENCUENTRO EN EL MONTE. UN MAESTRO Y DOS MÁSCARAS

  Wikiloc | Foto de Intersección (2/2) ENCUENTRO EN EL MONTE   Había conocido a Santino en unas Jornadas donde se reunieron cerca de dos...